historia de la ciencia

«La filosofía de la ciencia sin la historia de la ciencia es vacía; la historia de la ciencia sin la filosofía de la ciencia es ciega.» Este artículo toma como consigna esta paráfrasis de la conocida afirmación de Kant y trata de explicar cómo debería aprender la historiografía de la ciencia de la filosofía de la ciencia, y viceversa. Se defenderá que: a) la filosofía de la ciencia suministra metodologías normativas con las que el historiador reconstruye la «historia interna», ofreciendo de este modo una explicación racional del crecimiento del conocimiento objetivo; b) dos metodologías rivales pueden ser evaluadas con ayuda de la historia (interpretada normativamente); c) cualquier reconstrucción racional de la historia debe ser complementada mediante una «historia externa» (socio-psicológica).
La demarcación esencial entre lo normativo-interno y lo empírico externo difiere entre metodologías. Las teorías historiográficas internas y externas determinan conjuntamente y en gran medida la elección de problemas para el historiador. Pero algunos de los problemas
más importantes de la historia externa sólo pueden formularse en términos de una metodología; por ello la historia interna, así definida, es lo principal y la historia externa, lo secundario. Realmente, a la vista de la autonomía de la historia interna (y no de la externa),
la historia externa es irrelevante para la comprensión de la ciencia.
Coexisten varias metodologías en la filosofía de la ciencia contemporánea, pero todas ellas son algo muy diferente de lo que solía entenderse por «metodología» en el siglo XVII e incluso en el XVIII. Entonces se confiaba que la metodología suministraría a los científicos un libro de reglas mecánicas para la solución de sus problemas. En la actualidad se ha abandonado esta esperanza; las metodologías modernas o «lógicas de la investigación» sólo consisten de un conjunto de reglas (posiblemente no bien articuladas y, desde luego, no mecánicas) para la evaluación de teorías ya propuestas y articuladas. A menudo esas reglas o sistemas de evaluación sirven también como teorías acerca de la «racionalidad científica», como «criterios de demarcación» o como «definiciones de la ciencia». Al margen del dominio legislativo de estas reglas normativas, existe, por supuesto, la psicología y la sociología de la investigación, de carácter empírico.
Cuatro «lógicas de la investigación» diferentes. Cada una de ellas será caracterizada por las reglas que gobiernan la aceptación (científica) o el rechazo de las teorías o de los programas de investigación4. Esas reglas cumplen una función doble. En primer lugar funcionan como un código del honor científico cuya violación resulta intolerable; además, como núcleos firmes de los programas (normativos) de investigación historiográfica.

El inductivismo
El inductivismo ha sido una de las metodologías de la ciencia más influyentes. Según el inductivismo sólo pueden tener cabida en la ciencia aquellas proposiciones que, o bien describen hechos indiscutibles, o son generalizaciones inductivas infalibles a partir de aquellos. Cuando un inductivista acepta una proposición científica, la acepta como una verdad probada y la rechaza si tal no es el caso. Su rigor científico es estricto: una proposición debe ser o bien probada por los hechos, o bien inferida (de forma deductiva o industiva) a partir de otras proposiciones ya probadas.
Cada metodología tiene sus problemas lógicos y epistemológicos específicos. Por ejemplo, el inductivismo debe establecer con certeza la verdad de las proposiciones fácticas («básicas») y la validez de las inferencias inductivas. Algunos filósofos están tan preocupados por sus problemas lógicos y epistemológicos que nunca llegan a interesarse por la historia real; si la historia real no se ajusta a sus criterios puede que sean tan temerarios como para proponer que comencemos de nuevo, y a partir de cero, a construir el edificio de la ciencia. Otros aceptan como satisfactoria alguna solución tosca de tales problemas lógicos y epistemológicos, y emprenden una reconstrucción racional de la historia sin advertir la debilidad (o incluso, la insostenibilidad) lógico-epistemológica de su metodología.
La crítica inductivista es fundamentalmente escéptica: consiste en mostrar que una proposición no ha sido probada y que es, por ello, pseudocientífica, en lugar de probar que es falsa. Cuando el historiador inductivista escribe la prehistoria de una disciplina científica puede utilizar con abundancia tales críticas. A menudo explicará las etapas oscuras (cuando la gente era presa de ideas «no probadas») con ayuda de alguna explicación «externa», como la teoría socio-psicológica acerca de la influencia reaccionaria de la Iglesia Católica.
El historiador inductivista sólo acepta dos clases de descubrimientos científicos genuinos: las proposiciones fácticas sólidas y las generalizaciones inductivas. Estas y sólo éstas constituyen la espina dorsal de su historia interna. Las busca al escribir historia, aunque encontrarlas no es tarea fácil. Sólo cuando lo consigue comienza la construcción de sus maravillosas pirámides. Las revoluciones consisten en el desenmascaramiento de errores (irracionales) que subsiguientemente son expulsados de la historia de la ciencia y traspasados a la historia de la pseudociencia, a la historia de las meras creencias: el progreso científico genuino comienza con la última revolución científica acaecida en cualquier disciplina concreta.
