El trastorno hacia lo contrario como disarmonía

El trastorno hacia lo contrario como disarmonía

Si las páginas anteriores pudieron sugerir que concebíamos los textos como un universo estático, ahora queremos seguirlos en un particular movimiento que se sitúa en su corazón mismo y en su dinámica de desarrollo. Expondremos, en dos tiempos, las razones que nos llevaron a traducir por «trastorno hacia lo contrario» la expresión Verkehrung ins Gegenteil: en su engarce textual, su proceso de deslinde respecto de otras expresiones, y en su arquitectura conceptual, que, dando a nuestra argumentación un giro extremo, proyectaremos hasta el pensamiento griego.

Retornemos lo dicho al comienzo de estas páginas. Si en ningún autor se puede separar pensamiento de expresión, ello parece aún menos posible en Freud. Su vocabulario, sus modismos, su estilo, semejan soportes del pensamiento. No abordaremos ahora términos «categoriales» sino «subcategoriales», por así decir, que forman la estructura fina del discurso. El método adecuado de traducción sería el de la encuesta terminológica y el discernimiento del núcleo de significación de los términos; aquí y allí la versión puede parecer algo forzada, pero se gana en espesor significativo y, lo que es más importante, el arsenal así obtenido permitirá solucionar los singulares vuelcos que el discurso produce en lugares importantes para su comprensión. Tal vez sea esta la manera adecuada de decidir lo que el texto dice, más allá de un juicio caprichoso con respecto a las intenciones. del autor.

Empecemos por una dificultad de traducción. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud reexamina el caso del pequeño Hans. A raíz de un determinado proceso dice que cierto contenido (ser castrado por el padre) es, en Hans, expresión de una reacción que umwandelte die Agression in ihr Gegoenteil (GW, 14, pág. 137). Strachey traduce turned the agression into the opposite (SE, 20, pág. 108). Y, literalmente, «volver la agresión en su opuesto» significa pasar a una no-agresión. Pero un par de páginas antes Freud había explicado que en Hans el proceso, ligado con el complejo de Edipo, se cumplió de la siguiente manera: a) Hans tenía una moción agresiva hacia su padre, y ahora la agresión emigra, suerte que es el padre el que agrede a Hans; b) esta segunda agresión se desfigura o disloca (entsiellen), y el padre es sustituido por los caballos; c) se produce una regresión del sadismo al estadio anterior, oral (angustia frente a la mordedura de los caballos). La traducción al inglés parece insuficiente. Aquella expresión se vertiría al castellano, mejor: «una agresión que se trasmudó hacia la parte contraria», pues el proceso se juega entre dos términos, A y B, y ahora la agresión «se da vuelta» y viene desde la parte contraria de la relación, desde el término simétrico.

He ahí un caso en que nuestro diccionario intratextual nos ayuda a entender el texto. Strachey traduce bastante indistintamente por to turn, to transform, to change, los verbos verwandeln, umwandeln, umsetzen. Aparentemente, no presta suficiente atención a su especificidad. Pero el lenguaje de Freud es (dentro de ciertos límites, desde luego) un lenguaje de raíces. (Por ejemplo: en algún lugar dice que entsiellen debería entenderse no sólo en su acepción corriente de «desfigurar», sino en la que sugiere su etimología, «sacar de quicio», «dislocar»; por eso dijimos antes que la agresión se desfigura o se disloca.)

Consideremos umwandeln. Wandeln significa migrar, matiz que se conserva en verwandeln, mudar, y también en unwandeln. En un pasaje de La interpretación de los sueños se dice que el trabajo del sueño «trasmuda los números», vale decir, les cambia el contexto. En los pensamientos oníricos aparecían en su contexto justo, y en el sueño manifiesto están mudados, lo que da una sensación de absurdo. Traducimos, pues, umwandeln por «trasmudar», en el doble sentido de «cambiar de escenario» o «efectuar una mudanza completa», como las parejas en un baile de figuras, por un lado, y de «trasmutar», « metamorfosear », «trasformar», por el otro. Este término forma un juego de lenguaje con otros que iremos mencionando; sus significados son próximos, pero no coincidentes. Veremos que Freud va extrayendo los significados contenidos en ellos como de una caja de Pandora que se abriera poco a poco.

