El mecanismo de placer y la psicogénesis del chiste

El mecanismo de placer y la psicogénesis del chiste

Como punto de partida tenemos el discernimiento cierto de las fuentes de que fluye el placer peculiar que nos depara el chiste. Sabemos que podemos caer en el espejismo de confundir el gusto que nos produce el contenido de pensamiento de la oración con el placer del chiste propiamente dicho, pero que este mismo tiene en lo esencial dos fuentes: la técnica y las tendencias del chiste. Lo que ahora querríamos averiguar son los caminos por los cuales desde esas fuentes se produce el placer: el mecanismo de eseefecto placentero. Nos parece que resultará mucho más fácil obtener el esclarecimiento buscado en el chiste tendencioso que en el inocente. Comenzaremos, pues, por aquel. En el chiste tendencioso, el placer es resultado de que una tendencia recibe una satisfacción que de otro modo sería interceptada. No hace falta demostrar que semejante satisfacción es una fuente de placer. Pero la manera en que el chiste la produce está sujeta a particulares condiciones, de las que acaso podamos obtener más noticias. Cabe distinguir aquí dos casos. El más simple es aquel en que la satisfacción de la tendencia tropieza con un obstáculo exterior que es sorteado por el chiste. Hallamos que así era, por ejemplo, en la respuesta que recibió Serenissimus cuando preguntó si la madre del interpelado había vivido alguna vez en palacio, o en la manifestación de aquel conocedor de arte a quien los dos ricos pillos mostraron sendos retratos suyos: «And where ís the Saviour?». La tendencia consiste, en el primer caso, en replicar a un insulto con otro igual, y en el segundo, en pronunciar una diatriba en vez del juicio experto que pedían; lo que a ella se opone son factores puramente externos, la situación de poder de las personas sobre quienes recae la diatriba. De todos modos, acaso nos llame la atención que estos y otros chistes análogos de naturaleza tendenciosa, si bien nos satisfacen, no sean capaces empero de provocarnos un fuerte efecto de risa. Diverso es el caso en que no son factores exteriores, sino un obstáculo interior, el que estorba la realización directa de la tendencia: aquel en que una moción interior se opone a la tendencia. Según nuestra premisa, esta condición se realizaría, por ejemplo, en los chistes agresivos del señor N., en cuya persona una fuerte inclinación a la invectiva es tenida en jaque por una cultura estética muy desarrollada. En este caso especial, la resistencia interna es vencida con auxilio del chiste, y cancelada la inhibición. Como en el caso del obstáculo externo, por esa vía se posibilita la satisfacción de la tendencia, evitándose una sofocación y la «estasis psíquica(108)» que ella conlleva; hasta aquí, el mecanismo del desarrollo de placer sería el mismo para ambos casos. Es verdad que en este punto nos sentimos inclinados a profundizar en la diferencia de situación psicológica para el caso del obstáculo externo y del interno, pues entrevemos la posibilidad de que la cancelación del obstáculo interno contribuya al placer en medida incomparablemente mayor. Pero propongo conformarnos con lo dicho y limitarnos por ahora a una comprobación que se mantiene dentro de lo que es esencial para nosotros. Los casos del obstáculo externo e interno sólo se distinguen en que en este se cancela una inhibición preexistente, y en aquel se evita el establecimiento de una nueva. No creemos recurrir en demasía a la especulación aseverando que tanto para establecer como para conservar una inhibición psíquica se precisa de un «gasto psíquico». Y si junto a esto resulta que en los dos casos de empleo del chiste tendencioso se obtiene placer, será natural suponer que esa ganancia de placer corresponda al gasto psíquico ahorrado. Ahora bien, así habríamos vuelto a tropezar con el principio del ahorro, con el que inicialmente nos topamos a raíz de la técnica del chiste en la palabra. Pero si entonces creímos descubrirlo en el uso del menor número posible de palabras o en el empleo preferente de palabras idénticas, aquí lo vislumbramos en un sentido mucho más vasto: el ahorro de gasto psíquico en general; y no podemos menos que considerar posible acercarnos a la esencia del chiste mediante una definición más precisa de ese concepto, oscuro todavía, del «gasto psíquico». En el tratamiento del mecanismo del placer en el chiste tendencioso no hemos podido disipar cierta oscuridad; considerémosla el justo castigo por haber intentado esclarecer lo más complicado antes que lo más simple, el chiste tendencioso antes que el inocente. Dejamos anotado que un «ahorro en gasto de inhibición o de sofocación» parece ser el secreto del efecto placentero del chiste tendencioso, y pasamos al mecanismo de placer en el chiste inocente. De unos ejemplos apropiados de chiste inocente, en los que no cabía temer ninguna perturbación de nuestro juicio por su contenido o su tendencia, debimos inferir que las técnicas del chiste, como tales, son fuentes de placer; ahora examinaremos si ese placer no se deja acaso reconducir a un ahorro de gasto psíquico. En un grupo de estos chistes (los juegos de palabras), la técnica consistía en acomodar nuestra postura psíquica al sonido y no al sentido de la palabra, en poner la representación-palabra {Wortvorstellung} (acústica) misma en lugar de su significado dado por relaciones con las representaciones-cosa-del-mundo {Dingvorstellung}. Efectivamente, estamos autorizados a suponer que ello implica un gran alivio de trabajo psíquico y que al usar