Diccionario de psicología, letra R, representación

Representación
Al.: Vorstellung.
Fr.: représentation.
Ing.: idea o presentation.
It.: rappresentazione.
Por.: representação.
Término utilizado clásicamente en filosofía y psicología para designar «lo que uno se representa,
lo que forma el contenido concreto de un acto de pensamiento» y «especialmente la
reproducción de una percepción anterior». Freud contrapone la representación al afecto,
siguiendo cada uno de estos elementos, en los procesos psíquicos, un diferente destino.
El término Vorstellung forma parte del vocabulario clásico de la filosofía alemana. Su acepción no
es modificada por Freud en un principio, pero el uso que de él hace es original(58). Indicaremos
aquí brevemente en qué consiste esta originalidad.
1.° Los primeros modelos teóricos destinados a explicar las psiconeurosis se centran en la
distinción entre quantum de afecto y representación. En la neurosis obsesiva, el quantum de
afecto se ha desplazado desde la representación patógena ligada al acontecimiento
traumatizante a otra representación que el sujeto considera insignificante. En la histeria, el
quantum. de afecto se convierte en energía somática, y la representación reprimida es
simbolizada por una zona o una actividad corporales. Esta tesis, según la cual la separación
entre el afecto y la representación se halla en el principio de la represión, conduce a describir un
destino diferente para cada uno de estos elementos y a considerar la acción de procesos
distintos: la representación es «reprimida», el afecto «suprimido», etc.
2.° Ya es sabido que Freud habla de « representaciones inconscientes» indicando, por la reserva sit venia verbo, que no se le escapó la paradoja inherente a la unión de ambos términos.
Si, no obstante, conserva esta expresión, ello indica que, en la utilización que efectúa de la
palabra Vorstellung, pasa a segundo plano un aspecto prevalente en la filosofía clásica, el de
representarse, subjetivamente, un objeto. La representación sería más bien aquello que, del
objeto, viene a inscribirse en los «sistemas mnémicos».
3.° Ahora bien, como es sabido, Freud no concibe la memoria como un simple receptáculo de
imágenes, según una concepción estrictamente empírica, sino que habla de sistemas mnémicos,
reduce el recuerdo a diferentes series asociativas y finalmente designa con el nombre de
«huella mnémica», más que una «débil impresión» que guarda una relación de similitud con el
objeto, un signo siempre coordinado con otros y que no va ligado a una determinada cualidad
sensorial. Desde esta perspectiva, la Vorstellung de Freud ha podido equipararse a4 concepto
lingüístico de significante.
4.° Sin embargo, cabe distinguir aquí, con Freud, dos niveles de estas « representaciones »: las
« representaciones de palabra» y las «representaciones de cosa». Esta distinción subraya una
diferencia, a la cual, por lo demás, Freud atribuye un valor tópico fundamental; las
representaciones de cosa, que caracterizan el sistema inconsciente, se hallan en una relación
más inmediata con la cosa: en la «alucinación primitiva», la representación de cosa sería
considerada por el niño como equivalente del objeto percibido y catectizada en la ausencia de
éste (véase: Experiencia de satisfacción).
De igual forma, cuando Freud, especialmente en las primeras descripciones que dio de la cura
en los años 1894-1896, busca, al extremo de las vías asociativas, la «representación
inconsciente patógena», lo que perseguiría sería el punto último en el que el objeto es
inseparable de sus huellas, el significado inseparable del significante.
5.° En el empleo freudiano, la distinción entre la huella mnémica y la representación como catexis
de la huella mnémica, si bien implícitamente presente, no es expresada siempre con claridad. Sin
duda, ello es debido a que resulta difícil concebir en el pensamiento freudiano una huella
mnémica pura, es decir, una representación totalmente desprovista de catexis, tanto por parte
del sistema inconsciente como por parte del sistema consciente.

Representación.
