Diccionario de Psicología, letra F, Frustración

Diccionario de Psicología, letra F, Frustración

s. f. (fr.frustration; ingl.frustration; al. Versagung).1191 Estado de un sujeto que se encuentra en la incapacidad de obtener el objeto de satisfacción que codicia. El término frustración es entendido a menudo, en un sentido muy amplio, como toda imposibilidad, para un sujeto, de apropiar -se de lo que desea. Así, las vulgarizaciones de la psicología o del psicoanálisis dejan pensar fácilmente que las dificultades de cada uno remiten a alguna frustración. Porque habría sido frustrado en su infancia, un sujeto sería neurótico. Hay que reconocer sin embargo que en los mismos textos psicoanalíticos encontramos a veces formulaciones de este tipo. Este es, por ejemplo, el caso cuando la práctica analítica es concebida como una práctica de la frustración. El analista rehusa responder a la demanda del paciente, y así haría retornar demandas más antiguas, induciría a la revelación de deseos más verdaderos. Tal concepción tiene el inconveniente de confundir varias modalidades de la falta. J. Lacan, por su parte, distingue tres: la privación, la frustración y la castración. Estos tres términos son especificados partiendo de una distinción del agente de la falta, del objeto de la falta y de la falta misma como «operación». Lacan destaca así que para el niño, aun en una etapa anterior al Edipo, no podemos conformarnos, para situar la frustración, con pensar en los objetos reales que podrían faltarle. La falta misma, en la frustración, es imaginaria: la frustración es el campo de las exigencias sin límite, sin duda porque acompaña la tentativa siempre vana de restaurar una completud del yo, según el modelo de la completud de la imagen del cuerpo. Pero no podemos quedarnos ahí: en el mundo humano, en el que el niño constituye su deseo, la respuesta es escondida por un Otro, Otro paterno o materno que da o rehusa, y ante todo da o rehusa su presencia. Es esta alternancia de la presencia y de la ausencia, formalizable como alternancia de un más y de un menos, de un 1 y de un 0, la que da al agente de la frustración su dimensión simbólica.

Al.: Versagung. Fr.: frustration. Ing.: frustration. It.: frustrazione. Por.: frustração. Condición del sujeto que ve rehusada o se rehusa la satisfacción de una demanda pulsional. El uso, reforzado por el auge del concepto de frustración en la literatura de lengua inglesa, ha hecho que el término alemán Versagung se traduzca la mayoría de las veces por frustración. Pero esta traducción requiere algunas observaciones: 1) La psicología contemporánea, de modo especial en las investigaciones acerca del aprendizaje, tiende a asociar frustración y gratificación y a definirlas como la condición de un organismo sometido respectivamente a la ausencia o a la presencia de un estímulo agradable. Esta concepción puede relacionarse con algunos puntos de vista de Freud, especialmente aquellos en los que parece asimilar la frustración a la ausencia de un objeto externo susceptible de satisfacer la pulsión. En este sentido, en su trabajo Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipen des psychischen Geschehens, 1911), contrapone las pulsiones de autoconservación, que reclaman un objeto exterior, a las pulsiones sexuales, que pueden satisfacerse durante mucho tiempo en forma autoerótica y en forma de fantasías: solamente los primeros podrían ser frustrados. 2) Pero la mayoría de las veces el término Freudiano Versagung posee otras implicaciones: designa, no solamente un dato fáctico, sino una relación que implica el acto de rehusar (como indica la raíz sagen, que significa decir) por parte del agente y una exigencia más o menos formulada como demanda por parte del sujeto. 