las palabras en serio un cierto esfuerzo nos obliga a prescindir de ese cómodo procedimiento: podemos observar que algunos estados patológicos de la actividad de pensar, en que la posibilidad de concentrar gasto psíquico en un punto probablemente se encuentre limitada, de hecho privilegian de esa manera la representación acústica de la palabra sobre el significado de esta, y que esos enfermos en sus dichos avanzan siguiendo las asociaciones «externas» -según la fórmula en uso-, en lugar de las «internas», de la representación-palabra. También en el niño, habituado a tratar todavía las palabras como cosas, advertimos la inclinación a buscar un mismo sentido tras unidades fonéticas iguales o semejantes, lo cual es fuente de muchos errores que dan risa a los adultos. Entonces, cuando en el chiste nos depara inequívoco contento pasar de un círculo de representaciones a otro distante mediante el empleo de la misma palabra o de otra parecida (como, en el caso de «home-roulard», del círculo de la cocina al de la política), tenemos derecho a reconducir ese contento al ahorro de gasto psíquico. Además, el placer de chiste que provoca ese «cortocircuito» parecerá tanto mayor cuanto más ajenos sean entre sí los círculos de representaciones conectados por una misma palabra, cuanto más distantes sean y, en consecuencia, cuanto mayor resulte el ahorro que el recurso técnico del chiste permita en el camino del pensamiento. Anotemos de pasada que el chiste se sirve aquí de un medio de enlace que el pensar serio desestima y evita cuidadosamente. Un segundo grupo de recursos técnicos del chiste -unificación, homofonía, acepción múltiple, modificación de giros familiares, alusión a citas deja ver como su carácter común el siguiente: en todos los casos, uno redescubre algo consabido cuando en su lugar habría esperado algo nuevo. Este reencuentro de lo consabido es placentero, y tampoco nos resultará difícil discernir en ese placer un placer por ahorro, refiriéndolo al de un gasto psíquico. Todos parecen admitir que el redescubrimiento de lo consabido, el «reconocimiento», es placentero. Groos (1899, pág. 153) dice: «El reconocimiento, toda vez que no esté demasiado mecanizado (como en el caso de disfraces … ), se asocia con sentimientos placenteros. Ya la mera cualidad de lo familiar fácilmente va acompañada de aquel confortado sosiego que invade a Fausto cuando, tras un ominoso encuentro, se halla de nuevo en su gabinete de estudio. Si el acto del reconocimiento es así de placentero, estamos autorizados a esperar que el ser humano dé en ejercer esa capacidad en bien de ella misma, vale decir, que experimente jugando con ella. Y, de hecho, Aristóteles ha discernido en la alegría del reconocimiento la base del goce artístic o; pero aunque este principio no tenga un valor tan preeminente como el que le adjudica Aristóteles, es innegable que no se lo puede desconocer». Grois elucida luego aquellos juegos cuyo carácter consiste en acrecentar la alegría del reconocimiento poniéndole obstáculos en el camino, o sea, produciendo una «estasis psíquica» que es eliminada con el acto de conocer. Pero en su ensayo de explicación abandona la hipótesis de que el conocer sea placentero en sí, pues, invocando aquellos juegos, reconduce el contento que él proporciona a la alegría por el poder, por la superación de una dificultad. Yo considero secundario este último factor, y no veo motivo alguno para apartarse de la concepción más simple, a saber, que el conocer en sí es placentero (por un aligeramiento del gasto psíquico), y que los juegos fundados en este placer no hacen más que valerse del mecanismo de la estasís para acrecentar su monto. La rima, la aliteración, el refrán y otras formas de repetición de sonidos parecidos de las palabras en la poesía aprovechan esa misma fuente de placer, el redescubrimiento de lo consabido. También es esto algo que se reconoce universalmente. Un «sentimiento de poder» no desempeña en estas técnicas, que muestran tan grande armonía con la de «acepción múltiple» en el chiste, ningún papel visible. Dados los estrechos vínculos entre conocer y recordar, ya no es osado el supuesto de que existe también un placer del recuerdo, o sea, que el acto de recordar está en sí acompañado por un sentimiento placentero de similar origen. Groos no parece adverso a ese supuesto, pero a este placer del recuerdo lo deriva igualmente del «sentimiento, de poder», en el que busca -desacertadamente, en mi opinión- la principal razón del goce en casi todos los juegos. En el «redescubrimiento de lo consabido» descansa también el empleo de otro recurso técnico del chiste, del que no hemos hablado todavía. Me refiero al factor de la actualidad, que en muchísimos chistes constituye una generosa fuente de placer y explica algunas peculiaridades de sus peripecias. Los hay que están por completo libres de esa condición, y en un ensayo sobre el chiste nos vemos precisados a servirnos casi exclusivamente de estos ejemplos. Pero no podemos olvidar que acaso más que por estos chistes perennes nos hemos reído por los otros, cuyo empleo aquí sería farragoso porque requieren largos comentarios y ni siquiera con este auxilio alcanzarían el efecto que una vez produjeron. Pues bien; estos últimos chistes contuvieron alusiones a personas y episodios «actuales» en su tiempo, que despertaban el interés general y conservaban su tensión. Extinguido ese interés, liquidado el asunto en cuestión, también esos chistes perdieron una parte (y una parte muy considerable) de su efecto placentero. Por ejemplo, el