La inclusión de la responsabilidad. De Freud a Winnicott

La inclusión de la responsabilidad. De Freud a Winnicott                                                                                                      David Warjach

Partiendo de la enseñanza de S. Freud, el psicoanálisis siempre se ha planteado como un problema insoslayable, la necesidad de argumentar, en el interior de su teoría, las razones por las cuales la responsabilidad subjetiva se sostiene como elemento irreductible.

Siendo articulada generalmente al concepto de inconsciente, se ha demostrado que dicha responsabilidad queda difundida tanto a los sueños, como a los lapsus, síntomas y aún al proceso de adquisición de una neurosis, a partir de la fórmula freudiana, que su autor acuñó como “elección de la neurosis”.

Sin embargo, el punto de partida freudiano generador de aquel concepto de inconsciente, esto es, la idea de que no habrá en los dichos del paciente elemento alguno que no halle su determinación, se presenta, en una primer aproximación, como refractario a la posibilidad de darle un lugar a una verdadera elección.

Cuando en el inicio de un tratamiento el analista formula la regla de asociación libre, invitando al paciente a que diga todo aquello que en sus pensamientos se presenta, aún lo que pueda ser por él considerado sin significado alguno; lo que se transmite con esto, es la convicción de que todo lo dicho encontrará su lugar en cadenas de determinación constituidas según ciertas leyes, que son las del inconsciente, y por las cuales todo, aún lo aparentemente nimio y sin significación, encontrará ésta en forma justificada. La condensación y el desplazamiento son presentadas por Freud como esas leyes que actuando sobre la materialidad de las “representaciones”, constituyen a cada una de éstas como efecto de una operación. La interpretación sería la herramienta privilegiada por la cual se develaría esta realidad.

Esta universalidad de la determinación no dejaría espacio para la “elección”, excluyendo por su misma existencia la responsabilidad en esta última siempre presente.

Freud se encuentra entonces ante dos exigencias que planteadas de esta manera se revelan excluyentes. Por un lado, implicar la responsabilidad del sujeto en las formaciones expuestas al análisis, y por otro, ser fiel a la idea de la omnipresencia de la determinación.

En este último aspecto, el creador del psicoanálisis no hace otra cosa que continuar en el rumbo marcado por las argumentaciones desarrolladas por Descartes en sus “Meditaciones Metafísicas”, las que se transformaron en constituyentes del campo de la ciencia moderna. En la tercera de estas meditaciones, bajo el título “De Dios, Que Existe”, al examinar la existencia de Dios y de las ideas, sostiene como manifiesto “que debe de haber al menos igual realidad en una causa total y eficiente que en el efecto de dicha causa. Porque, de dónde podría tomar su realidad el efecto, a no ser de la causa? Y de qué modo la causa puede otorgarla al efecto, a no ser que la posea? De lo que se deduce que la nada no puede crear algo…”, insistiendo más adelante: “una piedra, por ejemplo, que no existía antes, no puede empezar a existir si no es producida por alguna cosa en la que exista formal o eminentemente todo aquello de lo que está compuesta la piedra.” (1) 

De esta manera, el tema de la determinación, planteado como relación causa efecto, queda fuertemente arraigado en una forma de pensar la realidad, ligándose además a la cuestión de la creación, problema éste central en los desarrollos del psicoanálisis, fundamentalmente en los de Donald Winnicott.

Si la determinación hubiera sido efectivamente omnipresente en la obra de Freud, nos encontraríamos ante una teoría que, aún contrariando las intenciones de su autor, no haría lugar a la introducción de la responsabilidad. Pero esto no es así, abriendo un paréntesis en las premisas fundantes de la ciencia moderna, Freud crea ese lugar necesario, el cual posteriormente Winnicott, giro mediante, desarrollará ampliamente.

“La Responsabilidad Moral por el Contenido de los sueños” es un texto que se lo suele tomar como ejemplar para demostrar la implicación subjetiva en una de las producciones aparentemente más alejadas de aquellas de las que se puede decir que hay un responsable.

