Diccionario de psicología, letra T, Transferencia familiar

Transferencia familiar

Definición
Transferencia familiar designa la disposición a actualizar la dimensión inconsciente de los vínculos familiares en la trama de transferencias radiales -con el analista- y laterales -de los
miembros entre sí-, emergente como producción en el contexto del dispositivo analítico familiar.
Dicha trama incluye y posiciona al analista -que es a la vez su condición de producción- en los
modos de la repetición/ creación propios de cada familia.
Origen e historia del término
En el corpus del Psicoanálisis, la transferencia es inicialmente presentada por Freud como un
peculiar desplazamiento, en el cual el deseo inconsciente disfrazado se expresa a través de su
enlace con una representación preconsciente, el resto diurno. A partir de los Escritos Técnicos,
transferencia designará la actualización de los deseos inconscientes sobre ciertos objetos,
dentro de una relación, y en particular en la relación analítica; repetición de prototipos infantiles,
vivida con un marcado sentimiento de actualidad. No obstante, destaco, la transferencia se abre
a su vez a la emergencia de lo nuevo. Se trata del despliegue de la realidad psíquica del paciente
-dimensión intrasubjetiva- en el vínculo paciente-analista. En relación con este concepto, la
sesión denominada individual es siempre bipersonal, y el proceso analítico no es posible, de
acuerdo con la enunciación freudiana, por fuera de tal relación. Es necesaria la presencia del
otro-analista para que el inconsciente se presentifique en esta sesión de dos. En tal sentido,
todo Psicoanálisis puede ser pensado como vincular, aun cuando la relación analítica posee
reconocidas peculiaridades entre otros vínculos humanos.
La consideración de la transferencia como eje del proceso terapéutico caracteriza y define
como tal a la situación clínica psicoanalítica. Dicho eje supone tres conceptos, íntimamente
articulados en la escena clínica: eje transferencia-resistencia-repetición, condición de
producción del proceso psicoanalítico. Por otra parte, la interpretación psicoanalítica se produce
en el campo mismo de la transferencia.
Freud señala, además, dos dimensiones que se confrontan en el seno mismo de la
transferencia, vastamente consideradas a lo largo de la historia del Psicoanálisis: una, en que
ésta se pone al servicio de la resistencia, y en tal sentido deviene obstáculo en el curso del
proceso analítico; otra, por la cual «es el terreno en el que debe obtenerse la victoria…»; y se
convierte a la vez, a partir de la maniobra del analista, en el más potente instrumento terapéutico,
motor del proceso.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
Poner a trabajar el concepto de transferencia en la clínica de las configuraciones vinculares, es
acorde con la definición de dicho ámbito como psicoanalítico. Es preciso señalar las
especificidades que la transferencia adquiere al desplegarse en el campo familiar. Existen, por
cierto, cualidades diferenciales entre la escena bipersonal de la transferencia con el analista y la
situación clínica familiar, en la que sus miembros repiten, recuerdan y a la vez generan
producciones novedosas entre sí, al mismo tiempo que con el analista. Es en relación con ello
que la transferencia se complejiza, y se organiza una red que incluye a todos: las denominadas
y recíprocas transferencias radiales, de cada miembro con el analista, y las laterales, de los
integrantes de la familia entre sí. Tomo en cuenta, en este caso, la definición de transferencia
tanto en su significación estricta, referida a la relación con el analista, como en su sentido
amplio. En conexión con éste, la transferencia es una dimensión propia e ineludible de todo lazo
humano, particularmente operante en los vínculos significativos. Dicha red transferencial implica
también un entrecruzamiento de fantasías, enhebradas en la trama fantasmática que define y
dibuja la «otra escena» familiar.
Aun cuando la transferencia, en su definición original, ya citada, lo es del sujeto, el dispositivo
analítico familiar precipita aquellas transferencias articulables con las de los otros familiares
sometidos a un mismo contexto e influyéndose recíprocamente. He caracterizado así una
«situación transferencial familiar»: «…si bien es posible en las sesiones familiares recortar
diferentes transferencias singulares, todas ellas cobran sentido por su posición relativa
respecto de las transferencias de los otros sujetos incluido el analista».
Refiere entonces a la articulación de transferencias singulares, pero emergentes en el marco de
un dispositivo multipersonal que da ocasión a la articulación de un conjunto. Dicha trama
transferencial, única, es producida en ese contexto específico; sería pues inabordable en
cualquier otro ámbito terapéutico.
Por la eficacia del dispositivo, que abre al reconocimiento de vertientes inconscientes de la
escena clínica, se produce el relato conjunto familiar, en el cual asoman producciones que
permiten la aproximación a dicho nivel; y se despliegan a la par singulares configuraciones
transferenciales. A través de éstas se ponen en juego, a su vez, por fuera del discurso,
dimensiones ligadas al acto y la pulsión, emergentes más allá de la palabra.
En este contexto analítico puede manifestarse la discrepancia entre el otro-familiar, personaje
presente en la sesión en ejercicio de una función del parentesco, y las ¡magos internas sobre él
transferidas por los otros sujetos; la clínica familiar da así la oportunidad de confrontación entre
el «otro» del fantasma intrasubjetivo y el personaje familiar correspondiente a dicha
transferencia. Se revela de este modo, a veces abruptamente, la distorsión fantasmática propia
del vínculo. El otro-familiar, aquí y ahora, y el del pasado -relación de objeto- nunca coinciden.
