Diccionario de Psicología, letra E, Estructura

Diccionario de Psicología, letra E, Estructura

La noción de estructura aparece en Freud (desde La interpretación de los sueños, 1900) a fin de recubrir diversos aspectos de una configuración de elementos distribuidos según relaciones de orden: «Los dos sistemas psíquicos, la censura que los separa, la coerción de una actividad sobre la otra, las relaciones de cada una de ella con la conciencia -o cuanto se pueda descubrir en relación con esto mediante una interpretación más exacta-, todo ello pertenece a la estructura normal de nuestro aparato psíquico, y el sueño es una de las vías que permiten conocer dicha estructura». Además, la estructura será a la organización lo que el aparato es a su modo de funcionamiento: «La interpretación de los sueños es el camino real que lleva al conocimiento del inconsciente en la vida psíquica. Al analizar el sueño, penetramos mejor la composición (Zusammenstellung) de este instrumento, el más pasmoso y misterioso de todos». No obstante, la neurosis obsesiva aportará una precisión importante. No sólo la noción de estructura revela allí su función operatoria, sino que sobre todo descubre el dominio que está llamada a recubrir, a saber: un campo casi lingüístico. «Confieso -escribe Freud en 1900, a propósito del Hombre de las ratas- que hasta ahora no he logrado penetrar ni dilucidar completamente la estructura tan complicada de un caso grave de neurosis obsesiva. Por otro lado, no me creería capaz de hacer visible para el lector, mediante la exposición detallada del análisis y a través de los estratos superpuestos que descubre el tratamiento, esta estructura analíticamente reconocida o sospechada. Son las resistencias de los enfermos y la manera en que ellas se exteriorizan lo que hace esta tarea tan penosa.» Hasta allí interviene simplemente la articulación de las relaciones de orden, según un esquema que aún no se aleja mucho de la configuración estratificada de los Estudios sobre la histeria. «No obstante -continúa Freud- hay que reconocer que una neurosis obsesiva no es fácil de comprender -mucho menos fácil que un caso de histeria- A primera vista habría que esperar lo contrario. Los medios de los que se sirve la neurosis obsesiva para exteriorizar sus pensamientos más secretos, el lenguaje de esta neurosis, no es en cierto modo más que un dialecto, «como lo es el lenguaje histérico, pero un dialecto que deberíamos penetrar con más facilidad, puesto que es más afín a la expresión de nuestro pensamiento consciente que el dialecto de la histeria. Para empezar, al lenguaje de las obsesiones le falta ese rebote desde lo psíquico hasta la inervación somática -la conversión histérica- que siempre elude nuestra comprensión.»

Predisposición a la neurosis obsesiva Por otra parte, desde el punto de vista genético la noción se prolonga en el principio de una «redistribución» (Umarbeitung) de los elementos de una «construcción» (Aufbau). «La acentuación del erotismo anal en el estadio de la organización pregenital -leemos en un artículo de 1913, «La predisposición a la neurosis obsesiva»- dejará en el hombre, cuando alcance el estadio siguiente de la función sexual, el de la primacía de los órganos genitales, una importante predisposición a la homosexualidad. La edificación (Aufbau) de la fase genital sobre la precedente y el reordenamiento (Umarbeitung) consecutivo de las investiduras de la libido, ofrecen a la investigación psicoanalítica los problemas más interesantes». Además, estas premisas encontrarán su desarrollo en la elaboración de esa organización «sistemática» que es la segunda tópica. La noción de estructura, inicialmente reservada para caracterizar el aparato, traducirá en adelante la función esencial del yo en la ligazón de los procesos: «En nuestro trabajo analítico tropezamos con innumerables dificultades y oscuridades -escribe Freud, en 1923, en El yo y el ello cuando queremos atenernos a las definiciones habituales, reduciendo por ejemplo la neurosis a un conflicto entre la conciencia y el inconsciente. Debemos reemplazar esta oposición por otra, en virtud de nuestra penetración de las relaciones estructurales de la vida mental: la oposición que existe entre las conexiones del yo y lo reprimido que está disociado de él. Las consecuencias para la concepción del inconsciente son aun mas significativas. El punto de vista dinámico nos había aportado una primera corrección; el punto de vista estructural nos provee otra. Nos vemos llevados a reconocer que el inconsciente no coincide con los elementos reprimidos.» Desde el punto de vista genético, la distribución de los estratos de la organización podrá entonces compararse con la redistribución de los estratos arqueológicos: «El objeto psíquico –escribe Freud en 1937- es incomparablemente más complicado que el objeto material del análisis, y nuestro conocimiento no está preparado para lo que debemos encontrar, porque la estructura íntima de su objeto oculta aún mucho misterio».

