Diccionario de Psicología, letra N, neutralidad

Neutralidad
s. f. (fr. neutralité; ingl. neutralíty; al. Neutralität). Rasgo planteado históricamente como
característico de la posición del analista en la cura, o incluso de su modo de intervención.
Históricamente, el psicoanálisis se ha constituido desprendiéndose de otras formas de
intervención terapéutica, especialmente de aquellas, nacidas de la hipnosis, que otorgaban un
sitio importante a la acción directa sobre el paciente, a una «sugestión». En esta perspectiva es
preciso resituar cierto número de indicaciones de Freud referidas a la neutralidad que le
convendría al analista.
Esta noción, sin embargo, es menos evidente de lo que parece y ha dado lugar a muchos
malentendidos. Lo que es seguro es que el analista debe guardarse de querer orientar la vida de
su paciente en función de sus propios valores: «No buscamos ni forjar por él su destino, ni
inculcarle nuestros ideales, ni modelarlo a nuestra imagen con el orgullo de un Creador» (S.
Freud, Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, 1918).
Es en un plano técnico, precisamente, donde esta noción de neutralidad plantea más problemas.
Tiene un cierto alcance en cuanto a la relación imaginaria del analizante y el analista. Ser neutro,
en este sentido, sería, para el analista, evitar entrar en el tipo de relaciones que generalmente se
establecen con la mayor facilidad, relaciones en las que la identificación sostiene tanto el amor
como la rivalidad. Con todo, el analista no puede evitar totalmente que el analizante lo instale en ese lugar, y debe evaluar sus consecuencias antes que conformarse con preconizar la neutralidad.
Más importantes sin duda son las observaciones que se pueden hacer a partir de las teorías del
deseo y del significante. Si en el sueño, por ejemplo, el deseo aparece ligado a significantes
privilegiados, nada indica empero, por lo general, si cada uno de esos términos está tomado en
un sentido positivo o negativo, si el sujeto persigue o evita los objetos y situaciones que los
significantes de sus sueños organizan. La tarea del analista entonces es mantenerse más bien
en el nivel del cuestionamiento, dejando que la elaboración acostumbre poco a poco al sujeto no
sólo al lenguaje de su deseo, sino a los puntos de bifurcación que este incluye.
Sin embargo, a pesar de todo esto, el término neutralidad quizá no esté particularmente bien
elegido. Ya que en efecto puede dar a entender una actitud de aparente desapego o, peor
todavía, de pasividad: una forma de creer que basta con dejar venir los sueños y las
asociaciones sin tener que meterse en ellos de ninguna manera. Por ello más vale oponer, a la
idea de una neutralidad del analista (incluso de una «neutralidad benevolente», según una
fórmula que se ha impuesto pero que no es de Freud), la idea de un acto psicoanalítico, que da mejor cuenta de la responsabilidad del analista en la dirección de la cura.