Michael Foucault. El poder, una bestia magnífica
Sobre el poder, la prisión y la vida
Anestesia y parálisis: sobre la analítica foucaultiana del poder
Edgardo Castro
1. De un extremo al otro, el de los intelectuales de vanguardia,
los maîtres-à-penser, y el de la divulgación de su pensamiento,
la dimensión política de los trabajos de Foucault o sus posibles
consecuencias prácticas, como se prefiera, han sido objeto de críticas
que, al menos en cuanto a su sentido, parecen coincidir.
Del lado de los intelectuales, ellas se remontan a la conocida
reacción de Jean-Paul Sartre luego de la aparición de Las palabras
y las cosas (1966). Por ese entonces, para Sartre, Foucault equivale
al “último baluarte que la burguesía ha erigido contra Marx”,1 es
decir, a una filosofía que busca desactivar la posibilidad de toda
lucha. Del lado de la versión más bien vulgarizada de sus obras, la
misma conclusión parece inevitable: tanto si, como Sartre, se parte
de la premisa de la muerte del hombre como si, focalizando en sus
obras posteriores, se les atribuye la idea de un poder omnipresente
del que, por más que se lo intente, nunca será posible escapar.
Por ello, respecto de la política, de la acción y del compromiso,
parecería haber un “efecto anestesiante” en los análisis de Foucault.
Para expresarlo en palabras llanas, en sus trabajos no sólo
no nos dice qué hacer, sino que el hacer en sí mismo parece,
finalmente, carecer de sentido.
A nuestro modo de ver, se trata de críticas desacertadas, pero
no inmotivadas. Comprender las razones de este motivado desacierto
constituye, quizá, una de las mejores puertas de acceso a lo
que Foucault denominó su filosofía analítica del poder.
Para abordar el problema, el curso Defender la sociedad, así como
el marco de situación de ese curso, pueden servirnos de guía. Se
trata ciertamente de una serie de lecciones en el sentido más literal
y clásico del término. Foucault, en efecto, lee lo que ha preparado
para sus clases de ese año. Pero se trata también, retomando
un concepto que el propio Foucault ha utilizado metodológicamente,
de escenas que resulta provechoso imaginar en su contexto
para comprender las ideas en juego en el curso.2
Estamos en enero de 1976. La llamada guerra de guerrillas, vinculada
a los movimientos de liberación nacional, dominaba gran
parte del horizonte político internacional. En Vietnam, los enfrentamientos
apenas acababan de concluir. En América Latina,
en cambio, cobraban más fuerza diferentes movimientos armados
de liberación, inspirados con frecuencia en los revolucionarios
cubanos. En varios países, además, la vida democrática era interrumpida
por golpes cívico-militares, en mayor o menor medida
vinculados con los Estados Unidos. Europa, por su parte, también
sufría los efectos de la lucha armada con fines políticos (basta
pensar en las Brigate rosse italianas o en la Rote Armee Fraktion
en Alemania).
Así, mientras la Guerra Fría dominaba las relaciones entre los
países o, al menos, entre las grandes potencias, fronteras adentro,
en cambio, las diferentes formas de violencia ejercida contra y a
partir de las instituciones tradicionales del Estado desdibujaban
casi por completo los límites clásicos entre política y guerra.
El profesor Foucault, en una de las más prestigiosas y tradicionales
instituciones académicas francesas, el Collège de France,
propone ese año un curso cuyo título traducido al pie de la letra
dice “Hay que defender la sociedad” (entre comillas, pues se trata
de una cita). A través de una genealogía del discurso de quienes
enunciaron esa frase, Foucault se propone, a manera de hipótesis,
ver si los conceptos de guerra y de lucha son apropiados para
analizar las relaciones de poder, y, en términos más generales, si
la política, invirtiendo la célebre afirmación de Clausewitz, puede
ser pensada como la continuación de la guerra por otros medios.
El tema estaba sin duda en el aire. Pocas semanas después de
iniciado el curso, aparece publicado el trabajo de Raymond Aron
Penser la guerre, Clausewitz. Pero, curiosamente, más allá de la actualidad
del tema propuesto y del contexto político, Foucault no
hace ninguna mención a ellos en el curso. Luego de una primera
lección introductoria y de algunas consideraciones generales sobre
el funcionamiento del poder de normalización en las sociedades
modernas, centra su análisis en una revisión de la formación de
la historiografía clásica francesa (desde el siglo XVII hasta la Revolución,
desde Henri de Boulainvilliers hasta Emmanuel-Joseph
Sieyès), tomando como guía la idea de guerra de razas. El curso
termina, como sabemos, con la confluencia entre este tema y el
del poder normalizador esbozado al inicio, es decir, con la transformación
biologicista y estatal de la guerra de razas, que alcanzó
su forma paroxística en los campos de concentración y exterminio.