De Lévi-Strauss a Lacan

A pesar de la precisión de estos textos, el alcance Freudiano de la noción de estructura ha llamado tan poco la atención que quizá parezca que el psicoanálisis recibió desde afuera la orientación específica que se ha dado al desarrollo de dicha noción: desde la lingüística de Troubetzkoy hasta Lévi-Strauss, desde éste hasta el efecto de arrastre producido sobre Lacan. Habrá además que observar que las líneas de divergencia entre las disciplinas no son menos significativas que sus afinidades. Para resumir: en un primer momento Lévi-Strauss concibió el proyecto de extender los principios estructurales de la fonología al conjunto de las ciencias humanas. «La fonología no puede dejar de desempeñar frente a las ciencias sociales el mismo papel renovador que la física nuclear, por ejemplo, ha desempeñado para el conjunto de las ciencias exactas.» («El análisis estructural en lingüística y en antropología», retomado en Antropología estructural.) En el estudio publicado seis años más tarde, «Lenguaje y sociedad» (también reimpreso en Antropología estructural), Lévi-Strauss invoca además el carácter inconsciente de los fenómenos sociales para aducir la posibilidad de aplicarles la cibernética, contra ciertas objeciones de Wiener, cuya obra capital, Cybernetics, había aparecido en 1948. «Al mismo tiempo -concluye- finalmente podríamos esperar que algún día se supere la antinomia entre la cultura, que es algo colectivo, y los individuos que la encaman, puesto que, en esta nueva perspectiva, la pretendida «conciencia colectiva» se reduciría a una expresión en el nivel del pensamiento y sus conductas individuales, de ciertas modalidades temporales de las leyes universales en las que consiste la actividad de la mente.» Estas sugerencias dejaron su huella en el texto-programa de Lacan titulado «Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis», redactado inicialmente en 1953, retomado en la revista La Psychanalyse y publicado en los Escritos en 1966, en una versión modificada. Ahora bien, los retoques echan luz sobre la evolución de la concepción que Lacan se formó de la estructura. En efecto, él encara retomar la noción de estructura en el terreno del psicoanálisis basándose en los fundamentos del trabajo de Lévi-Strauss, del que en particular extrae argumentos para asignar su estatuto al inconsciente. «La reducción de toda lengua al grupo de un muy pequeño número de estas oposiciones fonémicas, que esboza una formalización rigurosa de sus morfemas más elevados, nos permite entrever una vía de abordaje totalmente estricta de los fenómenos del lenguaje. Este progreso se pone a nuestro alcance, al punto de ofrecer un acceso estricto a nuestro campo, por la marcha que realizamos a su encuentro, como lo hace ya, por estar en una línea paralela, la etnografía, con una formalización de los mitos según la sincronía de los mitemas, que es lo que nos interesa más directamente. Añadamos que las investigaciones de un Lévi-Strauss, al demostrar las relaciones estructurales entre el lenguaje y las leyes sociales que regulan alianza y parentesco, no aportan nada menos que los fundamentos objetivos de la teoría del inconsciente. En consecuencia, es imposible no centrar en una teoría general del símbolo una nueva clasificación de las ciencias, en la que las ciencias del hombre retomen su lugar central como ciencias de la subjetividad. Desde luego, aquí sólo podemos indicar su principio, pero sus consecuencias son decisivas en cuanto al campo que determina.» Este es por lo menos el texto original de 1953. Pero la corrección realizada en 1966 en los Escritos atestigua retrospectivamente el partido que el psicoanálisis estaba llamado a sacar de ese elemento ajeno que incorpora, modificándolo. La implicación de las estructuras de lenguaje, y de la parte de las leyes sociales que regula la alianza y el parentesco, «no aporta nada menos que los fundamentos objetivos de la teoría del inconsciente», se lee en 1953. «Esta implicación -leeremos en 1966- conquista ya el terreno en el que Freud asienta el inconsciente.» ¿No nos vemos obligados a interrogarnos si, en la misma fecha (1953) en que Lacan evoca a Lévi-Strauss, no nos proporcionaba ya algún signo de la anticipación a la que estaba prometida la noción de estructura en la perspectiva propiamente psicoanalítica?

