Diccionario de Psicología, letra L, Libido

Diccionario de Psicología, letra L, Libido

s. f. [Término de origen latino, de trasposición igual en todos los idiomas, rescatado por Freud.] Energía psíquica de las pulsiones sexuales que encuentra su régimen en términos de deseo, de aspiraciones amorosas, y que, para S. Freud, da cuenta de la presencia y de la manifestación de lo sexual en la vida psíquica. C. Jung, por su parte, concibe la libido como una energía psíquica no específica, que se manifiesta en todas las tendencias, sexuales o no; refuta esto Freud, quien mantiene su referencia a lo sexual. Asimilando su concepción de la libido, como energía de todo lo que se puede englobar bajo el nombre de amor, al Eros de Platón, Freud llega a llamar libido a la energía del Eros. J. Lacan retoma la cuestión y propone concebir la libido no tanto como un campo de energía sino como un «órgano irreal» que tiene relación con la parte de sí mismo que el ser viviente sexuado pierde en la sexualidad [Seminario XI, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», 1964]. Es relativamente arduo extraer una definición de la libido en Freud, especialmente porque recibe distintas aclaraciones según los momentos de conceptualización de la teoría de las pulsiones, los avances concernientes a la vida sexual, normal o patológica, el cuestionamiento reiterado del problema de las neurosis, las perversiones, las psicosis, etc. El término latino libido, que significa «deseo» [violento, inclinación intensal, «garias», «aspiración», tal como Freud lo usa, designa «la manifestación dinámica en la vida psíquica de la pulsión sexual»; es la energía «de esas pulsiones relacionadas con todo lo que se puede comprender bajo el nombre de amor». Al afirmar la referencia a lo sexual de la libido, referencia que hace valer en las diversas definiciones que da, Freud se contrapone al punto de vista de Jung, que extiende, generaliza y desespecifica la libido, viéndola operante en todo tipo de tendencias. En Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), en especial, Freud adopta una clara posición: «No ganamos nada evidentemente en insistir con Jung en la unidad primordial de todas las pulsiones y en dar el nombre de libido» a la energía que se manifiesta en cada una de ellas (…) Es imposible, sea cual fuere el artificio al que se recurra, eliminar de la vida psíquica la función sexual (…) el nombre de libido permanece reservado a las tendencias de la vida sexual, y únicamente en este sentido lo hemos empleado siempre». Libido y sexualidad. La economía y la dinámica libidinales, sobre cuya comprensión y conceptualización Freud no cesa de volver, suponen una concepción de la sexualidad mucho más amplia que la vigente en su época y aun, por otra parte, en la nuestra. Como lo explica en Tres ensayos de teoría sexual (1905) o en Conferencias de introducción al psicoanálisis, es a través de] estudio de la sexualidad infantil y de las perversiones como Freud encuentra sus argumentos para deslindar la sexualidad de la finalidad de la procreación, para refutar la identidad entre sexual y genital, para concebir entonces la existencia de algo sexual que no es genital y que no tiene nada que ver con la reproducción sino con la obtención de una satisfacción. Llega así, produciendo entonces un escándalo, a calificar de sexuales un conjunto de actividades o tendencias que no sólo registra en el adulto sino también en el niño, aun lactante. De este modo, por ejemplo, caracteriza como sexual, y reconoce como actividad sexual, la succión en el niño y la satisfacción que extrae de ella. A través de esta concepción ampliada de la sexualidad despliega la concepción de un desarrollo sexual o, expresión para él equivalente, de un desarrollo de la libido según diferentes estadios. Da así por sentado que la vida sexual, o la vida libidinal, o la función de la sexualidad (para él sinónimos), lejos de estar instalada de entrada, está sometida a un desarrollo y atraviesa una serie de fases o estadios. El «punto de giro de este desarrollo», escribe en Conferencias de introducción al psicoanálisis, está «constituido por la subordinación de todas las tendencias sexuales parciales al primado de los órganos genitales, o sea, por la sumisión de la sexualidad a la función de la procreación». Otro aspecto del desarrollo sexual que pone en juego la economía libidinal y su dinámica energética es el que compromete toda la cuestión de la relación con el objeto, pudiendo la libido investir y tomar como objeto tanto la persona misma (se la llama entonces libido del yo) como un objeto exterior (se la llama entonces