Cada historiografía tiene sus paradigmas victoriosos característicos. Los paradigmas principales de la historiografía inductivista fueron las generalizaciones de Kepler a partir de las cuidadosas observaciones de Tycho Brahe; el descubrimiento de Newton de su ley de gravitación mediante la generalización inductiva de los «fenómenos» de Kepler referentes al movimiento planetario, el descubrimiento de Ampere de su ley de electrodinámica a partir de la generalización inductiva de sus observaciones sobre corrientes eléctricas. Algunos inductivistas también defienden que la química moderna comenzó realmente con los experimentos de Lavoisier y su «correcta explicación» de los mismos.
Pero el historiador inductivista no puede suministrar una explicación racional «interna» de por qué ciertos hechos fueron seleccionados en lugar de otros. Para él, éste es un problema no racional, empírico y externo. El inductivismo, como una teoría «interna» de la racionalidad, es compatible con muchas teorías externas o empíricas complementarias relativas a la elección de los problemas. Por ejemplo, es compatible con la doctrina vulgar marxista según la cual la elección de problemas está determinada por las necesidades sociales; así, algunos marxistas vulgares identifican las fases principales de la historia de la ciencia con las fases principales del desarrollo económico. Pero no es necesario que la selección de hechos esté determinada por factores sociales; puede que esté determinada por influencias intelectuales extracientíficas. Y el inductivismo también es compatible con la teoría «externa» según la cual la elección de problemas está determinada fundamentalmente por perspectivas teóricas (o metafísicas) innatas o adoptadas arbitrariamente (o tradicionalmente)
Existe una variedad radical del inductivismo que condena todas las influencias externas, sean intelectuales, psicológicas o sociológicas, por crear prejuicios inadmisibles: los inductivistas radicales sólo aceptan una selección (azarosa) realizada por una mente vacía. A su vez, el inductivismo radical es una variante especial del internalismo radical. Según este último, tan pronto como queda establecida la existencia de alguna influencia externa en la aceptación de una teoría científica (o proposición fáctica), tal aceptación debe ser negada: la prueba de que existen influencias externas implica la invalidación; puesto que las influencias externas siempre existen, el internalismo radical es utópico y autodestructivo como teoría de la racionalidad.
Cuando el historiador inductivista radical se enfrenta con el problema de explicar cómo es posible que grandes científicos tuvieran en gran estima a la metafísica, y entendieran que sus descubrimientos eran importantes por razones que parecen muy extrañas desde un punto de vista inductivista, remitirá estos problemas de «falsa conciencia» a la psicopatología; esto es, a la historia externa.

El convencionalismo
El convencionalismo permite la construcción de cualquier sistema de casillas que organice los hechos en algún todo coherente. El convencionalismo decide mantener intacto el centro de tal sistema de casillas mientras ello sea posible: cuando una invasión de anomalías plantea dificultades, cambia y complica las estructuras periféricas. Pero el convencionalista no considera a ningún sistema de casillas como verdadero por haber sido probado, sino sólo como «verdadero por convención» (o posiblemente como ni verdadero ni falso, incluso). En las variantes revolucionarias del convencionalismo, no es necesario
adherirse para siempre a un sistema dado de casillas; tales sistemas pueden ser abandonados si llegan a ser intolerablemente toscos y si existen otros más sencillos que pueden sustituirlos. Desde un punto de vista epistemológico y lógico, esta versión del convencionalismo es mucho más sencilla que el inductivismo: no requiere inferencias inductivas válidas. El progreso genuino de la ciencia es acumulativo y tiene lugar en el terreno básico de los «hechos probados»; los cambios en el terreno teórico son meramente
instrumentales. El «progreso» teórico es sólo una cuestión de conveniencia («simplicidad») y no de contenido de verdad. Por supuesto, es posible introducir el convencionalismo revolucionario también al nivel de las proposiciones «fácticas», en cuyo caso estas proposiciones «fácticas» serían aceptadas por decisión y no por «pruebas» experimentales. Pero en tal caso el convencionalista debe diseñar algún principio metafísico que complemente sus reglas referentes al juego de la ciencia si desea conservar la noción de que el crecimiento de la ciencia fáctica tiene algo que ver con la verdad de hecho, objetiva. De no hacerlo así no podrá evitar el escepticismo, al menos, alguna forma radical de instrumentalismo.
El convencionalismo revolucionario nació como la filosofía de la ciencia de los bergsonianos: las consignas fueron libre albedrío y creatividad. El código de honor científico de los convencionalistas es menos riguroso que el de los inductivistas: no prohíbe las especulaciones carentes de pruebas y permite que se construya un sistema de casillas en torno a cualquier idea imaginada. Además, el convencionalista no niega el carácter científico a los sistemas ya abandonados; el convencionalista interpreta como racional una parte de la historia real de la ciencia mucho mayor que el inductivista.
