Diccionario de psicología, letra P, pulsión de muerte

Pulsiones de muerte
Al.: Todestriebe.
Fr.: pulsions de mort.
Ing.: death instincts.
It.: istinti o pulsioni di morte.
Por.: impulsos o pulsões de morte.

Dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones, designan una categoría fundamental de
pulsiones que se contraponen a las pulsiones de vida y que tienden a la reducción completa de
las tensiones, es decir, a devolver al ser vivo al estado inorgánico.
Las pulsiones de muerte se dirigen primeramente hacia el Interior y tienden a la autodestrucción; secundariamente se dirigirían hacia el exterior, manifestándose entonces en forma de pulsión agresiva o destructiva.
El concepto de pulsión de muerte, introducido por Freud en Más allá del principio de placer
(Jenseits des Lustprinzips, 1920) y constantemente reafirmada por él hasta el fin de su obra, no
ha logrado imponerse a los discípulos y a la posteridad de Freud a igual título que la mayoría de
sus aportaciones conceptuales. Sigue siendo una de las nociones más controvertidas. Para
captar su sentido, creemos que no basta remitirse a las tesis de Freud acerca de la misma, o
encontrar en la clínica las manifestaciones que parecen más aptas para justificar esta hipótesis
especulativa; sería necesario, además, relacionarla con la evolución del pensamiento freudiano y
descubrir a qué necesidad estructural obedece su introducción dentro de una reforma más
general («vuelta» de los años 20). Sólo una apreciación de este tipo permitiría encontrar, más
allá de los enunciados explícitos de Freud e incluso de su sentimiento de innovación radical, la
exigencia de la cual este concepto es testimonio, exigencia que, bajo otras formas, ya pudo
ocupar un puesto en modelos anteriores.
Resumamos primeramente las tesis de Freud referentes a la pulsión de muerte. Esta representa
la tendencia fundamental de todo ser vivo a volver al estado inorgánico. En este sentido, «Si
admitimos que el ser vivo apareció después que lo no-vivo y a partir de esto, la pulsión de
muerte concuerda con la fórmula […] según la cual una pulsión tiende al retorno a un estado
anterior». Desde este punto de vista, «todo ser vivo muere necesariamente por causas
internas». En los seres pluricelulares, «[…] la libido sale al encuentro de la pulsión de muerte o de
destrucción que domina en ellos y que tiende a desintegrar este organismo celular y a conducir
cada organismo elemental (cada célula) al estado de estabilidad inorgánica […]. Su misión
consiste en volver inofensiva esta pulsión destructora, y se libera de ella derivándola en gran
parte hacia el exterior, dirigiéndola contra los objetos del mundo exterior, lo cual se hace pronto
con la ayuda de un sistema orgánico particular, la musculatura. Esta pulsión se denomina
entonces pulsión destructiva, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Parte de esta pulsión
se pone directamente al servicio de la función sexual, donde desempeña un papel importante. Se
trata del sadismo propiamente dicho. Otra parte no sigue este desplazamiento hacia el exterior;
persiste en el organismo, donde se halla ligado libidinalmente […]. En ella debemos reconocer el
masoquismo primario, erógeno».
En el desarrollo libidinal del individuo, Freud describió el juego combinado de la pulsión de vida y
la pulsión de muerte, tanto en su forma sádica como en su forma masoquista.
Las pulsiones de muerte se incluyen en un nuevo dualismo, en el cual se contraponen a las
pulsiones de vida (o Eros), que en lo sucesivo comprenderán el conjunto de las pulsiones
anteriormente distinguidas por Freud (véase: Pulsiones de vida; Pulsión sexual; Pulsiones de
autoconservación; Pulsiones del yo). Así, pues, en la conceptualización freudiana, las pulsiones
de muerte aparecen como un nuevo tipo de pulsiones, que no tenía un puesto en las
clasificaciones anteriores (así, por ejemplo, el sadismo y el masoquismo se explicaban por una
compleja interacción de pulsiones de tendencia totalmente positiva); pero al mismo tiempo Freud
los considera como las pulsiones por excelencia, en la medida en que, en ellas, se realiza
eminentemente el carácter repetitivo de la pulsión.
