Diccionario de psicología, letra A, Ambivalencia

Ambivalencia, término

Ambivalencia
Al.: Ambivalenz. –
Fr.: ambivalence. –
Ing.: ambivalence. –
It.: ambivalenza. –
Por.: ambivaléncia.

Presencia simultánea, en la relación con un mismo objeto, de tendencias, actitudes y sentimientos opuestos, especialmente amor y odio.
La palabra «ambivalencia» fue tomada por Freud de Bleuler, que fue quien la creó. Bleuler consideró la ambivalencia en tres terrenos. Volitivo (Ambitendenz): por ejemplo, el individuo quiere al mismo tiempo comer y no comer. Intelectual: el individuo enuncia simultáneamente una proposición y su contraria. Afectivo: ama y odia en un mismo movimiento a la misma persona.
Bleuler considera la ambivalencia como uno de los síntomas cardinales de la esquizofrenia, pero reconoce la existencia de una ambivalencia normal.
La originalidad del concepto de ambivalencia, en relación con lo descrito hasta entonces como complejidad de sentimientos o fluctuaciones de actitudes, estriba, por una parte, en el mantenimiento de una oposición del tipo sí-no, en que la afirmación y la negación son simultáneas e inseparables; y por otra, en el hecho de que esta oposición fundamental puede encontrarse en distintos sectores de la vida psíquica. Bleuler termina por privilegiar a la ambivalencia afectiva, y en este sentido se orienta el empleo freudiano del término.
Esta palabra aparece por vez primera en Freud en La dinámica de la transferencia (Zur Dynarnik der übertragung, 1912), para explicar el fenómeno de la transferencia negativa: «[… ] se la descubre a menudo juntamente con la transferencia positiva, al mismo tiempo y teniendo por objeto una sola y misma persona […] es la ambivalencia de las tendencias afectivas [GeffihIsrichtungen] la que nos permite comprender mejor la aptitud de los neuróticos para poner su transferencia al servicio de la resistencia». Pero ya antes se encuentra la idea de una conjunción del amor y el odio, por ejemplo en el análisis del Pequeño Hans y de Un caso de neurosis obsesiva: «Una batalla se libraba, en el interior de nuestro enamorado, entre el amor y el odio dirigidos hacia la misma persona».
En Las pulsiones y sus destinos (Triebe und Triebschicksale, 1915), Freud habla de ambivalencia refiriéndose al par antitético actividad-pasividad: «[…] la moción pulsional activa coexiste con la moción pulsional pasiva». Esta utilización tan amplia del término «ambivalencia» es rara. En este mismo texto, donde se aprecia con más nitidez la ambivalencia es en la oposición «material» amor-odio, que se dirige a un mismo y único objeto.
La ambivalencia se descubre, sobre todo, en determinadas enfermedades (psicosis, neurosis obsesiva), así como en ciertos estados (celos, duelo); y caracteriza algunas fases de la evolución de la libido, en las que coexisten amor y destrucción del objeto (fases sádico-oral y sádico-anal).
En este sentido, la ambivalencia se convierte para Abraham en una categoría genética, que permite definir la relación de objeto propia de cada fase. La fase oral primaria se califica de preambivalente: «[La succión] es ciertamente una incorporación, pero que no pone fin a la existencia del objeto». Para este autor, la ambivalencia sólo aparece con la oralidad sádica, canibalística, que implica una hostilidad hacia el objeto; luego el individuo aprende a manejar su objeto, a preservarlo de la destrucción. Finalmente, la ambivalencia puede superarse en la fase genital (postambivalente). En las obras de Melanie Klein, que guardan una relación de filiación con las de Abraham, la noción de ambivalencia es esencial. Para ella, la pulsión es desde un principio ambivalente: «el amor» por el objeto no puede separarse de su destrucción; la ambivalencia se convierte entonces en una cualidad del propio objeto, contra la cual lucha el sujeto escindiéndolo en objeto «bueno» y «malo»: sería intolerable un objeto ambivalente, que fuera a la vez idealmente bienhechor y profundamente destructor.
Con frecuencia la palabra ambivalencia se utiliza en psicoanálisis con una acepción muy amplia.
En efecto, puede emplearse para designar los actos y sentimientos que resultan de un conflicto defensivo en el que intervienen motivaciones incompatibles; dado que lo que resulta placentero para un sistema es displacentero para otro, podría calificarse de ambivalente toda «formación de
compromiso». Pero entonces existe el peligro de que el término «ambivalencia» sirva, de un modo vago, para designar toda clase de actitudes conflictivas. Para que conserve el valor descriptivo, o incluso sintomatológico, que originalmente tenía, convendría utilizarla en el análisis de conflictos específicos, en los que el componente positivo y el componente negativo de la actitud afectiva se hallen simultáneamente presentes, sean indisolubles, y constituyan una oposición no dialéctica, insuperable para el sujeto que dice a la vez sí y no.