En «Las neuropsicosis de defensa» leemos: En la histeria, la representación insoportable se vuelve inofensiva por el hecho de que su suma de excitación es «traspuesta» (umsetzen) a lo corporal; «para eso -dice Freud- yo propondría el nombre de conversión» (GW, 1, pág. 63). Por el contexto se entiende que «traspuesta» significa que pasa de un distrito, el de lo psíquico, a otro, el del cuerpo. La metáfora es clara. Se deslíe algo en la versión inglesa, donde se traduce transformation (SE, 3, pág. 49). Páginas más adelante, a raíz de la neurosis obsesiva, Freud explica que en personas con predisposición a la neurosis en general, pero sin aptitud para ese pasaje de la suma de excitación a la inervación somática, el afecto queda libre, separado de la representación, y se disloca (dislozieren) o trasporta (transponieren, pero en el sentido del lenguaje musical) adhiriendo a otra representación y sin trasponer la frontera de lo psíquico. Después ya no dirá dislozieren, sino «desplazamiento» (Verschiebung) del afecto, término este también polisémico; en numerosos pasajes de nuestra versión hemos consignado, entre llaves, otra acepción: «descentramiento». Y, en efecto, en el capítulo de La interpretación de los sueños donde se trata ese tema, expresa que es como sí los sueños tuvieran su centro cambiado; he ahí un significado contenido en la expresión misma, que él despliega de pronto. Todos estos términos, con su multiplicidad significativa, hacen las veces de unas subcategorías descriptivas o de unos esbozos de esclarecimiento, tal como Freud los entiende en las primeras frases de «Pulsiones y destinos de pulsión»: unas mallas echadas para apresar la realidad, que se van cerrando a medida que la investigación cala en el objeto. Son esenciales para la «concepción» (Auffassung) o aprehensión del objeto mismo.

 

El trastorno hacia lo contrario como mecanismo de formación de síntoma

Mostraremos que «trastorno hacia lo contrario» tiene dos usos, que el propio Freud nos ayuda a distinguir. En «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoides) descrito autobiográficamente» (el caso Schreber), diferencia con claridad los mecanismos de defensa (o destinos de pulsión) de los de formación de síntoma. En el juego antagónico de contradicciones de la vida anímica, la defensa había segregado ciertos contenidos mediante determinados procedimientos o vías; en un segundo tiempo, eso apartado retorna en el síntoma, pero no necesariamente por el mismo camino. El distingo es importante desde el punto de vista epistémico, pues si el síntoma es comprobable empíricamente, el mecanismo de su formación debe inferirse, y esa inferencia retrospectiva obtiene su particular tipo de certeza luego, cuando se logra resolver el síntoma.

Partiremos, pues, de esa idea. Anticipemos el desarrollo: el trastorno hacia lo contrario aparece con singular frecuencia en el caso Schreber y en «A propósito de un caso de neurosis obsesiva» (el caso del «Hombre de las Ratas») -de 1911 y 1909, respectivamente- para designar un proceso de formación de síntoma. En los trabajos de la «Metapsicología» es un destino de pulsión o mecanismo de defensa, acaso anterior, más temprano, que la represión. Se sitúa así en un proceso de causación inferido. Pero después pierde esa dimensión; veremos que el concepto estalla en la marcha hacia adelante del pensamiento Freudiano, y en lo sucesivo sólo reaparece, otra vez, para designar una forma de retorno de lo segregado por la defensa. ¿O acaso no es así, y en la reacción terapéutica negativa, la reacción trastornada, asimilable a una suerte de masoquismo, es la esencialidad misma del concepto la que reaparece, liberado ahora, en virtud de aquel estallido semántico, de significaciones o funciones teóricas que le eran adventicias?

En el caso del «Hombre de las Ratas» leemos que el enfermo se volcó a una suerte de práctica piadosa, pero en las fórmulas de esta índole siempre se inmiscuía algo que las trastornaba hacia lo contrario (GW, 7, pág. 415). Ahora bien, la expresión, en sentido usual, significa también «desvirtuación». El enfermo quería decir «Que Dios lo proteja», y se le deslizaba un «no» que trastornaba o desvirtuaba las fórmulas.

El «Hombre de las Ratas» iba por ferrocarril del punto A al punto B con un propósito, y de pronto quería dar la vuelta, regresar al punto A con el propósito contrario: suerte de alternancia continua entre cuatro términos. La duda, la indecisión, suelen ser las formas en que se manifiesta la neurosis obsesiva. Acerca de ella, en otros lugares, Freud explica que la alternancia de movimientos y propósitos contrarios parece la figuración misma de la contradicción no resuelta que preside todo el proceso. «Neurosis obsesiva» traduce Zwangsneurose, con lo cual adherimos a la tradición. Pero en este punto parece necesario puntualizar que siempre, en todos los otros casos, vertemos Zwang por «compulsión». Se trata, pues, de una neurosis de compulsión; más aún: de compulsiones contrapuestas, en fatal alternancia en muchos casos. ¿No nos vemos remitidos así a la compulsión que, en Fichte, se situaba en la dialéctica de la pulsión misma, desde su pretensión de infinitud hasta su choque con el objeto? Si así fuera, estaríamos frente a un problema que se plantearía contra el perfil de la realidad.