Según la concepción filosófica clásica, la representación (Vorstellung) tiene por finalidad indicar lo que uno se representa. El diccionario Robert la entiende como «el hecho de hacer perceptible (un objeto, ausente o un concepto) por medio de una imagen de una figura, de un signo»; se trata de hacer ver, de poner ante los ojos. En primer lugar, el pensamiento parece ir a la par con la imagen. ¿Qué es la imagen en este caso? Aparece como una reproducción, y lleva en sí la idea de un objeto que sería su referente. Implicará una mirada, un potencial de proyecciones y
asociaciones respecto de ella, en consecuencia un espacio reservado a terceros y, por otra
parte, entre los numerosos pensamientos que ella precisamente suscita, se puede retener que
es un recorte singular y que como tal excluye toda otra escena, mientras lleva en sí todo tipo de
escenas, puesto que su función es suscitar transferencias.
Para Freud, la Vorstellung es más precisamente una noción clave destinada a sostener la teoría
de la pulsión, de la que sabemos, por el artículo dedicado a ella, que es un concepto límite entre
lo psíquico y lo somático. Estas tres indicaciones (pensamiento, imagen, somático), muy
diferentes en sus ramificaciones conceptuales y epistemológicas, tienen un punto común, el de
la cuestión de la presencia, del presente propiamente dicho como función temporal. ¿Qué es la
presencia, el instante, lo inmediato, en síntesis, esas instancias que le dan al sujeto la impresión
de una existencia verdadera, esos pequeños lapsos en los que hay justamente como una
certidumbre de estar allí, en cuerpo y alma, a veces en un silencio edificante?
Estamos acostumbrados a considerar que el pensamiento no puede prescindir de las palabras.
Lacan irá más lejos, al afirmar la primacía del lenguaje sobre el inconsciente. Ahora bien, si se
siguen las sugerencias precedentes, la efectividad del lenguaje no deja de suscitar algunas
reservas. En efecto, ¿qué recubre la primacía aparente de la imagen, puesta en paralelo con las
cuestiones que surgen del cuerpo?
En esta acepción, el pensamiento comenzaría desprendiéndose del ver, lo que querría decir que
jamás puede presentarse de entrada, a partir de la presencia más inmediata. Asimismo, como la
pulsión concierne en gran parte a lo somático, está claro que también lo somático tiene que
hacerse representar. En un primer momento, la representación indica entonces una pérdida del
presente mientras marca su incidencia. ¿Cómo pensamos? La pérdida de la presencia permitiría
decir que lo hacemos retirándonos de la escena del aquí y ahora. Además, para abordar la
noción de representación algunos comentadores proponen una confrontación entre la
representación teatral y la representación diplomática. Sería propio de la representación teatral
figurar esa puesta en presencia a la que acabamos de referimos. Pero si esta «figura
evocadora» presentifica la vida, lo hace en dos aspectos: hace presentes las situaciones
significantes en lo que tienen de visible (por ejemplo, gestos, palabras «que no hacen más que
darles una apariencia concreta a situaciones imaginarias»), pero también en sus significaciones
invisibles. La representación teatral, que parece la más acabada para enunciar pensamientos,
se encuentra también paradójicamente en las proximidades de fenómenos difíciles de manejar
teóricamente, como la percepción, lo experimentado, lo entendido… funciones subjetivas que,
aunque la metáfora teatral sea representada por un personaje muy concreto, dejan a su testigo
en una sombra de la que él tiene que hacer obra. Ahora bien, ¿de qué modo un pensamiento
representado (si aceptamos que la representación teatral llega a representarlo) resuena
entonces sobre su testigo? Veamos ahora el segundo tipo de representación: en el caso de la
representación diplomática, se trata «de una transferencia de atribuciones en virtud de la cual
una persona puede actuar en nombre y en lugar de la persona que representa». De inmediato se
advierte que un cuerpo ocupa el lugar de otro cuerpo, que la presencia de éste implica la
ausencia de aquél.
