Diccionario de psicología, letra R, Rasgo o trazo unario

Rasgo [o trazo] unario
 (fr. trait unaire; al. einziger Zug). Concepto introducido por J. Lacan, a partir de Freud, para
designar al significante en su forma elemental y dar cuenta de la identificación simbólica del
sujeto.
Según Freud, cuando el objeto se pierde, el investimiento que se dirigía a él es remplazado por
una identificación que es «parcial, extremadamente limitada y que toma solamente un rasgo (al.
einziger Zug) de la persona objeto» (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921). A partir de
esta noción freudiana de identificación con un rasgo único, y apoyándose en la lingüística de F.
de Saussure, Lacan elabora el concepto de rasgo unario.
Según Saussure, la lengua está constituida por elementos discretos, por unidades que sólo
valen por su diferencia. En ese sentido, Lacan habla de «ese uno al que se reduce en último
análisis la sucesión de los elementos significantes, el hecho de que ellos sean distintos y de que
se sucedan». El rasgo unario es el significante en tanto es una unidad y en tanto su inscripción
hace efectiva una huella, una marca. En cuanto a su función, está indicada por el sufijo «-ario»,
que evoca, por una parte, el conteo (este sufijo se emplea para formar sustantivos de valor
numeral) y, por otra parte, la diferencia (los lingüistas hablan de «rasgos distintivos binarios»,
«terciarios»).
Para explicar cómo entra en juego el rasgo unario, Lacan utiliza el siguiente ejemplo: ha
observado en el museo de Saint-Germain-en-Laye una costilla de animal prehistórico cubierta de
una serie de marcas, de rasgos que supone han sido trazados por un cazador, representando
cada uno de ellos un animal muerto. «El primer significante es la muesca, con la que por ejemplo
queda marcado que el sujeto ha matado un animal, por lo cual no lo confundirá en la memoria
cuando haya matado otros diez. No tendrá que acordarse de cuál es cuál, y los contará a partir
de este rasgo unario» (seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, 1964).
Que cada animal, cualesquiera que sean sus particularidades, sea contado como una unidad,
significa que el rasgo unario introduce un registro que se sitúa más allá de la apariencia sensible.
En ese registro, que es el de lo simbólico, la diferencia y la identidad ya no se basan más en la
apariencia, es decir, en lo imaginario. La identidad de los rasgos reside en que estos sean leídos
como unos, por irregular que sea su trazado. En cuanto a la diferencia, es introducida por la
seriación de los rasgos [o trazos]: los unos son diferentes porque no ocupan el mismo lugar.
Esta diferencia del significante consigo mismo cuando se repite es considerada por Lacan como
una de sus propiedades fundamentales. Ella hace que la repetición significante (el concepto
freudiano de repetición) no sea un eterno retorno.
El rasgo unario, en tanto permite el conteo, es el soporte de la identificación del sujeto. El niño,
efectivamente, no cuenta sólo objetos, se cuenta a sí mismo y muy pronto. «El sujeto, cuando
opera con el lenguaje, se cuenta, esta es su posición primitiva». Está implicado «de una manera
radicalmente constitutiva» en una actividad inconciente de conteo (seminario La identificación).
De este modo, si el niño se incluye en el número de sus hermanos diciendo, por ejemplo: «Tengo
tres hermanos, Pablo, Ernesto y yo», es porque «antes de toda formación de un sujeto, de un
sujeto que piensa, que se sitúa, ello cuenta, está contado, y en lo contado ya está incluido el que
cuenta» (Los cuatro conceptos fundamentales…). Sólo en un segundo tiempo se reconoce como
el que cuenta y que, por ello, puede descontarse. Estas operaciones, y particularmente su
capacidad para descontarse, hacen que el sujeto se identifique como uno.
A modo de ejemplo de las relaciones entre el conteo y la identificación, podemos citar un pasaje
de las Historias del buen Dios de R. M. Rilke. Una mujer termina así la carta dirigida al narrador:
«Yo y cinco niños más, incluyéndome». El narrador le responde: «Yo que también soy uno,
porque me incluyo».
El sujeto no es por lo tanto uno en el sentido en que el círculo o la esfera simbolizan la
unificación, sino uno corno el «vulgar palito» que es el trazo. La unificación, desde el punto de
vista psicoanalítico, es un fantasma, y la identificación no tiene nada que hacer con ella. Debe
destacarse también que la elaboración del rasgo unario es concomitante del trabajo de Lacan
sobre superficies de propiedades topológicas diferentes a las de la esfera: toro, cross-cap, etc.
(Seminario IX, 1961-62, «La identificación»).
La identificación con el rasgo unario es la identificación mayor. Freud, como se ha visto, muestra
que el sujeto se identifica con un rasgo único del objeto perdido. Lacan agrega que, si el objeto
es reducido a un rasgo, esto se debe a la intervención del significante. El rasgo unario por lo
tanto no es solamente lo que subsiste del objeto, también es lo que lo ha «borrado» (a este
respecto, es la encarnación del significante fálico, y también, por otra parte, su imagen). La
identificación con el rasgo unario, que es entonces correlativa de la castración y del
establecimiento del fantasma, constituye la columna vertebral del sujeto.
Identificado con el rasgo unario, el sujeto es un uno, idéntico en esto a todos los otros unos que
han pasado por la castración, incluido con ellos en el mismo conjunto. Pero ha adquirido también
la capacidad (de la que en general no se priva) de distinguirse de los otros haciendo valer su
singularidad a través de un solo rasgo, de un rasgo cualquiera. Es el «narcisismo de la pequeña
diferencia» descrito por Freud.
El rasgo unario, jalón simbólico, sostiene la identificación imaginaria. Cierto que la imagen del
cuerpo le es dada al niño en la experiencia del espejo, pero, para que pueda apropiársela,
interiorizarla, es necesario que entre en juego el rasgo unario, lo que requiere que pueda ser
captado en el campo del Otro. Lacan ilustra esta captación evocando el momento en que el niño
que se mira en el espejo se vuelve hacia el adulto en busca de un signo que venga a autentificar
su imagen. Este signo dado por el adulto funciona como un rasgo unario. A partir de él se
constituirá el ideal del yo.