Para el historiador convencionalista los descubrimientos principales son, fundamentalmente, invenciones de sistemas de casillas nuevos y más simples. Por ello constantemente establece comparaciones en torno a la simplicidad: la médula de su historia interna está en las complicaciones de los sistemas de casillas y en las sustituciones revolucionarias de los mismos.
Para el convencionalista el caso paradigmático de revolución científica fue la revolución copernicana. Se ha intentado probar que también las revoluciones de Lavoisier y de Einstein fueron sustituciones de teorías complicadas por otras sencillas.
La historiografía convencionalista no puede suministrar una explicación racional de que ciertos hechos particulares sean seleccionados en primer lugar ni de que ciertos sistemas de casillas particulares y no otros sean utilizados en etapas iniciales en las que sus méritos relativos aún no están claros. Por ello el convencionalismo, como el inductivismo, es compatible con varios programas empírico-«externalistas» complementarios.

El falsacionismo metodológico
El falsacionismo contemporáneo nació como una crítica lógico epistemológica del inductivismo y del convencionalismo de Duhem. El inductivismo fue criticado porque sus dos supuestos básicos, que las proposiciones fácticas pueden ser «derivadas» de los hechos y que pueden existir inferencias válidas inductivas (que incrementan el contenido), carecen de prueba e incluso pueden demostrarse que son falsos. Se criticó a Duhem porque las comparaciones en términos de simplicidad intuitiva dependen de gustos subjetivos y son tan ambiguas que sobre ellas no puede fundamentarse ninguna crítica sólida. Popper propuso una nueva «metodología falsacionista» en su Logik der Forschung. Esta metodología es otra variedad de convencionalismo revolucionario: su principal diferencia es que permite que sean aceptados por convención los «enunciados básicos», fácticos, singulares en un sentido espacio-temporal, en lugar de las teorías espacio-temporalmente universales. De acuerdo con el código de honor del falsacionista, una teoría es científica sólo si puede entrar en conflicto con un enunciado básico, y una teoría debe ser eliminada si entra en conflicto con un enunciado básico aceptado. Popper también señaló una condición adicional que deben satisfacer las teorías para que sean calificadas como científicas: deben predecir hechos nuevos, esto es, no previstos por el conocimiento existente. Por tanto, es contrario al código del honor científico de Popper proponer teorías infalsables o hipótesis ad hoc (que no implican nuevas predicciones empíricas), del mismo modo que es contrario al código del honor científico inductivista (clásico) proponer teorías o hipótesis no probadas.
El gran atractivo de la metodología popperiana radica en su claridad y en su poder. El modelo deductivo de crítica científica de Popper contiene proposiciones espacio-temporalmente universales empíricamente falsables, condiciones iniciales y sus consecuencias. El arma de la crítica es el modus tollens y ni la lógica inductiva ni la simplicidad intuitiva complican este panorama.(Aunque el falsacionismo es lógicamente impecable, tiene sus propias dificultades epistemológicas. En su protoversión «dogmática» supone que las proposiciones pueden ser probadas mediante los hechos y que, por tanto, las teorías pueden ser refutadas: un supuesto.
falso. En su versión popperiano-convencionalista requiere de algún «principio inductivo» (extrametodológico) que suministre peso epistemológico a las decisiones referentes a la aceptación de enunciados «básicos» y, en general, para conectar las reglas del juego científico con la verosimilitud
El historiador popperiano busca teorías falsables, importantes y audaces, y grandes experimentos cruciales de resultados negativos. Tales son los ingredientes de su reconstrucción racional. Los paradigmas de importantes teorías falsables, favoritos de los popperianos, son las teorías de Newton y de Maxwell, las fórmulas sobre radiación de Rayleigh, Jeans y Wien y la revolución einsteiniana; sus paradigmas favoritos de experimentos cruciales son el experimento Michelson-Morley, el experimento del eclipse de Eddington y los experimentos de Lummer y Pringsheim. Fue Agassi quien trató de convertir este falsacionismo ingenuo en un programa de investigación hístoriográfico sistemático. En particular, predijo (o «postdijo», si se prefiere) que detrás de cada descubrimiento experimental importante hay una teoría contradicha por el descubrimiento; la importancia de un descubrimiento fáctico debe medirse por la importancia de la teoría que refuta. Agassi parece aceptar ingenuamente los juicios de valor de la comunidad científica sobre la importancia de descubrimientos fácticos como los de Galvani, Oersted, Priestley, Roentgen y Hertz, pero niega el «mito» de que constituyeran descubrimientos azarosos (como se decía que fueron los cuatro primeros) ejemplos confirmadores (como pensó Hertz en principio que era su descubrimiento). De este modo llega Agassi a una predicción audaz: los cinco experimentos fueron refutaciones con éxito (en algunos casos se trataba incluso de refutaciones planeadas) de teorías que él se propone desentrañar y que, realmente, afirma haber desentrañado en la mayoría de los casos.