libido de objeto). Freud designa con el término narcisismo el desplazamiento de la libido sobre el yo. Además introduce la cuestión del objetivo de la pulsión, que es la satisfacción; Freud la interroga en especial con el problema del devenir libidinal en la sublimación. Una misma energía psíquica, cuyo carácter sexual inicial mantiene, una misma energía libidinal, cuyo «gran reservorio», dice, es el yo, opera, por lo tanto, para Freud, en las pulsiones sexuales y sus modificaciones, cualquiera que sea el objeto al que se dirijan, cualquiera que sea el objetivo que alcancen, directamente sexual o sublimado. Libido y pulsión de vida. La concepción ampliada de la sexualidad que Freud promueve lo lleva a referirse en reiteradas oportunidades al Eros platónico. Ve en este una concepción muy cercana a lo que él entiende por pulsión sexual, según lo escribe en Tres ensayos de teoría sexual, donde evoca la fábula poética que Platón hace relatar en el Banquete a Aristófanes: la división en dos partes del ser humano, que desde entonces aspira incesantemente a volver a encontrar su mitad perdida para unirse con ella. A Eros, el Amor, Platón nos lo muestra como el deseo, siempre desprovisto y siempre en busca de lo que pueda apaciguarlo, satisfacerlo, yendo sin cesar tras lo que le falta para ser colmado. De este modo, dice Freud en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), «al ampliar la concepción del amor, el psicoanálisis no ha creado nada nuevo. El Eros de Platón presenta, en cuanto a sus orígenes, sus manifestaciones y sus relaciones con el amor sexual, una analogía completa con la energía amorosa, con la libido del psicoanálisis. . >. Freud está entonces plenamente de acuerdo con la teoría del amor en Platón y su concepción del deseo, pero al mismo tiempo se niega a abandonar el término psicoanalítico libido por el filosófico y poético Eros, pues, aunque señala su gran proximidad, rehusa arriesgarse a perder así aquello que quiere hacer reconocer: su concepción de la sexualidad. De este modo, escribe también: «Aquellos que consideran la sexualidad como algo que avergüenza a la naturaleza humana y la rebajan son perfectamente libres de usar los términos más distinguidos de Eros y erótica (…) Nunca se puede saber hasta dónde se va a llegar de esta manera: se comienza por ceder en las palabras y luego se termina cediendo en las cosas» . En Más allá del principio de placer (1920) primero, y en obras posteriores, Freud utiliza el término Eros para connotar las pulsiones de vida, que opone a las pulsiones de muerte, trasformando entonces especulativamente, como dice, la oposición entre pulsiones libidinales y pulsiones de destrucción. El Eros, que Freud da como equivalente de las pulsiones de vida (que reúnen ahora a las pulsiones sexuales y a las pulsiones de autoconservación), es la energía misma de estas pulsiones que tienden a la ligazón, a la unión, a la reunión y al mantenimiento de este estado. En Esquema del psicoanálisis (1938), escribe que llamará de ahora en adelante libido a «toda la energía del Eros». Pérdida y sexualidad. Lacan sustituye el mito de Aristófanes recordado por Freud por lo que llama «el mito de la laminilla», producido para «encarnar la parte faltante»; con esto busca retomar la cuestión de la libido y su función, y en tanto la cuestión del amor queda relegada a un fundamento narcisista e imaginario. El mito de la búsqueda de la mitad sexual en el amor queda sustituido por «la búsqueda, por el sujeto, no del complemento sexual, sino de la parte de sí mismo perdida para siempre, constituida por el hecho de que no es más que un ser viviente sexuado y ya no es más inmortal». En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1973), especialmente, se explica al respecto: la laminilla «es algo que tiene relación con lo que el ser sexuado pierde en la sexualidad; es, como la ameba con relación a los seres sexuados, inmortal». En esta laminilla inmortal que sobrevive a toda división, en este órgano que «tiene como característica no existir», allí, dice Lacan, está la libido inmortal, irreprimible, lo que le es sustraído al ser viviente por estar sujeto al sexo. La libido se encuentra entonces designada por la imagen y el mito de la laminilla ya no «como un campo de fuerzas sino como un órgano», un «órgano parte del organismo» y un órgano «instrumento de la pulsión». Organo «irreal», dice todavía Lacan, definiéndose lo irreal «por articularse a lo real de una manera que se nos escapa, lo que requiere justamente que su representación sea mítica, como la concebimos nosotros. Pero ser irreal no le impide a un órgano encarnarse».