¿Cuáles son los motivos más manifiestos que indujeron a Freud a establecer la existencia de una
pulsión de muerte?
1) La consideración, en muy diversos registros, de los fenómenos de repetición (véase:
Compulsión a la repetición), que difícilmente pueden reducirse a la búsqueda de una satisfacción
libidinal o a una simple tentativa de dominar las experiencias displacenteras; Freud ve en ello la
marca de lo «demoníaco», de una fuerza irrepresible, independiente del principio de placer y
capaz de oponerse a éste. Partiendo de este concepto, Freud va a parar a la idea de un
carácter regresivo de la pulsión, idea que, seguida sistemáticamente, le conduce a ver en la
pulsión de muerte la pulsión por excelencia.
2) La importancia adquirida, en la experiencia psicoanalítica, por las nociones de ambivalencia,
agresividad, sadismo y masoquismo, tal como se desprende, por ejemplo, de la clínica de la
neurosis obsesiva y de la melancolía.
3) Desde un principio el odio se le apareció a Freud como imposible de deducir, desde el punto
de vista metapsicológico, de las pulsiones sexuales. Jamás hará suya la tesis según la cual «[…]
todo lo que se encuentra en el amor de peligroso y hostil debería atribuirse más bien a una
bipolaridad originaria de su propio ser». En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und
Triebschicksale, 1915), el sadismo y el odio son puestos en relación con las pulsiones del yo:
«[…] los verdaderos prototipos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la
lucha del yo por su conservación y afirmación»; Freud ve en el odio una relación con los objetos
«más antigua que el amor». Cuando, como consecuencia de la introducción del concepto de
narcisismo, tiende a borrar la distinción entre dos tipos de pulsiones (pulsiones sexuales y
pulsiones del yo) convirtiéndolos en modalidades de la libido, cabe pensar que halló especial
dificultad en hacer derivar el odio dentro del marco de un monismo pulsional. El problema de un
masoquismo primario, que se había planteado desde 1915, era como el índice que señalaba el
polo del nuevo gran dualismo pulsional que se acerbaba.
La exigencia dualista es, como se sabe, fundamental en el pensamiento freudiano; se pone de
manifiesto en numerosos aspectos estructurales de la teoría y se traduce, por ejemplo, en la
noción de pares antitéticos. Es particularmente imperiosa cuando se trata de las pulsiones, por
cuanto éstos proporcionan, en último término, las fuerzas que se enfrentan en el conflicto
psíquico.
¿Qué papel atribuye Freud a la noción de pulsión de muerte? Ante todo debe notarse que, según
subraya el propio Freud, tal noción se basa fundamentalmente en consideraciones especulativas
y que, por así decirlo, se le fue imponiendo progresivamente: «Al principio presenté estas
concepciones con la única intención de ver adónde conducían, pero, con los años, han adquirido
tal poder sobre mí que ya no puedo pensar de otro modo». Al parecer fue sobre todo el valor
teórico del concepto y su concordancia con una determinada concepción de la pulsión lo que
hizo que Freud insistiera tanto en mantener la tesis de la pulsión de muerte, a pesar de las
«resistencias» que encontró en los propios medios psicoanalíticos y la dificultad que plantea el
intento de basarla en la experiencia concreta. En efecto, como subrayó Freud en repetidas
ocasiones, los hechos muestran que, incluso en los casos en que la tendencia a la destrucción
de otro o de uno mismo es más manifiesta, en que la furia destructiva es más ciega, puede
existir siempre una satisfacción libidinal, satisfacción sexual dirigida hacia el objeto o gozo
narcisista. «Lo que encontramos siempre no es, por así decirlo, mociones pulsionales puras,
sino asociaciones de dos pulsiones en proporciones variables». En este sentido dice a veces
Freud que la pulsión de muerte «[…]se substrae a la percepción cuando no va teñido de
erotismo».
