El chiste y las variedades de lo cómico (contin.2)

El chiste y las variedades de lo cómico Podríamos caer en la tentación de generalizar este último caso y buscar el nexo del chiste con la comicidad en que el efecto de aquel sobre la tercera persona sobreviene siguiendo el mecanismo del placer cómico. Pero ni hablar de ello, pues el contacto con lo cómico no vale para todos los chistes, ni siquiera para la mayoría de ellos; antes al contrario, en los más de los casos es posible separar chiste y comicidad puros. Toda vez que el chiste logra evitar la apariencia de lo disparatado, o sea en la mayoría de los chistes por doble sentido y alusión, no se descubre en el oyente nada de un efecto semejante a lo cómico. Hágase la prueba en los ejemplos ya comunicados o en algunos nuevos que puedo. mencionar: Telegrama de felicitación por el 70º cumpleaños de un actor: «Trente et quarante» {«Treinta y cuarenta»}. (División con alusión Hevesi describió cierta vez el proceso de la elaboración del tabaco: «Las hojas doradas … eran ahí in eine Beize getunkt {bañadas en un betún} e in dieser Tunke gebeizt (embetunadas en ese baño}». (Acepción múltiple del mismo material.) Madame de Maintenon era llamada «Madame de Maintenant» {en francés: «de ahora», «del momento»}. (Modificación de nombre.) El profesor Kästner dice a un príncipe que en el curso de una demostración se pone delante del telescopio: «Mi príncipe, sé bien que es usted «durchläuchtig» {«ilustrísimo»} pero no es usted «durchsichtig» («trasparente»}». El conde de Andrássy era llamado «Ministro del Bello Exterior». Además, podría creerse que al menos todos los chistes de fachada disparatada tienen que parecer cómicos y producir ese efecto. Sin embargo, en este punto recuerdo que tales chistes muy a menudo tienen otro efecto sobre el oyente, provocan desconcierto e inclinación a desautorizar. Evidentemente, interesa entonces que el disparate del chiste parezca cómico o un puro y ordinario disparate, de lo cual no hemos explorado todavía la condición. Según ello, nos atenemos a la conclusión de que el chiste, por su naturaleza, ha de separarse de lo cómico y sólo coincide con esto en ciertos casos especiales, por un lado, y por el otro, en la tendencia a ganar placer de fuentes intelectuales. En el curso de estas indagaciones sobre los vínculos entre chiste y comicidad se nos acaba de revelar aquella diferencia que no podemos menos que destacar como la más sustantiva y que al mismo tiempo remite a un carácter psicológico rector de la comicidad. Nos vimos precisados a situar en lo inconciente la fuente del placer del chiste; respecto de lo cómico no se avizora ocasión alguna para una localización parecida. Más bien todos los análisis hasta aquí emprendidos señalan que la fuente del placer cómico es la comparación entre dos gastos, y a ambos nos vemos obligados a situarlos en lo preconciente. Chiste y comicidad se distinguen sobre todo en la localización psíquica; el chiste es, por así decir, la contribución a la comicidad desde el ámbito de lo inconciente. No se nos impute habernos dejado arrastrar por una digresión; en efecto, el nexo del chiste con la comicidad fue la ocasión que nos forzó a indagar lo cómico. Pero ya es tiempo de que volvamos a nuestro tema específico, el tratamiento de los recursos que sirven para volver cómico algo. Comenzamos dilucidando la caricatura y el desenmascaramiento porque a partir de ambos obteníamos algunos apoyos para el análisis de la comicidad de la imitación. Es cierto que las más de las veces la imitación va unida a una caricatura, una exageración de rasgos de ordinario no llamativos, y aun conlleva el carácter del rebajamiento. Empero, su esencia no parece agotada con esto; es innegable que constituye en sí misma una fuente extraordinariamente generosa del placer cómico, pues la fidelidad de una imitación nos hace reír mucho. No es fácil dar un esclarecimiento satisfactorio de esto si uno no quiere adherir a la opinión de Bergson (1900), que aproxima la comicidad de la imitación a la que produce el descubrimiento