Diccionario de Psicología, letra F Fantasma [fantasía]

Diccionario de Psicología, letra F Fantasma [fantasía]

s.m. (fr. fantasme; ingl. phantasy,fantasy ; al. Phantasie ).
Para Freud, representación, guión escénico imaginario, conciente
(ensoñación), preconciente o inconciente, que implica a uno o a varios
personajes y que pone en escena de manera más o menos disfrazada un
deseo. El fantasma es a la vez efecto del deseo arcaico inconciente y
matriz de los deseos, concientes e inconcientes, actuales. En la
continuidad de Freud, Lacan ha destacado la naturaleza esencial de
lenguaje del fantasma. También ha demostrado que los personajes del
fantasma valen más por ciertos elementos aislados (palabras, fonemas y
objetos asociados, partes del cuerpo, rasgos de comportamiento, etc.)
que por su totalidad. Propuso el siguiente matema: $ à a ,
a leer «S tachado losange a pequeña» [o «S barrado rombo/punción a
pequeña»]. Este materna designa la relación particular de un sujeto del
inconciente, tachado e irreductiblemente dividido por su entrada en el
universo de los significantes, con el objeto pequeño a que constituye
la causa inconciente de su deseo. Con Freud. En sus primeras
publicaciones, Freud utiliza el concepto de fantasma en un sentido
relativamente amplio, designando con él una serie de producciones
imaginarias más o menos concientes. Un momento determinante de su
elaboración teórica del fantasma fue su descubrimiento del carácter
imaginario (en el sentido de «producido por la imaginación») de los
traumas referidos por sus pacientes como causa de sus dificultades
actuales. Lo que le era presentado como recuerdo mostraba no tener más
que una relativa vinculación con la realidad llamada «histórica» y aun
a veces sólo tenía realidad psíquica. Freud dedujo de ello que una
fuerza inconciente empujaba al hombre a remodelar su experiencia y sus
recuerdos: vio allí el efecto de un deseo primero (al. Wunsch). Para Freud, ese Wunsch era
una tentativa de reproducir, de un modo alucinatorio, las primeras
experiencias de placer vividas en la satisfacción de las necesidades
orgánicas arcaicas. A continuación, Freud tuvo que comprobar que la
repetición de ciertas experiencias productoras de displacer también
podía ser buscada, y esto por el placer mismo que ellas procuran en el
seno del displacer y de los sufrimientos que traen consigo. El fantasma
no sólo es el efecto de ese deseo arcaico, también es la matriz de los
deseos actuales. Es que los fantasmas arcaicos inconcientes de un
sujeto buscan una realización al menos parcial en la vida concreta del
sujeto. Así, ellos trasforman las percepciones y los recuerdos, están
en el origen de los sueños, de los lapsus y de los actos fallidos,
inducen las actividades masturbatorias, se expresan en los sueños
diurnos, buscan actualizarse, de manera disfrazada, por medio de las
elecciones profesionales, relacionales, sexuales y afectivas del
sujeto. Puede verse entonces el carácter circular de las relaciones que
anudan fantasma y deseo. Pero también se puede ver que existen
fantasmas concientes, preconcientes e inconcientes. Sólo estos últimos
intervienen en una definición estricta del concepto psicoanalítico.
Algunos de estos fantasmas inconcientes sólo se vuelven accesibles para
el sujeto en la cura. Otros permanecen para siempre bajo el imperio de
la represión originaria: sólo pueden ser reconstruidos por medio de la
interpretación. Freud desarrolla esto en su artículo titulado «Pegan a
un niño», fórmula que utiliza para nombrar un fantasma masoquisita
frecuentemente encontrado en su práctica (Ein Kind wird geschlagen, 1919). Freud
indica también allí que, si el fantasma representa el deseo inconciente
del sujeto, el mismo sujeto puede estar representado en el fantasma por
diversos personajes en él incluidos. En función del narcisismo y el
transitivismo originarios, los cambios, los vuelcos de rol en este
guión escénico fantasmático son frecuentes. Por último, Freud distingue
ciertos fantasmas que llama «originarios», designando con ello los
fantasmas que conciernen al origen del sujeto, a saber: su concepción
(por ejemplo, los fantasmas de escena primaria o incluso las novelas
familiares), el origen de su sexualidad (por ejemplo, los fantasmas de
seducción) y, finalmente, el origen de la diferencia de los sexos (por
ejemplo, los fantasmas de castración). Nueva prueba de la importancia
del deseo en la constitución del fantasma: no hay relación inmediata
entre el fantasma y los acontecimientos concretos vividos por el niño.
Con Lacan. Cuando elabora su esquema llamado «de la persona» (Escritos,
1966), Lacan representa el fantasma por medio de una
superficie que incluye las diversas figuras del yo [moi], del otro
imaginario, de la madre originaria, del ideal del yo y del objeto. Esta
superficie del fantasma está bordeada por el campo de lo imaginario y
por el de lo simbólico, mientras que el fantasma recubre el de lo real.
