El razonamiento en las percepciones

El razonamiento en las percepciones

Todavía recordamos los efectos que produjo el primer experimento de anestesia que hicimos con M. Féré en uno de nuestros individuos, la citada W… Cuando W… estaba dormida, se le sugirió que ya no vería a M. Féré, pero que podría oír su voz. Al despertar, M, Féré se colocó ante ella, ella no le miró; le tendió la mano y ella no hizo ningún gesto. Siguió tranquilamente sentada en el sillón en que acababa de despertarse; nosotros estábamos sentados en sillas a su lado. Al cabo de algún tiempo, se asombra de no ver a M. Féré, que estaba en el laboratorio un momento antes, y nos pregunta qué le ha pasado. La respondemos que ha salido y que puede volverse a su sala. M. Féré va a colocarse ante la puerta. La enferma se levanta, se despide de nosotros y se dirige hacia la puerta; en el momento en que va a coger el picaporte, tropieza con el cuerpo invisible de M. Féré. Este choque inesperado la hace estremecerse; trata de avanzar de nuevo, pero, al encontrar la misma resistencia inexplicable, comienza a sentir miedo y se niega a repetir la tentativa.
Entonces cogemos un sombrero de la mesa y se lo enseñamos; lo ve perfectamente bien y se asegura de que es un cuerpo real, con los ojos y con las manos; después le colocamos en la cabeza de M. Féré.
La enferma ve el sombrero como si estuviese suspendido en el aire. No hay palabras para expresar su asombro; pero su sorpresa llega al colmo cuando M. Féré se quita el sombrero y la saluda muchas veces; ella ve que el sombrero describe una curva en el aire sin que lo sostenga nada. A la vista de este espectáculo, declara que «aquello es física», y supone que el sombrero está suspendido por un hilo. Se sube en una silla para tratar de tocar el hilo, pero no consigue hallarlo. Cogemos una capa y se la ponemos a M. Féré; la enferma, que la contempla fijamente con mirada maravillada, la ve agitarse en el aire y tomar la forma de un individuo. Dice que es «como un maniquí que estuviese hueco.» A nuestra voz, los muebles se agitan y ruedan con estrépito de un lado a otro del cuarto (es sencillamente que los mueve M. Féré, invisible); se derriban mesas y sillas; después el orden sucede al caos; los objetos vuelven a su sitio, los huesos desarticulados de una calavera, que se han esparcido por el suelo, se unen y se sueldan; un portamonedas se abre solo y en él salen y entran monedas de oro y plata.
El experimento de la invisibilidad de M. Féré se hizo el 20 de Mayo del año pasado; al final de la sesión, se olvidó volver hacer visible a M. Féré, cosa que se hubiera podido ejecutar volviendo a dormir a la enferma y asegurándola muchas veces con autoridad, que podía ver a M. Féré. El 23 de Mayo continuaba la invisibilidad de éste; se quiso hacer cesar este fenómeno de anestesia por una nueva sugestión, y entonces se observó algo muy notable.
Ante todo se notó, con sorpresa de todos, que la enferma, no sólo dejaba de ver a M. Féré, sino que había perdido todo recuerdo de él, aunque le conocía hacía diez años; no se acordaba ni de su nombre, ni de su existencia. Después de haberla dormido, se hizo visible para sus ojos a M. Féré con mucho trabajo; una vez despierta, volvió a verlo finalmente; Pero, cosa curiosa, no lo reconoció y lo tomó por un desconocido. Lo más cómico fue verla enfadarse cuando M. Féré la dirigió la palabra, tuteándola.
Algunos días después, la enferma tuvo en la sala uno de los grandes ataques de histero-epilepsia a que está sujeta por desgracia; este ataque barrió por completo las últimas huellas de la anestesia, y desde entonces la enferma reconoció por fin a M. Féré, sin sospechar que durante cuatro o cinco días lo había tomado por un extranjero que iba de visita. En este último experimento (32), encontramos que en cierto modo se ha hecho por sí misma -y estas son los mejores-, una aplicación interesante de la ley de regresión, cuya importancia en las destrucciones y reconstrucciones de la memoria ha mostrado M. Ribot, y que es en realidad una ley de
patología general. La anestesia sistemática consiste, desde el punto de vista psicológico, en la parálisis de una percepción individual. Aquí vemos que la anestesia desaparece poco a poco, por grados, con una lentitud que basta para permitirnos advertir su marcha. La enferma, que al principio había perdido completamente la percepción de M. Féré, comienza, bao el influjo de una sugestión curativa, por percibir su persona, sin reconocerlo; la percepción genérica ha vuelto a aparecer; la percepción individual, más complicada, está completamente paralizada: ve un hombre, sin saber quién es.
Después llega el ataque, como uno de esos grandes desarreglos intestinales que descarga a la economía de una substancia tóxica. Desde entonces vuelve a aparecer la percepción individual y se verifica el reconocimiento.
