Jung, C. G. : Los complejos y el inconsciente. Libro Segundo: los complejos. La experiencia de las asociaciones

Libro Segundo: Los complejos

4. La experiencia de las asociaciones
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En lo que precede, hemos pasado revista a los elementos necesarios para una
orientación en el dominio de la conciencia. No hemos hablado hasta aquí del
inconsciente más que por alusiones, pues, antes de abordarlo, nos es preciso
despejar las vías de acceso a los espacios íntimos y oscuros y asegurarnos de
que las sendas de penetración que habremos de seguir son transitables, al
menos en su comienzo, y dignas de alguna confianza científica. A este efecto
debo hablar de los métodos empleados y de sus nociones fundamentales.
Quisiera hablarles ante todo de las experiencias de asociaciones. Con ellas nos
vamos a mover enteramente en el dominio de la psicología experimental,
pero estas experiencias nos ponen en condiciones de estudiar hechos
esenciales que iluminan de forma muy interesante y singular las funciones
del inconsciente. Al principio, con estas experiencias, se perseguía objetos
muy diferentes; se trataba de estudiar de forma experimental el mecanismo
de las asociaciones; esto era bastante utópico, pues medios tan primitivos no
podían ayudar mucho en un campo tan complicado como el de nuestras
asociaciones. Pero, en la ciencia, es frecuente que investigaciones que no
cumplen las esperanzas puestas en ellas abran, con gran sorpresa del
investigador, nuevos e inesperados horizontes. El procedimiento de una
experiencia semejante, adaptada al estudio de los complejos, es el siguiente:
el experimentador dispone de una lista de palabras, llamadas palabras
inductoras, que ha elegido al azar y que no deben tener entre sí ninguna
relación de significación, condición indispensable para una experiencia de
puras asociaciones. Debemos tomar palabras aisladas, carentes, repitámoslo,
de toda relación significativa. He aquí un ejemplo: agua, círculo, silla, hierba,
azul, cuchillo, ayudar, peso, preparado. Cuando se presenta una tras otra
estas palabras a un sujeto, no emana de esta lista ninguna sugerencia (lo que
no ocurre nunca cuando varias palabras constituyen un tema cualquiera). El
experimentador invita al sujeto a reaccionar a cada palabra inductora lo más
rápidamente posible, limitándose a pronunciar la primera palabra que le acuda a la
mente. A la palabra «agua», lanzada, por así decirlo, por el experimentador, el
sujeto responderá lo antes posible con la primera palabra que acuda a su
mente, por ejemplo, «mojado» o «verde» o «H2O» o «lavar», etc. El
experimentador mide el tiempo de reacción con un cronómetro que indica
hasta los quintos de segundo. (Una precisión mayor sería superflua y casi
inútil, siendo los errores inherentes a esta experiencia de un orden de
magnitud muy superior a un quinto de segundo.) Se hace funcionar el
cronómetro, por ejemplo, cada vez que se pronuncia la última sílaba de la
palabra inductora y se para en cuanto el sujeto deja oír la primera sílaba de la
palabra inducida. Se anota el tiempo transcurrido, al que se llama tiempo de
reacción. Yo suelo experimentar con cincuenta reacciones o algunas más, pues
un número demasiado grande sería perjudicial, a causa de la fatiga que
produce. En general, se suele limitar las reacciones de cincuenta a cien .
Durante estas experiencias se observa que los tiempos de reacción son muy
desiguales, tan pronto cortos como largos; se observa, también, que ciertas
respuestas sufren perturbaciones: el sujeto olvida la recomendación inicial
invitándole a responder con una sola palabra y responde con toda una frase,
o bien, sin cuidarse del sentido de la palabra inductora, reacciona por una
asociación tonal, lo que es también una ligera desviación respecto a las
instrucciones previas. Se producen, asimismo, otros incidentes: al pronunciar
el experimentador la palabra «agua», ocurre que el sujeto reaccione por
«Agua: pues verde», lo que constituye, entre otras cosas, una repetición
inesperada de la palabra inductora o bien, por: «Verde… ¡No, quería decir
azul!»: el sujeto ha tenido un lapsus. O bien, que se eche a reír, que exclame o
responda algo inadecuado, «sí» o «no», antes, por ejemplo, de la reacción
requerida. O, incluso, que el sujeto no comprenda o comprenda mal la
palabra inductora claramente pronunciada, o que reaccione con una palabra
estereotipada, es decir, con una misma palabra inducida, indiferentemente a
las diversas palabras inductoras. Ciertos sujetos, por ejemplo, reaccionan
frecuentemente repitiendo la palabra: «bello». A todas estas perturbaciones,
así como a los tiempos de reacción demasiado prolongados o a las ausencias
de reacción, se les llama indicios de complejo. Se ha comprobado, en efecto, que
las palabras inductoras que determinan una perturbación cualquiera de la
reacción son aquellas que encuentran en el sujeto un contenido emocional, es
decir, que despiertan un eco en la parte del alma representada por la zona
amarilla del esquema 4, pág. 151, y que afectan de alguna forma a la esfera
íntima tabú. Cuando una palabra inductora no interesa más que a la
superficie de la conciencia, la reacción es normal y no se produce nada
insólito pero cuando, por el contrario, ataca y atraviesa los diques protectores
de la vida interior y penetra en la intimidad del yo, determina una
perturbación de la reacción exterior, desencadenando en el interior del ser un
automatismo para el que el individuo no está preparado, que capta su
atención, le subyuga, en cierto modo, y le impide así cumplir las
instrucciones dadas (9).