A su vez, la historia interna propperiana puede ser fácilmente complementada con teorías externas de la historia. Así, el mismo Popper explicó que (por el lado positivo): 1) el principal estímulo externo de las teorías científicas procede de la «metafísica» no científica e incluso de mitos (esto fue maravillosamente ilustrado más tarde, principalmente por Koyré), y que (por el lado negativo): 2) los hechos no constituyen tales estímulos externos (los descubrimientos fácticos íntegramente forman parte de la historia interna constituyendo refutaciones de alguna teoría científica, de modo que los hechos sólo son observados si entran en conflicto con algunas expectativas previas). Ambas tesis son piedras angulares de la psicología de la investigación de Popper. Feyerabend desarrolló otra interesante tesis psicológica de Popper: la proliferación de teorías rivales puede acelerar externamente la falsación interna popperiana.
Pero las teorías externas complementarias del falsacionismo no tienen por qué limitarse a las influencias puramente intelectuales. Se debe insistir (con perdón de Agassi) en que el falsacionismo no es menos compatible con el punto de vista del marxismo vulgar sobre el progreso científico que el inductivismo. La única diferencia radica en que mientras para el inductivismo el marxismo puede ser invocado para explicar el descubrimiento de hechos, según el falsacionismo puede ser utilizado para explicar la invención de teorías científicas,
en tanto que la elección de hechos (que es, para el falsacionista, la elección de «falsadores potenciales») está fundamentalmente determinada de forma interna por las teorías.
La «falsa conciencia» (falsa desde el punto de vista de su teoría de la racionalidad) crea un problema al historiador falsacionista. Por ejemplo, ¿por qué algunos científicos entienden que los experimentos cruciales son positivos y verificadores en lugar de negativos y refutadores? Para solucionar estos problemas el falsacionista Popper elaboró
(con más habilidad que cualquiera de sus predecesores) el puente entre el conocimiento objetivo (en su «tercer mundo») y sus distorsionados reflejos en las mentes individuales28. De este modo preparó el camino para mi demarcación entre historia interna y externa.
La metodología de los programas de investigación científica.
Según mi metodología, los grandes logros científicos son programas de investigación que pueden ser evaluados en términos de transformaciones progresivas y regresivas de un problema; las revoluciones científicas consisten en que un programa de investigación reemplaza (supera progresivamente) a otro. Esta metodología ofrece una nueva reconstrucción racional de la ciencia. La mejor forma de presentarla es por vía de contraste con el falsacionismo y el convencionalismo de los que adopta algunos elementos esenciales.
Esta metodología toma del convencionalismo la libertad de aceptar racionalmente, mediante convención, no sólo los «enunciados fácticos» singulares en un sentido espacio-temporal, sino también las teorías espacio-temporalmente universales; en verdad, éste resulta ser el elemento más importante para la continuidad del crecimiento científico. La unidad básica para la evaluación no debe ser una teoría aislada o una conjunción de teorías, sino un «programa de investigación» con un «núcleo firme» convencionalmente aceptado
(y por tanto, «irrefutable» por decisión provisional) y con una «heurística positiva» que define los problemas, esboza la construcción de un cinturón de hipótesis auxiliares, prevé anomalías y victoriosamente las transforma en ejemplos según un plan preconcebido, todo ello. El científico enumera anomalías, pero mientras su programa de investigación conserve su empuje, puede dejarlas aparte. La selección de sus problemas está fundamentalmente dictada por la heurística positiva de su programa y no por las anomalías. Sólo cuando se debilita la fuerza impulsora de la heurística positiva, se puede otorgar más atención a las anomalías. De este modo la metodología de los programas de investigación puede explicar la gran autonomía de la ciencia teórica, lo que es imposible para las ingenuas e inconexas secuencias de conjeturas y refutaciones de los falsacionistas. Todo lo que para Popper,
Watkins y Agassi son influencias metafísicas, externas, se convierte aquí en el «núcleo firme» interno de un programa.