del automatismo psíquico. Bergson opina que provoca efecto cómico todo lo que en una persona viva evoca a un mecanismo inanimado. Su fórmula para esto reza: «mécanisation de la vie» {«mecanización de la vida»}. Explica la comicidad de la imitación anudándola a un problema que Pascal ha planteado en sus Pensées: por qué se ríe de la comparación de dos rostros parecidos, ninguno de los cuales tiene en sí efecto cómico. «De acuerdo con nuestra expectativa, lo vivo nunca debe repetirse en términos de cabal parecido. Y toda vez que hallamos semejante repetición, conjeturamos un mecanismo oculto tras eso vivo» [Bergson, 1900, pág. 351. Si uno ve dos rostros de parecido excesivo piensa en dos calcos de un mismo molde o en algún procedimiento similar de producción mecánica. En suma, la causa de la risa sería en estos casos la desviación de lo vivo hacia lo carente de vida; podemos decir: la degradación {Degradierung} de lo vivo en algo sin vida. Aun si aceptáramos estas sugerentes puntualizaciones de Bergson, no nos resultaría difícil subsumir su opinión bajo nuestra propia fórmula. Habiéndonos enseñado la experiencia que todo ser vivo es un otro y requiere de nuestro entendimiento un cierto gasto, nos desilusionamos si a consecuencia de una total concordancia o una imitación engañosa no nos hace falta ningún nuevo gasto. Ahora bien, nos desilusionamos en el sentido del aligeramiento, y el gasto de expectativa devenido superfluo se descarga mediante la risa. Y esta misma fórmula cubriría también todos los casos, estudiados por Bergson, de rigidez cómica (raideur), hábitos profesionales, ideas fijas y giros verbales que se repiten con cualquier ocasión. Todos estos casos se reducirían a la comparación del gasto de expectativa con el que se requiere para entender lo que permanece igual a sí mismo, respecto de lo cual la expectativa más grande se apoya en la observación de la diversidad individual y la plasticidad de lo vivo. Por tanto, la fuente de placer cómico en la imitación no sería la comicidad de situación, sino la de expectativa. Puesto que en general derivamos el placer cómico de una comparación, estamos obligados a indagar lo cómico de la comparación misma, que sirve también como recurso para volver cómico algo. Nuestro interés por este problema se verá acrecentado si recordamos que incluso en el caso del símil solía dejarnos a menudo inciertos el «sentimiento» de sí algo era un chiste o se lo debía llamar meramente cómico. El tema merecería sin duda más cuidado del que podemos dispensarle desde nuestro interés. La principal propiedad que demandamos en el símil es que sea certero, vale decir, que destaque una coincidencia realmente presente entre dos objetos diversos. El originario placer por el reencuentro de lo igual (Groos, 1899, pág. 153) no es el único motivo que promueve el uso de la comparación; a él se añade que el símil es susceptible de un uso capaz de conllevar un aligeramiento del trabajo intelectual, a saber, cuando uno compara, como se hace la mayoría de las veces, lo más desconocido con lo más familiar, lo abstracto con lo concreto, y mediante esa comparación ilustra lo más ajeno y difícil. Con cada comparación de esta índole, en especial de lo abstracto con lo concreto, se conecta una cierta rebaja y un cierto ahorro de gasto de abstracción (en el sentido de una mímica de representación, a pesar de lo cual ello no basta, desde luego, para hacer resaltar con nitidez el carácter de lo cómico. Este no emerge de pronto, sino poco a poco desde el placer de aligeramiento que procura la comparación; son harto numerosos los casos que apenas rozan lo cómico y de los que podría dudarse que exhiban carácter cómico. Indudablemente cómica se vuelve la comparación cuando se acrecienta la diferencia de nivel en el gasto de abstracción entre dos términos comparados; por ejemplo, si algo serio y ajeno, sobre todo de naturaleza intelectual y moral, es comparado con algo trivial e ínfimo. El previo placer de aligeramiento y el aporte desde las condiciones de la mímica de representación acaso expliquen