Merecen destacarse dos hechos: el pensamiento de Freud ha procedido como un proceso centrífugo-centrípeto, grandes síntesis que luego se dispersan en estudios parciales hasta prefigurar y alcanzar por fin una síntesis nueva. Los jalones: «Proyecto de psicología», capítulo VII de La interpretación de los sueños, «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico», los trabajos de la «Metapsicología», las dos síntesis complementarias de Más allá del principio de placer, El yo y el ello; y quizás el Esquema del psicoanálisis es la síntesis última. Si nos remitimos al tercero de los trabajos mencionados, escrito en 1911, hallamos un significativo comienzo: se presenta como un comentario y una profundización de la «función de lo real», categoría de Janet. Integrémoslo con el segundo hecho: ciertos análisis de Freud, desde el principio mismo, traen a la memoria desarrollos del idealismo clásico, como la ya consignada dialéctica de la pulsión en Fichte. Ahora bien, esos tramos de constitución del alma, reinstalados dentro de un proceso mecánico (en el sentido apuntado, de la causalidad eficiente), son analizados por Freud, en cada caso, como articulaciones y puntos de fractura. Si en Fichte asistimos a un desarrollo paradigmático, en Freud son siempre las posibilidades de falseamiento las analizadas. ¿No será que en esos trastornos de la neurosis obsesiva la compulsión cobró autonomía por déficit de su repliegue en un yo y de la constitución ‘ por ende, de aquella «materia intensiva» que es lo real o el objeto? Comoquiera que fuere, retengamos lo adquirido: el trastorno es desvirtuación y es alternancia no resuelta de una compulsión.

En el caso Schreber, Freud describe un proceso por el cual en el enfermo die Gefühlsbedeutung wird als áusserliche Macht projiziert, der Gefühlston ins Gegenteil verkehrt: la intencionalidad (o direccionalidad, según lo consignado antes acerca de Bedeutung) del sentimiento es proyectada como un poder exterior, y el tono del sentimiento es trastornado hacía lo contrario (GW, 8, págs. 275-6). Y, páginas más adelante, nos enteramos de que, respecto de lo común a toda paranoia, este caso se distingue por la evolución que tomó y la mudanza experimentada. Una de esas mudanzas fue la sustitución (Ersetzung) de Flechsig por Dios. Se ve, pues, que la mudanza (Verwandlung) resulta en parte de un proceso de sustituciones, como de cambios de posición. Posteriormente se nos explica que en la formación de síntoma en la paranoia es sobre todo llamativo el rasgo que merece el nombre de proyección. Una percepción interior es «sofocada» y, como sustituto de ella, su contenido llega desde afuera a la conciencia en calidad de percepción, tras experimentar cierta desfiguración (Entstellung; o dislocación, por tanto). Y en el delirio de persecución, esta última consiste en una «mudanza de afecto» (AffektverwandIung): lo que interiormente habría debido sentirse como amor, es percibido desde afuera como odio; por ende, es lo que antes se designó como paso a la contraparte tanto de la intencionalidad como del tono del sentimiento. La «mudanza» es aquí proyección y trastorno; parece haber en esto una lógica semántico-léxico-conceptual. En efecto, el trastorno, según se vio, incluía nuclearmente la idea de una desvirtuación; esta es connotada, en el último pasaje citado, por «desfiguración»; resta, pues, la mudanza. Vale decir, el trastorno se nos presenta como una desfiguración por mudanza. Y tales mudanzas se cumplen en Freud, según lo visto, siguiendo parejas de contrarios. Aprendemos aquí que el trastorno puede cumplirse por proyección. Pero antes de considerar esto, insistamos un poco en los juegos de términos.

Vemos, pues, que los campos semánticos de los vocablos considerados se traslapan y se ciñen en esos juegos de juntura y separación. La superposición nunca es total, y conviene dar una traducción matizada. Pasemos a un trabajo redactado en 1921: «Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad». Tratando otra vez de la persecución paranoica, Freud habla ahora de «inversión del afecto» (Affektumkehrung). El proceso es el mismo que antes, pero observado desde otro ángulo. Aquí supone una ambivalencia preexistente (luego nos detendremos en este), y hay la posibilidad de que prevalezca uno u otro de sus términos. «Inversión» parece implicar ese doble cambio simétrico, en tanto que en «trastorno» es mas fuerte el matiz de inversión desvirtuante en un solo sentido, asimétrica. Claro; en el caso del «Hombre de las Ratas», ya considerado, la alternancia misma era lo desvirtuante-asi-métrico.