Esto se traduce también en las dificultades que encuentra Freud para sacar partido del nuevo
dualismo pulsional en la teoría de las neurosis o en los modelos del conflicto: «Siempre seguimos
experimentando que las mociones pulsionales, cuando logramos reconstruir su curso, se nos
aparecen como derivados del Eros. Si no fuera por las consideraciones propuestas en Más allá
del principio del placer y finalmente por las contribuciones del sadismo al Eros, nos resultaría
difícil mantener nuestra concepción dualista fundamental». En el artículo Inhibición, síntoma y
angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), que reconsidera el conjunto del problema del
conflicto neurótico y sus diversas modalidades, sorprende efectivamente ver el poco lugar que
Freud concede a la oposición entre los dos grandes tipos de pulsiones, oposición a la que no
atribuye papel dinámico alguno. Cuando Freud se plantea explícitamente el problema de la
relación entre las instancias de la personalidad que acaba de diferenciar (ello, yo, superyó) y los
dos tipos de pulsiones, se observa que el conflicto entre instancias no es superponible al
dualismo pulsional; aunque Freud se esfuerza en determinar la parte correspondiente a las dos
pulsiones en la constitución de cada instancia, en compensación, cuando se trata de describir
las modalidades del conflicto, no se ve intervenir la supuesta oposición entre pulsiones de vida y
pulsiones de muerte: «No se trata de limitar una u otra de las pulsiones fundamentales a una
determinada provincia psíquica. Es necesario poderlas encontrar por todas partes». Con
frecuencia el «hiatus» entre la nueva teoría de las pulsiones y la nueva tópica es todavía más
sensible: el conflicto se convierte en un conflicto entre instancias, en que el ello termina por
representar el conjunto de las exigencias pulsionales, en oposición al yo. En este sentido Freud
pudo decir que, desde un punto de vista empírico, la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones
de objeto seguía conservando su valor; es solamente «[…] la especulación teórica [la que] nos
ha hecho admitir la existencia de dos pulsiones fundamentales [Eros y pulsión destructiva] que
se ocultan tras las pulsiones manifiestas, pulsiones del yo y pulsiones de objeto». Como puede
verse, aquí reasume Freud, incluso en el plano pulsional, un modelo de conflicto anterior a Más
allá del principio del placer (véase: Libido del yo – libido objetal), suponiendo simplemente que
cada una de las dos fuerzas presentes que vemos efectivamente enfrentarse («pulsiones del
yo», «pulsiones de objeto») comprende ella misma una unión de pulsiones de vida y de muerte.
Finalmente, sorprende ver la pequeñez de los cambios manifiestos que la nueva teoría de las
pulsiones aporta, tanto en la descripción del conflicto defensivo como en la de la evolución de
las fases pulsionales.
Si Freud afirma y mantiene hasta el fin de su obra la noción de pulsión de muerte, no lo hace
como una hipótesis impuesta por la teoría de las neurosis. Lo hace porque tal noción es, por una
parte, el resultado de una exigencia especulativa que éste considera fundamental, y, por otra, le
parece inevitablemente sugerida por la insistencia de hechos muy precisos, irreductibles, que
adquieren a sus ojos una importancia creciente en la clínica y en la cura: «Si se abarca en
conjunto el cuadro que forman las manifestaciones del masoquismo inmanente en tantas
personas, la reacción terapéutica negativa y el sentimiento de culpabilidad de los neuróticos,
resulta imposible adherirse a la creencia de que el funcionamiento psíquico viene dominado
exclusivamente por la tendencia al placer. Estos fenómenos indican, de una forma que no puede
ignorarse, la presencia en la vida psíquica de un poder que, según sus fines, denominamos
pulsión agresiva o destructiva, y que hacemos derivar de la pulsión de muerte originaria de la
materia animada».