Asocio a la fase arriba descrita de la experiencia una segunda fase, que
consiste en lo siguiente: tras haber registrado un cierto número de asociaciones,
se vuelve a empezar la lista de palabras inductoras desde el
principio, rogando al sujeto que repita la respuesta dada a cada una de ellas.
Se pregunta: ¿Qué respondió a la palabra «agua»? El sujeto se acuerda o no se
acuerda, o incluso cree acordarse, pero da una respuesta diferente. Todo esto
se anota. Las reacciones olvidadas constituyen reproducciones defectuosas. Se ha
constatado que éstas son también indicios de complejo, con la misma razón
que las otras perturbaciones que distinguen a las asociaciones que han rozado
la esfera afectiva. Añadamos que la actitud, los gestos, las expresiones del
sujeto, su risa, su tos, sus posibles balbuceos, proporcionan también indicaciones
preciosas al experimentador entrenado. Pero transcribamos una de
estas experiencias.
Jung, libro segundo, punto 4, cuadro 1
Constatamos aquí una serie de tiempos de reacción decreciente desde veinte
quintos hasta ocho quintos de segundo. El tiempo de reacción medio y
normal de este sujeto es de siete quintos de segundo. Con la palabra
«cuchillo» aparece un tiempo de reacción prolongado que va decreciendo en
el curso de las tres asociaciones siguientes: se llama a esto una perseveración y
se establece la hipótesis de que la palabra «cuchillo» ha rozado la esfera
afectiva del sujeto, lo que ha paralizado momentáneamente su atención. Los
indicios de complejos revelan que el sujeto no logra reaccionar correctamente
y que las reproducciones están también perturbadas (10). ¿De qué puede
tratarse en el caso de nuestro sujeto? ¿Qué significa el hecho de que la palabra
«cuchillo» al ser oída desencadene semejantes reacciones? Las reacciones
siguientes son de nuevo normales; un tiempo de reacción prolongado se
produce otra vez ante la palabra «lanza».
Jung, libro segundo, punto 4, cuadro 2
Siguen luego algunas asociaciones normales, y más adelante:
jung, libro segundo, punto 4, cuadro 3
La palabra crítica es aquí «pegar», no apareciendo la perturbación más
importante, sin embargo, sino más tarde. La conexión con la esfera afectiva
no ha sido sentida claramente de forma inmediata; por así decirlo, la cuña no
se ha hundido sino progresivamente y sólo ha determinado la perturbación
principal en el curso de la reacción siguiente; luego, ésta ha cesado a su vez:
es lo que se llama una perseveración relativa. Una tercera palabra ha
determinado también una serie perturbada; es la palabra «puntiagudo»,
seguida de tres palabras indiferentes:
Jung, libro segundo, punto 4, cuadro 4
Hubo también varias reproducciones falsas; también aquí, el sujeto reaccionó
antes de que el término crítico ejerciera su plena eficacia, que no estalló sino
en la reacción siguiente .
El sujeto era un hombre de treinta y dos años, empleado en la época de la
experiencia en una clínica, y se había prestado voluntariamente a la
experiencia, le pregunté:
—¿Ha notado que, a veces, ha vacilado largo rato?
—¡No, he respondido siempre directamente!
—¿Está usted seguro de que no ha cometido errores de reproducción?
—Sí; todas mis reproducciones eran fieles .
—Y, aparte de eso, ¿ha notado usted algo especial?
—No; si no fuera así, se lo diría .
—¿Me permite hacer una reflexión? Usted ha debido de vivir hace tiempo
una historia muy desagradable, probablemente una reyerta a cuchillo que sin
duda, tuvo consecuencias enojosas .
¡El hombre casi se cae de la silla!
—¿Cómo lo sabe? Le pregunté si era cierto. Me respondió:
—¡Sí! Pero yo estaba a cien leguas de pensar en ello .