En «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (el caso «Dora») se menciona un «trastorno de afecto» (Affektverkehrung), en sí patológico (GW, 5, pág. 187); en Dora se había producido un desplazamiento – descentramiento de la sensación de la parte inferior a la superior del cuerpo. Bien; en las Conferencias de introducción al psicoanálisis se aborda el tema de la inversión en lo opuesto (Cegensatz, ahora) como medio de figuración en el sueño (GW, 11, pág. 181). Y esto se relaciona con el «sentido contrario de las palabras primordiales». Nótese que hay aquí un tiempo primero, el de un lenguaje que contenía en sí los contrarios, como en la paranoia el amor y el odio coexistieron en un tiempo de ambivalencia. Y acto seguido Freud menciona diversos tipos de inversiones: inversión del sentido, «sustitución» por lo contrario, inversión de la situación, etc. El resultado es un mundo trastornado. Aquí, «sustitución» parece la designación más formal, menos material, de estos procesos. «Invertir» (umkehren) puede acercarse a «trastornar» (verkehren) por su costado de «falseamiento». En el «Proyecto de psicología» se lee: «Ya hemos supuesto una defensa primaria, que consiste en que la corriente de pensamiento se tuerce (umkehren) tan pronto como choca con una neurona cuya investidura desprende displacer» (AdA, pág. 430). Torcer, dar la vuelta, invertirse: otra vez la polisemia de los vocablos; a veces se acercan hasta casi fusionarse, pero nos hemos empeñado en marcar su presencia para que se discierna el juego.

Decíamos: trastorno-desvirtuación-síntesis defectuosa-desfiguración-proyección. Sobre la proyección: En el «Manuscrito H» (AdA, pág. 121), Freud manifiesta que la proyección es un mecanismo normal. Sobreviene una alteración interna en nosotros. Una alteración: un cambio, un movimiento, un devenir-otro; si sentimos que devenimos-otro, o que un otro deviene en nosotros -diríamos, interpretativamente-, tenemos que sintetizarlo como objeto. Ahora bien, podemos atribuir a esa alteración una causa interna o una externa. Si esto último, si sintetizamos eso otro que’ nos modifica afuera de nosotros, he ahí el mecanismo de la proyección. Esta es normal mientras permanezcamos concientes de la alteración misma. Pero si la olvidamos, dice Freud, sólo resta la rama del silogismo que conduce hacia afuera. ¿Cuál será el silogismo? Intentemos reconstruirlo. Hay algo que se mueve en mí, que me mueve como causa eficiente; por tanto, me altera. Es -supongamos- un deseo. Eso eficiente es la premisa mayor. Ella me hace devenir-otro; por ende, yo tengo que sintetizar eso otro afuera de mí como un objeto, soy paciente-agente, cobro la forma de lo otro y lo contrapongo a mí. Puedo elegir: viene de adentro o de afuera. Proyecto, pues: viene de afuera. La premisa menor es el yo mismo; la menor hace de intermediaria entre el deseo y su objeto. La conclusión es el objeto. El silogismo es tal que no puede faltarle ninguna de sus tres premisas, y en su articulación triádica surge la posibilidad de una fractura (¿de un trastorno?) entre los puntos de pasaje. Ese silogismo se superpone con una relación medios-fines, señor-servidor; este, en tanto actúa, tiene su propia causalidad eficiente y puede rehusarle al señor su deseo. Y en el otro extremo, el yo constituye al objeto como medio de satisfacción. Pero sí la alteración se olvida, sólo resta la rama del silogismo que lleva hacia afuera, y este medio, el objeto, se convierte en el señor. En los dos casos se produce una falla en la circulación silogística. Habíamos visto que el abordaje teleológico aparece en Freud en relación con la adaptación, a diferencia de la herencia en sentido haeckeliano. En escritos posteriores, por cierto, al «Manuscrito H», vimos que la pulsión tiene un pie en el cuerpo y el otro en el alma. El proceso causal constitutivo no puede realizarse si no es por intermedio del alma. Y en el funcionamiento adaptativo juegan las causas finales: la síntesis del objeto por el yo, las metas de la actividad en el mundo.