Libido

Energía postulada por Freud como substrato de las transformaciones de la pulsión sexual en cuanto al objeto (desplazamiento de las catexis), en cuanto al fin (por ejemplo, sublimación) y en cuanto a la fuente de la excitación sexual (diversidad de las zonas erógenas). En Jung, el concepto «libido» se amplía hasta designar «la energía psíquica» en general, presente en todo lo que es «tendencia a», appetitus. El término «libido» significa en latín deseo, ganas. Freud declara haberlo tomado de A. Moll (Untersuchungen über die Libido sexualis, volumen I, 1898). De hecho, se encuentra repetidas veces en las cartas y manuscritos dirigidos a Fliess, y por vez primera en el Manuscrito E (fecha probable: junio de 1894). Resulta difícil dar una definición satisfactoria de la libido. Por una parte, la teoría de la libido ha evolucionado con las diferentes etapas de la teoría de las pulsiones; por otra, el concepto mismo dista de haber recibido una definición unívoca(63). Con todo, Freud le atribuyó siempre dos características originales: 1º Desde un punto de vista cualitativo, la libido no es reductible, como quería Jung, a una energía mental inespecífica. Si bien puede ser «desexualizada», especialmente en las catexis narcisistas, ello ocurre siempre secundariamente y por una renunciación a la meta específicamente sexual. Por otra parte, la libido no incluye nunca todo el campo pulsional. En una primera concepción, se opone a las pulsiones de autoconservación. Cuando éstas, en la última concepción de Freud, aparecen como de naturaleza libidinal, la oposición se desplaza para convertirse en la existente entre la libido y las pulsiones de muerte. Así, pues, se mantiene siempre el carácter sexual de la libido y no se acepta jamás el monismo junguiano. 2.ª La libido se considera siempre, sobre todo, como un concepto cuantitativo: «[…] permite medir los procesos y transformaciones en el ámbito de la excitación sexual» . «Su producción, su aumento y su disminución, su distribución y su desplazamiento deberían proporcionarnos los medios para explicar los fenómenos psicosexuales» . Estas dos características quedan subrayadas en la siguiente definición de Freud: «Libido es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor». Así como la pulsión sexual se sitúa en el límite somato-psíquico, la libido designa su aspecto psíquico; es «la manifestación dinámica, en la vida psíquica, de la pulsión sexual». Como energía claramente diferenciada de la excitación sexual somática, es introducido el concepto de libido por Freud en sus primeros escritos sobre la neurosis de angustia (1896): una insuficiencia de «libido psíquica» hace que la tensión se mantenga en el plano somático, donde se traduce sin elaboración psíquica en síntomas. Si «[…] faltan parcialmente ciertas condiciones psíquicas», la excitación sexual endógena no es controlada, la tensión no puede ser utilizada psíquicamente, hay una escisión entre lo somático y lo psíquico y aparece la angustia. En la primera edición de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei AbhandIungen zur Sexualtheorie, 1905), la libido (homóloga, respecto al amor, del hambre respecto al instinto de nutrición) permanece próxima al deseo sexual que busca la satisfacción y permite reconocer sus transformaciones: sólo se habla entonces de libido objetal; vemos cómo ésta se concentra sobre objetos, se fija en ellos o los abandona, substituyendo un objeto por otro. Dado que la pulsión sexual representa una fuerza que ejerce un «empuje», Freud define la libido como la energía de esta pulsión. Este aspecto cuantitativo es el que prevalecerá en lo que será, a partir de la concepción del narcisismo y de una libido del yo, la «teoría de la libido». En efecto, el concepto «libido del yo» implica una generalización de la economía libidinal, que engloba todo el movimiento de catexis y contracatexis y atenúa el aspecto de significaciones subjetivas que podía evocar la palabra libido; como dice el propio Freud, la teoría se vuelve aquí francamente especulativa. Cabe preguntarse si, al introducir, en Más allá del principio del placer (Jenseits des Lustprinzips, 1920), el concepto de Eros como principio fundamental de las pulsiones de vida, tendencia de los organismos a mantener la cohesión de la substancia viva y a crear nuevas unidades, Freud no intentó encontrar también a nivel de un mito biológico la dimensión subjetiva y cualitativa inherente desde un principio a la noción de libido.

