Eugenesia e higiene mental: Higienismo e higiene mental en la Argentina

Eugenesia e higiene mental: Higienismo e higiene mental en la Argentina

Eugenesia e higiene mental: usos de la psicología en la Argentina, 1900-1940
Ana María Talak (UBA, Argentina)

Capítulo de: Miranda, Marisa y Vallejo, Gustavo, Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino, Siglo XXI de Argentina Editores, Buenos Aires, 2005, pp. 563-599.

3. Higienismo e higiene mental en la Argentina.

La higiene mental no puede desvincularse del movimiento higienista desarrollado en la Argentina desde el último tercio del siglo XIX. Los líderes del higienismo se presentaban como los profesionales idóneos para enfrentar los problemas asociados a la «cuestión social» [4], propios de las sociedades occidentales rápidamente urbanizadas: aumento de la delincuencia y la prostitución, de la marginalidad y la pobreza, problemas de vivienda y hacinamiento, y más tarde también, los conflictos obreros, asociados a ideas anarquistas y socialistas. El reclamo de reformas de los médicos higienistas cobró significación luego de la epidemia de 1871, que mostró el equipamiento precario para las emergencias sanitarias de la ciudad de Buenos Aires. El higienismo formó parte entonces de un discurso sobre el progreso y la civilización, que intentaba implementar una política de construcción del Estado y la nacionalidad «desde arriba». Las medidas preventivas y disciplinadoras propuestas, se ocupaban tanto de lo técnico como de lo moral, mostrando una continuidad entre medicina y política, que asociaba la salud física y moral a las características permanentes de la nación [5]. La medicina ligada al estado proponía sus intervenciones como una tarea nacional que fundaba a su vez la intervención estatal sobre la marginalidad, como diferentes formas de desorden público. La presencia y la autoridad de la medicina legitimó la representación en términos médicos de temas originalmente fuera de su dominio científico. La sociedad vista como un organismo y los conflictos sociales entendidos en términos de patologías, de enfermedades infecciosas y contagiosas, marcaron discursos tanto de las elites dirigentes como de artículos periodísticos y de la literatura. Dentro de este marco de pensamiento fueron abordados ciertos temas sociales y políticos, en términos de la degeneración producto o causa de ciertas costumbres sociales viciosas (como el alcoholismo), de la delincuencia, de la mezcla de razas, de las ideas anarquistas, etc. En este contexto surgieron formas de estudiar y prescribir soluciones a los problemas del delito, de la educación, de la locura, de la anormalidad infantil, que dieron una impronta característica y común a las diversas disciplinas científicas que fueron desarrollándose, como la criminología, la psicología, la psicología evolutiva, la pedagogía, la psiquiatría y la psicopatología, y las ciencias sociales en general.

            En este pensamiento genéricamente positivista, fue común el entrecruzamiento de modelos biológicos y sociológicos para entender las relaciones organismo-medio, dentro de una concepción evolucionista. Si bien el «medio» abarcaba tanto el ambiente físico como el social, el programa médico higienista privilegió las intervenciones sobre el medio entendido en términos sociales[6]. Sin embargo, el modelo organismo-medio presente en la comprensión de las relaciones sociales, de la evolución psicosocial y de la génesis de la psicopatologías, veía la acción del medio como favorecedora o desencadenante de lo que ya estaba presente como predisposición en los organismos, considerados ya constituidos individualmente. De esta manera, no había en este pensamiento psicosocial la idea de una formación o construcción social de lo humano mismo ni de sus capacidades psicológicas. Lo natural, como lo dado y lo constitucional, y, en cierta forma, independiente de lo social, es modificable sólo en la medida en que el medio puede permitir su evolución esperable, obstaculizarla, o bien, corregirla o atenuarla.

Estas ideas sobre las relaciones organismo-medio, permanecieron en el modelo de la higiene mental en la Argentina, favoreciendo su articulación con ideas eugenésicas y dándole una impronta local a este movimiento, diferente de los desarrollos de la higiene mental en Europa y Estados Unidos.

La higiene mental nació en Estados Unidos, fundamentalmente a partir de la obra de un ex paciente, Clifford Beers, el cual, a partir de su propia experiencia de internación en un manicomio, escribió un libro (A Mind that Found Itself) que alcanzó gran difusión y promovió la creación de un Comité Nacional para la Higiene Mental en 1909 [7]. Tuvo su primer apoyo en fundaciones privadas y apuntó en sus comienzos a la reforma de los manicomios y a humanizar el tratamiento de los internados. Las experiencias psiquiátricas de la Primera Guerra Mundial contribuyeron a renovar la psiquiatría y a buscar herramientas psicoterapéuticas y modelos preventivos. La necesidad de responder a los problemas creados por la guerra (tanto por el tipo de trastorno como por la cantidad de personas afectadas), favoreció la organización de la disciplina a nivel nacional: la organización estatal de los neuropsiquiátricos siguió los lineamientos del Comité. Esto brindó las bases para la declinación de la psiquiatría organicista, asentada en las tesis de la herencia y la degeneración, para una renovación de la psiquiatría, tanto en sus temas como en sus ámbitos de acción fuera de los manicomios, y establecieron las condiciones para una recepción ecléctica del psicoanálisis en los Estados Unidos[8].  En 1919 se creó un Comité Internacional para la Higiene Mental, en 1930 se realizó el primer congreso internacional en Washington, en 1937 el segundo en París y en 1948, después de la Segunda Guerra Mundial, el tercer congreso en Londres, con el cual la higiene mental se reorientó hacia lo que se denominó el movimiento de la salud mental. De todo esto emergió una visión sobre el tratamiento de los desórdenes neuróticos y mentales en general que puso el énfasis en el papel de los factores ambientales y se minimizó no sólo el papel de la herencia, sino incluso de lo que solía llamarse «disposición» (en la que intervenían también las experiencias infantiles). Cobraron mayor significación y visibilidad los factores emocionales y los vínculos interpersonales en una concepción del síntoma como reacción a situaciones conflictivas. Esto contribuyó al desarrollo y utilización de procedimientos psicoterapéuticos alejados del ámbito del hospicio, y que planteaban como meta posible la curación.

En Argentina, el movimiento de la higiene mental tuvo algunas características diferentes. La primera es que nació en el manicomio y en la cátedra de Psiquiatría, es decir, estuvo a cargo de aquellos que participaban y conducían una psiquiatría fundada en el internamiento y la custodia (por ejemplo, Arturo Ameghino y Gonzalo Bosch). Los que dirigían los hospicios estaban a cargo a su vez de la enseñanza universitaria. En segundo lugar, hacia los ´30, cuando el movimiento de higiene mental se organizaba en la Argentina, en el plano internacional ya predominaban las versiones ambientalistas, salvo en Alemania y los países bajo su influencia. En la Argentina, la higiene en general y la higiene mental en  particular, se articularon con las ideas de la tradición eugenésica. La profilaxis mental, en este marco, insistía sobre todo en el diagnóstico precoz y no dejaba de contemplar la necesidad de segregar al alienado, si se lo consideraba necesario para impedirle sus posibilidades reproductivas. Para entender esta relación entre la intención de modificar el medio social y el papel central que siguió ocupando la herencia y las ideas eugenésicas es necesario revisar dos nociones clave: la degeneración y la herencia de las modificaciones adquiridas.

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