Diccionario de Psicología, letra A Argentina

Diccionario de Psicología, letra A Argentina

En 1914, en su artículo sobre la historia del movimiento psicoanalítico, Sigmund Freud escribió lo siguiente: «Un médico, probablemente alemán, llegado de Chile, se declaró en favor de la existencia de la sexualidad infantil en el Congreso Internacional de Buenos Aires (1910), y elogió los éxitos obtenidos por la terapia psicoanalítica en el tratamiento de los síntomas obsesivos». Este médico chileno se llamaba Germán Greve. Delegado por su gobierno a ese congreso de medicina, se mostró entusiasmado por las tesis Freudianas, y las expuso sin deformarlas demasiado. Pero, su conferencia no encontró eco entre los especialistas argentinos en enfermedades nerviosas y mentales. Como en todos los países del mundo, también en la Argentina el psicoanálisis suscitó en esa época numerosas resistencias, síntoma de su progreso activo. Y fue a través de polémicas y batallas como encontró la vía de una implantación exitosa. Independiente desde 1816, después de haber sufrido el yugo colonial español, la Argentina vivió bajo el dominio de los «caudillos» durante todo el siglo XIX. A partir de 1860, la ciudad de Buenos Aires, bajo la influencia de su clase dominante, encabezó la revolución industrial y la construcción de un Estado moderno. En 1880 se realizó la unidad de las diferentes provincias, y la ciudad portuaria se convirtió en la capital federal de] país. En el término de unos cincuenta años (entre 1880 y 1930), la Argentina acogió a seis millones de inmigrantes, en su mayoría italianos y españoles: tres veces la población inicial del país. Huyendo de los pogromos, los judíos de Europa central y oriental se mezclaron con este movimiento migratorio y se instalaron en Buenos Aires, haciendo de la capital el bastión de un cosmopolitismo abierto a todas las ideas nuevas. Con la revolución industrial y la instauración de un Estado moderno se constituyó entonces, contra la tradición de los curanderos, una medicina basada en los principios de la ciencia positiva importada de Europa, y más particularmente de los países latinos: Francia e Italia. Fundador del asilo argentino, Lucio Meléndez repitió para su país el gesto de Philippe Pinel, poniendo en pie una organización de salud mental dotada de una red de hospitales psiquiátricos, y edificando una nosografía inspirada en Esquirol. Domingo Cabred, su sucesor, continuó la obra, adaptando la clínica de la locura a los principios de la herencia-degeneración. En la misma época comenzaron a afirmarse las investigaciones en criminología y sexología, mientras que la enseñanza de la psicología, en todas sus tendencias, adquiría una amplitud considerable a través de la creación, en 1896, de una primera cátedra universitaria en Buenos Aires. De modo que el terreno estaba preparado para recibir al pensamiento Freudiano, y también a todas las escuelas de psicoterapia basadas en la hipnosis, la histeria, la sugestión. Y había un interés indiscriminado por los trabajos de Freud, Pierre Janet, Jean Martin Charcot e Hippolyte Bernheim. En 1904, José Ingenieros, psiquiatra y criminólogo, publicó el primer artículo que mencionaba a Freud. Más tarde, en la década de 1920, otros autores presentaron al psicoanálisis como una moda o una epidemia (Aníbal Ponce), o bien como una etapa de la historia de la psicología (Enrique Mouchet). En 1930, Jorge Thénon dijo que la doctrina era demasiado metapsicológica, aunque no le negó interés. Por cierto, mientras en Madrid se estaba realizando una notable traducción española de las obras de Freud, bajo la dirección de José Ortega y Gasset, los autores argentinos se remitían a versiones francesas. Simultáneamente importaban las polémicas parisienses a las cuales añadían -latinidad obliga- las críticas italianas. Por ejemplo, los argumentos de Enrico Morselli (1852-1929) recibieron un eco favorable, mientras que el temible Charles Blondel obtuvo un franco éxito al declarar, en su gira de conferencias de 1927, que Henri Bergson (1859-1941) era el verdadero descubridor del inconsciente, y Freud, una especie de Balzac frustrado en su vocación. Reaccionando a esta confusión se perfiló otra orientación, con las publicaciones y las intervenciones menos críticas de Luis Merzbacher en 1914, Honorio Delgado en 1918, Gonzalo Rodríguez Lafora en 1923 y de Juan Beltrán entre 1923 y 1928. Profesor de psicología y medicina legal, Beltrán publicó dos obras, una sobre el aporte del