Libido

De uso corriente en la literatura latina de inspiración erótica (en particular en Ovidio), el término Y la noción de libido pasaron de esa fuente profana a la teología moral de la Edad Media antes de ser reconocidos por el vocabulario médico del siglo XIX, tal como lo atestigua, aun en 1844, el Léxico médico etimológico y critico de Ludwig August Kraus: «Libido (griego, epitumia). Das Verlangen nach Etwas (el anhelo de algo). Die Begierde (el deseo); die Wollust (la lujuria). Geilheit (celo). Cf. latín, libet, lubet: es gefüllt (complace), Behagt (gusta). Sedes libidinis = clítoris». De manera general, sea que designe el celo de los animales o su equivalente humano en forma de apetito sexual, la «libido» se aplicará sin discriminación al ardor sexual del varón o la mujer. En la conceptualización freudiana de la noción intervendrán conjuntamente la investigación empírica y un haz de hipótesis teóricas ajustadas a los diversos dominios explorados por la clínica: para empezar, el reconocimiento de las razones para «separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia». Así se titulará el artículo publicado por Freud en 1895, después de haber desarrollado la descripción de la neurosis de angustia y su análisis en varios intercambios epistolares con Fliess. Modelo de la intoxicación Freud le escribe a Fliess el 2 de abril de 1896: «Siempre consideré la neurosis de angustia y las neurosis en general como resultado de una intoxicación, y a menudo he pensado en la similitud de los síntomas de la neurosis y el bocio exoftálmico (la enfermedad de Basedow)». El modelo introduce entonces la hipótesis de una excitación endógena. Tratándose de la neurosis de angustia, el problema consistirá en caracterizarla en su especificidad y seguir su transformación en el registro del psiquismo. La progresión es descrita en términos parecidos en el manuscrito de junio de 1897 y, el año siguiente, en el artículo «Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de «neurosis de angustia»», de conformidad con las reglas mejor establecidas del método experimental. Aquí y allá, el concepto de libido es llamado a determinar el cambio de estado de la excitación, de orgánico a psíquico. Así, en el manuscrito enviado a Fliess, Freud parte de observaciones demostrativas de que la angustia de las neurosis es imputable a la sexualidad: después de eliminar la influencia psíquica (mujeres frígidas), recoge «los hechos que sugieren una causa sexual de orden físico» (sujetos vírgenes, continentes intencionales o por necesidad, coito interrumpido, etcétera). La continencia constituye un elemento común. De allí la hipótesis de una acumulación de tensión física y de su transformación, la necesidad de reacciones específicas que permitan reducir la cantidad de excitación, la existencia de un umbral a partir del cual la tensión endógena, «tomando contacto con cierto grupo de representaciones [ … ] suscita libido psíquica». No obstante, si la conexión psíquica no puede producirse, la tensión que no ha sido ligada psíquicamente «se transformará en angustia». Tal es el caso de la neurosis de angustia, en la que se pone de manifiesto una insuficiencia de «afecto sexual», de «libido psíquica». La observación lo confirma. Volviendo sobre los ejemplos de angustia antes citados, Freud se pregunta si el mecanismo teóricamente construido bajo la égida de la libido se encuentra allí efectivamente. De hecho, «la tensión sexual se transforma en angustia en el caso de que, mientras se produce con fuerza, no sufre la elaboración psíquica que la transformaría en afecto». En ese primer momento de la investigación, la libido se presenta entonces con un doble aspecto. Por una parte, es el resultado del proceso de elaboración (Verarbeitung) de la excitación orgánica como excitación psíquica; por otro lado, se define como «afecto sexual». La segunda versión debe entenderse «en su sentido más amplio, como una excitación en cantidad bien determinada» (carta de 21 de mayo de 1894) o como la cualidad de la experiencia que la manifiesta. La primera de estas versiones presenta el gran interés de requerir precisiones sobre las condiciones en las que precisamente se realiza, o se encuentra excluida, la transformación de la incitación orgánica en libido psíquica: así se distinguirá entre la pérdida de la libido y los diversos modos de exclusión de la transformación libidinal; la primera caracteriza la melancolía, y estos últimos la neurosis de angustia en la diversidad de sus circunstancias, sobre todo en el caso de la represión. Además, los desarrollos