Diccionario de psicología, letra P, Psicosomático

Psicosomático

ca adj. y s. f. (fr. psychosomatique, ingl. psychosomatic; al. psychosomatisch). Se dice de
fenómenos patológicos orgánicos o funcionales cuando su desencadenamiento y evolución son
comprendidos como la respuesta del cuerpo viviente a una situación simbólica crítica pero que no sido tratada como tal por el inconciente del sujeto, lo que los distingue de los síntomas de conversión histéricos, que son, por su parte, formaciones del inconciente.
Para los psicoanalistas, la psicosomática consiste en tomar en cuenta en el determinismo de las
enfermedades la situación del sujeto con respecto al goce y al deseo inconcientes. Lo que la
medicina, en tanto saber científico, no puede en efecto captar, no es el psiquismo, sino el cuerpo en tanto goza. Existe un corte, irreductible para la ciencia, que pasa por el cuerpo: entre el cuerpo de los conocimientos médicos y el cuerpo del inconciente, un saber sobre el goce que sólo cuenta para el sujeto.
La palabra «psicosomática», ausente en Freud y Groddeck, aparece en los Estados Unidos
hacia 1930, con Alexander y Dumbar. Alexander se refiere a un esquema energético. Las
neurosis «ordinarias» implican una estasis de la energía en el aparato psíquico. Pero esta
energía puede también estancarse en un órgano o un aparato específicamente investido por la vida psíquica, creando así una neurosis de órgano y, en ciertos casos, lesiones orgánicas.
Dumbar relaciona ciertas enfermedades con ciertos tipos de personalidad. Cree, por otra parte,
que la exclusión del conflicto fuera de la conciencia produce una especie de cortocircuito a
través de mecanismos subcorticales. Esta noción de exclusión del conflicto ha sido retomada
por la Escuela Psicosomática de París, que sitúa el proceso de somatización ya en el nivel de
una deficiencia del funcionamiento mental. Marquemos aquí la diferencia que nos separa de esta
escuela, que inauguró la investigación psicosomática en Francia, pues tiene consecuencias
sobre la actitud del psicoanalista. Esta escuela mantiene la metáfora energética,
indiscutiblemente freudiana, como fundamento de la teoría psicosomática. De lo que se sigue
que, para ella, el peligro provendría de un real constituido por el «cuerpo de los comportamientos arcaicos y automáticos que podrían actualizarse en cualquier momento por efecto de un exceso de estimulación o de un desfallecimiento del funcionamiento mental» (C. Dejours). Con Lacan, más bien se hace evidente que el efecto psicosomático proviene de la notable aptitud del cuerpo al condicionamiento, o sea, a someterse al imperativo de signos, que en la experiencia pavloviana son de hecho significantes del experimentador. El peligro viene del Otro.
En el hombre, a causa de la gran prematurez de su nacimiento, su cuerpo empalma inicialmente con esa máquina extracorporal (J. Bergés) que es la madre. En consecuencia, la satisfacción de las necesidades vitales se ve sometida a su omnipotencia. Ahora bien, lo que regula su capricho o su deseo, su saber inconciente, está estructurado como un lenguaje.
Nuestro cuerpo, privado de instinto, es invadido así progresivamente por otro cuerpo, el de la
lengua materna, que va a hacer de él un cuerpo humano. La regulación de su fisiología
dependerá de la posición del sujeto con respecto a la constelación significante que le dicta las
condiciones de su existencia, y especialmente del significante fálico, cuyo privilegio es significar
la relación de su cuerpo viviente con el deseo del Otro.
Si se examinan las circunstancias de desencadenamiento de los fenómenos psicosomáticos, por ejemplo de las crisis de rectocolitis hemorrágica, se comprueba que son acontecimientos bastante diversos: separación, duelo, examen, compromiso, cruce de fronteras, etc., pero que tienen como punto en común la imposición de una pérdida, la instauración de un límite; dicho de otro modo, ponen en juego la significación fálica (V. Nusinovici). Muy a menudo, la respuesta somática a este acontecimiento castratorio no ha sido precedida por una angustia, señal que se desencadena en presencia del deseo inconciente, ni por una vacilación, sino solamente a veces por un pensamiento obsesivo, sin límite, sin corte. Esta ausencia de angustia es tanto más
significativa cuanto que el mismo sujeto puede experimentarla en otras circunstancias.
Por otra parte, a partir de 1963, Marty y M’Uzan describen en numerosos pacientes
psicosomáticos un modo de pensamiento particular, calificado de «pensamiento operatorio», cuyos rasgos principales son los siguientes: este pensamiento no tiende a significar la acción sino a duplicarla, tiene los rasgos del superyó, supone que el otro es considerado como idéntico, presenta fenómenos de seudo desplazamientos que no son metáforas concientes ni lapsus,  parece saltar o soslayar toda la actividad fantasmática, el sujeto está presente pero es vacío, etcétera.
Esta descripción traduce una especie de toma de distancia del orden fálico, que implica límite,
disimetría, equívoco, sobrentendido (pues toda significación puede ser remitida a una
significación sexual), y el predominio, en estos pacientes, de un modo de identificación
imaginaria cuasi transitivista, en detrimento de la identificación simbólica: con un rasgo que sólo
vale por su diferencia.
Su búsqueda de una garantía de la verdad no se hará por medio del recurso a la fe en un padre
simbólico, y estos pacientes manifiestan una reticencia notoria hacia la trasferencia. Se
preocupan más bien por encontrar esta garantía en el mantenimiento de un lugar imaginario
totalitario con el cuerpo de alguien cercano (padre, madre, cónyuge) y se muestran ávidos de una relación de amor con el terapeuta situado como un semejante. Todo ocurre como si ellos
actuasen en función de un fantasma de una lengua materna (Ch. Melman), es decir, con la idea
de que toda desgracia provendría de la introducción de un extraño corruptor, el significante amo
(es decir, fálico), en una lengua que de otro modo sería perfecta, purificada de todo equívoco,
que aseguraría la satisfacción total de las demandas y daría acceso a un goce sin límite,
Precisamente cuando las circunstancias vienen a denunciar la falsedad de este fantasma, se
desencadena la enfermedad. No perder nada es condenarse a no existir: un significante amo S,
sólo representa a un sujeto para otro significante S2 (el saber del Otro) al precio de una pérdida,
la del objeto a, fragmento de goce perdido en la puesta en palabras de la demanda. Este objeto
fija la separación entre los dos significantes y produce el equívoco fálico. Por no consentir
ninguna pérdida, se produce el mecanismo llamado por Lacan «holofrase». En la holofrase, el
sujeto ya no aparece más como equívoco sino que deviene inseparable de una especie de
monolito S1-S2, La inscripción de ese bloque, de ese uno totalizante, sobrepasa las posibilidades
de lo simbólico. Este corte se inscribe fuera del cuerpo simbólico (a diferencia del síntoma
histérico), entre cuerpo imaginario y cuerpo real, en lenguaje binario: una crisis o una ausencia
de crisis mórbida. La lesión del órgano o de la función conserva sin embargo una dimensión imaginaría en su forma o su proceder que autoriza a veces una tentativa de desciframiento (del modo en que una letra sacada del texto vuelve a encontrar su forma). Notemos sin embargo que los efectos benéficos de la cura se deben en primer lugar a la reconstitución del lazo protector, y luego al enfrentamiento progresivo del sujeto con el muro del lenguaje, a través del cual es llevado a tomar en cuenta la dimensión de lo imposible.