psicoanálisis a la criminología, y la otra sobre sus fundamentos; en ellas se presentaba la doctrina Freudiana de manera positiva, pero con el aspecto de una moral naturalista de la que había que evacuar todo vestigio de pansexualismo. En cuanto a Honorio Delgado, psiquiatra y médico higienista peruano, más adleriano que Freudiano, a partir de 1915 desempeñó un papel importante en la difusión del psicoanálisis en América latina. Intercambió algunas cartas con Freud, redactó su primera biografía y se convirtió en miembro de la International Psychoanalytical Association (IPA) a través de una afiliación a la British Psychoanalytical Society (BPS) antes de alejarse del movimiento, y después de afirmar con fuerza que él había sido el «primer Freudiano» del subcontinente sudamericano. A partir de 1930, la Argentina sufrió el rebote de los acontecimientos europeos. La clase política se dividió entre partidarios y adversarios del fascismo, mientras que, en los debates intelectuales, el Freudismo y el marxismo encarnaban el sueño de libertad. En esta sociedad construida como reflejo especular de Europa, y en la que en adelante accederían al poder los hijos de los inmigrantes, el psicoanálisis parecía poder aportarle a cada sujeto un conocimiento de sí mismo, de sus raíces, un origen, una genealogía. En este sentido, fue menos una medicina de la normalización, reservada a verdaderos enfermos, que una terapia de masas al servicio de una utopía comunitaria. De allí su éxito, único en el mundo, con todas las clases medias urbanizadas. De allí también su extraordinaria libertad, su riqueza, su generosidad, y su distancia respecto de los dogmas. Enrique Pichon-Rivière y Arnoldo Rascovsky, los dos psiquiatras e hijos de inmigrantes, uno de cultura católica, el otro proveniente de una familia judía, se entusiasmaron con el Freudismo en el período de entreguerras. Como el escritor Xavier Bóveda, que invitó a Freud a exiliarse en Buenos Aires, ellos soñaban con salvar al psicoanálisis del peligro fascista, ofreciéndole una nueva tierra prometida. En 1938 reunieron a su alrededor a un círculo de elegidos que formó el núcleo fundador del Freudismo argentino. Luis Rascovsky, hermano de Arnaldo, Matilde Wencelblat, su mujer, Simón Wencelblat, hermano de esta última, Arminda Aberastury, y finalmente Guillermo Ferrari Hardoy y Luisa Gambier Alvarez de Toledo. Sólo había que aguardar la llegada de los inmigrantes Ángel Garma y Marie Langer, y el retorno al país de Celes Ernesto Cárcamo. Formados según las reglas clásicas del análisis didáctico, estos últimos tuvieron como primera tarea, en el seno del joven grupo argentino, la de didactas y controladores de sus colegas. De allí una situación muy particular, que determinó sin duda la vivacidad propia de esta nueva academia de intelectuales porteños. Lejos de reproducir la jerarquía de los institutos europeos y norteamericanos, en los que prevalecía la relacion maestro-discípulo, los pioneros argentinos formaron más bien una «república de iguales—. Fundada en 1942 por cinco hombres y una mujer (Pichon-Rivière, Rascovsky, Ferrari Hardoy, Cárcamo, Garma, Langer), la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) fue reconocida el año siguiente por la IPA, en el momento en que aparecía su revista oficial, la Revista de psicoanálisis. Más adelante, Ferrari Hardoy emigró a los Estados Unidos. Estos pioneros argentinos pertenecían a la tercera generación psicoanalítica mundial, muy alejada del Freudismo clásico y abierta a todas las nuevas corrientes. Nunca la escuela argentina se enfeudó a una sola doctrina. Las acogió a todas con un espíritu ecléctico, inscribiéndolas casi siempre en un marco social y político: marxista, socialista o reformista. Con el correr de los años y a través de sus diversas filiaciones, conservó el aspecto de una gran familia y supo organizar sus rupturas sin crear escisiones irreversibles entre los miembros de sus múltiples instituciones. Durante el período de gran expansión del psicoanálisis (1950-1970) se desarrolló una intensa actividad literaria e intelectual, en el mismo momento en que el populismo reformista de Juan Domingo Perón (1895-1974) y las políticas conservadoras de los regímenes militares instauraban un clima de represión y de incertidumbre que ponía constantemente a prueba los frágiles principios de una democracia siempre en suspenso. En ese contexto, era imposible que los psicoanalistas de la APA, como lo subraya Nancy Caro Hollander, no