La metodología de los programas de investigación presenta un cuadro del juego de la ciencia muy diferente del ofrecido por el falsacionista metodológico. La mejor jugada de apertura es un programa de investigación en lugar de una hipótesis falsable (y, por tanto, consistente). La mera «falsación» (en el sentido de Popper) no tiene por qué implicar el rechazo. Las meras «falsaciones» (esto es, las anomalías) deben ser consignadas, pero no es necesario ocuparse de ellas. Desaparecen los grandes experimentos cruciales negativos popperianos: «experimento crucial» es un título honorífico que, naturalmente, puede ser conferido a ciertas anomalías, pero sólo ex-post, sólo cuando un programa crucial se describe mediante un enunciado básico aceptado que es inconsistente con una teoría. Según Popper, un experimento crucial viene descrito por un enunciado básico aceptado que es inconsistente con una teoría según la metodología de los programas de investigación científica, ningún enunciado básico aceptado por sí solo justifica que el científico rechace una teoría. Este conflicto puede presentar un problema (mayor o menor), pero en modo alguno supone una «victoria». La naturaleza puede gritar «no», pero tal vez la inteligencia humana (en contra de Weyl y de Popper sea siempre capaz de gritar con más fuerza. Con recursos suficientes y algo de suerte, cualquier teoría puede ser defendida «progresivamente» durante mucho tiempo, aun cuando sea falsa. La secuencia popperiana de «conjeturas y refutaciones», esto es, la secuencia de ensayo-mediante-hipótesis seguido de error-probado-por-experimento ha de ser abandonada; ningún experimento es crucial en el momento en que se realiza y aún menos en períodos previos (excepto desde un punto de vista psicológico posiblemente).
Hay que señalar, sin embargo, que la metodología de los programas de investigación científica es más exigente que el convencionalismo de Duhem. Yo introduzco algunos sólidos elementos popperianos para evaluar si un programa progresa o degenera, o si está superando a otro, en lugar de permitir que el confuso sentido común de Duhem35 juzgue cuándo ha de ser abandonado un marco teórico. Esto es, ofrezco criterios de progreso y de estancamiento internos a los programas, y también reglas para la eliminación de programas de investigación completos.
Se dice que un programa de investigación progresa mientras sucede que su crecimiento teórico se anticipa a su crecimiento empírico; esto es, mientras continúe prediciendo hechos nuevos con algún éxito {«cambio progresivo de problemática»); un programa está estancado si su crecimiento teórico se retrasa con relación al crecimiento empírico; esto es, si sólo ofrece explicaciones post-hoc de descubrimientos casuales o de hechos anticipados y descubiertos en el seno de un programa rival («cambio regresivo de problemática»). Si un programa de investigación explica de forma progresiva más hechos que un programa rival, «supera» a este último, que puede ser eliminado (o archivado, si se prefiere).
En el seno de un programa de investigación, una teoría sólo puede ser desplazada por otra teoría mejor; esto es, por una que tenga un exceso de contenido empírico con relación a sus predecesoras, parte del cual resulta posteriormente confirmado. Y para que se produzca la sustitución de una teoría por otra, ni siquiera es necesario que la primera haya sido «refutada» en el sentido popperiano del término. Por tanto, el progreso se caracteriza por incidencias verificadoras de un exceso de contenido en lugar de incidencias refutadoras; la «falsación» empírica y el rechazo real se convierten en actos independientes. Antes de que una teoría haya sido modificada no podemos saber de qué forma había sido «refutada», y algunas de las modificaciones más interesantes son motivadas por la «heurística positiva» del programa de investigación y no por las anomalías.
Ya esta diferencia tiene consecuencias importantes y conduce a una reconstrucción racional del cambio científico muy diferente de la de Popper.
Dado que no debemos exigir la existencia de progreso para cada paso dado, resulta muy difícil decidir cuándo un programa de investigación ha degenerado más allá de toda esperanza o cuándo uno de los dos programas rivales ha conseguido una ventaja decisiva sobre el otro. En esta metodología, como en el convencionalismo de Duhem, no puede existir una racionalidad instantánea y mucho menos mecánica. Ni la prueba lógica de inconsistencia ni el veredicto de anomalía emitido por el científico experimental pueden derrotar de un golpe a un programa de investigación. Sólo ex-post podemos ser «sabios».
En este código del honor científico la modestia tiene un papel más importante que en otros códigos. El científico debe comprender que aunque su adversario haya quedado muy rezagado, aún puede protagonizar una contraofensiva. Las ventajas con que cuenta una de las partes nunca pueden considerarse como absolutamente concluyentes. Nunca hay algo inevitable en el triunfo de un programa. Tampoco hay nunca algo inevitable en su derrota. Por ello la terquedad, como la modestia, tienen funciones más «racionales». Sin embargo, las puntuaciones de los bandos rivales deben ser anotadas y expuestas al público en todo momento.
(En este lugar deberíamos hacer referencia al principal problema epistemológico de la metodología de los programas de investigación científica. Tal como ha sido presentado, representa una versión muy radical del convencionalismo, al igual que el falsacionismo metodológico de Popper. Es necesario postular algún principio inductivo extrametodológico para poner en relación (aunque sólo sea de forma tenue) el juego científico de aceptaciones y rechazos pragmáticos con la verosimilitud. Sólo con tal «principio inductivo» podemos convertir el mero juego de la ciencia en un ejercicio racional desde un punto de vista epistemológico, y el conjunto de tácticas brillantes y escépticas emprendidas por diversión intelectual, en una aventura falibilista (más seria) que consiste en aproximarnos a la Verdad del Universo.