Estas notaciones indican muy bien el carácter transindividual del
fantasma, su participación, aunque más no fuera marginal, en los campos
de lo simbólico y de lo imaginario, y sobre todo su función de
obturación de lo real. (Lo real designa aquí a lo indecible del sujeto,
aquello con lo que le resulta insoportable encontrarse y que no por
ello deja de ser aquello con lo que tropieza continuamente; por
ejemplo, la castración en la madre o tal trauma determinado de su
infancia que, rebelde a la imaginarización y a la simbolización, se
olvida tras la pantalla de ese fantasma.) En esta perspectiva, la
mirada del padre presente en el fantasma sería mucho más importante que
el padre mismo. Lo propio sucede con el seno de la madre que amamanta
al niño, el látigo que empuña el profesor que castiga al niño, o la
rata con la que se tortura a la víctima. Como surge de la cura del
Hombre de las Ratas, estos objetos del fantasma funcionan no sólo como
objetos sino también como significantes. Por otra parte, Freud mismo ya
había subrayado la gran sensibilidad de su paciente a toda una serie de
palabras que incluían el morfema «rat». Que el fantasma se compone de
elementos dependientes del universo simbólico e imaginario del sujeto,
y que se encuentra en relación de obturación con su real, se expresa
también en el matema propuesto por Lacan: $à a . Este
materna escribe la estructura de base del fantasma. Se vuelve a
encontrar en él el universo simbólico bajo la forma de esa barra que
representa el nacimiento y la división del sujeto consecutivos a su
entrada en el lenguaje. Se vuelve a encontrar también allí al objeto a en tanto perdido, lugar vacío, hiancia que el sujeto va a intentar obturar, durante su vida, con los diversos objetos a imaginarios
que la particularidad de su historia (y en especial su encuentro con
los significantes faltantes y los objetos del fantasma de los Otros
concretos parentales) lo habrá llevado a privilegiar. Por último, se
puede leer allí la función de anudamiento (à) de lo simbólico ($), de
lo imaginario (a) y de lo real (a) que opera el fantasma así como su
doble función de protección. En efecto, este protege al sujeto no sólo
del horror de lo real, sino también de los efectos de su división,
consecuencia de la castración simbólica; dicho de otro modo, lo protege
de su radical dependencia con relación a los significantes. El objeto a
del fantasma tiene entonces un doble valor. Como objeto real, está
irremediablemente perdido. Si bien es el resultado de una operación
lógica (Seminario XTV, 1966-67, «La lógica del fantasma»), sin embargo
ciertas partes del cuerpo propio se prestan particularmente a la
operación lógica de separación que traspone su objeto en lo imaginario:
la mirada, la voz, el seno y las heces. En efecto, nunca tenemos acceso
a nuestra mirada en tanto mira al otro, ni tampoco a nuestra voz como
es percibida por el otro. Las heces son evidentemente partes del cuerpo
separables, perdidas y a perder. En cuanto al seno, no sólo está
perdido porque el niño fue privado un día u otro del seno materno, sino
más esencialmente porque este seno ha sido vivido primero por el niño
como parte integrante de su propio cuerpo. El número de los objetos a
reales es limitado. El de los objetos a obturadores imaginarios es
infinito: esa mirada que atrae, ese látigo que se teme, esa forma del
seno que fascina, esa rata execrada, esos objetos de colección
acumulados, esa cabellera seductora, ese ojo alucinado, esa voz
adorada, etc. Que el objeto a se distingue del
objeto de la necesidad y del objeto de la pulsión queda indicado
claramente cuando se considera, a título de paradigma, el seno (objeto
imaginario o real del fantasma), la leche materna (objeto de la
necesidad), el placer de la boca (objeto de la pulsión). Por otra
parte, que el objeto del fantasma no coincide con el objeto del amor es
lo que revela más de una dificultad de pareja y especialmente la
frecuente escisión que separa a la mujer objeto de amor de la que
suscita el deseo. Al contrario del objeto del fantasma, el objeto de
amor a menudo está marcado por la idealización o incluso por el
narcisismo, lo que lleva a más de un enamorado a comprobar que lo que
ama en el otro es el reflejo de su propia imagen, más o menos
idealizada. La complejidad y la dificultad de la vida de las parejas
reside en buena parte en la necesidad de hacer coincidir en un solo
objeto, de una manera que satisfaga al sujeto, el objeto del fantasma,
el de la pulsión y el del amor. Lacan ha propuesto diferenciar la
fórmula del fantasma de la histérica y la del fantasma del obsesivo. El
materna producido para la histeria destaca que la histérica no busca en
el otro el objeto de su fantasma sino más bien el Otro absoluto,
mientras se identifica con el objeto del fantasma del otro y de manera
oculta con la falta de falo. El del obsesivo escribe la multiplicidad y
la intercambiabilidad de los objetos a los que apunta, ubicados todos
bajo el índice del significante del falo, es decir, muy erotizados
(Lacan, Seminario sobre la trasferencia, abril de 1961). En cuanto al
fantasma del perverso, destaca la búsqueda en el otro de su división y
su voluntad de acentuarla al extremo (Lacan, Escritos, 1966). Con
relación al fantasma, en la perspectiva lacaniana, la finalidad de la
cura es hacer la travesía del fantasma inconciente arcaico registrando
la parte que tuvo el deseo del Otro concreto de la infancia en la
construcción de ese fantasma, la dependencia radical del significante
que ese fantasma intenta obliterar y la hiancia nodal subjetiva que los
objetos a imaginarios intentan hacer olvidar,