Por otra parte, creímos discernir una articulación en las cuatro causas aristotélicas en el análisis del trastorno hacia lo contrario de «Pulsiones y destinos de pulsión». Son muchos los casos en que ese esquema nos sirve para entender mejor el trastorno como mecanismo de formación de síntoma (o de un sueño). Un solo ejemplo: En el sueño del propio Freud sobre la tumba etrusca (analizado en La interpretación de los sueños) el trastorno es doble. Freud en los pensamientos oníricos temía morir, vale decir, ser bajado a la tumba. En el sueño se alboroza de bajar él a una tumba etrusca. Lo material: trastorno del temor hacia la alegría; lo formal: ser-bajado trastorna hacia bajar. Ultima consideración: en el caso Schreber puede verse que la dialéctica triádica (yo no lo amo; ella lo ama) está presente ahí, no ha sido una idea pasajera del «Manuscrito H».

Ese trastorno, cuyas notas definitorias hemos tratado de rastrear en los escritos, ha de responder a algún aspecto genético básico del ser humano. En Freud, las categorías descriptivas se refieren siempre a una génesis (filogénesis, ontogénesis). Los textos no lo aclaran, pero es preciso delinearlas bien en la traducción para que puedan ofrecer respuestas. ¿Acaso estas vendrán de esa «represión primordial», de la cual Freud dice, en sus últimas obras, que sabemos muy poco sobre ella? Lo primordial remite a la filogénesis. En el corrimiento relativo entre maduración sexual y desarrollo del yo, falseamiento y alteración de la filogénesis, fenómeno cenogenético de desplazamiento, según Haeckel, parecía situarse uno de los momentos de aquella. Por lo menos, era una brecha por la que podía irrumpir la represión. Y más lejos, la «suplantación» de los estímulos olfatorios marcaba los umbrales de la cultura. Quizás el segundo momento, la alteración cenogenética, sea el de la constitución de la cultura plena. En la sección que sigue retomaremos, en una excursión por el contexto cultural, la dimensión de problemas a que nos reenvía la noción de trastorno hacia lo contrario. En un momento dado de la obra de Freud, según dijimos, aparece como destino de pulsión, quizás anterior a la represión misma. Si recordamos que en lo inconciente los contrarios se juntan, nos habrá dejado de llamar la atención que en el juego de lo inconciente que se manifiesta en el síntoma y en el sueño aparezca con tanta insistencia un mundo trastornado. Releyendo el citado texto de Kant sobre los orígenes de la especie humana, que tantas analogías formales presenta con el comienzo del capítulo IV de El malestar en la cultura, vemos que la hominización, por así decir, marca el nacimiento del mal, del vicio, de la perversión. Y, etimológicamente, perversión sería una buena traducción para Verkehrung. Acaso el sueño y el síntoma nos espejen algún aspecto de la génesis del psiquismo humano. Kant decía que la sensualidad nace después que el hombre pervirtió el instinto. La coexistencia de los contrarios en lo inconciente explica el trastorno, pero no todo él: es la segunda instancia la que lo introduce. Es posible que «represión» y «trastorno» sean dos diversos abordajes de la génesis de lo humano, que provengan de diversos órdenes de inquietud.

La otra dimensión del trastorno, que marcamos de la mano de los textos, es la de una alternancia repetitiva. Parece anticipar la compulsión de repetición. Asimilaríamos esta última a esa inercia o elasticidad de las pulsiones que aparece en los últimos trabajos de Freud. Fichte, en la obra ya mencionada, introducía el concepto con el ejemplo de una bola elástica que muestra su fuerza interior» cuando es empujada.

El trastorno hacia lo contrario como destino de pulsión

En un capítulo anterior nos referimos a la doble articulación de este concepto, tal como se lo expone en «Pulsiones y destinos de pulsión». Incluye dos procesos: un trastorno de la meta (que entendimos como formal) y un trastorno material, del amor hacia el odio. En el tránsito del sadismo al masoquismo: 1) la pulsión sádica se dirige a un objeto; 2) se produce una mudanza de la meta pulsional activa en pasiva como consecuencia de la vuelta de la pulsión hacia la persona propia; 3) se busca un nuevo objeto, que inflige el trato sádico. Es necesario traducir aquí «persona», tal como dice el texto, porque este parece suponer un proceso previo a la formación del yo. Ahora bien, que la pulsión cobre una meta pasiva parece algo exclusivo del ser humano. Freud dice que el masoquista co-goza la furia que se descarga sobre su persona, y aclara que la satisfacción masoquista se cumple por la vía de la fantasía: el yo pasivo se traslada fantásticamente a su lugar anterior, el del estadio primero. Podría describirse el proceso de otro modo, diciendo que sobreviene una interiorización del objeto; entonces, en la relación masoquista desarrollada se produce una suerte de subversión del objeto, de la conclusión del silogismo; ahora está al comienzo y al final, en los dos extremos; por tanto, el objeto deviene sujeto, y a la inversa. Se ha producido, diríamos, un descentramiento.