¿Haría falta, para explicar la ambivalencia en último análisis, postular, como admite la teoría freudiana de las pulsiones, la existencia de un dualismo fundamental? Es así como la ambivalencia del amor y del odio se explicaría por su evolución específica: el odio originándose en las pulsiones de autoconservación («su prototipo se encuentra en las luchas del yo para mantenerse y afirmarse»; el amor originándose en las pulsiones sexuales. La oposición entre pulsiones de vida y pulsiones de muerte en la segunda concepción de Freud situaría aún más claramente las raíces de la ambivalencia en un dualismo pulsional (véase: Unión-desunión).
Se observará que Freud, al fin de su obra, tiende a conceder a la ambivalencia una importancia creciente en la clínica y la teoría del conflicto. El conflicto edípico, en sus raíces pulsionales, se concibe como un conflicto de ambivalencia (Ambivalenz Konflikt), siendo una de sus principales dimensiones la oposición entre «[…]un amor bien fundado y un odio no menos justificado, dirigidos ambos hacia la misma persona». Desde este punto de vista, la formación de los síntomas neuróticos se concibe como el intento de aportar una solución a tal conflicto: así, la fobia desplaza uno de los componentes, el odio, hacia un objeto substitutivo; la neurosis obsesiva intenta reprimir la moción hostil reforzando la moción libidinal bajo la forma de una formación reactiva. Esta diferencia de enfoque que en la concepción freudiana del conflicto es interesante en cuanto sitúa las raíces del conflicto defensivo en la dinámica pulsional, y también porque induce a buscar, tras el conflicto defensivo (en la medida en que éste pone en juego las instancias del aparato psíquico), las contradicciones inherentes a la vida pulsional.

s. f. (fr. ambivalence; ingl. ambivalence; al. Ambivalenz). Disposición psíquica de un sujeto que experimenta o manifiesta simultáneamente dos sentimientos, dos actitudes opuestas hacia un mismo objeto, hacia una misma situación. (Por ejemplo, amor y odio, deseo y temor, afirmación y negación.)
La noción de ambivalencia fue introducida por E. Bleuler en 1910 con ocasión de sus trabajos sobre la esquizofrenia, en la que esta tendencia paradójica se le presentaba en sus formas más características. Después, S. Freud recurrió a esta noción, cuya importancia en los diferentes registros del funcionamiento psíquico no dejó de subrayar, tanto para dar cuenta de conflictos intrapsíquicos como para caracterizar ciertas etapas de la evolución libidinal, y hasta el aspecto fundamentalmente dualista de la dinámica de las pulsiones.
La coexistencia, en un sujeto, de tendencias afectivas opuestas hacia un mismo objeto induciría la organización de ciertos conflictos psíquicos que le imponen al sujeto actitudes perfectamente contradictorias. En este mismo sentido, M. Klein menciona la actitud fundamentalmente ambivalente del sujeto en su relación con el objeto, que le aparece cualitativamente clivado en un «objeto bueno» y un «objeto malo».
El amor y el odio constituyen a este respecto una de las oposiciones más decisivas en el advenimiento de tales conflictos. La ambivalencia aparecería también como un factor constitutivamente ligado a ciertos estadios de la evolución libidinal del sujeto, en los que coexisten al mismo tiempo mociones pulsionales contradictorias. Como, por ejemplo, la oposición amor -destrucción del estadio sádico-oral, o actividad-pasividad del estadio sádico-anal. En este sentido, la ambivalencia está entonces directamente articulada con la dinámica pulsional.
La idea de una ambivalencia intrínsecamente ligada al dinamismo de las pulsiones se vería reforzada, además, por el carácter oposicional de las pulsiones mismas: pulsiones de autoconservación -pulsiones sexuales, y más nítidamente aún en el dualismo pulsiones de vida – pulsiones de muerte.

Elaborado por Bleuler en una perspectiva clínica, retornado por Abraham desde el punto de vista genético y de su interés práctico en el desarrollo de la cura, abordado por Freud desde un doble punto de vista, práctico y teórico, el concepto de ambivalencia sólo reveló todo su alcance gracias al desarrollo de la segunda tópica.

En la tercera edición (1920) de su Tratado de psiquiatría, Bleuler presenta en primer lugar «la ambivalencia afectiva» con referencia a la experiencia común. «Ya el sujeto normal, en efecto, siente dos almas en su pecho. Teme un acontecimiento y lo anhela (herbeisehren) al mismo tiempo»; por ejemplo, una operación, ocupar un nuevo cargo. Con la mayor frecuencia, y del modo más dramático, estos trastornos dobles son la consecuencia de representaciones de
personas odiadas, temidas o amadas al mismo tiempo, en particular cuando interviene la sexualidad, que implica un factor positivo poderoso y un factor negativo no menos poderoso.