aprovecharan sin timidez las ventajas de la profesionalización. Ésa fue la época de las grandes migraciones al interior del continente latinoamericano, facilitadas por el desarrollo de la aviación civil. Habiendo adquirido una tradición clínica y una verdadera identidad Freudiana, los argentinos formaron entonces mediante el análisis didáctico, en Buenos Aires o en otras ciudades, a la mayoría de los terapeutas de los países hispanohablantes, que, a su vez, se integraron a la IPA constituyendo grupos o sociedades: Uruguay, Colombia, Venezuela. Después de 1968, el movimiento de rebelión estudiantil ganó a las sociedades psicoanalíticas de la IPA. Apoyados por didactas, los alumnos en formación se alzaron para imponer una transformación radical de los planes de estudio, la abolición del mandarinato de los titulares y la apertura del psicoanálisis a las cuestiones sociales. En el Congreso de Roma de julio de 1969, cuando la protesta se organizaba en torno a Elvio Fachinelli, un grupo argentino tomó el nombre de Plataforma. Bajo la dirección de Marie Langer, se fijó el objetivo de extender la rebelión a todas las instituciones psicoanalíticas del mundo. Unida a la Federación Argentina de Psiquiatría (FAP), al frente de cuya filial en Buenos Aires estaba Emilio Rodrigué, otra figura eminente de la escuela argentina, Plataforma continuó sus actividades durante dos años. En el congreso de la IPA en Viena, en julio de 1971, el grupo Plataforma se separó de la APA para continuar la lucha fuera de la institución. Otro círculo, que incluía al didacta Fernando Ulloa, tomó entonces el nombre de Documento. Sus miembros presentaron un proyecto (o documento) de reestructuración de los procedimientos del análisis didáctico en la APA. Pero al final del año, ante la imposibilidad de mantener cualquier diálogo, renunciaron treinta psicoanalistas y veinte candidatos, generando así la primera escisión de la historia del movimiento psicoanalítico argentino. Ellos nunca se reintegraron a la APA. Esta ruptura tuvo por efecto escindir la APA en dos tendencias rivales, que se enfrentaron durante seis años, antes de encontrar un modus vivendi. En un primer momento, el 20 de enero de 1975 un grupo separatista tomó el nombre de Ateneo Psicoanalítico, no para abandonar la APA, sino para hacerse admitir, siguiendo un procedimiento legal, como sociedad provisional de la IPA. Frente a la vieja sociedad ecléctica, que no había modificado sus métodos, el Ateneo quería impulsar una reflexión sobre el análisis didáctico, basado en gran medida en los principios del kleinismo y el poskleinismo, a fin de responsabilizar a la institución. En julio de 1977, en el Congreso de Jesuralén, el grupo obtuvo su afiliación con el nombre de Asociación de Psicoanálisis de Buenos Aires (APdeBA). Más tarde mantuvo relaciones cordiales con la APA. En esa fecha, Hispanoamérica estaba en camino de convertirse en el continente Freudiano más poderoso del mundo, capaz en todo caso, bajo la égida de la COPAL (futura FEPAL), y en relación con los grupos brasileños, de rivalizar con la American Psychoanalytic Association (APsaA) y la Fédération européenne de psychanalyse (FEP). Presidida por Serge Lebovici, la dirección de la IPA tomó nota de esta nueva división del mundo, y propuso un extraño recorte en tres zonas: 1) todo lo que se encontraba al norte de la frontera mexicana; 2) todo lo que se encontraba al sur de esa frontera, y 3) el resto del mundo. Las dos escisiones se produjeron en el momento en que la Argentina oscilaba entre un régimen militar clásico, basado en el populismo y heredado del viejo caudillismo, y un sistema de terror de Estado. Ahora bien, el primero atentaba contra las libertades políticas, pero no trababa la libertad profesional y de asociación, de la que dependía el funcionamiento de las instituciones psicoanalíticas. El segundo, por el contrario, apuntaba a erradicar todas las formas de libertad individual y colectiva. En consecuencia, existía el riesgo de que destruyera al psicoanálisis, como en otro tiempo lo había hecho el nazismo. En 1973, cuando Perón volvió al poder, nombró vicepresidente a Isabelita, su nueva esposa; el secretario del general, José López Rega, fue designado ministro de Bienestar Social. López Rega se apresuró a crear la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), conocida por sus escuadrones de la muerte, que sirvieron como fuerzas auxiliares del ejército en sus operaciones de control de la sociedad