Este renacimiento de la percepción, que se reconstruye trozo a trozo, siguiendo el orden de lo sencillo a lo complicado, de lo general a lo individual, demuestra la hipótesis que hemos anticipado: los diversos órdenes de percepciones que se distinguen con los nombres de percepción generica, específica, individual, no son más que las fases más o menos adelantadas del mismo proceso. Existe una continuidad perfecta entre las percepciones más sencillas, como, por ejemplo, la percepción de un color, y las percepciones complicadas que tocan con los razonamientos lógicos y conscientes, y finalmente, un mismo acto, desarrollándose y evolucionando, comienza por ser una percepción simple y se transforma por grados en un razonamiento complejo.
Una comparación traducirá esta idea a una forma sensible. El punto de partida de toda percepción es una impresión de los sentidos, este elemento inicial es como un núcleo alrededor del cual se disponen concéntricamente las capas de imágenes. Pero estas capas no son idénticas; las imágenes que sugiere primero la sensación y que forman la capa más profunda, más resistente, representan las propiedades físicas del objeto: forma, magnitud, consistencia física, peso, etc, y sus propiedades específicas más sencillas. La prueba de ello es que estas propiedades son las que se perciben primero cuando comienza a desaparecer la anestesia sistemática. Por el contrario, las imágenes que representan los caracteres individuales del objeto, constituyen la capa más superficial por consiguiente, la más inestable. Una vez formadas las últimas, desaparecen las primeras bajo el influjo de una sugestión inhibitoria.
Hasta aquí sólo hemos considerado un aspecto del percepto, describiéndolo como una síntesis de sensaciones y de imágenes. Desde el punto de vista lógico, el percepto es un juicio, un acto que determina una relación entre dos hechos, o, en otras palabras, un acto que afirma algo de alguna cosa.
Nos contentamos con reproducir un ejemplo citado por M. Paulhan, en un librito que vale más que muchas obras muy voluminosas:
»Tengo un libro a la vista y afirmo que es amarillo. Si descomponemos este juicio, encontramos que lo que afirmo es la coexistencia de una sensación real (color amarillo), con otras sensaciones que tengo o que puedo tener (color blanco de los cantos de las hojas, color negro de las letras impresas, sensaciones de resistencia, de peso, etc.). Pero ¿de qué naturaleza es el acto por el cual creo que estas diversas sensaciones están reunidas? No hay otra cosa en el espíritu que la cohesión de estas diversas sensaciones… El juicio se reduce, pues, a una asociación de imágenes indisoluble por el momento; va con frecuencia acompañada de una afirmación expresada por palabras pensadas, pronunciadas o escritas (una proposición verbal), pero puede existir independientemente de toda expresión; puede consistir sólo en imágenes (33).»
Esta es la primera vez que tenemos que hablar del valor lógico de una asociación de imágenes. Esta cuestión ha sido ampliamente tratada por los psicólogos ingleses contemporáneos; lo único que podemos hacer es remitir a nuestros lectores a sus obras, donde se verá establecido: que todo juicio tiene por objeto afirmar entre dos cosas una relación de semejanza, de contigüidad o de sucesión (34); que esta afirmación, esta creencia, este juicio son efectos exteriores de un hecho interno, la asociación de las imágenes presentes a nuestro espíritu (35); y finalmente, como conclusión general, que siempre que dos imágenes están fuertemente asociadas, como, por ejemplo, la imagen de una piedra que se lanza por el aire y la imagen de su caída, o hasta asociadas indisolublemente, como la imagen de una cosa resistente y la imagen de una cosa extensa, creemos que las cosas así ligadas en nuestro espíritu lo están de igual modo en la realidad(36). Esto quiere decir que exteriorizamos una asociación de imágenes, como exteriorizamos una imagen.
Se acaba de ver que el percepto es un edificio complicado, construido con sensaciones e imágenes y formado visiblemente de muchas capas. Ya estamos lejos de la opinión común, según la cual, la función del espíritu que percibe un objeto, es la de la placa sensible en una máquina fotográfica; a medida que avancemos más en el interior de nuestro asunto, nos iremos convenciendo de la insuficiencia de esta comparación.
Diferentes veces, haciendo alusión a la naturaleza psicológica de la percepción, hemos visto en ella el resultado de un razonamiento inconsciente. Aunque este punto esté admitido generalmente, salvo algunas variaciones y algunas reservas accesorias, por los psicólogos contemporáneos, constituye una parte de nuestro objeto demasiado importante para que podamos aceptarla sin discusión y sin prueba.
Esta es una cuestión que merece tratarse de frente.
Antes de discutir un problema, hay que establecer muy exactamente sus términos. No es nuestra intención asimilar de una manera completa la percepción a un razonamiento en forma. Claro es que, comprendida en este sentido, la tesis que sostenemos se convierte en una paradoja. Es paradógico sostener que el acto de reconocer un objeto por la vista o por el tacto, se parece a un silogismo. Por eso no llegamos hasta eso, y si insistimos sobre esta cuestión es para rogar a nuestros críticos que no nos combatan tratando de refutar lo que nunca hemos dicho. Lo que decimos, lo que creemos cierto, lo que vamos a demostrar, es que en el razonamiento en forma hay caracteres esenciales que se encuentran en la percepción externa; que los dos actos, tan diversos en apariencia, tienen, sin embargo, la misma estructura interna, el mismo esqueleto. Para tomar una comparación sacada de las ciencias naturales, la percepción externa es un razonamiento con el mismo título que el anfioxus, que no tiene vértebras, es un vertebrado.