Antes, en el mismo trabajo, Freud había enunciado la tendencia del aparato nervioso al nivel cero; y luego nos dijo que la actividad del alma está sometida al principio de placer. ¿Cómo se concilia esto con el sadismo y el masoquismo? El paso de aquel a este es asimétrico, no tiene un tiempo anterior al estadio primero; no ocurre lo mismo en el caso de la pulsión de ver, donde sí hay un estadio indiferente desde el cual puede producirse uno de dos «cambios de vía» (Wechsel): mirar, o ser-mirado. Parece que el trastorno mismo sería el lugar donde actúa el principio del cero en los trabajos que integran la «Metapsicología». Suerte de enervamiento o desvirtuación de la pulsión, indica un punto ciego, un lugar vacío, que después será llenado por la pulsión de muerte; mejor dicho: por las desmezclas de Eros y pulsión de muerte. En efecto, en la síntesis que sigue, la de El yo y el ello, ya no aparece el trastorno como destino de pulsión. En lo sucesivo sigue siendo mecanismo de formación de síntoma. No obstante, tanto en El yo y el ello como en el Esquema del psicoanálisis (la última síntesis Freudiana) se encuentra nuevamente la expresión en la reacción «trastornada» del negativismo frente a la cura. Pero ahí habrá variado su sentido.

Si nos permitiésemos una audacia interpretativa, diríamos que el trastorno de «Pulsiones y destinos de pulsión» tiene un paradójico cometido. La perversión masoquista aparecería como el paradigma de la cultura humana, puesto que su esencia es la interiorización del objeto; «interiorizar» se dice verinnern, lo que sugiere que el recuerdo (erinnern) es la interiorización cumplida; sobre el recuerdo se erige la representación, germen de un mundo interno que se reanima en la fantasía.

Decíamos que en el caso de la pulsión de ver hay dos vías posibles. Es evidente la metáfora tópica, que hemos conservado traduciendo Wechsel del objeto por su «cambio de vía». Es intuición recurrente en los textos. Ya en el caso «Dora» hallamos «cambios de vía» de los pensamientos; la opción terminológica es ahí segura, pues Freud habla de Geleise, de vías ferroviarias por las cuales aquellos transitan. Ahora bien, del cotejo entre los destinos de la pulsión de ver y la trasmudación del sadismo al masoquismo, que Freud establece, se infiere que «Pulsiones y destinos de pulsión» está sub-tendida por el pensamiento de una indiferencia primordial en el sentido ya apuntado de las series schellinguianas. A esta altura del pensamiento Freudiano hay una indiferencia para el lenguaje (los sentidos contrarios de las palabras primordiales); la hay también en la ambivalencia previa al delirio de persecución, la hay en la pulsión de ver, pero no en el trastorno como destino de pulsión. No obstante, ya en «Pulsiones y destinos de pulsión» Freud lo postula como «construido», a raíz de sus puntualizaciones sobre el narcisismo. Exigencia categorial que prepara el abandono del trastorno como índice de la desvirtuación pulsional. Desde Más allá del principio de placer quedará establecida la existencia de la indiferencia previa, el sadismo-masoquismo originario, que podrá desplegarse como una serie schellinguiana en una génesis concebida como un proceso de mudanzas sucesivas.