Historicidad de la estructura

De hecho, el texto de 1953 representa ya, desde el punto de vista del psicoanálisis, una apreciación crítica que se resume en una sola palabra: historicidad. Sin duda, esta referencia también le permite a Lacan recusar -en contra de una interpretación biológica de los «estadios»- la noción de una maduración instintiva. Sin embargo, lo que llama la atención es que esta crítica de lo biológico se inspire en la misma exigencia que el repudio de una estructura simbólica indiferente a su génesis y a su desarrollo: «Es sin duda esta asunción por el sujeto de su historia, en tanto que ella está constituida por la palabra dirigida al otro, lo que constituye el fondo del nuevo método al que Freud le da el nombre de psicoanálisis. Al igual que Freud, nosotros no negamos, en este análisis del sentido de su método, la discontinuidad psico-fisiológica que manifiestan los estados en los que se produce el síntoma histérico, ni que este síntoma pueda tratarse con métodos -hipnosis, incluso narcosis- que reproduzcan la discontinuidad de esos estados. Simplemente, y de modo tan expreso como a partir de un cierto momento Freud se prohibió recurrir a esos métodos, nosotros repudiamos todo apoyo en esos estados, tanto para explicar el síntoma como para curarlo. Pues si la originalidad del método está constituida por los medios de los que se priva, es porque los medios que se reserva le bastan para constituir un dominio cuyos límites definen la relatividad de sus operaciones. Sus medios son los de la palabra en tanto que ella confiere un sentido a las funciones del individuo; su dominio es el del discurso concreto en tanto que campo de la realidad transindividual del sujeto; sus operaciones son las de la historia en tanto que ella constituye la emergencia de la verdad en lo real». Además, el psicoanálisis no dará «fundamentos científicos a su teoría o a su técnica más que formalizando de manera adecuada estas dimensiones esenciales de su experiencia que son, con la teoría histórica de símbolo, la lógica intersubjetiva y la temporalidad del sujeto». Con mejor disposición que a la cibernética, para «simbolizar el tiempo intersubjetivo de la acción humana» se interrogará a «la teoría de los juegos, llamada también estrategia», o incluso a «la formación matemática que ha inspirado la lógica de Boole, o sea a la teoría de los conjuntos», que es la única capaz de «aportar a la ciencia de la acción humana esa estructura del tiempo intersubjetivo que la conjetura psicoanalítica necesita para asegurarse su rigor». Lacan se refiere en este caso al ensayo publicado en 1945, «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada», donde piensa haber demostrado «en la lógica… su sentido por venir». Allí se demuestra, añade, «que es la certidumbre anticipada por el sujeto en el tiempo para comprender lo que, por la prisa que precipita el momento de concluir, determina en el otro la decisión que hace error o verdad del propio movimiento del sujeto». Así formuladas y en ese contexto, estas ideas no representan no obstante más que una anticipación teórica. En el terreno propio del psicoanálisis, en efecto, sólo se fundamentan en una experiencia en este caso privilegiada, la de la psicosis, y más precisamente la del análisis del delirio paranoico, desarrollado por Lacan en 1956. Si se sigue la interpretación que al respecto propone Lacan, el delirio ejemplar de Schreber nos ofrece en negativo, con la forclusión del Nombre-del-Padre, la revelación del resorte constituido de la historización del sujeto, en el advenimiento de un orden simbólico. «La proyección en la psicosis -afirma Lacan- es el mecanismo que hace volver desde afuera lo que está tomado en la Verwerfung (forclusión), o sea que ha sido puesto fuera de la simbolización general que estructura al sujeto» (Las psicosis, Seminario III) . Pues «el punto pivote de la función del odio» -de su «función estructural con respecto al sujeto»– es «la subjetividad del Otro», su «alteridad», el hecho de que el Otro es esencialmente capaz, como el sujeto, de convencer y mentir. En otros términos, «el correlato dialéctico de la estructura fundamental que hace de la palabra del sujeto una palabra que puede engañar, es que haya también algo que no engaña». En ausencia de esta dialéctica, «se produce una verdadera reacción en cadena en el nivel de lo imaginario», en cuyo origen se encuentra esa «estructura genérica» que es la del estadio del espejo. Además, el delirio nos mostrará el juego de los fantasmas «en su carácter absolutamente desarrollado de duplicidad. Los dos personajes a los cuales es reducido el mundo están hechos uno con relación al otro, uno le ofrece al otro su imagen invertida». «Dios, con todo lo que supone, el universo, la esfera celeste, y por otra parte el propio Schreber, en tanto que literalmente descompuesto en una multitud de seres imaginarios que continúan con sus idas y venidas en transfixiones diversas, son dos estructuras que se reemplazan estrictamente. Ellas desarrollan lo que está elidido, velado, domesticado en la vida del hombre normal, a saber: la dialéctica del cuerpo fragmentado con relación al universo imaginario, que subyace en la estructura normal.»