Retornando este razonamiento, se distinguen la presencia efectiva, directa, de una persona, de
un objeto, de una acción (representación teatral que implica lo visible y lo invisible), y la
presencia indirecta, «mediatizada por la primera, que no pertenece al campo de la aprehensión
directa». La representación teatral ya no se realiza entonces por ella misma, sino sólo de manera
instrumental. Presta su efectividad a la otra presencia, le permite a la realidad representada
entrar en la esfera de la aprehensión, sin dejar por ello de permanecer como tal en la distancia
que la retiene afuera de esa esfera.
El proceso de conocimiento implica este doble movimiento; a su término la representación se
convierte en un objeto de conocimiento. No obstante, es notable que las dos caras que definen
la representación se sirvan de metáforas corporales para tratar de delimitar la cuestión del
pensamiento; en ambos casos, hay en primer lugar un cuerpo; en el primero (representación
teatral), está presente, in situ; en el segundo (representación diplomática), está ausente,
reemplazado por otro, es decir presente por su ausencia. Pensar sería entonces jugar mediante
palabras con posiciones diversas en esta alternancia de aparición y desaparición de dos
cuerpos. La prueba del sujeto consistiría en atravesar ese entre-dos, y el papel del pensamiento
sería aprehender la cualidad de lo presente. Se puede igualmente decir que esta doble
articulación de presencia y ausencia del cuerpo equivaldría a la instauración del pensamiento; si
no hubiera alternancia, sólo habría lógicamente «cuerpo-pensamiento», o sea fractura, trauma,
sin apertura al tercero, a la representación, precisamente. De hecho, en su presencia compleja,
la representación abre también al tiempo, a la memoria. «La impotencia» del presente para
mantener la representación sin esta alternancia de aparición y desaparición de dos cuerpos
implica un retorno obligado a las escenas originarias que paradójicamente ocupan el lugar de una
presencia infalible (según Freud, la observación del comercio sexual de los padres, la
seducción, la castración, el retorno a la vida intrauterina. «Un caso de paranoia que contradice la
teoría psicoanalítica»). Estos «instantes» traumáticos están perdidos, y la representación se
articula allí con esta pérdida.
La pareja princeps formulada por la metapsicología, la de pulsión y representación, plantea
asimismo una cuestión de alternancia entre lo psíquico y lo somático. Esta alternancia suscita en
primer lugar cuestiones de espacio. Ahora bien, ésta es precisamente la preocupación de Freud.
En su articulación con la pulsión («concepto límite entre lo psíquico y lo somático»), la
representación implica la distinción entre un espacio consciente y un espacio inconsciente; en
ambos espacios se dice algo, pero de modos diferentes: « … la oposición entre consciente e
inconsciente no se aplica a la pulsión. Una pulsión nunca puede convertirse en objeto de la
conciencia; sólo puede serlo -escribe Freud en su artículo sobre el inconsciente- la
representación que la representa». El término «representante» designa entonces la
representación psíquica de las excitaciones endosomáticas. En este contexto Freud intenta
describir el representante, precisando que «hasta ahora hemos tratado de la represión de un
representante pulsional, entendiendo, por esta última expresión, una representación o un grupo
de representaciones investidas con un quántum de energía psíquica (libido, interés)». Sabiendo
que Freud opone representación y afecto, para sugerir no obstante una definición de la
representación en el marco de la separación de representación y afecto en la represión, se
advertirá la dificultad que encuentra para enunciar este enfoque. A fin de aprehender la cuestión
del representante pulsional (que ha de entenderse como versión psíquica de las excitaciones
endosomáticas), se ve obligado a pasar por el concepto de una representación investida con un
quántum de energía. Por otra parte, escribe más adelante, «el representante de la pulsión debe
encontrar formas de expresión». Hay aquí la idea latente de un lenguaje indispensable, o por lo
menos de la necesidad de un soporte que permita una transmisión, en el sentido de un «darse a
conocer». Ahora bien, tampoco esto puede hacerse más que por la representación, pues ésta,
«al presentarse» (vorstellen: hacer algo presente), supone precisamente que se ha alcanzado
un nivel superior de pensamiento. Destaquemos no obstante que Freud utiliza el término
«representante de la representación» (Vorstellungsreprüsentanz) para distinguir en particular la
represión originaria de la represión propiamente dicha; esta «coagulación» opera en síntesis
para plantear teóricamente lo que funda «el origen mismo» de la metapsicología: «el
representante psíquico (representante de la representación) de la pulsión ve que se le rehúsa la
aceptación en el nivel consciente». Nos parece que esta terminología en verdad compleja
acarrea la idea de una inscripción, es decir que en los cimientos de lo psíquico y en su
articulación con lo somático se juega una cuestión de escritura. En otras palabras, Freud plantea
implícitamente la cuestión de un pasaje del cuerpo a las palabras. Las consecuencias de esto
son revolucionarias, en particular en lo que concierne a las cuestiones de la alienación, que
Lacan subraya en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Se encontrará este
término, «inscripción», en «Lo inconsciente», cuando Freud diferencia representaciones
conscientes e inconscientes: «ellas son las inscripciones cualitativamente diferentes y
tópicamente separadas de un mismo contenido».
