EL CASO, DEL MALESTAR A LA MENTIRA – Éric Laurent (La mira de un analista)

EL CASO, DEL MALESTAR A LA MENTIRA*

Éric Laurent

La mira de un analista

He elegido comentar la forma como nuestra colega Gennie Lemoine procede en su uso del relato de caso. Me he aprovechado de la aparición reciente de su compilación de trece años de conferencias, intervenciones, seminarios, entrevistas en la Suiza francesa bajo el título La entrada en el tiempo. El libro de Gennie Lemoine se presta, en más de un título, a interrogar el estatuto del relato de caso en psicoanálisis. En principio porque son citados numerosos casos; la cuestión del relato en sí está tematizada como tal. Más profundamente, algo del libro está en consonancia con esta interrogación sobre el estatuto del relato de caso en la orientación lacaniana, porque j1ennie Lemoine antepone, de forma insistente, la práctica de la cura como fundamento de los diversos desarrollos teóricos a los que se libra: «Las pequeñas historias son parte integrante de la doctrina analítica […]. Cada una contiene una lección a cosechar como conviene a cada uno» (22). Teoría y relato, ese es todo el acento del libro desde su primera parte que lleva como título De las pequeñas y grandes historias a los matemas. La interrogación proseguirá a lo largo de todo el libro.

El momento en que el analista hace de la historia un caso se atrapa siempre a partir de una ocasión, de un acontecimiento propio de la cura. Solamente a partir de ahí se ordena el relato de las determinaciones que tejen al sujeto. Es sobre la ocasión como el libro se ordena, toma peso. La autora lo subraya, el relato no se ordena alrededor de un saber, se ordena alrededor de un encuentro: «El analista no sabe, por la buena razón de que está en posición de petit a, como agente, a título de objeto causa de deseo […]. El falso comienzo no impide el encuentro de dos deseos». (23)

Tomemos como ejemplo el primer caso presentado bajo el nombre de Aída. Este sujeto llega al análisis mientras vive en un tiempo mítico, un tiempo mortífero. Ella ha tenido un ancestro: «[…] más allá del ancestro, la historia familiar no ha comenzado todavía: de ahí la dimensión mítica que tomó inmediatamente el ancestro y su descendencia [. ..]. No había por lo tanto nada más; más que la muerte. Ella lo reprochó a la analista quien desde ese punto se volvió un ser viviente […]. Ella pudo finalmente hacer, en el análisis, el encuentro con el otro, en lo real» (24). Y es a partir de ese punto que, para la analista, se produjo el viraje en el caso -que el sujeto retornara contacto con su vida.

Del lado de los casos, de golpe constatamos su multiplicidad y la diversidad de sus vertientes. Están los casos de la práctica; también los casos del controlo de di-alisis. Esta particularidad de integrar esas dos vertientes con facilidad, rara en la literatura, está ligada seguramente al destino particular del control de Gennie Lemoine con Lacan, del cual ella nos habla. Hay un relato de casos de psicodrama. Encontramos también las grandes figuras femeninas de la literatura comentadas por Lacan: Antígona, Medea, Sygne y otras que le son propias, como la pareja formada por Colette Thomas y Arthaud.

La forma de los casos es muy variada. Encontramos largos relatos como Karine o Sísipho o breves fragmentos, casos «conforme con», como La Andrógina o Dómina; momentos breves como las interpretaciones o verdaderos diálogos, como con ese sujeto psicótico en psicodrama. Se trata claramente de una serie, de «toda una serie de ejemplos puesto que ninguno es ejemplar; y la serie no será exhaustiva, puesto que hay tantas curas como intervenciones» (25).

Comencemos por examinar los casos de análisis ya que son ejemplares del método. Tomemos el caso de Karine. Ella llega al análisis como la mujer a la que no le falta nada. Es heredera de una gran fortuna, ha elegido un marido al que mantiene y con el que tiene niños. Si viene es porque ha encontrado otro hombre que le ha hecho descubrir un goce inédito hasta entonces. Viene para que la analista le ayude a elegir entre los dos hombres «Si Vd. no puede elegir, le he dicho, no elija».