esenciales de la noción se producirán precisamente con referencia a la función de esta línea demarcatoria. Para resumir su principio, la oposición de lo orgánico a lo psíquico se duplicará con la oposición de lo inconsciente a lo consciente; el proceso orgánico no queda en consecuencia excluido, pero la «transformación» de la tensión sexual deja de involucrarlo, para comprometer al psiquismo inconsciente y al psiquismo consciente según las condiciones que permiten o impiden su comunicación. El momento fecundo del trabajo analítico, en esta perspectiva, es el del descubrimiento de las «zonas erógenas» y del enunciado del principio de su estratificación genética. Además se observa que varias líneas de investigación encuentran allí su punto de convergencia. En primer lugar, el trabajo efectuado sobre la melancolía, paralelamente al análisis de la histeria: ya en el manuscrito del 1 de enero de 1895 Freud dice que la mujer melancólica tiene «un tipo de libido no llegado a la madurez, juvenil». Más precisamente, dejándose guiar por la especificidad de la experiencia melancólica, asocia al rasgo característico de la «nostalgia» la hipótesis de una pérdida: «el afecto que corresponde a la melancolía es el de la tristeza, es decir, la nostalgia (Sehnsucht) de algo perdido (Verloren). De modo que en la melancolía debe tratarse de una pérdida (Verlust), y esto precisamente en la vida pulsional.» En segundo lugar, se toma en cuenta la relación de la excitación sexual somática con el «grupo sexual psíquico», cuyo equivalente ya había sido evocado en el caso de la histeria. La noción de zonas erógenas y su contribución a la teoría de la libido se verán afectadas cuando, la «pérdida» que ha sobrevenido en el dominio de las pulsiones aparezca determinada por la puesta fuera de circuito de organizaciones arcaicas, Estratificación del psiquismo Freud da testimonio de que se trata en este caso de una mutación profunda de la teoría, por el tono de exaltación teñida de humor con el que le confía su descubrimiento a Fliess, dos días más tarde: «Esto sucedió el 12 de noviembre de 1897, con el Sol en el ángulo oriental, y Mercurio y Venus en conjunción»: el horóscopo de Miguel Angel (según Vasari), al que nos remite una nota de los editores de la correspondencia, da relevancia al momento del encuentro del mensajero de los dioses con la diosa del amor. «Después de las terribles angustias de esas últimas semanas, un nuevo fragmento de conocimiento (ein neues Stück Erkenntn¡s)» era puesto en el mundo. En verdad, «no totalmente nuevo», continúa Freud: ese elemento de conocimiento «muchas veces se había ya manifestado y eclipsado, pero esta vez fue conservado y vio la luz». Al principio se enuncia una hipótesis: «Te envío la explicación siguiente de la etiología de las psiconeurosis», escribe Freud el 20 de mayo de 1896. «Es el fruto de reflexiones laboriosas, pero requiere la confirmación de análisis individuales. Conviene distinguir cuatro períodos de vida: la (hasta los cuatro años) preconsciente: lb (hasta los ocho años), infantil; AH, hasta los catorce años, prepubertad; BIII, hasta x años, madurez. A y B (de los ocho a los diez años y de los trece a los diecisiete, aproximadamente) son épocas de transición, en cuyo transcurso generalmente se produce la represión.» Antes de la crítica de¡ «acontecimiento traumático» (cf. la teoría de la cura catártica) y de la constitución de la noción de fantasma, hay entonces retorno a un anclaje temporal de la etiología. Pero la perspectiva adoptada sobre el pasado es totalmente distinta. Ya no se trata de encarar la tensión, proveniente de una energía no liquidada, sino de las vicisitudes de organizaciones estratificadas. «Tú sabes -escribe Freud a fines de 1896- que [.—] parto de la hipótesis de que nuestro aparato psíquico se establece por un proceso de estratificación (Schichtung): los materiales presentes en forma de huellas mnémicas se encuentran de tiempo en tiempo reorganizados según las nuevas circunstancias. Lo que hay de esencialmente nuevo en mi teoría es la idea de que la memoria está presente no en una única versión sino en varias, y que está compuesta de diversos tipos de «signos» (Zeichen). En mi estudio sobre la afasia (1892), ya sostuve la idea de un ordenamiento semejante de las vías procedentes de la periferia.» De modo que se distinguirán cinco registros, correspondientes, por una parte, a una capa de percepción no inscrita y, por la otra, a cuatro tipos de inscripciones, relativas a: un registro incapaz de hacerse consciente; el inconsciente, el preconsciente y