Pero, ¿cómo entender este silencio, esta ausencia acerca del
contexto inmediato con el que está relacionado el tema del curso?
Sobre todo en alguien que siempre ha proclamado como esencial
el nexo entre filosofía y actualidad y que ha definido la filosofía
como una tarea de diagnóstico del presente.
2. El 20 de mayo de 1978, en una mesa redonda acerca de las prisiones
cuya transcripción fue revisada por Foucault, un grupo de
historiadores revela ser perfectamente consciente del problema
que estamos planteando. “El efecto anestesiante” es precisamente
el subtítulo bajo el que se reúnen las preguntas acerca de las posibles
consecuencias, en el ámbito de la acción política, de obras
como Historia de la locura o Vigilar y castigar.3 La amplia respuesta
de Foucault se estructura en torno a una serie de distinciones.
En primer lugar, sostiene, desde la cultura tanto de derecha
como de izquierda, hay que hablar de irritación más que de anestesia.
Foucault cita, a modo de prueba y sin hacer nombres, la
célebre frase de Sartre, a unos psicoanalistas que han equiparado
sus trabajos a Mi lucha, las críticas que se apoyan en la personalidad
del autor, etc. En segundo lugar, admitiendo que sus trabajos
hayan tenido un efecto paralizante, es necesario preguntarse sobre
quiénes. En este sentido, Foucault considera que ese efecto ha
existido, pero que resulta positivo en la medida en que afecte, por
ejemplo, a los psiquiatras o al personal a cargo de las cárceles.
Se trata, según sus propias palabras, de un efecto querido. Sus
trabajos buscan, precisamente, que estas personas queden como
inmovilizadas, que no sepan qué hacer, que sus prácticas se vuelvan
problemáticas y difíciles. Por ello, hay que distinguir, como
la psiquiatría del siglo XIX, insiste Foucault, entre anestesia y
parálisis. Los efectos paralizantes no adormecen; al contrario,
son, en realidad, consecuencias del despertar de una serie de
problemas y cuestionamientos. Desde esta perspectiva, Foucault
afirma:
La crítica [de las instituciones psiquiátricas, de las prisiones]
no puede ser la premisa de un razonamiento que
terminaría con: “esto es lo que queda por hacer”. Debe
ser un instrumento para quienes luchan, resisten y no
quieren más lo que es. Debe ser utilizada en procesos de
conflicto, de enfrentamientos, de intentos de rechazo. No
debe servir de ley para la ley. No es una etapa en una programación.
Es un desafío respecto de lo que es.
El problema es el del sujeto de la acción, de la acción
mediante la cual lo real es transformado. Si las prisiones,
si los mecanismos punitivos son transformados,
no será porque se ha puesto un proyecto de reforma
en la cabeza de los trabajadores sociales, sino porque,
cuando la crítica haya sido puesta en juego en lo real y
no cuando los reformadores hayan realizado sus ideas,
quienes se ocupan de esta realidad, todos ellos, tropezarán
entre sí y consigo mismos, encontrarán bloqueos,
dificultades, imposibilidad, atravesarán conflictos y enfrentamientos.
4
En términos más generales, al abordar la cuestión en el debate
con Noam Chomsky (1971) sobre las nociones de naturaleza humana
y justicia, Foucault se había expresado en el mismo sentido:
Me parece que, en una sociedad como la nuestra, la verdadera
tarea política es criticar el juego de las instituciones
en apariencia neutras e independientes, criticarlas y
atacarlas de manera tal que la violencia política, que se
ejerce oscuramente en ellas, sea desenmascarada y que
se pueda luchar contra ellas.