3) El término «frustración» parece indicar que el sujeto es frustrado pasivamente, mientras que Versagung no designa en absoluto quién rehusa. En algunos casos parece predominar el sentido reflexivo de privarse de (renunciar). Estas reservas(100) nos parecen justificadas por los diversos textos que Freud dedicó al concepto Versagung. En Sobre los tipos de adquisición de las neurosis (über neurotische Erkrankungstypen, 1912), Freud habla de Versagung para designar todo obstáculo (externo o interno) a la satisfacción libidinal. Diferenciando entre el caso en el que la neurosis es desencadenada por una carencia en la realidad (por ejemplo, pérdida de un objeto amoroso) y aquel en que el sujeto, a consecuencia de conflictos internos o de una fijación, se rehusa a las satisfacciones que la realidad le ofrece, Freud considera que Versagung es un concepto capaz de englobarlos. Relacionando los distintos modos de formación de la neurosis, se deduciría, por consiguiente, la idea de que lo que se ha modificado es una relación, un cierto equilibrio que dependía a la vez de las circunstancias exteriores y de las peculiaridades de la persona. En las Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einfürhung in die Psychoanalyse, 1916-1917) Freud subraya que una privación externa no es por sí misma patógena, salvo cuando afecta a «la única satisfacción que el sujeto exige». Los casos paradójicos de «individuos que enferman en el momento de alcanzar el éxito» patentizan el papel preponderante de la «frustración interna»; aquí se ha dado un paso más: lo que el sujeto se rehusa es la satisfacción efectiva de su deseo. De estos textos se desprende que lo que interviene en la frustración, según Freud, no es tanto la carencia de un objeto real como la respuesta a una exigencia que implica una determinada forma de satisfacción o que no puede recibir satisfacción de ninguna clase. Desde un punto de vista técnico, la idea de que la neurosis viene condicionada por la Versagung constituye la base de la regla de abstinencia; conviene rehusar al paciente las satisfacciones substitutivas que podrían apaciguar su exigencia libidinal: el analista debe mantener la frustración.

Frustración En un texto tardío (El porvenir de una ilusión, 1925), Freud bosqueja en los términos siguientes una definición comparada de la frustración, la prohibición y la privación: «A fin de unificar nuestro vocabulario, designaremos el hecho de que una pulsión (Trieb) no sea satisfecha (befriedigt) con el término frustración (Versagung); al medio por el cual esa frustración es impuesta lo denominaremos prohibición (Verbot), y al estado producido por la prohibición lo llamaremos privación (Entbehrung)». Posteriormente, la «satisfacción» fue relacionada con la pulsión, más exactamente con la pulsión sexual: sólo entonces la «frustración» encuentra su definición en la incapacidad de la pulsión para satisfacer su meta mediante el apaciguamíento de las tensiones internas; entonces también, en el contexto de una teoría de la psicosis -y bajo la presión de la polémica con Jung-, se planteará el problema de la parte de la «realidad» en ese desasimiento y se relacionarán las nociones de frustración y privación. Pero lo que caracteriza la pulsión, a diferencia del instinto, es su plasticidad. En consecuencia, la frustración misma participará del «destino» de las pulsiones; la realidad de la existencia humana es la civilización; la frustración -en su relación con la privación- será entonces parte integrante de una teoría del desarrollo social. Por todas estas razones, la noción de frustración no aparece sólo como una categoría fundamental de la metapsicología; ella sostendrá toda reflexión sobre la posible elaboración de una sociología psicoanalítica. Al principio, la definición Freudiana de la frustración resulta entonces producto de la elaboración a la cual dio material el análisis de la satisfacción. En la perspectiva común a Breuer y Freud, la satisfacción expresa la abreacción de la energía. «Cuando la persona auxiliadora -escribe Freud en 1895- ha ejecutado