Es por esto que Freud en ese texto se pregunta “es preciso asumir la responsabilidad por el contenido de sus sueños?”. La respuesta “desde luego”, tanto afirmada por el mismo Freud, como por cualquier allegado a la teoría psicoanalítica de hoy en día, no alcanza para justificar tal actitud, aún cuando se incluya a continuación la explicación que aclare que dicha responsabilidad debe ser del contenido latente y no del manifiesto, ya que el primero se halla tan sujeto a la legalidad de determinaciones, como el segundo.

En “La Responsabilidad Moral…” Freud no se detiene en esto, consecuentemente con la afirmación de la universalidad de las determinaciones, sigue a éstas hasta los confines de la angustia, y allí, en un punto de su teoría ligado a la represión primaria, abre aquel paréntesis en el legado de Descartes antes citado y ubica la responsabilidad del soñante. Pero ya como en el título de este trabajo se adelantaba, ésta queda soldada ineludiblemente a la moral.

Lo que sucede es que Freud aquí, aún persiste en brindar un contenido representacional a lo que se halla en el centro del punto al que ha arribado, contenidos inmorales: “egoístas, sádicos, perversos, incestuosos.”, que entran en colisión con los valores narcisistas. Lo original es que llegada la argumentación al límite: “Si el contenido onírico – correctamente comprendido – no ha sido inspirado por espíritus extraños, entonces no puede ser sino una parte de mi propio ser.” (2) , lo central es interrogarse por la parte del ser que crea ese sentimiento de imposibilidad de desligarse de una responsabilidad, esté ésta ligada, o no, a valores morales.

Este puede ser considerado uno de los ejes centrales de gran parte de la obra de Donald Winnicott, fundamentalmente de los capítulos referidos a “lo transicional”, los cuales dan prueba de la sensibilidad de este autor ante el problema aquí planteado.

Con su terminología tan diferente a la del inventor del psicoanálisis, cuando de hallar el fundamento ético del sujeto se trata, su esfuerzo por localizar una dimensión ajena a la determinación es incesante.

Bajo el título “Lo inadecuado de la formulación habitual de la naturaleza humana”, Winnicott expone en su trabajo “Objetos transicionales y fenómenos transicionales”, la manera en que entiende cómo había intentado el psicoanálisis hasta el momento, explicar la dimensión propiamente humana: Por un lado como efecto de relaciones interpersonales, esto es , por la influencia de lo que él llamará el mundo real; por otro, como función de una realidad interior. Posiciones éstas claramente adjudicables a los seguidores de la “Escuela Vienesa” y a las producciones Kleinianas, respectivamente. Esto lo hace para inmediatamente criticar la miopía de estas teorías por no haber contemplado esa tercera parte que él incluye al acuñar el concepto de “lo transicional”.

Para entender las razones de tal posición, la cual es concomitante a una sistemática crítica a la utilización de la interpretación como intervención preeminente en la práctica analítica, debe contemplarse que para Winnicott, lo que debería definir la dimensión misma de la subjetividad es el acto creador, original y espontáneo, eje del sentimiento de “estar vivo”. La “naturaleza humana” encontraría su especificidad y su razón en dicho acto creador.

Las categorías de espontaneidad y originalidad, indican un movimiento propio y la inexistencia de elementos que antecedan al acto, en los que éste pueda ser totalmente subsumido. Se evidencia que esta idea no  puede encuadrarse dentro de aquel postulado de Descartes, según el cual todo efecto se encuentra contenido en germen en su causa.

Desde este punto de vista, la introducción en la teoría del espacio transicional, más que develar la insuficiencia cuantitativa de los espacios en los que hasta ese momento el psicoanálisis había concebido la realidad humana, alerta sobre la necesidad de incorporar una instancia en la que, por su propia lógica, se hiciera posible sostener el surgimiento de algo, que aún dando todas las consideraciones al marco en el que surge, no estuviera en su nódulo contenido en antecedente alguno, esto es, no se hallase determinado.

La prueba palmaria de tal orientación queda confirmada por la manera en que Winnicott argumenta la constitución de “lo transicional”; ya sea tratándose del espacio, de los fenómenos, o de los objetos, siempre lo que los funda es la articulación de una paradoja. Para dar existencia a ésta, parte de dos términos antitéticos, atributos excluyentes entre si (interno – externo; creado – encontrado; etc.), respecto de los cuales se pueda suponer que se reparte el conjunto de los elementos del universo, de manera tal que a cada uno de estos elementos sea posible adjudicarle uno y sólo uno de los atributos, creándose dos clases disyuntas. Cada una de estas clases tendrá para sus elementos sus propias leyes de determinación ( p. ej. : las determinaciones de las relaciones interpersonales y del mundo de la física en general, o las del mundo interno, para el par externo – interno).