La analista es sensible al estrago que provoca la pérdida en este sujeto que tiene todo, pues perdió a su madre muy pronto. «Es Karine quien hace el hombre, es decir la Madre con mayúscula. Ella tiene la iniciativa y la potencia sexual […]. Pero, dice, no puedo abandonar a Pierre, todo se derrumbaría. Cuando mi primer amante me dejó creí morirme. Mi nodriza tuvo un miedo extremo. Sufro todo el tiempo y después tengo miedo», añade.

«En fin, ella sufre». Es apoyándose en este encuentro con el dolor en la cura, eso de lo que se queja a la analista, como ésta apoya de forma decisiva su interpretación: «le dije que ella siente hoy el dolor que no ha sentido a la muerte de su madre y que lo había experimentado en el momento de una primera separación sin saber qué muerte lloraba. Añadí que ella no podía «ahorrárselo», que este dolor no podía quedar sin ser sentido».

Pasemos a otro caso, el bautizado Gonder-girl. Es un sujeto que se presenta cerrado sobre sí mismo por razones muy diferentes. Se define como sin filiación, sin continuidad, sin memoria. Es una star perdida en su imagen. El análisis consistirá esencialmente, por el manejo de la transferencia, en introducir una pérdida simbolizable por este sujeto. Es el reencuentro de la presencia-ausencia de la analista lo que permitirá la salida de este sujeto fuera del ideal. En las paradojas de las contradicciones entre la posición femenina y la posición materna, la analista no busca limar las aristas, va al encuentro de esas contradicciones y las señala al sujeto: «En el amor sexual y en I J el amor por el niño que ella trae al mundo, una mujer tiene dos veces la oportunidad, dolorosa y feliz a la vez, de afrontar la castración simbólica» (26). En los casos de madres «solas», la analista acentúa la «terribilitá» del amor materno. De esta madre que se hace decir por su hijo «mamá, tú eres mi papá» o «más tarde, yo seré una mamá», ella comenta «el niño no llegará por eso mismo a devenir un caso»: «O entonces, hay que decir que cualquier caso saca a la luz la estructura» (27). Para esta otra cuyos «[. ..] anhelos de muerte para su último hijo, al que no quería, se convirtieron en un puro pánico de hacerle daño», la analista añade: «Digamos que al mismo tiempo que ella lo mata, se mata por hacerlo vivir, ¡por miedo de que no vaya a morir!». Ahora bien, éste no es un rasgo excepcional, tan raro, el de este amor odio -mortífero de una madre. Es un rasgo universal (28).

Ese deseo de ir al encuentro de lo más singular del dolor de cada uno de estos sujetos no está reservado a las mujeres. Veamos el caso de Sísifo, este «hombre casado y padre de familia, que se ha condenado a satisfacer a su mujer de todas las maneras sin lograrlo. Ese proyecto ha recubierto enteramente su propio deseo. El último capricho de la esposa le ha hecho emprender la construcción de una casa con sus propias manos. Como, por otra parte, trabaja para atender las necesidades de su familia, no alcanza a terminar la casa y dice: «No llego a taponar el agujero, siempre falta una piedra». ¡Es Sísifo! Otra vez sueña que no llega a subir una montaña hasta la cima, porque la pendiente es cada vez más empinada hasta el punto de volverse vertical. Recuerdo todavía el horror experimentado por el analizante en el sueño, que me comunicaba. Se trata verdaderamente de un suplicio. En fin -abrevio, evidentemente, porque fueron precisos algunos años para llegar al episodio que sigue. Llega a su sesión visiblemente agotado: es preciso que termine; su mujer no está contenta, ella no está nunca contenta. Sin embargo, hace todo lo que ella pide, «yo obtempero», dice. Es su término. Respecto a eso pide simplemente unas pequeñas vacaciones analíticas para terminar la casa.