para el ser impotente el trabajo de la acción específica necesaria, éste, gracias a sus posibilidades reflejas, está en condiciones de consumar de inmediato, en el interior de su cuerpo, lo que exige la supresión del estímulo endógeno. El conjunto de este proceso constituye una «vivencia de satisfacción» que tiene las consecuencias más importantes en el desarrollo funcional del individuo.» En La interpretación de los sueños, lo que se toma en cuenta es la satisfacción del deseo, que implica, con la repetición alucinatoria de la satisfacción originaria, la de la presencia gratificante. No se evocan, en cambio, la noción de pulsión ni la de insatisfacción. Si bien la noción de pulsión surge en los Tres ensayos de teoría sexual, sólo adquirirá valor operatorio en el psicoanálisis por su asociación con la noción de zonas erógenas, que la determina en tanto que pulsión sexual. «Junto a una pulsión no sexual, surgida de fuentes de impulsión motriz», se leía en la primera edición, bajo el título de «Pulsiones parciales y zonas erógenas», «se distinguirán, como pulsiones parciales, las contribuciones de los órganos susceptibles de excitación [Reiz, y no Erregung, estimulación]. Lo son la piel, las mucosas, los órganos de los sentidos. El órgano sensorial debe definirse como zona erógena en tanto su estimulación [Erregung] le presta a la pulsión un carácter sexual.» Al pasar al estudio de la «meta sexual de la sexualidad infantil», Freud subraya la excitación del dominio en el cual se impone la afinidad de la satisfacción con la excitación. Finalmente, al abordar las transformaciones de la pubertad, aporta una determinación nueva a la satisfacción, en favor de la distinción entre el placer preliminar y el placer final, relacionándola con este último.

Aporte de la psicosis ¿Es decir que podemos pasar directamente de la noción de satisfacción a la de frustración? En realidad, este desarrollo favoreció la extensión del campo teórico de la neurosis a la psicosis. Desde el punto de vista de la psicosis, caracterizada por el desasimiento del sujeto respecto del campo de la realidad, la frustración se produce en efecto en relación con esta última, y en la medida en que la realidad hace obstáculo. En este caso Freud está en deuda con Jung, de quien, aproximadamente en 1911, toma la noción de introversión. No por ello disentía menos acerca de un punto esencial: mientras que en la acepción de Jung la realidad hace obstáculo a la reivindicación del sujeto, en Freud hace fracasar el trabajo de la pulsión. Desde el origen, se observa la asociación de la privación (Entbehrung) con la frustración (Versagung). «Añadiría aún unas palabras -escribe Freud a propósito de Schreber- con relación a las causas de este conflicto que estalló con motivo de una fantasía optativa femenina. Lo sabemos: cuando una fantasía optativa se manifiesta, nuestra tarea consiste en relacionarla con alguna privación impuesta por la vida real. Ahora bien, Schreber reconoce haber sufrido una tal privación. Su matrimonio, que él por otra parte califica de feliz, no le dio hijos, y en particular no le dio el hijo que lo hubiera consolado por la pérdida de su padre y su hermano, y con el cual habría podido dar salida a su ternura homosexual insatisfecha.» En los años siguientes, varios textos extraerán las consecuencias de esas primeras sugerencias: ellas permiten que aparezcan a su vez, en la concepción propiamente Freudiana de la pulsión sexual, la integración del tema junguiano de la introversión -derivada del fracaso del sujeto en la asunción de la realidad-, y su desarrollo en función del enriquecimiento interno del pensamiento de Freud, con la contribución que le aporta el narcisismo. En «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912), Freud pone en relación la frustración con las limitaciones impuestas por la cultura. El efecto patógeno de la frustración reside en «otorgar vigencia