el pasaje, que se cumple poco a poco y mediante unas proporciones cuantitativas, desde lo placentero en general hasta lo cómico en el caso de la comparación. Sin duda saldré al paso de malentendidos si destaco que en la comparación yo no derivo el placer cómico del contraste entre los dos términos comparados, sino de la diferencia entre los dos gastos de abstracción. Lo ajeno difícil de asir, lo abstracto, en sentido propio lo intelectualmente elevado, al aseverarse su coincidencia con algo ínfimo y familiar, para cuya representación no hace falta gasto alguno de abstracción, es desenmascarado como igualmente ínfimo. La comicidad de la comparación queda reducida, entonces, a un caso de degradación {Degradierung}. Ahora bien, como vimos antes, la comparación puede ser chistosa sin huella de contaminación cómica; lo es cuando escapa a aquel rebajamiento. Así, la comparación de la verdad con una antorcha que uno no puede llevar entre la multitud sin chamuscar alguna barba es puramente chistosa, por tomar en sentido pleno un giro descoloride («La antorcha de la verdad»), y en modo alguno cómica, pues la antorcha, como objeto, no carece de una cierta dignidad, por más que sea algo concreto. Pero es fácil que una comparación sea al mismo tiempo chistosa y cómica, y por cierto lo uno con independencia de lo otro, en la medida en que se convierta en auxiliar de ciertas técnicas del chiste (p. e¡., la unificación o la alusión). Así, la comparación que hace Nestroy del recuerdo con un «almacén» es al mismo tiempo cómica y chistosa; lo primero por el extraordinario rebajamiento que ese concepto psicológico tiene que sufrir al comparárselo con un «almacén», y lo segundo porque quien aplica la comparación es un mayordomo, y en ella produce entonces una unificación totalmente inesperada entre la psicología y su actividad profesional. Los versos de Heine: «Hasta que al fin se me acabaron los botones / en los calzones de la paciencia», se presentan al comienzo sólo como un notable ejemplo de comparación cómica degradante; pero tras una reflexión mas ajustada es preciso concederles también el carácter de lo chistoso, pues aquella, como recurso de la alusión, cae aquí en el campo de lo obsceno y de ese modo consigue liberar el placer por lo obsceno. Del mismo material nace para nosotros, por un encuentro no del todo casual por cierto, una ganancia de placer a la vez cómica y chistosa; por más que las condiciones de lo uno deban promover también la génesis de lo otro, para el «sentimiento» destinado a indicarnos si estamos frente a algo chistoso o frente a algo cómico aquella reunión tiene por efecto confundir, y solamente puede decidirlo una indagación alertada., e independiente de la predisposición placentera. Por tentador que sea pesquisar estos condicionamientos más íntimos de la ganancia de placer cómico, el autor debe abstenerse de hacerlo pues ni su formación previa ni su cotidiana actividad profesional lo autorizan a extender sus indagaciones mucho más allá de la esfera del chiste, y cree poder confesar que justamente el tema de la comparación cómica le vuelve sensible su incompetencia. En este punto admitiremos se nos recuerde que muchos autores no aceptan la nítida separación conceptual y material entre chiste y comicidad a que nosotros nos hemos visto llevados, y postulan al chiste simplemente como «lo cómico del decir» o «de las palabras». Para someter a examen esta opinión escogeremos sendos ejemplos de comicidad deliberada y de comicidad involuntaria del decir a fin de compararlos con el chiste. Ya en un pasaje anterior señalamos que nos creemos muy capaces de distinguir el dicho cómico del dicho chistoso: «Con un tenedor y con trabajo su madre del guiso lo extrajo». es meramente cómico; en cambio, lo que Heine dice sobre las cuatro castas de la población de Gotinga: «profesores, estudiantes, filisteos y ganado». es por excelencia chistoso. Como modelo de la comicidad deliberada en el decir, tomo a «Wippchert», de Stettenheim. Se dice de Stettenheim que es chistoso porque posee en particular grado