Como cualquier otra metodología, la metodología de los programas de investigación constituye un programa de investigación historiográfico. El historiador que acepte esta metodología como guía buscará en la historia programas de investigación rivales y desplazamientos progresivos o regresivos de problemáticas. Allí donde el historiador duhemiano percibe una revolución que sólo afecta a la simplicidad (como la de Copérnico) él buscará un programa progresivo de gran envergadura que derrota a otro en degeneración.
Cuando el falsacionista ve un experimento crucial negativo, él «predecirá» que no hubo tal cosa, que tras cualquier supuesto experimento crucial, tras cualquier supuesta batalla específica entre teoría y experimento, existe una guerra oculta de desgaste entre dos programas de investigación. Sólo más tarde el resultado de la guerra es vinculado, en la reconstrucción falsacionista, con algún supuesto «experimento crucial» particular.
La metodología de los programas de investigación, como cualquier otra teoría de la racionalidad científica, debe ser complementada por la historia empírico-externa. Ninguna teoría de la racionalidad podrá explicar nunca la desaparición de la genética mendeliana de la Rusia soviética en la década de 1950, o las razones por las que algunas escuelas de investigación sobre diferencias raciales genéticas o sobre la economía de la ayuda exterior, quedaron desacreditadas en los países anglosajones en la década de 1960. Más aún, para explicar los diferentes ritmos de desarrollo de los distintos programas, puede ser necesario utilizar la historia externa. La reconstrucción racional de la ciencia (en el sentido en que utilizo ese término) no puede ser completa porque los seres humanos no son animales completamente racionales; incluso cuando actúan racionalmente pueden defender una teoría falsa sobre sus propios actos racionales.
Pero la metodología de los programas de investigación traza una demarcación entre historia interna y externa, que es notablemente diferente de la trazada por otras teorías sobre la racionalidad. Por ejemplo, lo que para un falsacionista parece como el fenómeno (lamentablemente frecuente) de adhesión irracional a una teoría «refutada» o inconsistente (y que por ello él relega a la historia «externa»), puede ser perfectamente explicado internamente en mi metodología como una defensa racional de un programa de investigación prometedor. Por otra parte, las predicciones con éxito de hechos nuevos que
constituyen evidencia importante en favor de un programa de investigación y, por tanto, partes vitales de la historia interna, son irrelevantes tanto para el inductivista como para el falsacionista. Para el inductivista y el falsacionista no importa realmente si el descubrimiento de un hecho precedió o fue posterior a la aparición de una teoría; sólo su relación lógica resulta decisiva. El impacto «irracional» del hecho histórico de que una teoría anticipara un descubrimiento fáctico carece de significación interna. Tales anticipaciones no constituyen «pruebas sino mera propaganda».
O bien, consideremos la insatisfacción de Planck con su fórmula sobre radiación de 1900 que él consideraba como «arbitraria». Para el falsacionista la fórmula era una hipótesis audaz y falsable y el disgusto de Planck, una reacción irracional sólo explicable en términos psicológicos. Sin embargo, según mi punto de vista, la insatisfacción de Planck puede ser explicada internamente: se trataba de una condena racional de una teoría ad hoc. Mencionaré otro ejemplo: para el falsacionismo la irrefutable «metafísica» es una influencia intelectual externa, mientras que, según mi enfoque, es una parte esencial de la reconstrucción racional de la ciencia.
Hasta ahora la mayoría de los historiadores han tendido a considerar la solución de algunos problemas como un monopolio de los externalistas. Uno de tales problemas es la gran frecuencia con que ocurren descubrimientos simultáneos. Los marxistas vulgares tienen una solución sencilla para este problema: un mismo descubrimiento es efectuado por muchas personas al mismo tiempo una vez que surge la necesidad social del mismo. Ahora bien, decidir qué constituye un descubrimiento y, en particular, un descubrimiento
fundamental, es algo que depende de la metodología de cada uno. Para el inductivista los descubrimientos más importantes son tácticos, y ciertamente éstos a menudo se realizan de forma simultánea. Para el falsacionista un descubrimiento fundamental es el descubrimiento de una teoría y no el de un hecho. Una vez descubierta (o más bien inventada) una teoría, se convierte en propiedad pública y nada parece más obvio que la previsible aparición de distintas personas que la contrastarán simultáneamente y que realizarán, simultáneamente, descubrimientos fácticos de importancia menor. Además, una teoría publicada constituye un reto para la creación de explicaciones, independientemente contrastables, de nivel superior. Por ejemplo, dadas las elipses de Kepler y la dinámica rudimentaria de Galileo, no resulta muy sorprendente el descubrimiento «simultáneo» de una ley del inverso del cuadrado; cuando la situación en que se encuentra un problema es pública, las soluciones simultáneas pueden explicarse mediante razones puramente internas. Sin embargo, puede ser que el descubrimiento de un problema nuevo no sea tan fácilmente explicable. Si se interpreta la historia de la ciencia como compuesta por programas de investigación rivales, entonces la mayoría de los descubrimientos simultáneos, sean teóricos o fácticos, quedan explicados por el hecho de que, puesto que los
programas de investigación son propiedad pública, hay muchas personas que trabajan en ellos en diferentes lugares del mundo sin conocerse entre ellas. Posiblemente, con todo, los desarrollos realmente nuevos, fundamentales y revolucionarios rara vez se llevan a cabo de forma simultánea. Algunos supuestos descubrimientos simultáneos de nuevos programas se perciben como descubrimientos simultáneos desde una perspectiva retrospectiva errónea: de hecho, se trata de descubrimientos diferentes posteriormente agrupados en uno solo.