civil. Un año más tarde murió Perón y lo sucedió Isabelita, reemplazada en marzo de 1976 por el general Jorge Rafael Videla, quien durante siete años instauró uno de los regímenes más sangrientos de Latinoamérica, junto con el del general Pinochet en Chile: fueron torturadas y asesinadas treinta mil personas, calificadas de «desaparecidos». Con el objetivo de exterminar a todos los opositores a la libre dominación del capitalismo de mercado, el terrorismo de Estado golpeó en primer lugar a las masas populares y a sus representantes organizados. En nombre de la defensa de un «Occidente cristiano» y de la seguridad nacional, las fuerzas armadas decidieron erradicar el Freudismo y el marxismo, juzgados responsables de la «degeneración» de la humanidad. Contrariamente a los nazis, no erigieron un instituto según el modelo del de Matthias Heinrich Göring, ni abolieron la libertad de asociación. La persecución fue silenciosa, anónima, y penetraba hasta el corazón mismo de la subjetividad. Enfrentados al terror y a la planificación de esta estrategia de tortura, los psicoanalistas reaccionaron de diversos modos: sea utilizando el marco de la cura para ayudar a los militantes y testimoniar atrocidades, sea mediante la emigración pura y simple, sea con el exilio interior y el repliegue a una práctica privada cada vez más vergonzante y culpabilizadora. Marxista y veterana de las Brigadas Internacionales, Marie Langer, desde su exilio en México, se encontró en la vanguardia de los combates, arrastrando tras de sí a todos los psicoanalistas politizados del país. Fue en esa época cuando los argentinos, como en otro tiempo los judíos europeos, emigraron en gran número a los cuatro puntos cardinales del mundo, para formar allí nuevos grupos Freudianos o integrarse a los ya existentes: lo hicieron en Suecia, en Australia, en España, en los Estados Unidos, en Francia. La dirección de la IPA, por su parte, decidió seguir siendo «neutral», a fin de no darle al régimen un pretexto para la destrucción de sus instituciones. Y cuando se la presionó para que interviniera en los casos de analistas «desaparecidos», los representantes oficiales de sus sociedades componentes le pidieron que no hiciera nada, para evitar represalias. Después de tres años de debates, y por iniciativa de la Sociedad Australiana, la violación de los derechos humanos en la Argentina fue no obstante condenada por un voto a mano alzada en el Congreso de la IPA de Nueva York en 1979, a pesar del presidente en ejercicio, Edward Joseph, quien no vaciló en afirmar que las atrocidades cometidas por el régimen del general Videla eran sólo «rumores». René Major, de Francia, miembro de la Société psychanalytique de Paris (SPP), decidió reaccionar. En febrero de 1981 organizó un encuentro franco-latinoamericano, en cuyo transcurso Jacques Derrida tomó la palabra para denunciar la manera en que la dirección de la IPA había recortado el mundo, olvidando «el mapa que está bajo el mapa», la «cuarta zona», la de la tortura: «Lo que en adelante se llamará la América latina del psicoanálisis, es la única zona del mundo en la que coexisten, enfrentándose o no, una fuerte sociedad psicoanalítica y una sociedad (civil o estatal) que practica en gran escala una tortura que ya no se limita a formas brutalmente clásicas y fácilmente identificables». Once años más tarde, en un artículo de 1992, León Grinberg, exiliado en España, describió las consecuencias atroces de ese período, documentándolas con testimonios conmovedores. A partir de 1964 comenzó a implantarse el lacanismo, después de que Oscar Masotta, joven filósofo sartreano, fuera invitado por Pichon-Rivière a dar una conferencia en su Instituto de Psicología Social. Mencionado por primera vez en 1936, en un artículo del psiquiatra Emilio Pizarro Crespo, la obra de Jacques Lacan era prácticamente desconocida treinta años más tarde en el medio psicoanalítico argentino. Pero la situación estaba madura para que, en ese país abierto a las vanguardias europeas, se acogiera una forma de renovación del pensamiento Freudiano. En 1967, un psicoanalista de la APA, César Liendo, citó por primera vez los trabajos de Lacan y sus discípulos en la Revista de psicoanálisis. Más tarde, Willy Baranger y David Liberman siguieron el mismo camino. Analistas de la APA organizaron encuentros con Octave Mannoni, Maud Mannoni y Serge Leclaire, que también aportaron su apoyo a Masotta. En 1974, diecinueve psicoanalistas fundaron