chiste que hizo mi benévolo huésped cuando sirvieron el manjar que él llamó «home-roulard» no me parece hoy ni con mucho tan bueno como entonces, en un tiempo en que «Home Rule» era título recurrente en las noticias políticas de nuestros periódicos. Si ahora intento apreciar el mérito de ese chiste puntualizando que mediante esa palabra, y ahorrando a nuestro pensar un gran rodeo, nos lleva del círculo de representaciones de la cocina al de la política, tan alejado, en aquel momento habría debido modificar esa puntualización diciendo que «esa palabra nos lleva del círculo de representaciones de la cocina al de la política, tan alejado de aquel, pero que puede contar con nuestro vivo interés porque en verdad nos ocupa de continuo». Otro chiste: «Es ta muchacha me hace acordar a Dreyfus: el ejército no cree en su inocencia», aunque por fuerza conserva intactos sus recursos técnicos, aparece hoy empalidecido. Ni el desconcierto que la comparación provoca ni el doble sentido de la palabra «inocencia» pueden compensar el hecho de que esa alusión, referida entonces a un asunto investido de excitación fresca, hoy trae a la memoria un interés finiquitado. Un chiste todavía actual, como el siguiente: La princesa heredera, Luisa, se había dirigido a un crematorio de Gotha para preguntar cuánto costaba una incineración {Verbrennung}. Y la administración le respondió: «El valor ordinario es de 5.000 marcos, pero a usted se le cobrarán sólo 3.000 porque ya una vez se ha durchbrennen {«quemado totalmente» o «hecho humo»}»; ese chiste, digo, nos parece hoy irresistible, pero en algún momento estimaremos en mucho menos su valor, y todavía después, cuando no se lo pueda contar sin acompañarlo de un comentario sobre quién fue la princesa Luisa y cómo se entendía su «estar toda quemada» o «haberse hecho humo», no producirá efecto alguno a pesar de la bondad de su juego de palabras. Buen número de los chistes en circulación alcanzan, así, cierto lapso de vida, cierto ciclo vital que se compone de un florecimiento y una decadencia que termina en su completo olvido. El afán de los hombres por ganar placer de sus procesos de pensamiento crea, entonces, nuevos y nuevos chistes por apuntalamiento en los nuevos intereses del día. La fuerza vital de los chistes actuales en modo alguno es propia de estos; la toman prestada, por el camino de la alusión, de aquellos otros intereses cuyo decurso determina también la peripecia del chiste. El factor de la actualidad, que se añade al chiste como tal en calidad de fuente de placer efímera, pero particularmente generosa, no puede equipararse sin más al redescubrimiento de lo consabido. Más bien se trata de una particular cualificación de lo consabido, a lo cual es preciso atribuirle la propiedad de lo fresco, reciente y no tocado por el olvido. También en la formación del sueño topamos con una particular predilección por lo reciente, y uno no puede alejar de sí la conjetura de que la asociación con lo reciente es premiada, y así facilitada, por una peculiar prima de placer. La unificación, que no es sino la repetición en el ámbito de la trama de lo pensado, en vez de serlo en la del material, ha hallado un particular reconocimiento en Fechrier como fuente de placer del chiste. Escribe: «En mi opinión, en el campo de lo que aquí consideramos, el principio del enlace unitario de lo diverso desempeña el papel principal, pero necesita de unas condiciones accesorias que lo sostengan para que el contento que son capaces de asegurar los casos correspondientes, con su peculiar carácter, sobrepase el umbral». (ver nota)(115) En todos estos casos de repetición de la misma trama o del mismo material de palabras, de redescubrimiento de lo consabido y reciente, no se nos puede impedir que derivemos el placer sentido en ellos del ahorro en gasto psíquico, siempre que ese punto de vista demuestre ser fructífero para el esclarecimiento de detalles y para obtener nuevas generalizaciones. No se nos escapa que todavía hemos de aclarar la manera en que se produce el ahorro, así como el sentido de la expresión «gasto psíquico». El tercer grupo de las técnicas del chiste -se trata casi siempre del chiste en el pensamiento-, que comprende las falacias, desplazamientos, el contrasentido, la figuración por lo contrario, etc., a primera vista acaso muestre un sesgo particular y no deje traslucir parentesco alguno con las técnicas del redescubrimiento de lo consabido o de la sustitución de las asociaciones-objeto-del-mundo por las asociaciones-palabra; sin embargo, justamente en este caso es muy fácil hacer valer el punto de vista del ahorro o aligeramiento del gasto psíquico. Es más fácil y cómodo desviarse de un camino de pensamiento emprendido que mantenerse en él, y confundir lo diferente que ponerlo en oposición; y muy en particular lo es entregarse a modos de inferencia desestimados por la lógica y, por último, en la trabazón de palabras y de pensamientos, prescindir de la condición de que hayan de poseer también un sentido: en verdad, nada de esto es dudoso, y es justamente lo que hacen las técnicas de chiste consideradas. Pero sí provocará asombro que tal proceder abra al trabajo del chiste una fuente de placer, pues salvo el caso del chiste sólo podemos experimentar unos sentimientos displacenteros de defensa frente a todos esos malos rendimientos de la actividad de pensar. Es cierto que en la vida seria el «placer del disparate», como podríamos decir para abreviar, se encuentra oculto hasta desaparecer. Para pesquisarlo nos vemos obligados a considerar dos