Para demostrar esta tesis, se puede elegir al azar un ejemplo de percepción externa y un ejemplo de razonamiento en forma y establecer el paralelo entre ambos. Comparemos la percepción de una naranja, con el silogismo vulgar de las escuelas: Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, Sócrales es mortal.
Cuando miramos una naranja, experimentamos cierto número de impresiones. Ante todo, es una impresión de color, de luces y sombras, formada por un agregado muy complejo de sensaciones simples. El aparato muscular del ojo, despertado por la excitación de la retina, llega a ser un centro de contracciones acompañadas de sensaciones musculares definidas; hay que observar la disminución de la abertura de la pupila, la convergencia de los ejes de los dos ojos, la contracción del músculo de la adaptación focal, los movimientos de los ojos en la órbita, etc.; hay, además, movimientos de la cabeza, del cuello y del tronco, que se ejecutan inconscientemente para permitir a los rayos luminosos alcanzar la superficie de la retina y la parte más sensible de esta superficie, es decir, la mancha amarilla. Estas son, poco más o menos, todas las sensaciones reales que recibimos del objeto o con motivo del objeto, todas las demás se conocen indirectamente, en el estado de imágenes.
Así, la dirección y la distancia del objeto (es decir, su posición en el espacio) y su magnitud, son tres hechos importantes suministrados, no por los sentidos, sino por el espíritu; pero no es esto todo; se cree ver, es decir, se ve por los ojos del espíritu la forma esférica de la naranja, su superficie lisa y punteada, el jugo que contiene, la complicada disposición de sus partes internas, la presencia de las semillas, y al mismo tiempo se cree sentir su peso, su consistencia ligeramente elástica, su olor, su gusto, y se cree oír pronunciar su nombre.
Si se continúa mirando la naranja, se determina la aparición de las imágenes relativas a su utilidad práctica, a la acción de cortarla con un cuchillo, de llevarla a la boca, de chuparla y de arrojar la pulpa y las pepitas.
Finalmente, hay un número inmenso de imágenes que ni siquiera se pueden mencionar, porque son personales a cada observador y dependen de su experiencia pasada y de su educación científica. Todas estas imágenes se despiertan, en un grado cualquiera, por la presencia del objeto y gravitan alrededor de la simple impresión de una mancha amarilla que recibe el ojo.
En un sujeto entregado al automatismo, esta sugestión de imágenes por un objeto exterior es tan viva que se traduce al exterior por una serie de actos. Si se da un paraguas a Witt…cuando está sonámbula, lo toma, y en seguida se estremece como si sintiese la aproximación de la tempestad; después lo abre y se pone a andar por el laboratorio, recogiéndose la falda y mirándose los pies; de vez en cuando, salta un arroyuelo. El espectáculo es muy curioso (37).
Si se compara ahora la percepción de una naranja con un razonamiento en forma, que tenga por objeto la muerte de Sócrates, ¿qué analogía se descubrirá entre ellos?
1.º Apenas hay necesidad de observar que estos dos actos pertenecen al conocimiento directo y mediato. Cuando afirmamos la muerte futura de una persona viva, fundándonos en la muerte de los demás hombres, nuestra afirmación se adelanta al curso de los acontecimientos, es una previsión. De igual manera, cuando miramos una naranja y afirmamos, sea explícita o implícitamente, que «aquello es una naranja», rebasamos el límite de nuestra experiencia actual por un acto de nuestro espíritu. Esto es precisamente lo que se propone demostrar el análisis anterior. Los caracteres de estructura, de peso, de gusto, etc., atribuídos a una naranja, no están comprendidos en la impresión visual que proviene de la naranja; afirmar su existencia es ir más allá de la sensación; es, pues, ejecutar un acto que depende de la conciencia indirecta. Toda percepción se parece a una conclusión de razonamiento; contiene, como la conclusión lógica, una decisión, una afirmación, una creencia relativas a un hecho que no se conoce directamente por los sentidos; en otras palabras, es una transición de un hecho conocido a un hecho desconocido.