Respecto del trastorno material, leemos que el odio parece provenir de las pulsiones de autoconservación; amor y odio tienen distintos orígenes (GW, 10, pág. 230). Y por otra parte, «atracción» y «repulsión» son, en definitiva, las fuerzas que lo gobiernan todo. Pues bien: en Más allá del principio de placer, luego de introducida la pulsión de muerte, se nos dice que el sadismo «es en verdad una pulsión de muerte que fue apartada del yo por el esfuerzo y la influencia de la libido narcisista … » (GW, 13, pág. 58). Pero eso ya estaba contenido -dice Freud- en «Pulsiones y destinos de pulsión». En efecto, una vuelta de la pulsión vom Objekt zum Ich (del objeto al yo) no es en principio otra cosa que la vuelta vom Ich zum Objekt (del yo al objeto), justamente se trata de una «reversión» (Rückwendung; como en la categoría jurídica «reversión de los bienes»). Las dos vueltas son la misma: si el objeto deviene al puesto del yo, este se muda al del objeto. Acaso convendría que recordáramos en este punto el distingo de Fichte entre la actividad efectiva y la actividad ideal, cuyo lugar lo ocuparía, aquí, la fantasía. El proceso es simétrico; no es asimétrico, no es trastorno. La entropía de la tendencia al cero se inserta ahora en la lucha entre Eros y pulsión de muerte. Y la noción misma de trastorno acaso queda libre de funciones que ella no podía cumplir. Después, Freud declarará formalmente que introdujo la pulsión de muerte a raíz del problema del masoquismo; el proceso de proyección-identificación dará nacimiento al desarrollo cultural; la entropía parecerá situarse en las dos pulsiones primordiales consideradas por sí (y no sólo en la pulsión de muerte), en cuanto base del mundo humano. Respecto de lo que resta del «trastorno», procuraremos discernirlo estudiando la acepción del término en el pensamiento clásico alemán.

El mito platónico del girar cósmico

En Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana, de Schelling (1809), podemos estudiar el horizonte de significación adherido al trastorno. Allí, este autor cita al teólogo Baader. El mal en el mundo humano no es ausencia de bien; es algo positivo que pone del revés las articulaciones del bien. Recordemos que la nada de Empédocles era una nada activa, positiva; que la inercia conceptualizada por Fichte como una de las fuerzas básicas de la mecánica de Kepler tenía también un carácter activo, no se limitaba a ser ausencia de movimiento. Diríamos que la pulsión de muerte, en Freud, reconoce esa misma genealogía conceptual. El ejemplo con que Baader ilustra su concepto del mal como trastorno del bien tal vez nos aclare las cosas: la enfermedad es un proceso real y operante, no se agota en ser ausencia de salud; es el trastorno del proceso sano en tanto lo pone del revés siguiendo sus propias articulaciones. El trastorno supone un desplazamiento-descentramiento (Verschiebung). Y siguiendo a Baader, el mal, para Schelling, es una positiva condición de trastornado; es la inversión (Umkehrung) de los principios constitutivos de todo ser, la serie real y la serie ideal. Sobre la concepción de los principios en Schelling volveremos brevemente en el último capítulo. Nos dice este pensador, en su trabajo de 1809, que el trastorno es un concepto intermedio entre el bien y su ausencia, es su opuesto real, el opuesto real y operante de lo positivo, diverso de la mera negación. Lo positivo, para Schelling, es siempre el todo o la unidad (a diferencia de los individuos y la multiplicidad); lo que se le contrapone es descomposición del todo, disarmonía, ataxia de las fuerzas. A la temperatura no se le opone una ausencia de ella solamente, sino una distemperatura. Y llegamos aquí a una idea que parece muy importante, tanto conceptual como textualmente, para comprender la teoría Freudiana de las neurosis. Recordemos primero el trabajo de Kant ya comentado: la belleza, el desarrollo de la belleza, arranca del predominio de lo visual; dicho de otro modo, del nacimiento del amor a diferencia del instinto sexual como impulsión pasajera. Freud, tanto en los Tres ensayos de teoría sexual como en El malestar en la cultura, reformula esta concepción a la luz de sus propias doctrinas. En Kant, nace de ese modo lo estético, que, como vimos, al final de un proceso futuro se confundirá con la naturaleza, con esa inmediatez de la vida que se abandonó por obra de la razón, cuando llevó a comer del fruto prohibido; por eso la razón es el mal, un mal activo, que desgarró las proporciones de lo natural. Para Goethe, la naturaleza era armonía, proporción entre fuerza centrífuga y centrípeta. Y Schelling, en su libro mencionado al comenzar esta sección, discierne la Dis-harmonie como trastorno; ahora bien, ella no es mera privación de la unidad, no es la mera dispersión de la multiplicidad como lo Uno que se reflejara en un juego de espejos; ella misma es una cierta unidad, puesta del revés; el mero divorcio de las fuerzas no es en sí disarmonía, sino sólo lo es la unidad falsa de esas fuerzas. La disarmonía es el mal, que ha nacido con Adán; la caída, el pecado original, es el punto de partida de un proceso histórico azaroso, que se caracteriza por la inversión de los principios de la naturaleza; toda la historia humana es trastorno, lleva a su contradicción exacerbada las polaridades que en lo inconciente, en la naturaleza, coexistían sin lucha, y opera una inversión de las fuerzas constitutivas; esa inversión de las fuerzas es como un repliegue de la materia, y si bien es trastorno, puede llevar a un trastorno del trastorno, a una armonía de orden superior, en que la serie real se conocería a sí misma y se articularía con la serie ideal. Y bien; leemos en el Esquema del psicoanálisis (GW, 17, pág. 110) que las neurosis son disarmonías cuantitativas, que nacen en la acción recíproca entre la serie potencial y la serie actual, entre la disposición congénita y el vivenciar accidental. En Freud todo proceso patógeno se compone de dos momentos: 1) se produce un extrañamiento respecto de algo (respecto de un otro) que se sitúa en la dialéctica de la pulsión; el modelo de ello es la suplantación-desalojo esforzante; 2) lo desalojado-suplantado retorna, y se produce un compromiso entre las fuerzas que habían escenificado la contradicción. ¿Qué es este compromiso sino una unidad falsa? Hay ahí un trastorno; si aplicamos nuestro concepto del trastorno tomado de Schelling al pensamiento Freudiano, diríamos que la neurosis es trastorno. Y ello así, ¿es extraño que el trastorno aparezca en Freud como mecanismo de la formación de síntoma, y que el mundo del sueño y del síntoma sea un mundo trastornado? Pero Freud mismo nos dice que la neurosis, la disarmonía, es el precio que el ser humano debe pagar a cambio del desarrollo de la cultura. Y este desarrollo es debido a un «esfuerzo de suplantación» orgánico, y acaso a un proceso cenogenético, de adaptación al medio, sobrevenido en algún momento de la historia de la especie humana.