Este último está condicionado por el sentimiento de vergüenza y las inhibiciones sexuales, por la apreciación negativa de la actividad sexual como un pecado, y por la valorización de la ascesis como una virtud elevada.
Sobre este punto, Bleuler remite al lector a su artículo de 1915, aparecido en el Jahrbuch für Psychanalytische Forschungen, con el título de «La resistencia sexual». De modo que, en su pensamiento, la ambivalencia aparece como complementaria de la represión; es el sentmiento que acompaña a la represión. Sin embargo, precisa Bleuler, esas tonalidades de sentimientos ambivalentes son excepcionales en las personas que disfrutan de buena salud. En síntesis, el fenómeno resulta de apreciaciones contradictorias. El sujeto ama menos en razón de las malas cualidades, y odia menos en razón de las buenas cualidades, pero el enfermo no puede reunir las dos tendencias. Odia y ama a la vez, sin que los dos efectos se atenúen o interfieran recíprocamente. Desea la muerte de su mujer, y cuando una alucinación se la presenta desespera, y quizá llore y a continuación ría. Estos pares ambivalentes son principalmente los que se ponen de manifiesto en la patología o en numerosos fenómenos de la psique normal,
como el sueño y la poesía. Finalmente, Bleuler señala que se los observa a menudo en la esquizofrenia.
Además se advierte que un bosquejo puramente descriptivo de la ambivalencia, basado en la prolongación que aporta la clínica al testimonio de la experiencia común, ayuda muy poco a construir el concepto de una manera que le otorgue valor operatorio. Esto es lo que demuestra en particular la contribución de Abraham, fundada en el análisis de la melancolía, así como la concepción de Bleuler lo había sido en el de la esquizofrenia. En efecto, ubicándose en una
perspectiva genética, abierta por la afección melancólica, y en cuanto ésta aparece como marcada por el sello de la oralidad, Abraham se esforzó en presentar la ambivalencia como característica de ese momento de la organización libidinal en el que el devoramiento agresivo del objeto se descubre originariamente asociado a su investidura. Por ello no es posible llevar a este
nuevo campo de investigación los primeros trazos que el concepto había recibido del análisis de la esquizofrenia.


En realidad, es de la construcción del concepto de pulsión en «Pulsiones y destinos de pulsión» que Freud saca partido para introducir la elaboración de un concepto cuyo valor operatorio se revelará posteriormente. «La historia de amor, en su génesis y en sus relaciones, nos permite comprender por qué tan a menudo se presenta como ambivalente, es decir, acompañado de mociones de odio que apuntan al mismo objeto. El odio mezclado con el amor proviene en parte de los estadios preliminares del amor, no superados del todo, y en parte se funda en reacciones de rechazo procedentes de las pulsiones del yo, reacciones que, en los frecuentes conflictos entre los intereses del yo y los del amor, pueden invocar motivos reales y actuales. Así, en estos dos casos, este elemento de odio tiene su fuente en las pulsiones de conservación del yo.
Cuando la relación de amor con un objeto determinado se rompe, no es raro que la reemplace el odio: tenemos entonces la impresión de ver al amor transformarse en odio. Pero vamos más allá de esta descripción si concebimos que, en este caso, el odio, que tiene motivación real, es reforzado por la regresión del amor al estadio preliminar sádico, de manera que ese odio adquiere un carácter erótico y queda así asegurada la continuidad de una relación amorosa.»


La noción de pulsión de muerte aporta una doble profundización a estos modos de ver: por una parte, la interferencia del amor y el odio se presenta como expresión de la intrincación de dos tipos de pulsiones (cuarta parte de El yo y el ello, titulada «Las dos clases de pulsiones»). «El examen analítico del proceso de transformación paranoica nos sugiere la posibilidad de otro mecanismo. Se trata sobre todo de una actitud ambivalente de entrada; en cuanto a la transformación, ella tendría lugar gracias a un desplazamiento reactivo de la carga energética, siendo una cierta cantidad de energía sustraída a las tendencias eróticas y aportada a las tendencias hostiles.»
Por otra parte, la energía así desplazada se encontrará devuelta a su fuente. «La hipótesis de una transformación directa se revela como inútil, en cuanto esa transformación sería incompatible con las diferencias cualitativas que existen entre las dos clases de pulsiones.
Teniendo en cuenta la posibilidad de este otro mecanismo de la transformación del amor en odio, hemos introducido tácitamente una hipótesis que ahora tenemos que hacer explícita. Hemos supuesto en la vida psíquica (en el yo o en el ello, poco importa) una energía susceptible de desplazamiento y que, indiferente en sí misma, puede sumarse a una tendencia erótica o destructiva cualitativamente diferenciada y aumentar su carga energética total. Sin esta hipótesis de una energía susceptible de desplazamiento, nuestra explicación falla por la base.»