Además ya no tiene más dinero para pagar el análisis. ¿Va a tocar su capital? El capital en análisis es la madre, es decir la fuente de toda subsistencia. La fuente se seca, la muerte sobreviene; la analista ve la trampa: la casa o el análisis «Lo espero a Vd. a su hora habitual», le digo. «Pero no puedo», exclama Sísifo aterrado. Sin embargo, viene; y algún tiempo después entabla un proceso de divorcio» (29). Ha habido intervención, concluye la analista. Ahí está la oportunidad que ordena todo caso.

Destaquemos el resumen, la condensación del caso, para llegar al punto crucial. No es solamente en los análisis, sino también en los controles o en los diálisis, como dice Gennie Lemoine, que el punto de encuentro fuera de sentido en la transferencia está apuntado. Esto está ligado sin duda a la forma como Gennie Lemoine nos confía haberse analizado en la época de su control con Lacan. Cuenta el efecto subjetivo producido durante uno de esos controles. Ella construía cuidadosamente un cuadro clínico sin tener el sentimiento de estar allí: yo reflejaba como un espejo mi relación analítica, espejo ofrecido a la mirada de Lacan para su aprobación. No había más que espejos. Eso podía durar. […] Ese cuadro que yo peinaba se ordenaba pues sobre una especie de pantalla […] yo deseaba el rayo que me liberase […].

-Vd. debe comenzar a ver…

El golpe de gong lacaniano bastó para romper el espejo […] el corte había roto el espejo» (30). El control le había permitido romper la relación en imágenes. El primer ejemplo de un tal efecto cuando un control lleva el nombre de «sin-límite». «El analista me dice que escucha volver con insistencia las palabras siguientes: sin límites. «Mi analizante no conoce límites», dice él, como para concluir […] Me vuelve entonces a la memoria un sueño que ese mismo analista me había contado y en el que, por otra parte, no se había detenido. He aquí el sueño: el analizante se encuentra en su casa, en su propia casa, con su analista. Hablan extensamente (lo subrayo). Cada uno tiene en esta casa su propia habitación (¡ah!). Ellos hablan, es todo. Ahí está el sin límites: es la conversación sin fin y sin resolución sexual con su analista al fin a su merced. Es el deseo del analizante por su analista lo que es sin límites […]».

Lo esencial, concluye la analista, es hacer emerger el deseo «¿El deseo de quién? La cuestión es problemática» (31).

De este encuentro con el deseo la analista hace el apoyo decisivo del sujeto: «La intervención hace entonces corte, y un efecto de sujeto es aprehendido» (32). O aún: «La experiencia tiene una función radical, no hay nada antes, y no hay más que una especie de experiencia que es el encuentro con el Otro. Experiencia traumatizante que repite el traumatismo del nacimiento del niño arrojado, expulsado al mundo de los humanos en el que él es extranjero» (33). La experiencia del encuentro tiene así el lugar de un «Nombre del Padre» (34).

Para entrar en el tiempo del Otro, es preciso una experiencia de este orden. El caso se ordena alrededor. Se resume, se centra, se va hasta el final. Es también entrar en el vacío. Es una experiencia de desierto: «Una vez que ya no se es, ni de nadie, y que no hay ningún objeto, entonces se está en lo que Lacan llama «el drama subjetivo» (35). «El encuentro se hace en un fenómeno de dos vacíos que se «empantallan» en una síncopa; en el instante ya no hay nadie. Nada más indivisible aparentemente que la coincidencia en el mismo vacío» (36). Esta experiencia radical iza la no-relación. «La mujer, lo que ella ama, es verdaderamente a Dios, Dios el Padre. No es el hombre lo que tiene en frente. Y es esto lo que he desarrollado de todas las formas en mis textos» .

La intervención como Nombre-del-Padre -«un hecho de corte» que produce un efecto de sujeto- es sin duda una de las versiones del Nombre del Padre en tanto que se reduce, en la enseñanza última de Lacan, a un útil, un uso.

Si lo simbólico en lo real tiene por nombre la mentira, el encuentro tiene la forma de un fuera-desentido en el que la mentira hace signo para un sujeto, por un efecto que alcanza la eficacia del chiste. Una versión del deseo del analista que corresponde a esta mira seria ir al encuentro del encuentro.

NOTAS

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