la habilidad de provocar lo cómico. La gracia {Witz} que uno «tiene», por oposición a la gracia (Witz} que uno «hace», está de hecho certeramente determinada por esa aptitud. No puede desconocerse que las cartas de Wippchen, el corresponsal de Bernau, son también chistosas en la medida en que están consteladas de abundantes chistes de todo tipo, y entre ellos algunos seriamente logrados («desvestidos de etiqueta», dicho sobre una fiesta entre salvajes); pero lo que presta su peculiar carácter a estas producciones no son esos chistes aislados, sino lo cómico del decir, que de ellas brota casi con desmesura. Wippchen es por cierto un personaje en su origen concebido a modo de sátira, una modificación del «Schmock» de Freytag, uno de aquellos ignorantes que trafican con el tesoro cultural de la nación y abusan de él; pero es evidente que su complacencia por los efectos cómicos alcanzados con su figuración hizo que el autor fuera relegando poco a poco la tendencia satírica. Las producciones de Wippchen son en buena parte «disparate cómico»; el talante placentero conseguido por acumulación de esos logros ha sido aprovechado por el autor -con derecho, por lo demás- para presentar, junto a cosas enteramente permisibles, toda clase de rasgos de mal gusto que no serían soportables por sí solos. El disparate de Wippchen se nos aparece, empero, como específico a consecuencia de una técnica particular. Si se considera con mayor cuidado estos «chistes», saltan en particular a la vista algunos géneros que imprimen su sello a toda la producción. Wippchen se sirve principalmente de composiciones (fusiones), modificaciones de giros y citas notorios, y sustituciones mediante las cuales se introducen algunos elementos triviales dentro de estos recursos expresivos de elevado valor, las más de las veces pretenciosos. Fusiones son por ejemplo (tomados del «Prólogo» y de las primeras páginas de toda la serie): «Turquía tiene dinero como heno el mar»; emparchado a partir de estos dos giros: «Dinero como heno», y «Dinero como arena el mar». O este otro: «Yo no soy más que una columna marchita, testimonio de desleída pompa», condensado a partir de «rama marchita» y «columna que, etc.». Otro: «¿Dónde está el hilo de Ariadna que permitiera salir de la Escila de este establo de Augias?», para lo cual se han tomado elementos de tres diversas sagas griegas. Las modificaciones y sustituciones pueden reunirse sin forzar mucho las cosas; su carácter resulta de los siguientes ejemplos, peculiares de Wippchen, en los que por lo general se trasluce otro texto, más corriente, más trivial, rebajado a la condición de lugar común: «Me colgaron papel y tinta». Se dice figuralmente «Colgarle a uno la galleta» para significar que lo ponen a uno en un aprieto. ¿Por qué no se podría extender esta imagen a otro material? «Batallas en que los rusos unas veces salían malparados, y otras salían biemparados». Como es notorio, sólo el primer giro es usual; pero dada su inspiración, no sería disparatado aceptar el otro. «Desde temprano se agitó en mí el Pegaso». Si lo sustituimos por «el poeta», se convierte en un giro autobiográfico ya remanido por el excesivo uso. Es claro que «Pegaso» es inadecuado como sustituto de «poeta», pero se encuentra en una relación de pensamiento con «poeta» y, es además una palabra altisonante. «Así pasé unas espinosas mantillas de infancia». Enteramente una imagen en vez de una simple palabra. «Salir de las mantillas de la infancia» es una de las imágenes que se entraman con el concepto «infancia». De la multitud de producciones de Wippchen es posible destacar muchas como ejemplos de comicidad pura; verbigracia, en calidad de desengaño cómico: «Durante horas y horas fluctuó el resultado de la batalla, hasta que al fin quedó indecisa»; o de desenmascaramiento cómico (de la ignorancia): «Clío, la Medusa de la Historia»; citas como: «Habent sua lata morgana(176)». Pero son más bien las fusiones y modificaciones las que despiertan nuestro interés, porque espejan familiares técnicas del chiste, Compárense, por ejemplo, con