casos en los que todavía es visible y vuelve a serlo: la conducta del niño que aprende y la del adulto en un talante alterado por vía tóxica. En la época en que el niño aprende a manejar el léxico de su lengua materna, le depara un manifiesto contento «experimentar jugando» (Groos) con ese material, y entrama las palabras sin atenerse a la condición del sentido, a fin de alcanzar con ellas el efecto placentero del ritmo o de la rima. Ese contento le es prohibido poco a poco, hasta que al fin sólo le restan como permitidas las conexiones provistas de sentido entre las palabras. Pero todavía, años después, los afanes de sobreponerse a las limitaciones aprendidas en el uso de las palabras se desquitan deformándolas por medio de determinados apéndices, alterándolas a través de ciertos arreglos (reduplicaciones, jerigonzas) o aun creando un lenguaje propio para uso de los compañeros de juego, empeños estos que vuelven a aflorar en ciertas categorías de enfermos mentales. Opino que no importa el motivo al cual obedeció el niño al empezar con esos juegos; en el ulterior desarrollo se entrega a ellos con la conciencia de que son disparatados y halla contento en ese estímulo de lo prohibido por la razón. Se vale del juego para sustraerse de la presión de la razón crítica. Ahora bien, mucho más coactivas son las limitaciones que deben implantarse en la educación para el pensar recto y para separar lo verdadero de lo falso en la realidad objetiva; por eso tiene tan hondas raíces y es tan duradera la sublevación contra la compulsión del pensamiento y la realidad objetiva. Hasta los fenómenos del quehacer fantaseador caen bajo este punto de vista. En el último período de la infancia, y en el del aprendizaje que va más allá de la pubertad, el poder de la crítica ha crecido tanto en la mayoría de los casos que el placer del «disparate liberado» rara vez osa exteriorizarse directamente. Uno no se atreve a enunciar un disparate; pero la inclinación, característica de los niños varones, al contrasentido en el obrar, a un obrar desacorde con el fin, paréceme un directo retoño del placer por el disparate. En casos patológicos vemos esta inclinación acrecentada hasta el punto de que ha vuelto a dominar los dichos y respuestas del colegial; en algunos alumnos del Gymnasium aquejados de neurosis pude convencerme de que el placer, de eficacia inconciente, por el disparate que producían no contribuía menos a sus operaciones fallidas que su real y efectiva ignorancia. Más tarde, el alumno universitario no ceja en manifestarse contra la compulsión del pensamiento y la realidad objetiva, cuyo imperio, no obstante, sentirá cada vez más intolerante e irrestricto. Buena parte de los chascos de estudiantes corresponden a esa reacción. El hombre es, justamente, un «incansable buscador de placer» -ya no sé en qué autor he hallado esta feliz expresión-, y le resulta harto difícil cualquier renuncia a un placer que ya haya gozado una vez. Con el alegre disparate del Bierschwefel, el estudiante procura rescatar para sí el placer de la libertad de pensar que la instrucción académica le quita cada vez más. Y aun mucho después, cuando siendo un hombre maduro se ha reunido con otros en un congreso científico y ha vuelto a sentirse discípulo, concluidas las sesiones se ve precisado a buscar en el Kneipzeitung(119), que deforma hasta el disparate las intelecciones recién adquiridas, el resarcimiento por la inhibición de pensamiento que acaba de erigirse en él. «Bierschwefel» y «Kneipzeitung», por su mismo nombre, atestiguan que la crítica, represora del placer de disparate, ha cobrado ya tanta fuerza que no se la puede apartar, ni siquiera temporariamente, sin el auxilio de recursos tóxicos. La alteración en el estado del talante es lo más valioso que el alcohol depara al ser humano, y por eso no todos pueden prescindir de ese «veneno». El talante alegre, sea generado de manera endógena o producido por vía tóxica, rebaja las fuerzas inhibidoras, entre ellas la crítica, y así vuelve de nuevo asequibles unas fuentes de placer sobre las que gravitaba la sofocación. Es sumamente instructivo ver cómo un talante alegre plantea menores exigencias al chiste. Es que el talante sustituye al chiste, del mismo modo como el chiste debe empeñarse en sustituir al talante, en el que de ordinario reina la inhibición de posibilidades de goce, entre ellas el placer de disparate: «Con poca gracia {Witz} y mucho contento». Bajo el influjo del alcohol, el adulto vuelve a convertirse en el niño a quien deparaba placer la libre disposición sobre su decurso de pensamiento, sin observancia de la compulsión lógica. Con lo dicho esperamos haber puesto en evidencia que las técnicas de contrasentido en el chiste corresponden a una fuente de placer. Y sólo necesitamos repetir que ese placer proviene de un ahorro de gasto psíquico, un aligeramiento de la compulsión ejercida por la crítica. Si echamos otra ojeada retrospectiva sobre los tres grupos separados de técnicas del chiste, notamos que el primero y el tercero, la sustitución de las asociaciones-cosa-del-mundo por las asociaciones -palabra y el empleo del contrasentido, pueden ser conjuntamente considerados como unos restablecimientos de antiguas libertades y unos aligeramientos de la compulsión que la educación intelectual impone; son unos alivios psíquicos que uno puede poner en cierta relación de oposición con el ahorro en que consiste la técnica del segundo grupo. Alivio de gasto psíquico, sea este preexistente, sea reclamado en el momento: he ahí, pues, los dos principios