Si la preocupación de Winnicott hubiera sido la de constituir una tercer clase con sus propias leyes de determinación (espacio intermedio), hubiese bastado con agregar un tercer atributo que definiera la misma, pero no es esto lo que hace. En su lugar, define un elemento del universo que se comporta en forma paradojal respecto de su ubicación en  las dos clases disyuntas y abarcativas del universo, de tal manera que al afirmarse la verdad de su pertenencia a una de ellas, no se dedujera de esto la falsedad de su  pertenencia a la otra, como debería serlo de acuerdo al principio del tercero excluido en un sistema simbólico consistente, sino todo lo contrario, quedaría también afirmada la verdad de su pertenencia a esta última. Puede decirse entonces que sería verdadero y falso al mismo tiempo, el tiempo  inerte de la lógica, que “lo transicional” es externo, o interno, o encontrado, o creado, etc.

Se crea así un elemento respecto del cual no puede afirmarse su propia identidad, y al ser definido a partir de campos regidos por ciertas leyes de determinaciones, se genera en este punto un colapso de las mismas.

Justamente allí donde la teoría de los conjuntos se encuentra con lo que echa por tierra la consistencia de sus sistemas y por lo tanto se ve necesitada de excluir mediante acotamientos axiomáticos, Winnicott halla lo más propio de la naturaleza humana, rechazando por lo tanto cualquier posibilidad de reducir la realidad del sujeto a secuencias simbólicas, tal como algunas teorías lo podrían pretender, y quedando la idea de responsabilidad indisociablemente ligada al concepto de paradoja que abre “lo transicional”, de manera tal que podría afirmarse que no habría otra responsabilidad que la que de allí emana.

Aquello que Descartes declaraba imposible al tener que demostrar la existencia de Dios, una creación que no estuviese contenida en sus antecedentes, se transforma en el centro de una teoría que da basamento formal a la responsabilidad, quedando ésta al mismo tiempo desprendida de representación alguna, ya que no hay representación que pueda formularse como no idéntica consigo misma.

La responsabilidad queda por lo tanto situada como un elemento teóricamente irreductible, que en un segundo momento podrá ligarse a una representación, transformándose en responsabilidad de algo, incluso con su posible contenido de culpa.

Que sea irreductible significa que no es posible de descomponerse en otros conceptos explicativos, no que en todo momento sea subjetivizada. Esto último depende del mantenimiento de la paradoja constitutiva de “lo transicional”.

Winnicott da al respecto una indicación precisa para el analista, que se desprende de su concepto de “madre suficientemente buena”. En todo momento su intervención debe estar al servicio de sostener la  indeterminación que define la “naturaleza humana”: “Uno y otro (se refiere al objeto y al fenómeno transicional) inician al ser humano en lo que siempre será importante para él, a saber, una zona neutral de experiencia que no será atacada. Acerca del objeto transicional puede decirse que se trata de un convenio entre nosotros y el bebé, en el sentido de que nunca formularemos la pregunta: Concebiste esto, o te fue presentado desde afuera?. Lo importante es que no se espera decisión alguna al respecto. La pregunta no se debe formular” (3).

Podría agregarse que no se trata sólo de no formular la pregunta, sino de disponer la intervención de tal manera que se cree un campo indiscernible y que éste sea mantenido, solamente sobre esta base, en otros términos, el mantenimiento del ámbito del juego, la interpretación puede llegar a tener una función progrediente en un análisis que tienda a posicionar al paciente en su propia responsabilidad.

Notas:

1-  Descartes – “Meditaciones Metafísicas”- Pg. 171 – Ediciones Octubre – Buenos Aires – 1989

2-  S. Freud – “La Responsabilidad Moral por el Contenido de los Sueños” –  Obras Completas T III  Pg. 2894 – Edit. Biblioteca Nueva. Madrid – 1973.

3-  D. W. Winnicott – “Realidad y Juego” Cap 1 Pg. 30 – Edit. Gedisa – Bs. As. – Junio 1986.