La acción de la pulsión de muerte podría incluso entreverse en estado puro cuando tiende a
desunirse de la pulsión de vida, por ejemplo, en el caso del melancólico, en el cual el superyó
aparece como «[…] una cultura de la pulsión de muerte».
El propio Freud indica que, dado que su hipótesis « descansa esencialmente sobre bases
teóricas, es preciso admitir que no se halla tampoco al abrigo de objeciones teóricas». En efecto,
numerosos analistas han trabajado en este sentido, sosteniendo, por una parte, que la noción de
pulsión de muerte era inaceptable y, por otra, que los hechos clínicos invocados por Freud
debían interpretarse sin recurrir a esta noción. En forma muy esquemática, estas críticas pueden
clasificarse según distintos niveles:
1) desde un punto de vista metapsicológico, se rehusa considerar la reducción de tensiones
como el patrimonio de un grupo determinado de pulsiones;
2) tentativas de describir una génesis de la agresividad: ya sea haciendo de ésta un elemento
correlativo, al comienzo, de toda pulsión, en la medida en que ésta se realiza en una actividad
que el sujeto impone al objeto, ya sea considerándola como una reacción secundaria a la
frustración proveniente del objeto;
3) reconocimiento de la importancia y de la autonomía de las pulsiones agresivas, pero sin que
éstas puedan adscribirse a una tendencia autoagresiva; negación a hipostasiar, en todo ser
vivo, del par antitético: pulsiones de vida – pulsión de autodestrucción. Puede muy bien afirmarse
que existe desde un principio una ambivalencia pulsional, pero la oposición entre amor y odio, tal
como se manifiesta desde los comienzos en la incorporación oral, sólo debería entenderse en la
relación con un objeto exterior.
Por el contrario, la escuela de Melanie Klein reafirma con toda su fuerza el dualismo de las
pulsiones de muerte y pulsiones de vida, atribuyendo incluso un papel fundamental a las
pulsiones de muerte desde los comienzos de la existencia humana, no sólo en la medida en que
están orientadas hacia el objeto exterior, sino también en cuanto operan en el organismo y dan
lugar a la angustia de ser desintegrado y aniquilado. Pero cabe preguntarse si el maniqueísmo
kleiniano recoge todas las significaciones que Freud había atribuido a su dualismo. En efecto, los
dos tipos de pulsión invocados por Melanie Klein se contraponen ciertamente por su fin, pero no
existe entre ellos una diferencia fundamental en cuanto a su principio de funcionamiento.
Las dificultades que ha encontrado la posteridad freudiana en integrar la noción de pulsión de
muerte inducen a preguntarse qué es lo que considera Freud, con el nombre de Trieb, en su
última teoría. En efecto, produce cierto embarazo designar con la misma palabra pulsión lo que
Freud, por ejemplo, describió y mostró en su acción al detallar el funcionamiento de la sexualidad
humana (Tres ensayos sobre la teoría sexual [Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905]) y
estos «seres míticos» que él ve enfrentarse, no tanto a nivel del conflicto clínicamente
observable como en una lucha que va más allá del individuo humano, puesto que se encuentra
en forma velada en todos los seres vivos, incluso los más primitivos: «[…] las fuerzas
pulsionales que tienden a conducir la vida hacia la muerte podrían muy bien actuar en ellos
desde el principio; pero sería muy difícil efectuar la prueba directa de su presencia, ya que sus
efectos están enmascarados por las fuerzas que conservan la vida».
La oposición entre las dos pulsiones fundamentales guardaría relación con los grandes
procesos vitales de asimilación y desasimilación; en último extremo, desembocaría incluso «[…]
en el par antitético que impera en el reino inorgánico: atracción y repulsión». Este aspecto
fundamental o incluso universal de la pulsión de muerte fue también subrayado por Freud de
muchas formas. Se pone de manifiesto especialmente en la referencia a concepciones
filosóficas como las de Empédocles y Schopenhauer.