2.º Los actos que comparamos tienen por elemento común el suponer la existencia de ciertos estados intelectuales anteriores, es decir, de recuerdos. Para el razonamiento en forma, estos estados preparatorios se llaman premisas. Sin premisas no hay conclusión. Nuestro espíritu no acepta esta proposición: «Sócrates es mortal», sino porque conoce la verdad de una proposición diferente: «todos los hombres son mortales». Por otra parte, es un carácter distintivo de todos los procedimientos indirectos de conocimiento el exigir necesariamente una prueba. Poco importa que esta prueba esté presente o no en el espíritu, en el momento en que nos servimos de ella: lo que es esencial y suficiente, es que la conozcamos. Hay muchos razonamientos simplificados cuyas premisas son inconscientes. La mayor parte de las inferencias que hacemos todos los días para las necesidades de la vida práctica, están en este caso. M. Spencer, da un ejemplo interesante de ellas:
«Si se le dice a uno que D. Fulano de Tal, de noventa años, va a construir una nueva casa, responderá que es absurdo que un hombre que está tan cerca de la muerte haga semejantes preparativos para la vida. Pero ¿cómo se llega a pensar en la muerte de D. Fulano de Tal? ¿Es que se ha repetido antes uno la proposición «Todos los hombres deben morir»? Nada de eso. Ciertos antecedentes le llevan a uno a pensar que la muerte es uno de los atributos de D. Fulano de Tal, sin pensar antes que ese es un atributo de la humanidad en general. Si alguno considerase que no estaba demostrada la locura de D. Fulano de Tal, le responderíais probablemente: «Tiene que morir, y muy pronto», sin apelar siquiera al hecho general. Y sólo cuando se le preguntase a uno por qué tiene que morir, se recurriría con el pensamiento o con la palabra a este argumento: «Todos los hombres tienen que morir, luego D. Fulano de Tal tiene que morir». Se sabe que, en opinión de Spencer, el silogismo representa, no el procedimiento por el cual se llega a la conclusión, sino el procedimiento por el cual se la justifica; en otras palabras, el silogismo, reproduciendo de propósito los datos de un razonamiento, nos permite ver si afirmamos más de lo que conocemos absolutamente, y si la conclusión está realmente implícita en las premisas, como suponemos. El ejemplo citado explica esta teoría.
Volvamos ahora a la percepción de una naranja, y observaremos sin trabajo que este acto exige, como un razonamiento, antecedentes lógicos. Lo que nuestro ojo nos hace conocer directamente es la impresión de una mancha amarilla; nadie sostendrá que podríamos deducir de esta sensación, aparte de toda experiencia y por una especie de mecanismo establecido de antemano, que hay al alcance de nuestra mano una naranja, un fruto que se puede cortar, comer y chupar y que aplaca la sed, etc. Si no hubiese intervenido nunca ninguna experiencia, nuestra inteligencia no vería nada más allá de nuestra sensación actual, y no habría percepción en el sentido propio de la palabra. Si, por el contrario, podemos reconocer la naranja, es porque nuestro ojo ha recibido una educación anterior; es porque hemos aprendido en otras ocasiones a asociar cierta impresión del ojo (la vista de la naranja) en todas las demás impresiones que hemos experimentado en otro tiempo, cuando hemos cogido la naranja con las manos para cortarla y comerla.
He aquí un segundo punto de contacto entre la percepción de un objeto exterior y un razonamiento.
Estos dos actos suponen estados más antiguos (recuerdos). Estos antecedentes lógicos se llaman premisas en el razonamiento, experiencias anteriores para la percepción. La premisa del razonamiento analizado es: «Todos los hombres son mortales». La de la percepción se podría formular, en rigor, de un modo análogo: «Todos los cuerpos esféricos de color amarillo y de cierto tamaño son frutos llenos de jugo azucarado». Sea lo que quiera, se ve que la percepción consiste: como el razonamiento, en la aplicación de un recuerdo al conocimiento de un hecho nuevo, y da lugar a la generalización de este recuerdo.
Todavía hay más.
Si en la mayor parte de los razonamientos las premisas son inconscientes, en todas o casi todas las percepciones, las experiencias anteriores que las hacen posibles no son tampoco recordadas por el espíritu. Así, en cuanto vemos cierta mancha amarilla, afirmamos en seguida que «aquello es una naranja»; no hay movimiento consciente hacia el pasado y, por consiguiente, no hay alegación de prueba. Sólo cuando se ponga en duda la exactitud de nuestra percepción invocaremos nuestra experiencia pasada; exactamente como para nuestras inferencias diarias.
3.º Sigamos nuestro paralelo para ver hasta qué punto es justo. Ya se sabe que la base de todo razonamiento es el reconocimiento de una semejanza; el razonamiento se puede definir, de un modo algo burdo, como la transición de un hecho conocido a otro desconocido, por medio de una semejanza.
Cuando recorremos mentalmente el silogismo siguiente: «Todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre, luego Sócrates es mortal, pasamos de un hecho conocido (la mortalidad de los hombres) a un hecho desconocido (la muerte de Sócrates), por la relación de semejanza que descubrimos entre los dos hechos; esta semejanza constituye el objeto de una proposición especial: «Sócrates es hombre». No hay en el mundo razonamiento que no contenga, como éste, la afirmación de una semejanza; pero esta afirmación toma diversas formas y se llama de diversas maneras: comparación, clasificación, reconocimiento, etc. Hasta se sabe que la escuela de Aristóteles asimila el razonamiento a una clasificación. Deducir que Sócrates es mortal, sería poner a Sócrates en la clase de los hombres, uno de cuyos atributos es la mortalidad.
La percepción de un objeto exterior supone un acto semejante de identificación. Para reconocer sólo con la vista que tenemos delante una naranja, no basta que las experiencias pasadas hayan formado una asociación entre un trozo de color amarillo rojizo y ciertos caracteres de estructura, de tacto, de gusto y de peso; además, es preciso que exista una semejanza entre las dos experiencias, la pasada y la presente; es preciso que los dos trozos tengan el mismo color, el mismo matiz. En general, no pensamos en asegurarnos de esta semejanza por un acto de comparación voluntario, pero no es menos cierto que es necesaria su existencia. Más todavía: la mayor parte de las veces somos muy hábiles para distinguir una semejanza real de una analogía engañosa.