la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA) siguiendo el modelo de la École Freudienne de Paris. Entre ellos estaban Isidoro Vegh y Germán Leopoldo García. Esta iniciativa, la primera de ese tipo, marcó el inicio de una formidable expansión del lacanismo en la Argentina, aunque Masotta se había exiliado en España. Cinco años más tarde estalló una escisión. Desde Barcelona, Masotta lanzó un anatema contra sus ex amigos de la EFBA y anunció la creación de un nuevo grupo: la Escuela Freudiana Argentina (EFA). Después de su muerte, unos meses más tarde, la EFA tuvo una vida tanto más turbulenta cuanto que el estallido de la antigua EFP llevó a una reorganización mundial del campo lacaniano. En este contexto, la EFA dio origen, por escisiones sucesivas, a una proliferación de grupúsculos representativos de las múltiples tendencias del lacanismo y el poslacanismo. Éstos se reorganizaron, incluso antes de la caída de Videla. De modo que, durante el período del terror de Estado (1976-1983), el interés por el pensamiento de Lacan progresó en la Argentina de una manera curiosa. Recibido como una contracultura subversiva y de aspecto esotérico, la doctrina del maestro les permitía, a quienes la hacían fructificar, sumergirse en debates refinados sobre el pase, el matema y la lógica, y olvidar, o incluso ignorar, la sangrienta dictadura instaurada por el régimen. Como sus colegas politizados de la IPA, los lacanianos marxistas y militantes tomaron el camino del exilio o resistieron al terror. Los otros, fueron después objeto de numerosas críticas. Se los acusó de no haber combatido la opresión y de haberse acomodado de la misma manera que la dirección de la IPA. A partir de 1983, con el restablecimiento de la democracia, todas las sociedades psicoanalíticas argentinas experimentaron una expansión considerable: había tres sociedades componentes de la IPA y un grupo de estudio (APA, ABdeBA, Asociación Psicoanalítica de Mendoza, Círculo de Córdoba), que reunían a más de mil miembros, para una población de treinta y cuatro millones y medio de habitantes, o sea con una densidad (sólo para la IPA) de veintinueve psicoanalistas por millón de habitantes, uno de los porcentajes más elevados del mundo. En cuanto a la obra de Lacan, fue enseñada en todas las universidades a través de los departamentos de psicología, y sirvió por lo tanto de doctrina de referencia a los psicólogos clínicos deseosos de acceder a la profesión de psicoanalista por la vía del análisis profano. El movimiento se dividió en unos sesenta grupos distribuidos en varias ciudades, con un total de mil terapeutas como mínimo. A fines de la década de 1990, el número total de psicoanalistas de todas las tendencias se elevaba a dos mil quinientos, es decir cincuenta y siete por millón de habitantes, un poco menos que en Francia. Ante el escisionismo en cadena y la pérdida de la casa madre, que ya no aseguraba la unidad de la doctrina después de la muerte de Lacan, los fundadores de la EFBA, aliados con muchos otros latinoamericanos de Uruguay, Venezuela, Brasil, etcétera, tomaron la iniciativa de romper con el espejo parisiense. Se hicieron llamar Iacanoamericanos. Con esta designación se reunió en federación un movimiento que abarca al conjunto del continente americano, desconfía de toda rigidez institucional, y pretende poner en marcha un proceso de «descolonización», de emancipación respecto de París. Por su lado, la APA integró la enseñanza de Lacan en sus programas de formación, y acepta en sus filas a clínicos lacanianos respetuosos de las reglas de duración de las sesiones impuestas por la IPA. Bajo la influencia de Jacques-Alain Miller, comenzó a recorrerse otro camino, inverso al de los lacanoamericanos, con la creación en 1992 de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), que apunta a integrar el lacanismo argentino y latinoamericano a una estructura neutralizada: la Association mondiale de psychanalyse. Pero a pesar, de su fuerza real, la EOL sigue siendo minoritaria, sin duda debido a su sectarismo. En 1991, por primera vez desde su creación, la IPA realizó su congreso anual en Buenos Aires. En esa oportunidad fue elegido presidente Horacio Etchegoyen. Técnico de la cura de tendencia kleiniana, analizado por Heinrich Racker y miembro de la APdeBA, fue el primer presidente hispanohablante del movimiento Freudiano. Siguiendo la gran tradición del Freudismo argentino, durante su mandato condujo una política liberal abierta a todas las corrientes.