En síntesis, el representante llena una función de representancia, delegación de lo somático en
lo psíquico. La representancia se encuentra en la encrucijada de la fuente somática y la
representación psíquica; hay transferencia de lo somático en lo psíquico y se forja una
representación como tal; ella se nutre de una suerte de «sistemas mnémicos»; en efecto, desde
sus cartas a Fliess, Freud expone que la memoria tiene el soporte de diferentes series
asociativas, que están en relación de semejanza con el objeto. La problemática de la
esquizofrenia lo conducirá a descomponer la representación psíquica en «representación de
cosa» y «representación de palabra»; este progreso, en el cual Freud advierte que en la
esquizofrenia las representaciones de cosa son desinvestidas en beneficio de la
sobreinvestidura de las representaciones de palabra, le permitirá también confirmar su punto de
vista tópico: «Creemos ahora saber en qué se distingue una representación consciente de una
representación inconsciente. Estas dos representaciones no son, como lo habíamos pensado,
inscripciones diferentes del mismo contenido en lugares psíquicos distintos, ni tampoco estados
funcionales diferentes de la investidura en el mismo lugar: la representación consciente integra
la representación de cosa -más la representación de palabra que le corresponde-, y la
representación inconsciente es sólo la representación de cosa. El sistema Ics contiene las
investiduras de cosa de los objetos, o sea las primeras y verdaderas investiduras de objeto; el
sistema preconsciente nace cuando esta representación de cosa es sobreinvestida por el
hecho de que está ligada a las representaciones de palabra que le corresponden. Podemos
presumir que son estas sobreinvestiduras las que introducen una organización psíquica más
elevada y hacen posible el reemplazo del proceso primario por el proceso secundario que reina
en el preconsciente», escribe Freud en el artículo «Lo inconsciente». Y continúa: «Podemos
ahora enunciar también con precisión qué es lo que, en las neurosis de transferencia, la
represión les niega a las representaciones rechazadas: es la traducción en palabras que
permanecen ligadas al objeto. La representación no concretada en palabras, o el acto psíquico
no traducido, permanecen entonces reprimidos, en el sistema inconsciente».
El problema de la doble inscripción plantea además la cuestión de la transferencia, pues una
palabra dirigida a un otro favorece o no el eco de la interpretación en la representación
inconsciente.
Por su lado, el representante en tanto excitación somática no cobra ninguna imagen; es de
alguna manera un llamado del cuerpo, y sólo tiene efecto si es articulado a una representación
de objeto: es ésta la exigencia del trabajo impuesto a lo psíquico, en cuanto ligado a lo somático,
escribe Freud. Freud utiliza la expresión «representante psíquico» en relación con ese lapso en
que el representante busca investir una representación de cosa (busca encontrar su modo de
inscripción). En la dificultad que Freud experimenta para variar sus conceptos (para hacerlos
operar) se advierte una insistencia latente en el orden temporal: se necesita tiempo para que el
representante se articule con una representación de objeto; la representación necesita tiempo
para abrevar en el sistema mnémico y, desde luego, también hace falta tiempo para que ella se
diga. El representante psíquico se articulará con una representación de cosa preexistente a él, y
le preexiste porque remite a una experiencia de satisfacción. No obstante, hay que observar que
la representación de cosa consiste «en la investidura, si no de imágenes mnémicas directas de
cosas, al menos en la investidura de huellas mnémicas más alejadas que derivan de aquéllas».