a que se reconduce toda técnica de chiste, y, por tanto, todo placer derivado de tales técnicas. Por lo demás, las dos variedades de la técnica y de la ganancia de placer coinciden -al menos a grandes trazos- con la división de chiste en la palabra y chiste en el pensamiento. Las elucidaciones precedentes nos han llevado, sin que lo advirtiésemos, a inteligir una historia evolutiva o psicogénesis del chiste, que ahora abordaremos más de cerca. Hemos tomado noticia de unos estadios previos del chiste, y es probable que su desarrollo hasta el chiste tendencioso ponga en descubierto nuevos vínculos entre los diversos caracteres del chiste. Antes de todo chiste existe algo’ que podemos designar como juego o «chanza». El juego -atengámonos a esta designación- aflora en el niño mientras aprende a emplear palabras y urdir pensamientos. Es probable que ese juego responda a una de las pulsiones que constriñen al niño a ejercitar sus capacidades (Groos [1899]); al hacerlo tropieza con unos efectos placenteros que resultan de la repetición de lo semejante, del redescubrimiento de lo consabido, la homofonía, etc., y se explican como insospechados ahorros de gasto psíquico. No es asombroso que esos efectos placenteros impulsen {antreiben} al niño a cultivar el juego y lo muevan a proseguirlo sin miramiento por el significado de las palabras y la trabazón de las oraciones. Un juego con palabras y pensamientos, motivado por ciertos efectos de ahorro placenteros, sería entonces el primero de los estadios previos del chiste. El fortalecimiento de un factor que merece ser designado como crítica o racionalidad pone término a ese juego. Ahora este es desestimado por carecer de sentido o ser un directo contrasentido; se vuelve imposible a consecuencia de la crítica. También queda excluido, salvo por azar, obtener placer de aquellas fuentes del redescubrimiento de lo consabido, etc., a menos que al individuo en crecimiento lo afecte un talante placentero que, semejante a la alegría del niño, cancele la inhibición crítica. Sólo en este último caso vuelve a posibilitarse el viejo juego para ganar placer, pero el ser humano prefiere no esperar que se dé por sí ni renunciar al placer que, según sabe, le procura. Por eso busca medios que lo independicen del talante placentero; el ulterior desarrollo hacía el chiste es regido por ambas aspiraciones: evitar la crítica y sustituir el talante. Así adviene el segundo estadio previo del chiste, la chanza. Lo que se requiere es abrir paso a la ganancia de placer del juego, pero cuidando, al mismo tiempo, de acallar el veto de la crítica que no permite que sobrevenga el sentimiento placentero. Hay un único camino que lleva a esa meta: la reunión de palabras sin sentido o el contrasentido en la secuencia de los pensamientos deben poseer, empero, un sentido. Todo el arte del trabajo del chiste se ofrece para descubrir aquellas palabras y constelaciones de pensamiento en que se cumple esa condición. Todos los recursos técnicos del chiste ya encuentran aplicación aquí, en la chanza, y el uso lingüístico ni siquiera traza un distingo consecuente entre chanza y chiste. Lo que diferencia a la primera del segundo es que en ella el sentido de la oración sustraída de la crítica no necesita ser valioso ni novedoso, ni aun meramente bueno; sólo es preciso que se lo pueda decir, por más que sea insólito, superfluo o inútil decirlo. En la chanza se sitúa en el prime r plano la satisfacción de haber posibilitado lo que la crítica prohibe. Una mera chanza es, por ejemplo, la definición que da Schleiermacher de los celos {Eifersucht} como la pasión {Leidenschaft} que busca con celo {Mit Eiler sucht} lo que hace padecer {Leiden schafft}. Una chanza fue la del profesor Kästner, quien en el siglo XVIII enseñaba física en Gotinga -y hacía chistes-, cuando en la matriculación a uno de sus cursos preguntó la edad a un alumno de nombre Kriegk {Krieg = guerra}, y al responder este que tenía treinta años, dijo: «¡Ah! Tengo el honor de ver la Guerra {Krieg} de los Treinta Años» (Kleinpaul, 1890). Con una chanza respondió el maestro Rokitansky a la pregunta por las profesiones escogidas por sus cuatro hijos: «Dos curan {heilen} y dos aúllan {heulen}» (dos médicos y dos cantantes). La información era correcta y por ende inatacable; pero no agregaba nada que no estuviese ya contenido en la frase que incluimos entre paréntesis. Es inequívoco que la respuesta ha cobrado la otra forma sólo a causa del placer que se deriva de la unificación y de la homofonía de las dos palabras. Creo que por fin vemos claro. En la apreciación de las técnicas del chiste nos perturbaba el hecho de que no eran exclusivas de este, a pesar de lo cual su esencia parecía depender de ellas, puesto que si se las eliminaba por la reducción desaparecían el carácter y el placer de chiste. Ahora notamos que lo que hemos descrito como las técnicas del chiste -y en cierto sentido debemos seguir llamándolas así- son más bien las fuentes de las que, aquel obtiene el placer, y no hallamos asombroso que otros procedimientos aprovechen las mismas fuentes con igual fin. Pues bien, la técnica peculiar del chiste y exclusiva de él consiste en su procedimiento para asegurar el empleo de estos recursos dispensadores de placer contra el veto de la crítica, que cancelaría ese placer. Es poco lo que podemos enunciar con carácter general acerca de ese proceder; como ya dijimos, el trabajo del chiste se exterioriza en la selección de un material de palabras y unas situaciones de pensamiento tales que el antiguo juego