Diccionario de Psicología, letra E, Esquema óptico

Diccionario de Psicología, letra E Esquema óptico

Modelo físico utilizado por Lacan para presentar la estructura del sujeto y el proceso de la cura psicoanalítica. Encontramos una primera representación de este esquema óptico en el Seminario I, 1953-54, «Los escritos técnicos de Freud». Se trata entonces de mostrar claramente la distinción entre el yo ideal y el ideal del yo, y de explicar también que el psicoanálisis, aunque actúa solamente por medio del lenguaje, es capaz de modificar el yo en un movimiento en espiral. En el texto «Observación sobre la exposición de Daniel Lagache» (1960), tal como aparece en los Escritos (1966), este esquema óptico se beneficia de un comentario enriquecido por los seminarios sucesivos, en particular sobre «la cosa». El esquema óptico es ampliamente reutilizado después en el curso del Seminario X, 1962-63, «La angustia», donde, gracias al aporte anterior sobre la identificación [seminario del año anterior], le permite tratar sobre el objeto a . El esquema óptico remite a una experiencia de física divertida en la que son usadas ciertas propiedades de la óptica. Se trata de ver aparecer, en ciertas condiciones, un ramo de flores en un vaso real que de hecho no lo contiene, como uno puede darse cuenta saliendo del campo en que se produce la ilusión. Este dispositivo se refiere a la óptica geométrica, en la que el espacio real se ve duplicado por un espacio imaginario. En la cercanía del centro geométrico de un espejo esférico, los puntos reales tienen imágenes reales situadas en puntos diametralmente opuestos. Pero, para que la imagen real sea visible, el ojo debe ubicarse en el interior de un cono definido por una recta generadora que tiene como punto fijo esta imagen real y como curva directriz el borde circular del espejo. De este modo se explica la experiencia del «ramo invertido» que Lacan ha recogido de Bouasse. Con el fin de utilizarlo para poner en imágenes las relaciones intrasubjetivas, Lacan coloca el vaso real, el cuerpo, en posición invertida dentro de la caja, y las flores reales: los objetos, los deseos, las pulsiones, arriba. Desde ese estadio, el dispositivo resulta apropiado para metaforizar ese yo primitivo constituido por la escisión, por la distinción entre mundo exterior e interior, este primer yo presentado de manera mítica en Die Verneinung [La negación]. Nos encontramos aquí en el nivel de los puros juicios de existencia: o bien es, o bien no es. Imaginario y real alternan y se intrican, como presencia sobre fondo de ausencia e, inversamente, como ausencia en relación con una presencia posible. Pero, para que la ilusión del vaso invertido se produzca, es decir, para que el sujeto tenga este acceso a lo imaginario, es necesario que el ojo que lo simboliza esté situado dentro del cono, y esto depende de una sola cosa, de su situación en el mundo simbólico que ya está ahí efectivamente. Las relaciones de parentesco, el nombre, etc., definen el lugar del sujeto en el mundo de la palabra, determinan que esté o no en el interior del cono. Si está fuera de él, se las ve con lo real despojado, está en «otra parte» [en el sentido de distraído, extraviado, perdido, y al mismo tiempo compactado en su mundo, que es el caso típico de la psicosis]. En «el caso Dick» de M. Klein, que Lacan comenta en su Seminario I, «Los escritos técnicos de Freud», vemos a un niño de cuatro años que, poseyendo ciertos elementos del mundo simbólico, no se sitúa sin embargo en el nivel de la palabra; es incapaz de formular un llamado. Este niño, como lo muestra la observación, se ve con un real despojado. Se sitúa fuera del cono, y la acción de M. Klein consiste en hacerlo entrar en él a través de sus interpretaciones masivas, con las que propiamente le inyecta un inconciente. Este modelo visualiza así la relación especular y su anudamiento con la relación simbólica. En la caja encontramos la realidad del cuerpo, a la que el sujeto tiene muy poco acceso y que imagina, nos dice Lacan, como un guante que puede darse vuelta a través de los «anillos orificiales». El espejo cóncavo puede representar el córtex, sus reflexiones, las «vías de autoconducción». Evoquemos aquí el maniquí cortical del que habla Freud en El yo y el ello (1923), a propósito del yo concebido como «proyección de una superficie»; como lo observa Freud, esta proyección se hace al revés, cabeza abajo. Podemos asimilar esta imagen proyectada del cuerpo, obtenida por la inversión debida a las vías nerviosas, a la obtenida por reflexión en el espejo cóncavo. A esta imagen real, ausente, el sujeto sólo puede acceder a través de su imagen especular, y, por lo tanto, a través de una alienación fundamental en el pequeño otro; es aquí donde se sitúa la captura narcisista del yo ideal (Ideal-Ich). Pero esta relación especular está bajo la dependencia del gran Otro que dirige el espejo plano. (En el es quema óptico volvemos a encontrar los cuatro polos del esquema L [véase en matema], con la materialización del espejo plano entre a y a’ ; («Seminario sobre «La carta robada»», en Escritos). Al espacio imaginario, detrás del espejo, se superpone el lugar simbólico del Otro, tras el muro del lenguaje, que corresponde en el modelo al espacio real. Este Otro, cuyo papel de testigo vemos en el estadio del espejo, es primitivamente esta «primera potencia», este soporte de la «cosa». A partir de sus «insignias», marcas o rasgos significantes, se constituye en el interior del cono el ideal del yo (Ich-Ideal) en I, lugar donde el sujeto se orienta para obtener, «entre otros efectos, tal espejismo del yo ideal». El colocarlo ligeramente por fuera del campo imaginario ortogonal al espejo plano, le da a I todo su valor simbólico, puesto que es ubicándose en este punto de hecho invisible en el espejo como el sujeto puede obtener el efecto de ilusión. Lacan indica así que la relación en espejo con el otro y la captura del yo ideal sirven de punto de apoyo en ese pasaje en cuyo trascurso la ilusión «debe desfallecer junto con la búsqueda que ella conduce». Pero Lacan nos indica que el modelo encuentra su límite en la imposibilidad de aclararnos la función simbólica del objeto a . Pero en el Seminario X, 1962-63, «La angustia», Lacan reutiliza su modelo óptico a propósito del objeto a . Esta nueva representación del esquema óptico contiene los ejes imaginario y simbólico, lo que le da un aspecto comparable a los primeros esquemas que se encuentran en Freud (en particular el del manuscrito G). Pero el espacio euclidiano que sugieren esta abscisa y esta ordenada está aquí trasformado por la presencia de los espejos. Este esquema expresa que «no todo el investimiento libidinal pasa por la imagen especular», «hay un resto», es el resto que el falo caracteriza, y este falo sólo se puede registrar bajo la forma de una falta (-φ). Esta falta está cernida por un corte en el nivel de la imagen especular, precisamente respecto del objeto a. El rodeo por el Seminario IX, 1961-62, «La identificación», ha sido necesario para concebir la topología de un objeto a no especular, de un objeto cuya imagen no puede encontrarse en el espejo. Esta es la topología del plano proyectivo o cross-cap. Este cross-cap, efectivamente, se recorta en una parte especular, la banda de Moebius, y una parte no especular, la rodaja [o tajada, si enfatizamos más el efecto de corte, y evitamos así imaginarnos algo con espesor, que sería especular] característica del objeto a.