Esta crítica y este combate me parecen esenciales por
diferentes razones. Primero, porque el poder político es
mucho más profundo de lo que se sospecha. Hay centros
y puntos de apoyo invisibles, poco conocidos. Su
verdadera resistencia, su verdadera solidez se encuentra,
quizá, allí donde no lo esperamos. Puede ser que no sea
suficiente con sostener que, detrás del gobierno, detrás
del aparato del Estado, hay una clase dominante. Es necesario
situar el punto de actividad, los lugares y las formas
en que se ejerce esta dominación. […] Si no se logra
reconocer estos puntos de apoyo del poder de clase, se
corre el riesgo de permitirles continuar existiendo y ver
cómo se reconstruye este poder de clase después de un
proceso revolucionario aparente.5
En una entrevista de 1979, Foucault describe estos múltiples puntos
de apoyo mediante el nexo entre racionalidad y violencia:
Hay una lógica en las instituciones, en la conducta de los
individuos y en las relaciones políticas. Hay una racionalidad aun en las formas más violentas. En la violencia, lo
más peligroso es su racionalidad. Cierto, la violencia en
sí misma es terrible. Pero la violencia encuentra su anclaje
más profundo y su forma de permanencia en la forma
de racionalidad que nosotros utilizamos. Se ha afirmado
que si viviésemos en un mundo racional, podríamos
deshacernos de la violencia. Es completamente falso. Entre
violencia y racionalidad no hay incompatibilidad. Mi
problema no es condenar la razón, sino determinar la
naturaleza de esta racionalidad que es compatible con la
violencia. No es la razón en general lo que yo combato.
No podría combatir la razón.6
Ahora bien, retomando nuestro punto de interrogación, la curiosidad
que pueda provocar el silencio de Foucault, en su curso,
acerca de las nociones de guerra y de lucha como categorías analíticas
del poder se entiende si se espera o se supone que el discurso
político debe tomar la forma del rechazo o de la aceptación de las
instituciones, del cuestionamiento o de la defensa de la dinámica
social en su conjunto y como un todo. Por ello, sólo a quienes esperaban
que la crítica del poder fuese la premisa de un programa
de reformas institucionales o la denuncia contra una clase política
y económicamente dominante, la analítica foucaultiana del poder
puede parecerles anestesiante.
Para evitar este motivado desacierto, el concepto de crítica, que
aparece de manera recurrente tanto en el debate de 1971 con
Chomsky como en la mesa redonda de 1978, cobrará un sentido
cada vez más propio en el pensamiento de Foucault.
Precisamente, el 27 de mayo de 1978, apenas una semana después
de la mesa redonda sobre las prisiones, Foucault dictó en la
Sociedad Francesa de Filosofía una conferencia titulada “¿Qué es
la crítica?”, que inaugura una interrogación que lo acompañará
hasta su muerte. La pregunta gira en torno a un texto que define como uno de sus fetiches:7 “¿Qué es la Ilustración?” de Kant,
al que dedicará no sólo dos artículos, sino también las primeras
lecciones del anteúltimo de sus cursos, El gobierno de sí y de los otros
(1983).
En estos últimos textos, la noción de crítica adquiere un sesgo
particularmente, aunque no de manera excluyente, ético; en
“¿Qué es la crítica?”, en cambio, se trata de una genealogía política.
En esta conferencia, en efecto, Foucault sitúa el surgimiento
de la crítica en relación con el proceso de gubernamentalización
que tiene lugar en Occidente a partir del siglo XV, es decir, con la
formación de las prácticas modernas de gobierno en los ámbitos
pedagógicos, políticos y económicos, y donde, según sus propias
palabras, se anudan las relaciones entre el poder, la verdad y el
sujeto.8 Por ello, “la crítica se atribuye el derecho de interrogar a
la verdad acerca de sus efectos de poder y al poder acerca de sus
discursos de verdad”.9 En resumen, la crítica con la que Foucault
se define además a sí mismo10 es, primordialmente, crítica de las
prácticas de gobierno, de las formas de gubernamentalidad.
De este modo, la analítica foucaultiana del poder escapa a esas
dos grandes matrices conceptuales del pensamiento político moderno,
heredadas de los siglos XVIII y XIX, vigentes desde la época
de Kant hasta la Escuela de Fráncfort: la del ideal emancipador
de la razón y la de pensar la política a partir de categorías historiográficas
generales.11
No es este el lugar para detenernos más en detalle en esta conferencia
de 1978 –a nuestro juicio, muy significativa y desafortunadamente excluida de la compilación de Dits et écrits–. No podemos,
sin embargo, dejar de subrayar que en ella aparece, precisamente
en relación con la actitud crítica, la noción de la que se servirá
Foucault, poco después, para ofrecernos la única definición de
la filosofía que encontramos en sus escritos, es decir, la noción
de política de la verdad. Y ella anticipa también la problemática
en torno a la cual giran sus últimos dos cursos en el Collège de
France, el coraje de la verdad, que aquí aparece formulado en
términos de coraje de saber.12
3. Estas pocas referencias a algunas entrevistas y conferencias de
Michel Foucault muestran claramente en qué medida resulta conveniente
e incluso indispensable, para comprender su pensamiento
político, recurrir a este género de textos.