En 1925 («La negación»), Freud observará que todas las representaciones derivan de
percepciones, y en consecuencia habrá también un vínculo entre la percepción y la prueba de
realidad ligada a ella, por una parte, y la representación de cosa, por la otra. Para que la
representación se transforme en representación- meta es preciso que sea investida por el
impacto pulsional del representante psíquico. Éste es el movimiento que articulará representante
y representación. En espera de la satisfacción, el representante psíquico busca como un
detective una representación de cosa correspondiente al «llamado» que él expresa. En ese
lapso, la realización alucinatoria del deseo propone un modo de satisfacción. Aparentemente,
Freud utiliza la expresión «representante de la representación» para esta fase «intermedia»: «si
la pulsión no estuviera ligada a una representación o no apareciera con forma de estado de
afecto, no podríamos saber nada de ella.. . no podríamos esperar nada más que una moción
pulsional cuyo representante de la representación es inconsciente». El representante de la
representación, precisa, es siempre inconsciente. El representante psíquico delegado de lo
somático abre entonces dos vías: la del representante de la representación (que, por ejemplo,
liga «hambre» con una representación psíquica, «carne»), y la del quántum de afecto que resulta
de aquél y traduce la importancia de la investidura de partida. Como se ve, esto nos lleva
directamente a la articulación entre representación y síntoma: en efecto, uno de los ejes que
Freud sostiene en su concepción de la representación es el de su distinción respecto del
quántum de afecto; en las neurosis, la separación entre representación y quántum de afecto
está al servicio de la represión. Dice además que en el nivel consciente la pulsión sólo puede
manifestarse porque está vinculada a una representación (inconsciente), o en forma de afecto
(angustia). La represión hace desaparecer exclusivamente la representación. En la histeria, por
ejemplo, la representación es reprimida y el afecto convertido. El trabajo analítico consistirá en
establecer la cadena rota de las representaciones inconscientes por el lado somático. Pero la
representación también se presta al disfraz. Monique David-Ménard indica que la figuración sería
una forma más arcaica de la representación, en cuanto presenta elementos poco elaborados:
«una Darstellung… es algo del orden de la presentación figurativa, no es una representación»,
escribe en la obra colectiva Les Identifications. Esta autora demuestra en particular que «la
ambigüedad de la Darstellung histérica es la ambigüedad misma de la noción de identificación».
«El objetivo del análisis de un histérico es obtener una clarificación de las identificaciones; las
figuraciones (puestas en escena histéricas) contribuyen a distanciar las incertidumbres
identificatorias. La figuración tiene que concebirse en el interior de un proceso de escritura, es
decir, de una Vorstellung.»
Para Lacan, lo que es reprimido -y él insiste en lo que circunscribe su enunciación-, «no es lo
representado del deseo, la significación, sino el representante… de la representación, el
lugarteniente de la representación», según indica en Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis: En razón de la definición lacaniana del significante como emergente del campo del
Otro, y que por lo tanto representa al sujeto para otro significante, el Vorstellungsreprüsentanz
(representante de la representación) será el significante -y, más precisamente, el significante
binario. Así, si la figuración pone de manifiesto una escritura, lo mismo vale para la
representación; además, para las cuestiones de inscripción y de escritura es imposible -en
razón de las incidencias de la posición del inconsciente- no tener en cuenta la cuestión del
metalenguaje y aquella de la posición capital del acto de enunciación.
A nuestro juicio, la representación ocupa también una posición particular en la sublimación, como
«reguladora narcisista»; más que la palabra (del Otro), ella acentúa en el sujeto una presencia
ante sí en los intermedios silenciosos de su vida. Es productora de espacios de lenguajes, y al
mismo tiempo operadora en esos espacios.