Algunos autores hasta han asimilado la percepción a una operación de clasificación, como se ha hecho para el razonamiento lógico. En su opinión, la percepción visual de un objeto consiste en clasificar la sensación que se experimenta en el grupo de las sensaciones análogas que se han experimentado anteriormente. Esta idea se ha desarrollado ampliamente por Spencer.
En resumen: la percepción y el razonamiento tienen comunes los tres caracteres siguientes: 1.º, pertenecen al conocimiento mediato e indirecto; 2.º, exigen la intervención de verdades conocidas anteriormente (recuerdos, hechos de experiencia, premisas); 3.º, suponen el reconocimiento de una semejanza entre el hecho que se afirma y la verdad anterior en que se apoya. La reunión de estos caracteres muestra que la percepción se puede comparar a la conclusión de un razonamiento lógico (38). Esta es una de las verdades tan demostradas que ha penetrado en todos los libros. M. Hemholtz dice con este motivo: «Los juicios mediante los cuales nos remontamos desde las sensaciones a sus causas pertenecen, por sus resultados, a lo que se llama juicios por inducción(39)», y, en su apoyo, cita el ejemplo siguiente: «Como en una inmensa mayoría de casos la excitación de la retina en el ángulo externo del ojo provenía de una luz que llegaba a éste por el lado nasal, pensamos que ocurre lo mismo en todo caso nuevo en que la excitación interese la misma parte de la retina, de igual modo que pretendemos que todo hombre que vive ahora tiene que morir, porque la experiencia nos ha enseñado que hasta ahora todos los hombres acaban por morir». Se podrían hacer citas análogas de las obras de Mill, de Spencer, de Bain, etc.
Sería fácil seguir y renovar la comparación que hemos establecido entre la percepción y el silogismo, observando que si la percepción es un razonamiento, la ilusión de los sentidos es un sofisma.
Esta deducción se ha hecho hace mucho tiempo; hasta se ha tratado de sacar de ella la regla de lógica infringida por la mayor parte de las ilusiones. Citaremos de la categoría de las ilusiones pasivas, que ha estudiado muy cuidadosamente J. Sully(40). Apóyese el dedo en la parte externa del párpado bajado y se verá aparecer una especie de anillo luminoso; esta imagen, que representa el extremo del dedo, no se localizará en el punto en que se ha excitado la retina, sino hacia adentro y hacia arriba, próximamente en la parte superior de la nariz, en el sitio preciso en que está situado generalmente el foco luminoso que obra sobre la retina en el sitio tocado. El sofisma contenido en este razonamiento inconsciente consiste en tomar por ley absoluta una regla que sólo vale para ciertos casos. Los errores de este género se encuentran con mucha frecuencia en la fisiología de los órganos de los sentidos.
Se puede considerar ahora suficientemente demostrado que la percepción es un razonamiento. No nos entretendremos, pues, en discutir la opinión de algunos pensadores que se proponen trazar una línea entre el razonamiento y la inferencia, y no quieren ver en la percepción más que una inferencia.
Según estos autores, la inferencia es simplemente la consecución por la cual el espíritu pasa de una idea a otra, como cuando un holandés, al atravesar una ciudad de la India, espera encontrar una taberna; esta operación, aun siendo un paso de lo conocido a lo desconocido, no constituye más que un peudorazonamiento, un bosquejo que no merece el nombre de obra acabada. Pero en el razonamiento, también en opinión de los mismos autores, hay algo más que esa comparación de hechos en la conciencia. El razonamiento es el acto reflexivo por el cual el espíritu adopta una proposición, porque ve en ella la consecuencia lógica de otras proposiciones que tiene por verdaderas; de manera que no hay operación racional sino allí donde todas las premisas están presentes en el espíritu, y donde el espíritu percibe la relación que une a a las premisas con la conclusión (41).
Nosotros rechazamos esta distinción arbitraria. Inferencia o razonamiento es siempre la misma cosa; acabamos de demostrarlo en cuanto a la percepción, en que el análisis revela las partes esenciales de un silogismo. Después de este análisis, ¿cómo se podría sostener que la percepción es una simple consecución? Todo lo que se puede conceder es que, en realidad, ciertos razonamientos son conscientes y otros son automáticos. La percepción es de segundo orden. Pero no se debe conceder gran valor a esta diferencia. La conciencia acompaña a los procesos fisiológicos del razonamiento, de la sensación, del recuerdo, etc.; no los constituye; es un epifenómeno y nada más (42). Hasta donde se puede uno dar cuenta por experimentos de medidas hechas sobre las sensaciones, la conciencia está sometida a condiciones de duración y de intensidad; si se realizan estas condiciones, existe; si no, no existe. Pero en todos los casos aparece y desaparece sin afectar al trabajo de las células nerviosas, que continúa silenciosamente con la misma fatalidad.