Después de la «Metapsicología», el trastorno hacia lo contrario deja de ser un destino de pulsión; en efecto, creímos ver que cumplía allí funciones conceptuales que no podía rendir. Pero despojado el concepto de su función entrópica, ¿no persistirá como otro modo de abordaje del mundo humano junto a la «represión»? He ahí un vasto campo de investigación en los textos, para lo cual es preciso marcar siempre la aparición de la Verkehrung. Vemos, también, que «transformación en lo contrario», la versión habitual en castellano, es muy pobre en su intento de limitarse a la «evidencia» clínica. Y en cuanto a esta, la reflexión antropológica la enriquece con el concepto de la disarmonía, del propio Freud, y de la falsa unidad, que tomamos de Schelling. Todo síntoma, dice Freud, requiere una «solicitación» somática; dicho de otro modo, una articulación en la serie real, la serie somática, que permita unirla, acordarla, con la serie psíquica. Desde ese momento, tanto lo psíquico como lo somático aparecen disarmónicamente dislocados- descentrados. El sueño y el síntoma tienen el centro cambiado. Las estructuras repetitivas del síntoma son la marca de una fuerza de inercia: descentramiento también en el plano de la constitución del psiquismo, trastorno de los principios: la divina Psiquis de alas de mariposa, como la representaban los griegos, movilidad pura, adquiere la fijeza de las formas naturales.

Es muy antigua esta problemática, según leemos en El poIítico, de Platón. Cuenta el Extranjero un mito, el del reino de Cronos: antaño, el sol y las estrellas se levantaban y ponían en la parte opuesta que lo hacen hoy; los antiguos seres humanos nacían de la tierra y no se generaban acoplándose. Este Todo nuestro es guiado en su camino y en su giro por el dios mismo unas veces, y otras es dejado solo, y esto ocurre cuando han tenido cumplimiento los períodos fijados para su andar; y es entonces cuando retorna por sí solo, rotando hacia atrás, hacia la parte contraria. El cosmos participa de la naturaleza divina y de la naturaleza corpórea, y no puede, por eso mismo, estar exento de alteración. Y ese trastorno del cosmos produce los mayores prodigios. En el tiempo primordial, los seres humanos brotaban viejos y, de acuerdo con ese movimiento trastornado del cosmos, devenían más y más jóvenes; se hacían niños, recién nacidos- y por fin desaparecían. El dios cuidaba de la satisfacción de todas las necesidades; no hacían falta ni la constitución de Estados ni la fundación de familias; como todos surgían de la tierra, no había recuerdo de lo ocurrido antes. Cumplido el tiempo, el fin de un movimiento y el comienzo de otro produjeron, al encontrarse, una gran sacudida. Los seres humanos nacieron por acoplamiento y se vieron desvalidos. El cosmos inició su movimiento contrario, y los hombres empezaron también a girar sobre sí mismos: nació el mundo del trabajo y de la cultura.