a los factores predisponentes hasta entonces inactivos» (por lo cual entendemos los residuos pulsionales heredados enraizados en zonas erógenas arcaicas). Así propone Freud su interpretación de la introversión junguiana: el caso particular en que la frustración de ciertas aspiraciones del yo conduce a la inhibición del desarrollo. De modo que pueden distinguirse cuatro tipos de entrada en la neurosis, según que la frustración implique: abstinencia, fracaso del intento de cumplir la exigencia de la realidad, inhibición del desarrollo, o estasis libidinal. Se observará además que esta última clasificación se basa en una concepción todavía bastante vaga de «las aspiraciones del yo» que invoca. Se siente la influencia de Jung, pero sigue insuficientemente elaborada la noción propiamente Freudiana de narcisismo. «Por cierto, en este caso -nos dice Freud-, lo que la realidad rehúsa no es cualquier tipo de satisfacción, sino muy precisamente el único tipo que el individuo declara que le es posible, y la frustración no proviene directamente del mundo exterior sino, en el nivel primario, de ciertas aspiraciones del yo; no obstante, la frustración sigue siendo el factor común y el más comprehensivo. Como consecuencia del conflicto que se instaura de entrada en el segundo tipo, son igualmente inhibidas las dos clases de satisfacción: tanto aquella a la cual uno estaba acostumbrado, como la que uno trata de alcanzar; se desemboca en el estancamiento de la libido. con todas las consecuencias que se desprenden de ella, como en el primer caso.» Cuatro años más tarde, se realizará un progreso en el artículo «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico» (1916): en el intervalo había aparecido «Introducción del narcisismo» (1914). Freud sigue fiel a la primera definición del yo por las pulsiones de autoconservación. Incluso anticipa desarrollos ulteriores, al evocar el valor «ideal» de una satisfacción otorgada al yo. «El trabajo psicoanalítico nos procura la tesis siguiente: los seres humanos se vuelven neuróticos como consecuencia de la frustración (Versagung). Se trata de la frustración de la satisfacción de sus deseos libidinales, y para comprender esta tesis hay que dar un rodeo bastante largo. Pues, para que se constituya la neurosis, tiene que haber un conflicto entre los deseos libidinales de un hombre y esa parte de su ser, que nosotros llamamos su «yo», que es la expresión de sus pulsiones de autoconservación e incluye los ideales que él tiene de su propio ser. Ese conflicto patógeno sólo se produce si la libido quiere lanzarse en vías y hacia metas desde mucho antes superadas y proscriptas por el yo, y que él ha prohibido para siempre; la libido sólo hace esto si le es retirada la posibilidad de una satisfacción ideal acorde con el yo.» Así se introducirá la distinción entre la frustración externa y la interna: «Si el objeto por el cual la libido puede encontrar su satisfacción desaparece en la realidad, hay una frustración externa. En sí misma no tiene consecuencias, permanece no patógena mientras una frustración interna no se asocie con ella. Esta última, la frustración interna, debe emanar necesariamente del yo, y disputar a la libido otros objetos de los que ahora ella quiere apoderarse. Sólo entonces se originan un conflicto y la posibilidad de contraer una afección neurótica, es decir, la posibilidad de una satisfacción sustitutiva por el desvío a través del inconsciente reprimido. De modo que la frustración interna entra en la cuenta en todos los casos; sólo que ella no entra en acción antes de que la frustración externa real le haya preparado el terreno». No obstante, el alcance de estas sugerencias sólo se advertirá con el análisis del Hombre de los Lobos (1918). «Se podría decir -escribe Freud- que la infancia de nuestro enfermo se había caracterizado por oscilaciones entre la actividad y la pasividad; su pubertad, por una