Cierta confrontación con una dimensión encubierta del otro y de sí mismo, es propia de los
encuadres vinculares y se despliega en la red transferencia], que constituye una producción
específica de cada dispositivo. Por otra parte, la escena transferencia¡ ampliada asigna al
psicoanálisis familiar, con cierta frecuencia, una crudeza más próxima a la del conflicto original,
sin la intermediación que implica el desplazamiento al «falso enlace» con el analista.
Una incipiente transferencia se juega en la demanda primera, que lleva al paciente-familia a la
consulta. Durante las entrevistas preliminares, se da un proceso de reformulación de dicha
demanda inicial, o una construcción de demanda, correlativas a la fundación propiamente dicha
de la transferencia y a la instauración del dispositivo. En tal sentido, el proceso de la consulta
familiar dará -o no- fundamento a un posterior psicoanálisis de familia.
De tal manera, la transferencia, sólo esbozada en la consulta y fundada en algún instante
impredictible de los primeros encuentros, se instala, se reformula y va constituyendo diversas
configuraciones, adecuadas a los distintos momentos del proceso terapéutico y específicas, en
la singularidad de cada análisis familiar.
En la escena propia de la sesión familiar, el analista es condición. Su presencia sostiene el
dispositivo y sustenta la transferencia, posibilitando el despliegue de la dimensión inconsciente
de los vínculos familiares. En tal configuración, será demandado como padre, madre, hijo, o aun,
en tanto figura significativa, a veces propia de las familias de origen; ligada a atribuciones
narcisistas de saber y poder total. Pienso así al analista, en tanto inmerso de modo insoslayable
en la dimensión imaginaria de la transferencia, como un personaje más, requerido para ocupar
lugares y desempeñar funciones.
La investidura, en los comienzos del proceso, del analista como representante del saber y la
contención, favorece el establecimiento de la transferencia familiar. Esto, en relación con la
demanda de un poder y conocimiento que anulen todo padecer. Pero ésta es sólo una de las
vicisitudes transferenciales posibles en esa aventura que constituye cada análisis familiar, con
sus momentos impredictibles.
La familia demanda también al analista en tanto «padre». éste es quien ordena, legisla, establece diferenciaciones y acota los desbordes de la pulsión.. Es preciso, no obstante, diferenciar al analista imaginariamente investido como padre, que censura, controla o exige, del analista en tanto representante de la Función Paterna simbólica: referencia ésta que es eje de la función analítica; aun cuando reciban una misma denominación.
En relación con dicha función en tanto simbólica, el analista se ve habilitado para sostener su
palabra dentro de los lineamientos de la ley. Se halla así no sólo «incluido», como antes señalara,
sino a la vez «excluido» respecto del entramado fantasmático explicitado en la sesión familiar.
Posicionamiento éste que le permite, más allá de las particulares atribuciones propias de cada
situación transferencial familiar, sostenerse también como el otro, «el extranjero», respecto de lo
familiar compartido; es decir, en una dimensión de alteridad y diferencia.
Al mismo tiempo, el analista familiar es también apelado en el nivel materno de la transferencia.
Nivel sin el cual el proceso psicoanalítico no se haría viable, por su propuesta de contención, que
opera como tal en tanto se halla regulada por la referencia simbólica paterna. Inseparables, lo
paterno y lo materno coexisten y se alternan en sus predominancias a través de las vicisitudes,
no eludibles e indeterminables, impuestas al proceso analítico por aquella reformulación de la
regla fundamental que tiende a la construcción de un paciente-familia. En cambio, en el caso de
una transferencia de cualidad predominante filial, por encontrarse el hijo en una posición de
máxima dependencia, la permanencia de dicha investidura transferencia] puede resultar poco
favorecedora de la fertilidad interpretativa y la eficacia de la operación analítica.
Problemáticas conexas
El concepto de contratransferencia resulta de consideración insoslayable en relación con la
cuestión de la transferencia, dado que corresponde a otra vertiente de un mismo campo clínico y
conceptual. En tanto conjunto de sentimientos y reacciones inconscientes frente al
paciente-familia y en particular ante sus investimentos transferenciales, supone los modos de
inclusión/exclusión del analista en la transferencia familiar; su propia «recíproca transferencia»,
que constituye uno de los factores condicionantes de su intervención, e implica al analista como
uno de los polos del proceso transferencial.
A nivel de su «inclusión» en el entramado fantasmático propio del proceso analítico familiar, la
contratransferencia contiene como posibilidad una correspondencia complementaria del analista
con lo transferido. El haber cursado análisis individuales y vinculares, y además oficiar de
analista, no puede disolver el inconsciente, convirtiendo al sujeto escindido en total. Es en
relación con ello que en el analista emergen tales reacciones frente al paciente y sus
transferencias; dado que, de modo inevitable y en tanto humanos, paciente y analista se
«afectan» recíprocamente. Aun cuando, como sabemos, el analista, a partir de su específica
formación, tiende no sólo a superar la respuesta emocional sino a desdibujarse como sujeto
pulsional y deseante, permitiendo el despliegue de los modos del funcionamiento inconciente
propios del paciente-familia; operación parcial habilitada por la vigencia del dispositivo analítico y,
especialmente, de la fundante regla de abstinencia.
Si las respuestas contratransferenciales del analista devienen a menudo obstáculo, y conllevan
una singular exigencia de trabajo, su inmersión en el proceso transferencial puede, en cambio,
operar a su vez como motor del proceso, cuando dadas las condiciones habilitantes ligadas a la
dimensión simbólica de la función analítica, y la operancia abstinente del dispositivo, genera en el
analista ocurrencias e intervenciones articuladas en el eje transferencial y conectadas con su
peculiar posicionamiento en la cadena asociativa familiar.