Se acaba de ver que el trabajo contenido en toda percepción es idéntico a la operación que consiste en sacar una conclusión una vez establecidas las premisas. Al mismo tiempo se ha adquirido una idea sumaria de la naturaleza de este trabajo. Siguiendo más adelante, vamos a tratar de dar una explicación del razonamiento.
Pero antes de abordar este gran problema, a que está consagrado el libro entero, nos detendremos en algunas consideraciones preliminares. Tenemos intención de exponer una teoría psicológica del razonamiento. Para que esta teoría sea justa, para que sea cuando menos aceptable, es evidentemente necesario que satisfaga ciertas condiciones, que se adapte a ciertos hechos psíquicos, ya conocidos y considerados como ciertos. La psicología no está ya en ese estado de infancia por que ha pasado toda ciencia y en que a todos se les permite exponer libremente explicaciones fantásticas, que no tienen ninguna base.
En toda ciencia que esté en camino de organizarse, una teoría sólo tiene derecho de ciudadanía cuando se apoya en hechos admitidos; por ejemplo: si alguien pretendiese haber descubierto el movimiento continuo, se tendría derecho a rechazar, sin examinarlo, su pretendido descubrimiento, porque sería contrario a todas las leyes de la mecánica. La psicología también tiene sus cuestiones de movimiento continuo. Por lo tanto, antes de buscar la solución de nuestro problema, pongámoslo en ecuación, con objeto de precisar las condiciones a que debe satisfacer la solución para ser justa. Primera condición. -Stuart Mill ha observado que todas las explicaciones psicológicas, sin excepción, están sometidas a la condición general de ser una aplicación de las leyes de asociación por semejanza y por contigüidad (43). En opinión de Stuart Mill, dar cuenta de un hecho psicológico es demostrar que es un caso particular de las leyes de asociación. No es nuestro intento enseñar al lector lo que quieren decir estas leyes: el asunto es muy conocido, gracias a los numerosos análisis que tenemos de las obras inglesas. Recordemos sencillamente que la asociación por semejanza es la ley mediante la cual las ideas, imágenes y sentimientos que son semejantes se evocan entre sí en el espíritu, así como un retrato evoca la idea del modelo. Recordemos también que la asociación por contigüidad es la ley en virtud de la cual dos fenómenos que se han experimentado juntos tienen una tendencia a asociarse en nuestro espíritu, de tal modo, que la imagen del uno recuerde la imagen del otro. Estas son las leyes de asociación; nuestras fórmulas secas no pueden dar una idea de la inmensa cantidad de fenómenos que explican estas leyes. Sin embargo, nadie tiene derecho a sostener que estas leyes son las únicas y que no hay otras. No podemos figurarnos que conocemos desde ahora todas las leyes del espíritu. Esto sería una presunción singular. Por eso creemos que Stuart Mill ha sido demasiado exclusivo cuando ha dicho que todas las explicaciones psicológicas consisten en referir el hecho que se va a explicar a las leyes de asociación. Lo que hay que conservar de la opinión de Stuart Mill es que, en fisiología como en las demás ciencias, una explicación no debe defender más que verdades conocidas y establecidas en la misma época; pero como las únicas leyes psicológicas que se pueden considerar establecidas por ahora son las de la asociación, sólo a éstas se puede hacer intervenir provisionalmente en las explicaciones.
Aquí tenemos una señal preciosa que permite distinguir a primera vista una explicación seria de esas caricaturas de explicación, que no son más que hipótesis basadas en otras hipótesis.
Segunda condición. -Para el psicólogo, toda proposición verbal se resuelve en una asociación de imágenes, y la demostración de una proposición, el razonamiento, es la creación de una nueva asociación. Spencer ha definido muy justamerte el razonamiento: el establecimiento de una relación entre dos términos, y ha desarrollado, con gran abundancia de detalles, el sentido y el alcance de su definición.
Ya hemos tenido ocasión de mostrar que en toda percepción hay trabajo y que este trabajo da lugar a una síntesis de sensaciones y de imágenes. Percibir un objeto, una naranja, por ejemplo, y reconocer la existencia y la naturaleza de este fruto colocado ante nosotros, es asociar a una impresión de la vista cierta cantidad de atributos de que no tenemos conocimiento directamente. Ahora bien, asociar dos grupos de cualidades es juzgar; es, como dice la definición de Spencer, establecer una relación entre dos términos.
Fijado esto, la cuestión planteada es la siguiente: ¿Cómo se ha formado esa síntesis? ¿Por qué procedimiento se establece una relación entre los dos términos? ¿Cómo pasamos desde una impresión de color amarillo recibida por el ojo, a la imagen de todos los atributos que caracterizan a una naranja?
Y además (porque nos proponemos mostrar todas las fases del problema), ¿cómo juzgamos que aquéllo es una naranja?