las modificaciones, chistes como: «Tiene un gran futuro detrás suyo», «Tiene un ideal metido en la cabeza»; o los chistes de Liclitenberg por modificación: «Baño nuevo sana bien», y otros de esta índole. ¿Llamaremos entonces chistes a las producciones de Wippchen que recurren a la misma técnica, o de lo contrario en qué se distinguen de estos? Por cierto que no es difícil dar la respuesta. Recordemos que el chiste muestra al oyente un rostro doble, lo constriñe a dos concepciones diversas. En los chistes disparatados, como los citados en último término, una de esas concepciones, la que sólo toma en cuenta el texto, dice que es un disparate; la otra, que siguiendo las indicaciones desanda en el oyente el camino a través de lo inconciente, le halla un notable sentido. En las producciones de Wippchen semejantes a chistes, uno de esos puntos de abordaje del chiste está vacío, como atrofiado: una cabeza de Jano, pero de la que se plasmó uno solo de los rostros. Aquí no obtenemos nada dejándonos llevar a lo inconciente por el señuelo de la técnica, Desde las fusiones no nos vemos conducidos a ningún caso en que los dos términos fusionados arrojen efectivamente un sentido nuevo; ellos se separan por completo ante un ensayo de análisis. Las modificaciones y sustituciones llevan, como en el chiste, a un texto usual y notorio, pero la modificación o sustitución como tales no dicen nada más, y por regla general nada posible ni utilizable. En consecuencia, para estos «chistes» sólo resta una de aquellas concepciones, la que lo considera un disparate. Queda a nuestro parecer, entonces, el decidir si esas producciones, que se han despojado de uno de los caracteres más esenciales del chiste, son chistes «malos» o en modo alguno deben llamarse chistes. Es indudable que estos chistes atrofiados producen un efecto cómico que podemos explicarnos de más de un modo. 0 la comicidad nace del descubrimiento de las maneras de pensar de lo inconciente, como en los casos ya considerados, o el placer brota de la comparación con el chiste completo. Nada impide suponer que aquí se conjugan esas dos modalidades de génesis del placer cómico, y no puede desecharse que justamente el insuficiente apuntalamiento en el chiste convierta al disparate en disparate cómico. Es que hay otros casos fácilmente penetrables en que esa insuficiencia hace que el disparate adquiera una comicidad irresistible por la comparación con lo que debería operarse. La contrapartida del chiste, el acertijo, acaso nos ofrezca en este punto mejores ejemplos que el chiste mismo. Una pregunta jocosa [Scherzfrage} reza, por ejemplo: «Dime qué es: está colgado de la pared y uno puede secarse con ello las manos». Sería tonto el acertijo si la respuesta pudiera ser: «Una toalla». Más bien se rechaza esa respuesta. – «No, un arenque». – «¡Pero por el amor de Dios -es la horrorizada protesta-; un arenque no cuelga de la pared!». – «Sin embargo puedes colgarlo». «Pero, ¿quién se secaría las manos con un arenque?». «Bueno -dice la tranquilizadora respuesta-; no estás obligado». – Este esclarecimiento, brindado mediante dos típicos desplazamientos, muestra cuánto le falta a esta pregunta para ser un verdadero acertijo, y a causa de esta absoluta insuficiencia aparece, en lugar de disparatadamente estúpida … irresistiblemente cómica. De este modo, por inobservancia de condiciones esenciales, un chiste, un acertijo u otras cosas que en sí no arrojan placer cómico pueden convertirse en fuentes de este. Menos difícil de entender todavía es el caso de la comicidad involuntaria en el decir, de la cual en las poesías de Friederike Kempner (1891) podemos espigar cuantos ejemplos queramos: «Contra la vivisección »Un ignoto lazo de las almas encadena al ser humano con el pobre animal. El animal posee voluntad -ergo, alma – aunque una más pequeña que la nuestra». O una plática entre tiernos esposos: «El contraste »»¡Cuán dichosa soy!», exclama ella quedamente «También yo», dice su esposo en alta voz. «La cualidad que en ti se aprecia me enorgullece de mi buena elección»».