Algunos traductores franceses de Freud se han dado perfecta cuenta de que la última teoría de
las «pulsiones» se situaba en un plano distinto al de sus teorías anteriores, como indica el hecho
de que prefieren hablar de «instinto de vida» y de «instinto de muerte», mientras que, en los
restantes textos, traducen el Trieb freudiano por «pulsión». Pero esta terminología es criticable,
ya que la palabra instinto se halla más bien reservada por el uso (y esto en el propio Freud) para
designar comportamientos preformados y fijos, susceptibles de ser observados, analizados, y
específicos del orden vital.
De hecho, lo que Freud intenta explícitamente designar con el término «pulsión de muerte» es lo
que hay de más fundamental en la noción de pulsión, el retorno a un estado anterior y, en último
término, el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico. Lo que así designa, más que un tipo
particular de pulsión, es lo que se hallaría en el principio de toda pulsión.
A este respecto, resulta instructivo observar las dificultades que experimenta Freud para situar
la pulsión de muerte en relación con los «Principios de funcionamiento psíquico» que había
establecido mucho tiempo antes, y sobre todo en relación con el principio de placer. Así, en Más
allá del principio del placer, como indica el mismo título de la obra, se postula la existencia de la
pulsión de muerte a partir de hechos que parecen contradecir dicho principio, pero al mismo
tiempo Freud termina afirmando que «el principio de placer parece, de hecho, hallarse al servicio
de las pulsiones de muerte».
Por lo demás, se dio cuenta de esta contradicción, lo que le condujo a continuación a distinguir
del principio de placer el principio de nirvana; este último, como principio económico de la
reducción de las tensiones a cero, «[…]se hallaría enteramente al servicio de las pulsiones de
muerte». En cuanto al principio de placer, cuya definición se vuelve entonces más cualitativa que
económica, «representa la exigencia de la libido».
Cabe preguntarse si la introducción del principio de nirvana, «expresando la tendencia de la
pulsión de muerte», constituye una innovación radical. Fácilmente puede mostrarse cómo las
formulaciones del principio de placer dadas por Freud a todo lo largo de su obra confundían dos
tendencias: una tendencia a la descarga completa de la excitación y una tendencia al
mantenimiento de un nivel constante (homeostasis).
Por lo demás, se observará que en la primera etapa de su construcción metapsicológica
(Proyecto de psicología científica [Entwurf einer Psychologie, 1895]) Freud había diferenciado
estas dos tendencias hablando de un principio de inercia y mostrando cómo éste se convertía en
una tendencia «a mantener constante el nivel de tensión».
Por lo demás, estas dos tendencias han continuado distinguiéndose, en la medida en que
corresponden a dos tipos de energía, libre y ligada, y a dos modos de funcionamiento psíquico
(proceso primario y proceso secundario). Desde esta perspectiva, la tesis de la pulsión de
muerte puede verse como una reafirmación de lo que Freud consideró siempre como la esencia
misma del inconsciente en lo que éste ofrece de indestructible y de arreal. Esta reafirmación de
lo que hay de más radical en el deseo inconsciente es correlativa con una mutación en la función
última que Freud asigna a la sexualidad. En efecto, ésta, con el nombre de Eros, ya no se define
como una fuerza disruptora y eminentemente perturbadora, sino como principio de cohesión: «El
fin de [el Eros] consiste en crear unidades cada vez mayores y mantenerlas: es la ligazón; el fin
de [la pulsión destructiva] es, por el contrario, disolver los conjuntos y, de este modo, destruir las
cosas» (véase: Pulsiones de vida).
Con todo, aun cuando en la noción de pulsión de muerte se pueda descubrir un nuevo avatar de
una exigencia fundamental y constante del pensamiento freudiano, no puede dejarse de
subrayar que aporta una nueva concepción: hace de la tendencia a la destrucción, como
aparece, por ejemplo, en el sadomasoquismo, un dato irreductible, es la expresión privilegiada
del principio más radical del funcionamiento psíquico, y por último liga indisolublemente, en la
medida en que es «lo que hay de más pulsional», todo deseo, agresivo o sexual, al deseo de
muerte.