Tercera condición. -Spencer añade una frase a la referida definición del razonamiento: el razonamiento, dice, es el establecimiento indirecto de una relación entre dos términos. Este adjetivo se comprenderá bien por medio de un ejemplo. Supongamos que, en lugar de limitarnos a mirar a una naranja, cogemos dicha fruta, la mondamos y nos la comemos; a medida que ejecutemos estos diferentes actos, se formará en nuestro espíritu una asociación entre la vista de la naranja e innumerables sensaciones de la mano y del gusto; la formación de esta relación será directa, producida por la experiencia, vendrá del exterior. Por el contrario, cuando vemos la naranja a distancia, sin tocarla, es decir, cuando razonamos sobre nuestra sensación visual, la relación que se establece entre esta sensación y la imagen mental de los atributos es indirecta, en el sentido de que la experiencia actual no la suministra y de que está producida por el ejercicio de otros estados intelectuales: las premisas.
Expresaremos este hecho en el lenguaje propio de lo psicología. ¿Qué es una premisa? Es un juicio, una asociación de imágenes. Por consiguiente, ¿qué es una conclusión engendrada por premisas? Es una asociación de imágenes engendrada por otras asociaciones.
Se puede, pues, formular así la tercera cuestión: ¿Cómo las dos asociaciones completas que constituyen las premisas se pueden reunir para formar una tercera que constituye la conclusión del razonamiento?
Tenemos la piedra de toque, con la cual se puede asegurar si una teoría psicológica del razonamiento es verdadera o falsa. Hagamos el ensayo de este criterio. Hay pocas teorías del razonamiento que estén en armonía con las ideas modernas y que merezcan una discusión. La escuela espiritualista francesa, que se reduce en muchas cuestiones a la antigua teoría de las entidades, explica generalmente el razonamiento por una facultad de razonar; algunos partidarios de esta escuela no se contentan con esta explicación puramente verbal, pero se limitan a sostener que el razonamiento es una propiedad sencilla, irreductible y, por consiguiente, inexplicable. Es de sentir que M. Taine, en su magnífica obra sobre la Inteligencia, nos haya dado una teoría del conocimiento en lugar de una psicología del razonamiento. En Alemania, Wundt pone en el razonamiento la base de la vida psíquica; hace de él el fondo de todos nuestros pensamientos y llega hasta a decir que se podría llamar al espíritu «una cosa que razona». Así es como él quiere descubrir algo de razonamiento hasta en el hecho primitivo y elemental de la vida psíquica, en la sensación. Pero cuando se trata de desmontar pieza por pieza el mecanismo del razonamiento, de enterarse de él mediante leyes conocidas, se encuentra una laguna en su obra. En lo que podemos juzgar, a través de los análisis de monsieur Ribot, que siempre son obras maestras, Wundt no ha dado una explicación del razonamiento.
En Inglaterra, Stuart Mill se ocupa casi exclusivamente de la lógica del razonamiento y deja a un lado la psicología; y ya se sabe que hay tanta diferencia entre la psicología y la lógica como entre la psicología y la higiene. M. Bain, que refiere sistemáticamente todos los hechos mentales a una combinación de las leyes de la asociación, aborda diferentes veces la cuestión que nos ocupa; pero su pensamiento es vago y flotante, y, cediendo a su costumbre, describe en lugar de explicar (44). Sólo en la obra de Spencer encontramos una verdadera teoría del razonamiento.
Aquí la teoría es tan completa como se puede desear, porque parte del tipo del razonamiento más elevado y llega al más sencillo, comprendiendo en su vasta amplitud el razonamiento cuantitativo compuesto, el razonamiento cuantitativo simple e imperfecto, el razonamiento en general, la percepción y el sentimiento de la resistencia. El autor ha tratado de establecer que el procedimiento que sigue el sabio en sus razonamientos más largos y más complicados, es aquel por medio del cual se ensaya en el pensamiento un conocimiento naciente; en una palabra, que entre todos los fenómenos de la inteligencia hay una unidad de composición. ¿Cuál es esta unidad? Se puede resumir todo estudio del razonamiento definiéndolo así: «Una clasificación de relaciones». Pero ¿qué significa la palabra clasificación? Significa el acto de agrupar relaciones semejantes. Deducir una relación es pensar que se asemeja a ciertas otras.
Antes de discutir esta teoría hay que hacerla comprender. Lo conseguiremos citando algunos tipos de razonamientos que presenta el autor y mostrando cómo da cuenta del mecanismo de estas operaciones la idea de una clasificación.
Tomemos como ejemplo un «razonamiento cualitativo imperfecto» que los tratados de lógica presentan comúnmente como silogismos; cuando se dice: todos los animales que tienen cuernos son rumiantes; este animal tiene cuernos, luego este animal es rumiante, el acto mental indicado es, según M. Spencer, un conocimiento del hecho de que la relación entre atributos particulares de este animal es semejante a la relación entre atributos homólogos de ciertos otros animales. Se le puede representar de este modo:
(Los atributos que a (Los atributos que constituyen un animal constituyen este anicon cuernos)…A mal con cuernos) (coexisten con) Es semejante a (Los atributos que b (Los atributos que constituyen este animal constituyen este anirumiante)… B mal rumiante) «La relación entre A y B es como la relación entre a y b»; esta es la fórmula que, según el autor, representa realmente nuestra intuición lógica. Se notará que el razonamiento comprendido así, se convierte en una verdadera proporción que tiene cuatro términos, en una especie de regla de tres de donde estaría excluida la idea de cantidad. Stuart Mill ha censurado a Spencer por convertir el razonamiento en una operación de cuatro términos, y ha sostenido que, en realidad, sólo existían tres.
