Diccionario de psicología, letra S, Superyo: una de las tres instancias de la segunda tópica

Concepto creado por Sigmund Freud para designar una de las tres instancias de la segunda
tópica, junto con el yo y el ello. El superyó hunde sus raíces en el ello y, de un modo despiadado,
actúa como juez y censor del yo.
En su texto de 1924 sobre la economía del masoquismo, Freud declara: «El imperativo categórico de Kant es [ … ] el heredero directo del complejo de Edipo». No se podría ceñir de mejor modo el concepto de superyó, que apareció en 1923 en El yo y el ello, producto de una prolongada
elaboración iniciada en 1914 en el artículo «Introducción del narcisismo». Freud construyó
entonces la noción de ideal, sustituto del narcisismo infantil: lo suponía el instrumento de medida
utilizado por el yo para observarse a sí mismo.
La transformación de la concepción del yo a partir del examen clínico de la patología del duelo y
la melancolía llevó a Freud a abandonar progresivamente la idea de una equivalencia entre el yo
y el consciente, en beneficio de un yo en gran parte inconsciente. Se trataba por lo tanto de un
yo dividido, una de cuyas partes parecía desprenderse para observar y después juzgar a la
parte restante. Freud reemplazó esta idea de clivaje por la de componente estructural, instancia
de vigilancia y juicio que se convertía en un elemento del yo cuyas características y funciones
había que estudiar.
En El yo y el ello el superyó aparece todavía mal diferenciado del ideal del yo, pero es
considerado inconsciente, como una gran parte del yo. Freud se ve llevado después a precisar
la naturaleza de estas relaciones del superyó con el yo: «Mientras que el yo es esencialmente el
representante del mundo externo, de la realidad, el superyó se presenta frente a él como
mandatario del mundo interior, del ello. Los conflictos entre el yo y el ideal reflejarán en último
análisis -ahora estamos dispuestos a admitirlo- la oposición entre lo real y lo psíquico, entre el
mundo exterior y el mundo interior.» No obstante, en la medida en que el superyó es aún sinónimo
del ideal del yo, sus funciones siguen siendo ambiguas. A veces derivan del ideal y de la
prohibición, y en otros momentos, de la función represiva.
En 1933, en la trigésimo primera conferencia de introducción al psicoanálisis, Freud, después de
presentar la instancia superyoica (sobre todo en El malestar en la cultura) como un censor
delegado por las instancias sociales ante el yo, despliega el cuadro exhaustivo de la formación
del superyó y sus funciones.
La formación del superyó es correlativa al sepultamiento de la estructura edípica. En un primer
momento, el superyó es representado por la autoridad parental que ritma la evolución infantil
alternando las pruebas de amor y los castigos, generadores de angustia. En un segundo
momento, cuando el niño renuncia a la satisfacción edípica, interioriza las prohibiciones
externas. Entonces el superyó reemplaza a la instancia parental por medio de una identificación.
Freud distingue bien el proceso de identificación respecto de la elección de objeto, pero se
confiesa insatisfecho con su explicación, y retiene la idea de una institución del superyó «como
un caso logrado de identificación con la instancia parental».
En cuanto el superyó es concebido como heredero de la instancia parental y del Edipo, como
«representante de las exigencias éticas del hombre», su desarrollo es distinto en el varón y en la
niña. Mientras que en el primero reviste un carácter riguroso, a veces feroz, que resulta de la
amenaza de castración vivida en el período edípico, en la niña el itinerario es diferente: el
complejo de castración se ha instalado mucho antes que el Edipo. En consecuencia, el superyó
femenino será menos opresivo y menos despiadado.
Aunque Freud recurrió a menudo a las metáforas de la herencia y la descendencia para
caracterizar la formación del superyó (desde El yo y el ello hasta el Esquema del psicoanálisis,
pasando por el texto de 1924 sobre la economía del masoquismo), esta concepción y las
representaciones que puede inducir deben ser matizadas por dos consideraciones importantes.
La severidad y el carácter represivo del superyó no deben concebirse como pura y simple
repetición de las características parentales. En efecto, la severidad y la tendencia represiva del
superyó se manifiestan con igual fuerza en los casos en que el sujeto ha recibido una educación
benévola que excluyó cualquier forma de brutalidad; esas características son el producto de la
precoz puesta en vereda de las pulsiones sexuales y agresivas, por un superyó al servicio de
las exigencias de la cultura.
Freud subraya también que el superyó no sigue el modelo de los progenitores, sino el constituido
por el superyó de ellos. La transmisión de los valores y las tradiciones se perpetúa entonces por
intermedio de los superyoes, de generación en generación. El superyó es particularmente
importante en el ejercicio de funciones educativas. En este sentido, Freud les reprocha a las
«concepciones de la historia llamadas materialistas» que ignoren la dimensión del superyó,
vehículo de la cultura en diversos aspectos, en beneficio de una explicación basada
exclusivamente en la determinación económica.
De tal modo queda completado el emplazamiento del concepto del superyó: la nueva instancia es
en adelante la sede de la autoobservación, la depositaria de la conciencia moral; el superyó es,
finalmente, «el portador del ideal del yo, con el cual éste se mide, al que aspira, cuya
reivindicación de un perfeccionamiento cada vez mayor se esfuerza en satisfacer». Si bien el
ideal del yo no queda completamente borrado del equipo conceptual freudiano, pasa a ser
secundario, al punto de desaparecer en algunos casos en beneficio del superyó. Lo atestigua la
modificación (introducida en la Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis) de la
concepción del proceso de constitución de la masa: en 1921 se trataba de individuos que habían
puesto «un solo y mismo objeto en el lugar de su ideal del yo», mientras que el texto de 1933
habla de «una reunión de individuos que han introducido la misma persona en su superyó».
La concepción freudiana del superyó no tuvo el consenso unánime de los psicoanalistas. En
1925 Sandor Ferenczi insistió en la interiorización de ciertas prohibiciones muy anteriores al
sepultamiento del Edipo, particularmente las relacionadas con la educación de esfínteres: «La
identificación anal y uretral con los padres, que hemos señalado anteriormente, parece constituir
una especie de precursora fisiológica del ideal del yo o del superyó en el psiquismo del niño».
Melanie Klein sitúa los «primeros estadios del superyó» en el momento de las «primeras
identificaciones del niño», cuando, muy pequeño aún, «comienza a introyectar sus objetos»; el
miedo que les tiene gobierna los procesos de rechazo y proyección cuya interacción parece
tener «una importancia fundamental, no sólo para la formación del superyó, sino también para las
relaciones con las personas y para la adaptación a la realidad».
En la obra de Jacques Lacan el concepto de superyó ha sido objeto de múltiples elaboraciones,
relacionadas con la teorización de la pareja ideal del yo-yo ideal. Desde esta perspectiva, el
superyó sigue siendo dominante, pero, a diferencia de Freud, Lacan lo concibe como la
inscripción arcaica de una imagen materna todopoderosa, que marca el fracaso o el límite del
proceso de simbolización. En tal carácter, el superyó encarna el desfallecimiento de la función
paterna, que es entonces ubicada del lado del ideal del yo.