con palabras y pensamientos pueda pasar el examen de la crítica, y para este fin se explotan con la máxima habilidad todas las peculiaridades del léxico y todas las constelaciones de la urdimbre de pensamientos. Acaso luego podamos caracterizar el trabajo del chiste mediante una determinada propiedad; por ahora queda sin explicar cómo es posible que se alcance la selección provechosa para el chiste. Pero la tendencia y operación de chiste -proteger de la crítica las conexiones de palabra y de pensamiento deparadoras de placer- se pone de manifiesto ya en la chanza como su rasgo esencial. Desde el comienzo su operación consiste en cancelar inhibiciones internas y en reabrir fuentes de placer que ellas habían vuelto inasequibles; hallaremos que ha permanecido fiel a este carácter a lo largo de todo su desarrollo. Ahora estamos también en condiciones de señalar su posición correcta al factor del «sentido en lo sin sentido», al que los autores atribuyen tan gran valor para caracterizar el chiste y esclarecer su efecto placentero. Los dos puntos firmes de su condicionamiento, su tendencia a abrir paso al juego placentero y su empeño en protegerlo de la crítica racional, explican por sí solos por qué cada chiste, si ante una visión se muestra como sin sentido, ante otra tiene que presentarse como provisto de sentido o al menos como admisible. De qué manera habrá de conseguirlo, es asunto del trabajo del chiste; cuando el chiste no es logrado, se lo desestimará justamente como «sinsentido» {«disparate»}. Pero nosotros no estamos constreñidos a derivar el efecto placentero del chiste de la querella entre los sentimientos que brotan a raíz de su sentido y de su simultáneo sinsentido, sea de manera directa, sea por vía del «desconcierto e iluminación». Y tampoco nos vemos obligados a tratar de averiguar cómo puede surgir placer de la alternancia entre el tener-por-un-sinsentido al chiste y el discernirlo-como-provisto-de-sentido. Su psicogénesis nos ha enseñado que el placer del chiste proviene del juego con palabras o de la liberación de lo sin sentido, y que el sentido del chiste sólo está destinado a proteger ese placer para que la crítica no lo cancele. Así, el problema del carácter esencial del chiste ya quedaría explicado en la chanza. Ahora podemos examinar el ulterior desarrollo de la chanza hasta su culminación en el chiste tendencioso. La chanza, pues, está presidida por la tendencia a depararnos contento, y para ello le basta que su enunciado no sea un disparate ni aparezca por completo insostenible. Cuando ese enunciado es él mismo sostenible y valioso, la chanza se muda en chiste. Un pensamiento que habría merecido nuestro interés aun expresado en forma llana, ahora se viste con una forma que en sí y por sí no puede menos que excitar nuestra complacencia. Debemo s pensar que una conjugación como esa no se ha establecido sin un propósito, y nos empeñaremos entonces en colegir el que pudiera estar en la base de la formación del chiste. Nos pondrá sobre la pista una observación que ya hicimos antes como al pasar. Tenemos anotado, en efecto, que un buen chiste nos causa, por así decir, una impresión global de complacencia sin que podamos diferenciar de una manera inmediata qué parte del placer proviene de la forma chistosa y cuál del acertado contenido de pensamiento. De continuo erramos respecto de esa distribución, sobrestimamos unas veces la bondad del chiste a consecuencia de la admiración que nos provoca el pensamiento contenido en él, y otras veces, a la inversa, tasamos en demasía el valor del pensamiento a causa del contento que nos depara la vestidura chistosa. No sabemos qué nos produce contento ni por qué reímos. Acaso sea esta incertidumbre de nuestro juicio, que aceptamos como un hecho, la que proporciona el motivo para la formación del chiste en el sentido genuino. El pensamiento busca el disfraz de chiste porque mediante él se recomienda a nuestra atención, puede parecernos así más significativo y valioso, pero sobre todo porque esa vestidura soborna y confunde a nuestra crítica. Estamos inclinados a acreditar al pensamiento lo que nos agradó en la forma chistosa, y desinclinados a hallar incorrecto -y así cegarnos una fuente de placer- algo que nos deparó contento. Si el chiste nos hace reír, ello establece además en nosotros la predisposición más desfavorable a la crítica, pues entonces, desde un punto, se nos ha impuesto aquel talante que ya el juego proveía y que el chiste se empeña en sustituir por todos los medios. Si bien ya dejamos establecido que un chiste así debe calificarse de inocente, no tendencioso todavía, no podemos desconocer que, en sentido estricto, sólo la chanza está exenta de tendencia, o sea, sirve al exclusivo propósito de producir placer. El chiste -aunque el pensamiento en él contenido esté desprovisto de tendencia, y por tanto sirva a intereses de pensamiento meramente teóricos- en verdad nunca está exento de tendencia; persigue el propósito segundo de promover lo pensado por medio de una magnificación y asegurarlo contra la crítica. Aquí vuelve a exteriorizar su naturaleza originaria contraponiéndose a un poder inhibidor y limítante, en este caso el juicio crítico. Este primer empleo del chiste, que rebasa la producción de placer, nos indica el resto del camino. El chiste queda así discernido como un factor de poder psíquico cuyo peso puede decidir que se incline uno u otro platillo de la balanza. Las grandes tendencias y pulsiones de la vida anímica lo toman a su servicio para sus fines. El chiste, que en su origen