Así, trayendo la controversia al ejemplo anterior, Stuart Mill ha observado que el razonamiento atribuye a cierto animal que tiene cuernos los mismos atributos (que constituyen el animal rumiante) que a todos los demás animales que los tienen; por consiguiente, los dos términos indicados por las letras B y b no forman más que uno, son iguales y hay tres términos y no cuatro. Spencer ha respondido que, como estos atributos no pertenecen a los mismos animales, sino a animales distintos, aunque semejantes, los atributos también debían ser distintos. La solución de esta dificultad es fácil de encontrar; a nuestro parecer, es Mill quien tiene razón. Habría podido replicar a Spencer: Todo animal de cuernos tiene sus atributos distintos que hacen que sea un rumiante; pero la idea general que tenemos de estos atributos es común a estos animales, es la misma para todos; y así se llega a reducir a tres los términos del razonamiento (46).
No importa; admitamos por un instante la existencia de los cuatro términos. El razonamiento es una clasificación de relaciones, sea; pero antes de clasificar las relaciones hay que formarlas, porque no existen antes de formarlas y no se puede comparar lo que no existe. Cosa curiosa: esta importante cuestión apenas la toca Spencer y, sin embargo, es el primero en reconocer que el razonamiento consiste en el establecimiento de una relación. Las pocas palabras que ha escrito, como de paso, sobre este motivo, se refieren a otro ejemplo (47). Al analizar este silogismo: todos los cristales tienen planos de fractura; esto es un cristal, luego esto tiene un plano de fractura, investiga cómo nuestro espíritu puede pasar de la percepción de un cristal individual a la idea de un plano de fractura, y para explicar el establecimiento de una relación entre estos dos términos, que es el nudo vital de la cuestión, esto es lo más que puede decir: «Antes de afirmar con conciencia que todos los cristales tienen planos de fractura, ya he visto que este cristal tenía uno». Pues entonces, se puede objetar, todo está terminado; la obra del razonamiento se ha ejecutado y se ha establecido la relación, siendo precisamente todo esto lo que se trataba de explicar. Spencer mismo lo reconoce, porque llama a esta operación, que supone realizada sin explicar su génesis, inferencia primaria o provisional: «Es un acto simple y espontáneo, dice, porque no resulta de un recuerdo de las relaciones semejantes ya conocidas, sino simplemente del influjo que, a título de experiencias pasadas, ejercen sobre la asociación de ideas (48)». Se ve, pues, que cuando se llega al momento decisivo, la teoría desaparece, puede declarar que es cierta, porque en realidad no existe.
Tenemos todavía muchas objeciones que presentar. En esta comparación de relaciones se podría preguntar qué es lo que la relación antigua, la que substituye a las premisas, puede añadir a la relación nueva inferida. Cuando afirmo que hay una relación entre el cristal que tengo y un plano de fractura, es cierto que encuentro una confirmación de lo que afirmo, representándome esta relación antigua: todos los cristales tienen un plano de fractura; la regla general prueba el caso particular. Pero precisamente esto es lo que hay que explicar. Acabamos de demostrarlo al establecer la ecuación de una teoría del razonamiento; el lector recordará que hemos constituido con este punto la tercera condición que debe llenar una teoría del razonamiento para ser justa. Hemos dicho que se debe explicar el modo cómo se deduce una conclusión de sus premisas; en lenguaje más preciso, se debe mostrar cómo se puede formar una asociación entre dos términos por medio de asociaciones anteriores. Ahora bien, la hipótesis de Spencer es impotente para resolver esta cuestión. ¿Qué es lo que nos dicen? Que el espíritu, después de haber establecido (sin saberse cómo) una relación entre a y b, la compara con una relación ya existente entre A y B. Pero ¿qué puede salir de esta intuición de una semejanza entre las dos relaciones? ¿Cómo puede la comparación de las dos agregarse al lazo que una ya a los términos a y b? Es esta una cuestión de mecanismo mental que hay que resolver. Spencer no la resuelve; ni siquiera se entera de ella. Uno de los caracteres de la teoría que discutimos, es mantenerse siempre a un lado.
Spencer se limita a consignar que la idea de que todos los cristales tienen un plano de fractura, confirma la conclusión particular de que este cristal tiene un plano de fractura; pero repetimos que esto no es más que el enunciado de la cuestión. Habría que explicar esta confirmación de la relación particular por la relación general, haciendo intervenir a las leyes de la asociación.
Sentimos tener que emitir este juicio sobre una parte de la obra de un pensador que tanto ha hecho por la psicología; pero es nuestro deber juzgar las teorías en sí mismas, sin fijarnos en el nombre de los que las sostienen.
A nuestra vez, vamos a abordar el problema del razonamiento, presentando algunas observaciones sobre una ley mental a que tendremos que recurrir con frecuencia, la ley de semejanza.