Un tema favorito de los externalistas ha sido el problema, relacionado con el anterior, de por qué se atribuye tanta importancia a las disputas sobre prioridades y por qué se gasta tanta energía en el tema. El inductivista, el convencionalista o el falsacionista ingenuo sólo puede ofrecer una explicación externa; pero a la luz de la metodología de los programas de investigación algunas disputas sobre prioridades resultan ser problemas internos esenciales, puesto que en esta metodología resulta esencial, para realizar una evaluación racional, el decidir qué programa fue el primero en anticipar un hecho nuevo y cuál acomodó posteriormente el hecho ya conocido. Algunas disputas sobre prioridades pueden explicarse por interés racional y no simplemente por vanidad y ambición de fama. Desde este punto de
vista resulta importante, por ejemplo, que la teoría de Tycho sólo consiguiera explicar post hoc la distancia y las fases observadas de Venus que originalmente fueron anticipadas con precisión por los copernicanos, o que los cartesianos consiguieran explicar todo lo que predijeron los newtonianos, pero sólo post hoc. La teoría óptica newtoniana explicó post hoc muchos fenómenos que fueron anticipados y observados por primera vez por los huyghenianos.
Todos estos ejemplos muestran la forma en que la metodología de los programas de investigación convierte en internos a muchos problemas que habían sido externos para otras historiografías. Ocasionalmente la frontera se desplaza en la dirección contraria. Por ejemplo, puede haber existido un experimento que haya sido aceptado instantáneamente (a falta de una teoría mejor) como un experimento crucial negativo. Para el falsacionista tal aceptación es parte de la historia interna; para mí, no es racional y debe ser explicado en
términos de la historia externa.

Historia interna y externa
Se han examinado brevemente cuatro teorías sobre la racionalidad del progreso científico (o lógica de la investigación científica). Se ha mostrado la forma en que cada una de ellas suministra un marco teórico para la reconstrucción racional de la historia de la ciencia.
La historia interna de los inductivistas consiste en supuestos descubrimientos de hechos sólidos y en las llamadas generalizaciones inductivas. La historia interna de los convencionalistas consiste en descubrimientos fácticos y en la construcción de sistemas de casillas y su sustitución por otros supuestamente más simples. La historia interna de los falsacionistas pone énfasis en las conjeturas audaces, en las mejoras de las que se afirma que siempre son de contenido creciente, y, sobre todo, en los «experimentos cruciales negativos» que tienen éxito. La metodología de los programas de investigación, por fin, insiste en la duradera rivalidad técnica y empírica de los principales programas de investigación, en los desplazamientos progresivos regresivos de problemática y en la victoria, que emerge lentamente, de un programa sobre otro.
Cada reconstrucción racional produce un patrón característico del crecimiento racional del conocimiento científico. Pero todas estas reconstrucciones normativas pueden requerir de teorías empíricas externas para explicar los factores residuales no racionales. La historia
de la ciencia siempre es más rica que su reconstrucción racional. Pero la reconstrucción racional o historia interna es lo principal; la historia externa es secundaria puesto que los problemas más importantes de la historia externa son definidos por la historia interna. La historia externa o bien suministra explicaciones no racionales del ritmo, localización, selectividad, etc., de los acontecimientos históricos interpretados en términos de la historia interna, o bien suministra (cuando la historia difiere de su reconstrucción racional) una explicación empírica de tal divergencia. Pero el aspecto racional del crecimiento científico queda enteramente explicado por la lógica de la investigación científica de cada uno.
Sea cual sea el problema que desee resolver el historiador de la ciencia, deberá reconstruir, en primer lugar, la sección relevante del crecimiento del conocimiento científico objetivo; esto es, la sección relevante de la «historia interna». Como hemos visto, qué cosas constituyan para él la historia interna dependerá de su filosofía tanto si es consciente de este hecho como si no lo es. La mayoría de las teorías sobre el crecimiento del conocimiento son teorías acerca del crecimiento del conocimiento no articulado; el que un experimento sea crucial o no lo sea, el que una hipótesis sea muy probable a la luz de la evidencia disponible o no lo sea; el que el cambio de una problemática sea progresivo o no lo sea, son temas que no dependen, en absoluto, de las creencias, la personalidad o la autoridad del científico. Estos factores subjetivos carecen de interés para cualquier historia interna. Por ejemplo, el «historiador interno» consigna el programa proutiano con su núcleo firme (según el cual los pesos atómicos de los elementos químicos puros son números enteros) y su heurística positiva (eliminar y sustituir las falsas teorías observacionales contemporáneas aplicadas en la medición de pesos atómicos).