El presente volumen reúne diecinueve de ellos según un criterio
que, más que la estricta y siempre arbitraria clasificación, ha
buscado organizar los textos en tres secciones temáticas: el poder,
la prisión, la vida. En muchos aspectos, los temas abordados
en cada parte se entrelazan e incluso se superponen. La primera
sección reúne los escritos en los que la cuestión del poder se aborda
de manera más general, y las siguientes secciones, en cambio,
aquellos donde se lo considera en relación con temas más específicos,
como la prisión, la gestión de la vida biológica y la medicina.
La mayoría de estos trabajos (para ser más precisos, dieciséis
sobre diecinueve) pertenecen a la década de 1970, es decir, al
momento en el que la interrogación acerca del poder domina las
preocupaciones y las investigaciones de Michel Foucault. Los tres
restantes, a la década de 1980.
El sentido general, teórico y político, de todos estos trabajos
puede resumirse en las siguientes consideraciones de Foucault en
la conferencia, incluida en este volumen, “Michel Foucault: la seguridad
y el Estado”:
Hay que confiar además en la conciencia política de la
gente. Cuando les dices: “Viven en un Estado fascista, y
no lo saben”, saben que les mientes. Cuando se les dice:
“Las libertades nunca fueron tan limitadas ni estuvieron
más amenazadas que hoy”, saben que no es verdad.
Cuando se les dice: “Están naciendo los nuevos Hitler
sin que ustedes se den cuenta”, saben que es falso. En
cambio, si se les habla de su experiencia real, de la relación
inquieta, ansiosa, que tienen con los mecanismos
de seguridad –¿qué acarrea consigo, por ejemplo, una
sociedad completamente medicalizada?, ¿qué se deriva,
en cuanto efecto de poder, de los mecanismos de seguridad
social que van a vigilarlos día tras día?–, en ese caso,
entonces, lo aprecian muy bien, saben que no es fascismo
sino algo nuevo.13
En resumen, nada más alejado de las intenciones de Foucault que
elaborar una teoría política para decirle a la gente lo que debe
pensar o hacer, deduciendo estas prescripciones de una visión
general acerca del curso de la historia o de su destino inevitable.
Al contrario, sus investigaciones acerca del poder son análisis específicos
(sobre las prisiones o el sistema médico, por ejemplo)
que buscan establecer aquellos puntos de ruptura donde antiguas
prácticas cumplen nuevas funciones o donde surgen y se articulan
nuevas prácticas, y que son, al mismo tiempo, los lugares en los
que la acción política puede resultar, por ello, eficaz.
Notas:
1 Jean-Paul Sartre, “Jean-Paul Sartre répond”, L’Arc, 30, 1967, pp. 87-88.
2 Cf. Michel Foucault, Le Pouvoir psychiatrique, Gallimard-Seuil, París, 2003, pp. 11-12, 21, 26-27. [El poder psiquiátrico, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.]
3 Cf. Michel Foucault, Dits et écrits, Gallimard, París, 1994, vol. IV, pp. 30-35.
4 Ibíd., vol. IV, pp. 32-33.
5 Ibíd., vol. II, p. 496.
6 Ibíd., vol. III, p. 803.
7 Michel Foucault, Le Gouvernement de soi et des autres, Gallimard-Seuil, París, 2008, p. 8. [El gobierno de sí y de los otros, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009.]
8 Cf. Michel Foucault, “Qu’est-ce que la critique?”, Bulletin de la Société Française de Philosophie, LXXXIV, abril-junio de 1990, pp. 37 y 39.
9 Ibíd., p. 39.
10 Ibíd., p. 41.
11 Foucault, en efecto, habla de chantaje a propósito de las posiciones que plantean la aceptación o el rechazo de la razón o de la Modernidad como si fuese un juego de todo o nada. Cf. Michel Foucault, Dits et écrits, ob. cit., vol. IV, pp. 36, 571.
12 Cf. Michel Foucault, “Qu’est-ce que la critique?”, ob. cit., pp. 39, 41.
13 Véanse las pp. 52 y 53 en este volumen.
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