estuvo exento de tendencia y empezó como un juego, se relaciona secundariamente con tendencias a las que a la larga no puede sustraérseles nada de lo que es formado en la vida anímica. Ya conocemos lo que era capaz de operar al servicio de las tendencias desnudadora, hostil, cínica y escéptica. En el chiste obsceno, que procede de la pulla indecente, convierte al tercero -originariamente perturbador de la situación sexual- en un cómplice ante quien la mujer debe avergonzarse, y lo logra sobornándolo mediante la comunicación de su ganancia de placer. En el caso de la tendencia agresiva, y con este mismo recurso, muda al oyente, que al comienzo era indiferente, en partícipe del odio o del desprecio, y así levanta contra el enemigo un ejército de opositores donde al principio sólo había uno. En el primer caso vence las inhibiciones de la vergüenza y del decoro mediante la prima de placer que ofrece; en el segundo, en cambio, torna a revocar el juicio crítico, que de otro modo habría sometido a examen el caso litigioso. En los casos tercero y cuarto, al servicio de la tendencia cínica y de la escéptica, desbarata el respeto por instituciones y verdades en que el oyente ha creído; lo hace, por una parte, reforzando el argumento, pero, por la otra, cultivando una nueva modalidad de ataque. En tanto que el argumento procura poner de su lado la crítica del oyente, el chiste se afana en derogar esa crítica. No hay duda de que el chiste ha escogido el camino psicológicamente más eficaz. Mientras ensayábamos este vistazo panorámico sobre las operaciones del chiste tendencioso, se nos situó en primer plano lo que es más visible, a saber, el efecto del chiste sobre quien lo escucha. Empero, para entender el chiste son más significativas las operaciones que él consuma- en la vida anímica de quien lo hace o, para decirlo de la única manera correcta, de aquel a quien se le ocurre. Ya una vez concebirnos el designio -y aquí hallamos ocasión de renovarlo- de estudiar los procesos psíquicos del chiste con referencia a su distribución entre dos personas. Provisionalmente expresaremos la conjetura de que, en la mayoría de los casos, el proceso psíquico incitado por el chiste es copia en el oyente del que sobreviene en el creador. Al obstáculo externo que debe ser superado en el oyente corresponde un obstáculo interno en el chistoso. En este último ha preexistido por lo menos la expectativa del obstáculo externo como una representación inhibidora. En ciertos casos es evidente el obstáculo interno superado por el chiste tendencioso; acerca de los chistes del señor N., por ejemplo, pudimos suponer que no sólo posibilitaban al oyente el goce de la agresión mediante injurias, sino sobre todo a él mismo el producirlas. Entre las variedades de la inhibición interna o sofocación, hay una merecedora de nuestro particular interés por ser la más extendida; se la designa con el nombre de «represión» y se le discierne la operación de excluir del devenir-conciente tanto las mociones que sucumben a ella como sus retoños. Pues bien; nos enteraremos de que el chiste tendencioso sabe desprender placer aun de esas fuentes sometidas a la represión. Si de esta suerte, como antes indicamos, la superación de obstáculos externos se puede reconducir a la de obstáculos internos y represiones, es lícito decir que el chiste tendencioso muestra con la mayor claridad, entre todos los estadios de desarrollo del chiste, el carácter rector del trabajo del chiste: liberar placer por eliminación de inhibiciones. Refuerza las tendencias a cuyo servicio se pone aportándoles unos socorros desde mociones que se mantienen sofocadas, o directamente se pone al servicio de tendencias sofocadas. Muy bien puede uno conceder que son estas las operaciones del chiste tendencioso, y a pesar de ello verse precisado a reparar en que uno no comprende de qué manera le es posible lograr esas operaciones. Su poder consiste en la ganancia de placer que extrae de las fuentes del jugar con palabras y del disparate liberado, y si uno debiera juzgar por las impresiones que ha recibido de las chanzas exentas de tendencia, no podría atribuir a ese placer un monto tan grande que tuviera la fuerza para cancelar inhibiciones y represiones arraigadas. De hecho, no estamos aquí frente a un simple efecto de fuerzas, sino a una enredada constelación de desencadenamiento. En lugar de mostrar el largo rodeo por el cual he llegado a inteligir esa constelación, intentaré exponerla por el atajo de la síntesis. Fechner (1897, 1, cap. V) ha postulado el «principio del recíproco valimiento estético, o incremento», que desarrolla con las siguientes palabras: «De la conjunción no contradictoria entre condiciones de placer que separadas operarían poco resulta un placer mayor, a mentido mucho mayor del que correspondería al valor-placer de las condiciones singulares por sí, mayor del que pudiera explicarse como suma de los efectos separados; y mediante una conjunción de esa clase hasta puede alcanzarse un resultado positivo de placer, superarse el umbral de placer, no obstante ser demasiado débiles para ello los factores singulares; sólo que, comparados con otros, estos tienen que arrojar una ventaja registrable en materia de gusto». Las bastardillas son de Fechner.) Creo que el tema del chiste no nos brindará muchas oportunidades para comprobar la corrección de este principio, que puede ser demostrado en gran número de otras formaciones estéticas. En el chiste hemos aprendido algo diverso, que al menos se sitúa en las proximidades de ese principio, a saber: si varios factores actúan conjugadamente para producir placer, no somos capaces de discernir la efectiva contribución de cada uno de ellos al resultado. Ahora bien, uno puede concebir unas variaciones para la situación supuesta en el principio del recíproco valimiento, y plantear respecto de tales nuevas condiciones una serie de problemas merecedores de respuesta. ¿Qué acontece, en general, cuando en una misma constelación se conjugan unas condiciones de placer con unas de displacer? ¿De qué dependerá allí el resultado y el signo de este? El del chiste tendencioso es un caso especial entre esas posibilidades. Preexistía una moción o aspiración que quería desprender placer de una determinada fuente, y lo habría conseguido de no mediar inhibición; junto a ella, existe otra aspiración que actúa en sentido contrarío a ese desarrollo de placer, y entonces lo inhibe o sofoca. Como lo muestra el resultado, la corriente sofocadora tiene que ser un poco más fuerte que la sofocada, la cual, empero, no resulta cancelada por ello. Ahora entra en escena una tercera aspiración que desprendería placer de ese mismo proceso, si bien de otras fuentes, y que por ende actúa en el mismo sentido que la sofocada. ¿Cuál puede ser el resultado en tal caso? Un ejemplo nos orientará mejor de lo que podría hacerlo esta esquematización. Tenemos la aspiración a insultar a cierta persona; pero tanto estorba el sentimiento del decoro, la cultura estética, que el insultar será por fiereza interceptado; y si, por ejemplo a consecuencia de un cambio en el estado afectivo o talante, se abriera paso a pesar de todo, esa irrupción de la tendencia insultadora se sentiría con posterioridad {nachträglich} como displacer. Por tanto, queda interceptado el insultar. En este punto se ofrece la posibilidad de extraer un buen chiste del material de palabras y pensamientos que sirven para el insulto, y por consiguiente de desprender placer de otras fuentes a las que no estorba la misma sofocación. Empero, este segundo desarrollo de placer sería interceptado si el insultar no se consintiera; pero toda vez que se lo deje correr, a él se conectará además el nuevo desprendimiento de placer. En el chiste tendencioso la experiencia muestra que en tales circunstancias la tendencia sofocada puede cobrar, por el valimiento del placer de chiste, la fortaleza que le permita vencer a la inhibición, de otro modo más fuerte que ella. Se insulta porque así se posibilita el chiste. Pero el gusto conseguido no es sólo el que el chiste produce; es incomparablemente mayor. Y siendo tanto más grande que el placer de chiste, nos vemos llevados a suponer qu e la tendencia hasta entonces sofocada pudo abrirse paso sin mengua alguna. Bajo tales circunstancias, se reirá de la manera más copiosa con el chiste tendencioso. Quizá mediante la indagación de las condiciones de la risa llegaremos a formarnos una representación más intuible del valimiento del chiste contra la sofocación. Pero ahora vemos que el del chiste tendencioso es un caso especial del principio del recíproco valimiento. Una posibilidad de desarrollo de placer se añade a una situación en que otra posibilidad de placer está estorbada de tal suerte que por sí sola esta última no produciría placer alguno; el resultado es un desarrollo de placer mucho mayor que el de la posibilidad que se añade. Esta última ha actuado, por así decir, como una prima de incentivación; por el valimiento de un pequeño monto de placer que se ofrece, se consigue uno mucho mayor, que de otro modo difícilmente se ganaría. Tengo buenas razones para conjeturar que este principio corresponde a una norma que rige en muchos ámbitos de la vida anímica, muy distantes entre sí, y considero adecuado designar placer previo al que sirve para desencadenar el desprendimiento de placer mayor, y llamar aaquel principio el principio del placer previo. Ahora podemos enunciar la fórmula para la modalidad de acción del chiste tendencioso: Se pone al servicio de tendencias para producir, por medio del placer de chiste en calidad de placer previo, un nuevo placer por la cancelación de sofocaciones y represiones. Si ahora echamos una ojeada panorámica, tenemos derecho a decir que el chiste permanece fiel a su esencia desde sus comienzos hasta su perfeccionamiento. Empieza como un juego para extraer placer del libre empleo de palabras y pensamientos. Tan pronto como una razón fortalecida le prohibe ese juego con palabras por carente de sentido, y ese juego con pensamientos por disparatado, él se trueca en chanza para poder retener aquellas fuentes de placer y ganar uno nuevo por la liberación del disparate. Luego, como chiste genuino, exento todavía de tendencia, presta su valimiento a lo pensado y lo fortalece contra la impugnación del juicio crítico, para lo cual le es de utilidad el principio de la conjunción de las fuentes de placer; por último, aporta grandes tendencias, que entran en guerra con la sofocación, a fin de cancelar inhibiciones interiores siguiendo el principio del placer previo. La razón -el juicio crítico-la sofocación: he ahí, en su secuencia, los poderes contra los cuales guerrea; retiene las fuentes originarias del placer en la palabra y, desde el estadio de la chanza, se abre nuevas fuentes de placer mediante la cancelación de inhibiciones. Y en cuanto al placer que produce, sea placer de juego o de cancelación, en todos los casos podemos derivarlo de un ahorro de gasto psíquico, siempre que esta concepción no contradiga la esencia del placer y se demuestre fecunda también en otros aspectos.