Este programa fue posteriormente desarrollado. El historiador interno perderá poco tiempo en la creencia de Prout de que si las «técnicas experimentales» de su tiempo fueran aplicadas cuidadosamente y se interpretaran adecuadamente los datos experimentales, inmediatamente se advertiría que las anomalías eran simples ilusiones. El historiador interno considerará este hecho histórico como perteneciente al segundo mundo, una caricatura de su contrapartida en el tercer mundo. No es problema suyo explicar por qué se originan tales caricaturas; puede remitir al externalista, en una nota o a pie de página, el problema de explicar por qué algunos científicos mantienen creencias falsas sobre lo que están haciendo.
Por tanto, al construir la historia interna el historiador será muy selectivo; omitirá cuanto sea irracional a la luz de su teoría de la racionalidad. Pero esta selección normativa aún no llega a ser tona reconstrucción racional completa. Prout, por ejemplo, nunca articuló
el «programa proutiano»: el programa proutiano no es el programa de Prout. No es sólo el éxito (interno) o el fracaso (interno) lo que únicamente puede juzgarse retrospectivamente: frecuentemente sucede lo mismo con el contenido. La historia interna no es solamente una selección de hechos interpretados metodológicamente; en ocasiones puede ser una versión de ellos radicalmente mejorada. Esto puede ilustrarse utilizando el programa de Bohr. En 1913 puede que Bohr ni siquiera hubiera pensado en la posibilidad del spin del electrón. Tenía más que suficiente en qué ocuparse sin necesidad de tal spin. Sin embargo, el historiador que describa con visión retrospectiva el programa bohriano debe incluir el spin del electrón en el mismo, puesto que tal spin encaja lógicamente en el esquema natural del
programa. Bohr podía haberlo mencionado en 1913. Las razones de que no lo hiciera así constituyen un problema interesante que merece ser indicado en una nota.
(Tales problemas pueden ser solucionados posteriormente, bien utilizando causas racionales relativas al crecimiento del conocimiento objetivo e impersonal, o bien externamente, apelando a motivos psicológicos pertenecientes al desarrollo de las creencias personales de Bohr.)
Una forma de indicar las discrepancias entre la historia y su reconstrucción racional es relatar la historia interna en el texto e indicar en las notas los «desajustes» de la historia real con relación a su reconstrucción racional.
A muchos historiadores les parecerá abominable la idea de cualquier reconstrucción racional y citarán a lord Bolingbroke: «la historia es la enseñanza de la filosofía mediante ejemplos». Dirán que antes de filosofar «necesitan muchos ejemplos adicionales». Pero
tal teoría inductivista de la historiografía es utópica. Es imposible una historia carente de algún «principio» teórico. Algunos historiadores tratan de hallar descubrimientos de hechos sólidos y generalizaciones inductivas; otros, buscan teorías audaces y experimentos
cruciales negativos; otros, por fin, buscan simplificaciones importantes desplazamientos progresivos o regresivos de problemática; todos ellos tienen algún «prejuicio» teórico. Por supuesto, tales prejuicios pueden quedar oscurecidos mediante una variación ecléctica de teorías o mediante la confusión teórica, pero ni el eclecticismo ni la confusión equivalen a una perspectiva ateórica. Lo que un historiador considere como un problema externo muchas veces constituye una guía excelente de su metodología implícita; algunos preguntarán por qué un hecho sólido o una teoría audaz fueron descubiertos, cuándo y dónde fueron descubiertos; otros preguntarán cómo una problemática regresiva pudo gozar de amplia aceptación popular durante un período de tiempo increíblemente largo, o por qué una «problemática progresiva» permaneció «irracionalmente» ignorada. Se han escrito textos muy largos sobre si la emergencia de la ciencia era una cuestión puramente europea y por qué; pero tal investigación tiene que continuar siendo una confusa marcha errática hasta que se defina claramente «la ciencia» de acuerdo con alguna filosofía normativa de la ciencia
Uno de los problemas más interesantes de la historia externa consiste en especificar las condiciones psicológicas y también sociales que son necesarias (aunque, naturalmente, nunca suficientes) para hacer posible el progreso científico, pero incluso en la formulación misma de este problema «externo» tiene que entrar alguna teoría metodológica, alguna definición de la ciencia. La historia de la ciencia es una historia de acontecimientos seleccionados e interpretados normativamente. Puesto que tal es el caso, el problema hasta ahora ignorado de evaluar las lógicas rivales del descubrimiento y, por tanto, las reconstrucciones rivales de la historia, adquiere importancia fundamental. A continuación me ocuparé de ese problema.