lucha por la virilidad, y el período que siguió a la contracción de la enfermedad, por la lucha en torno del objeto de sus deseos viriles. La causa ocasional de su enfermedad no entra en los tipos de contracción de neurosis que he podido agrupar como casos particulares de reacción a la «frustración», de modo que nuestra atención se ve atraída hacia una laguna que presenta esa clasificación. El paciente se quebrantó cuando una afección orgánica de los genitales hizo revivir en él la angustia de castración, derrotando su narcisismo y obligándolo a abandonar la esperanza de ser un favorito del destino. Cayó entonces enfermo de una «frustración» narcisista. Ese narcisismo, en él excesivo, estaba en perfecto acuerdo con los otros indicios que presentaba de un desarrollo sexual inhibido: con el hecho de que fueran tan pocas las tendencias psíquicas que se concentraban en su elección heterosexual de objeto, a pesar de toda su energía, y también con el otro hecho de que la actitud homosexual, tanto más próxima al narcisismo, había persistido en él con tal tenacidad como fuerza inconsciente.» De modo que el análisis de la frustración aprovecha plenamente la elaboración del narcisismo. Fue por completo natural que la perspectiva abierta por la segunda tópica le aportara un nuevo retoque. La etiología de la neurosis sigue basándose en la frustración de un deseo infantil, y esa frustración proviene del afuera. «No obstante, las exigencias de la realidad son representadas por el superyó, el cual «reúne» en sí, según un encadenamiento que falta dilucidar, influencias provenientes tanto del ello como del mundo exterior, y de algún modo constituye un modelo ideal de aquello a lo que apuntan todas las tendencias del yo, a saber: la conciliación de sus múltiples alianzas. El comportamiento del superyó, contrariamente a lo ocurrido hasta ahora, debería tomarse en consideración en todas las formas de enfermedad psíquica. Mientras tanto, cabe postular que tiene que haber afecciones que se basan en un conflicto entre el yo y el superyó. El análisis nos autoriza a admitir que la melancolía es un caso ejemplar de ese grupo; nos gustaría darle a este tipo de trastornos el nombre de «psiconeurosis narcisistas».»

De la frustración Freudiana al «daño» imaginario de Lacan Llegamos así a la definición de la frustración dada por Freud en 1927 en El porvenir de una ilusión, en comparación con la prohibición y la privación. Veamos, por otro lado, la caracterización que hace de ella Lacan. En Freud, la frustración es el hecho (Tatsache) de que una pulsión no pueda ser satisfecha. Se observará que en ese momento de la elaboración la pulsión debe entenderse según la acepción de la segunda tópica, en las condiciones que le impone la organización del ello por el yo, bajo la coacción del superyó. En otras palabras, la frustración, si seguimos a Freud, implica una identificación cuyo fracaso consagra. Queda por precisar el estatuto del yo así implicado: yo narcisista investido -heredero, si seguimos a Lacan, del estadio del espejo- y desde esta perspectiva se comprenderá la fórmula de Lacan: la frustración entendida como «daño imaginario de un objeto real». Daño imaginario: la primera parte de la fórmula reinterpreta la referencia Freudiana al yo y a la frustración interna en tanto que ese yo, heredero del estadio del espejo, aparece precisamente en Lacan como el núcleo de lo imaginario. Objeto real: la indicación concuerda con la frustración externa de Freud. Desde el primer punto de vista se perfila el objeto a del deseo, y desde el segundo punto de vista, la dependencia en la que se encuentra la demanda del sujeto con relación al Otro. Así se nos orienta hacia la representación topológica de la frustración, en tanto que lo imaginario, orden del que ella participa, se sostendrá en su articulación con lo simbólico del ideal del yo y con lo real, en una representación «borromea».