por último la conciencia. Así se encuentra profundizada la noción de esos «grupos de representaciones» evocados en 1894 con respecto a la neurosis de angustia, y con los cuales toma contacto la tensión endógena (somática), de modo que «suscita libido psíquica». En la perspectiva de una estratificación, los «grupos», noción todavía vaga, se determinan como tipos de registro de signos. Pero, correlativamente, en la concepción de la libido se produce un vuelco decisivo. Por un lado, según la vertiente orgánica, las fuentes de excitación se estratifican genéticamente en su inherencia a «zonas» corporales; por el otro, del «contacto» de estas fuentes diversificadas con la diversidad genéticamente ordenada de las capas de signos surgen tipos específicos de organizaciones psíquicas libidinales. De la síntesis teórica de estas dos hipótesis de reconstrucción deriva una nueva concepción de represión basada en dos hipótesis auxiliares: el abandono de las «zonas» antiguas, y la acción diferida. «A menudo he sospechado -escribe Freud en el relato de su «descubrimiento»- que en la represión entra en juego un elemento orgánico, y ya te he referido alguna vez que se trata del abandono de antiguas zonas sexuales [ … ]. Ahora, las zonas que en el hombre normal adulto han dejado de ser la sede de descargas sexuales son las regiones anal, bucal y bucofaríngea, y esto de dos maneras: 1) su contemplación y su representación ya no provocan excitación; 2) las sensaciones internas que emanan de ellas no aportan nada a la libido, como lo hacen las de los órganos sexuales en sí [ … ]. La extinción de estas zonas sexuales iniciales tendría su correspondencia en la atrofia de ciertos órganos internos en el curso del desarrollo. El desprendimiento sexual (sabes que yo llamo así a un tipo de secreción que se debe experimentar exactamente como un estado interior de la libido) no se produce sólo 1) por estímulos periféricos sobre los órganos sexuales, y 2) por una excitación interna procedente de esos órganos, sino también 3) a partir de representaciones (de huellas mnémicas), es decir, gracias a una acción diferida.» De esta acción diferida derivará la represión. En efecto, continúa Freud, «normalmente puede haber una acción diferida no neurótica, y de ella puede emanar la compulsión (además, nuestros otros recuerdos sólo producen efectos porque ya los produjeron como incidentes vividos). No obstante, una acción diferida semejante obra también en conexión con los recuerdos de excitación procedentes de zonas sexuales abandonadas; ahora bien, de ello no resulta ningún desprendimiento libidinal, sino una descarga de displacer, una sensación interna análoga al asco que se experimenta cuando se trata de un objeto». Con el método que le es familiar, Freud somete entonces a prueba, con las neurosis, hipótesis teóricas ilustradas por la psicología de la normalidad, y reformula desde esta perspectiva las adquisiciones anteriores de la conceptualización de la libido. Es así como los incidentes de infancia, si sólo interesan a los órganos genitales, no producen nunca neurosis en el hombre, sino solamente una masturbación compulsiva y libido, pero pueden desembocar en la represión y la neurosis cuando han afectado también las otras dos zonas sexuales, con lo cual la libido es despertada por una acción diferida. En este último caso, si el incidente se relaciona, por ejemplo, con el ano o la boca, provocará más tarde un asco interno. De ello resultará que cierta cantidad de libido, «impedida de transformarse en acto o de traducirse psíquicamente, se verá coaccionada a emprender una vía regresiva (como sucede en los sueños). He decidido entonces -concluye Freud- considerar por separado los factores determinantes de la libido y los que provocan angustia. También he renunciado a ver en la libido el elemento masculino, y en la represión el elemento femenino». Con la función atribuida en una nueva concepción a los «signos de transcripción», la estratificación libidinal abría finalmente el camino a una interpretación particularmente fecunda de las «modificaciones» de las que son susceptibles: el develamiento de una prehistoria de la sublimación, contracara positiva de la noción de «zonas abandonadas». «He adquirido una noción exacta de la estructura de la histeria -escribía Freud el 2 de mayo de 1897– Todo demuestra que se trata de la reproducción de ciertas escenas a las cuales es a veces posible acceder directamente, y otras veces sólo pasando por fantasmas interpuestos. 

continuación ¨Diccionario de Psicologia, letra L, Libido (segunda parte)¨