Alemán: Versagung. Francés: Frustration. Inglés: Frustration. Estado en el que se encuentra un sujeto cuando se le niega o se le prohíbe la satisfacción de una demanda de origen pulsional. En el lenguaje corriente, la utilización del término frustración para designar indiferentemente el displacer, la insatisfacción, incluso la contrariedad, tiende a ocultar el alcance conceptual de la palabra en la doctrina Freudiana y en la teorización lacaniana.. Para Sigmund Freud, y esto desde el artículo de 1912 titulado «Sobre los tipos de contracción de neurosis», la frustración (Versagung) no implica necesariamente la idea de pasividad. Freud agrupa en esta categoría tanto la insatisfacción debida a que un agente exterior se niega a responder a una exigencia libidinal, como la ligada a factores internos, a la inhibición, las defensas yoicas, que desembocan en formulaciones vacilantes, torpes o imposibles de la demanda. Después de la importante modificación metapsicológica introducida por el concepto de narcisismo, Freud, en 1916, en el artículo «Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico», traza una distinción entre la frustración externa y la frustración interna. «E] trabajo psicoanalítico nos ha proporcionado esta tesis: los seres humanos se vuelven neuróticos a continuación de la frustración.» La neurosis resulta del conflicto entre los deseos libidinales del ser humano y esa parte de él, su yo, sede de las pulsiones de autoconservación y de sus ideales, que vela por evitarle el displacer que le ocasionarían los estados de excitación excesiva. La frustración de una satisfacción muy real constituye entonces una de las causas de la neurosis. ¿Cómo explicar los casos en que el sujeto enferma en el momento mismo en que su deseo está a punto de realizarse? Más allá de los ejemplos clínicos que presenta Freud, se puede evocar el de los atletas de pronto afectados por lo que se denomina corrientemente el miedo a ganar. En apariencia hay una contradicción con la tesis de la frustración como causa de la afección neurótica. Resolver este obstáculo supone distinguir entre una frustración externa y una frustración interna. «Si, en la realidad -escribe Freud-, el objeto mediante el cual la libido puede encontrar su satisfacción desaparece, hay una frustración externa. En sí misma no tiene efectos, sigue siendo no patógena mientras no se asocie a ella una frustración interna.» La frustración interna está siempre presente, como marca de la permanencia del conflicto entre el yo y la libido, pero «no entra en acción antes que la frustración externa real le haya preparado el lugar». En las situaciones contradictorias a las que acabamos de referirnos, la frustración interna aparece después de que «la frustración externa haya dado lugar a la realización del deseo». En tanto ese deseo, el deseo de ganar, de tener éxito, etcétera, permanecía en el registro del fantasma, el yo lo toleraba: el yo interviene para inhibir, anular la operación en el momento en que se aproxima la realización, en que el fantasma está a punto de sufrir una transformación real. En 1927, en El porvenir de una ilusión, Freud da una definición muy precisa de la palabra frustración, que relaciona con interdicción y privación. La frustración es caracterizada como resultado de la insatisfacción de una pulsión; la interdicción, como el medio por el cual se inflige la frustración, y la privación, como el estado producido por la interdicción. La frustración, explica Freud, en la medida en que es el resultado de una insatisfacción libidinal, es también el producto de esa limitación general que constituye la cultura, modalidad de socialización del ser humano. La frustración aparece así como un estado inherente a la condición humana. El estado de frustración es una dimensión esencial en la cura psicoanalítica. El analista debe mantenerlo, sobre todo respetando la regla de abstinencia, pues la frustración constituye uno de los motores del despliegue de la cura, un medio importante para luchar contra las resistencias. Jacques Lacan inscribe el concepto de frustración en su tópica de lo real, lo simbólico y lo imaginario. La frustración constituye la modalidad en la que el infante vive la segunda fase del despliegue del Edipo. La intrusión paterna priva a la madre del falo y frustra al niño, separándolo de la madre. En su seminario de los años 1956-1957, La relación de objeto, Lacan determina los registros específicos de la frustración, la privación y la castración. Establece el carácter primordial de la relación con el objeto, la naturaleza de la falta así constituida, para distinguir esos tres procesos. Si bien la frustración, definida por Lacan como la falta imaginaria del objeto real, especifica la vivencia de un momento de la fase edípica, su origen está en «traumas, fijaciones, impresiones, provenientes de experiencias preedípicas. Por tal razón, constituye—elterreno preparatorio, la base y el fundamento- del Edipo. Lacan volvió a esta inscripción de la frustración en el campo imaginario en el seminario del año siguiente, Las formaciones del inconsciente. La frustración es estudiada allí como el efecto de una demanda excesiva, en el límite de lo formulable, a propósito de un objeto real, y como tal, imposible. El pene, objeto de la frustración de la niña, constituye el modelo original de ese objeto imposible, y el descubrimiento por el infante de su ausencia en la mujer provoca la frustración, punto de anclaje de manifestaciones neuróticas, como lo atestigua la observación clínica del caso de «Juanito» (Herbert Graf).