Había cumplido una condena de prisión en el extranjero a causa de una pelea
a cuchillo en el curso de la cual había herido gravemente a su adversario. Era
una mancha en su vida, y, naturalmente, se había cuidado de que ninguna de
las personas con las que actualmente trataba se enterara de ella. En cuanto a
él, se había esforzado por olvidar. Era todavía joven en la época del accidente,
que se remontaba a unos diez años atrás. Ni por un instante había imaginado
que me fuera posible encontrar el rastro de ello. Pero, compruébenlo ustedes
mismos. Las palabras «cuchillo», «lanza», «pegar», «puntiagudo» producían
en él como un sobresalto. Y esto permite esbozar un diagnóstico. Lo más
interesante es que el sujeto mismo no había notado nada de sus vacilaciones; pues
cada vez que una palabra inductora crítica hace blanco, la conciencia se siente
inmediatamente fascinada; se vuelve hacia el interior y no percibe ya lo que
pasa en el exterior. El sujeto, pues, no se da cuenta de que vacila. Es víctima
de una ausencia que capta su atención por un instante, durante el cual el
tiempo sigue transcurriendo. Luego vuelve en sí y reflexiona: «¿Qué ha
dicho?», sin darse cuenta de que ha estado con el pensamiento en otra parte,
arrastrado sin saberlo como por un torbellino en la complejidad de sus
recuerdos y de sus imágenes interiores .
En ciertas ocasiones, con muchas menos asociaciones, se puede llegar a un
resultado cierto. Un día me vi acorralado por un profesor de derecho que se
interesaba por estas experiencias, pero sin creer apenas en ellas. Fui a verle
provisto de mis útiles: lista de palabras inductoras y cronómetro. Era un
señor de edad que al llegar a la decimoquinta asociación se cansó y me dijo:
—¿Qué es lo que usted pretende en realidad? ¿Qué puede salir de esto?
—Salen no pocas cosas que voy a decirle .
Las reacciones críticas habían sido:
Jung, libro segundo, punto cuatro, cuadro 5
Se trataba de un universitario que rondaba los setenta años y pensaba ya en
su retiro. Me atreví a llegar a las siguientes conclusiones:
1. Mi hombre debía de tener dificultades económicas de cierto orden, pues a
«dinero» asoció «poco», y ante «pagar» reaccionó violentamente .
2. Cuando se llega a esa edad, se piensa involuntariamente en la muerte;
naturalmente, no se habla de ello, lo que no impide que el inconsciente lo
confiese con indiscreción. A la palabra «muerte», el sujeto respondió «morir»:
no abandona el tema, piensa en el tema y éste le domina .
un viejo jurista, esto nos sorprende; pero, como se sabe, el amor florece a
todas las edades. Por otra parte, recordemos que a una edad avanzada ciertos
recuerdos sentimentales reaparecen con facilidad, recordándose con ternura
el encanto de la vida de antaño. Alguna aventura erótica debía de haber
acudido a su memoria; he relacionado con ello a «la semeuse», que servía de
efigie en las monedas francesas. ¿Por qué no podía haber habido alguna francesa
en su vida? Le dije: —Es evidente que usted tiene dificultades económicas;
piensa en la muerte a causa de un ataque cardiaco; de vez en
cuando tiene palpitaciones. Y, además, usted tiene dulces recuerdos que le
han hecho evocar probablemente una aventura amorosa con una francesa .
Dio un puñetazo en la mesa: —¡Pero esto es magia negra!—exclamó—. ¿Cómo
sabe usted eso? —¿Es cierto? —Sí, es cierto—. Corrió luego a la habitación
de al lado y le dijo a su mujer—: Ven, tienes que someterte también a la
experiencia—. Y luego—: No, mejor no, sin duda es preferible .
Se pensará que mis conclusiones no carecían de audacia. Efectivamente. Pero
debo confesar que durante esta experiencia no estaba ya en mis comienzos:
había realizado un gran número de experiencias y el largo hábito había
aguzado mi juicio .
PREGUNTA: «Las funciones conscientes de la vida interior, ¿están situadas en
todos los seres en el mismo orden: recuerdos, contribuciones subjetivas,
afectos e irrupciones?»
RESPUESTA: Se puede considerar arbitrario el orden que he asignado a estas
funciones; se puede también invertir el orden descrito. En un sujeto dado son,
quizá, las irrupciones las que deben figurar en primer lugar; en él, los
recuerdos mismos pueden proceder por irrupciones; el sujeto está
constantemente bajo el influjo de acontecimientos interiores; se trata,
naturalmente, de un temperamento patológico o de una persona que se
encuentra provisionalmente en un estadio de su existencia particularmente
productivo, en el curso del cual el mundo interior desborda de vida. En general,
habrá que atenerse al orden que he propuesto, pues no es habitual que
las irrupciones que surgen del inconsciente se produzcan con frecuencia.
Cada cual, sin embargo, es libre de seguir su temperamento, su inclinación
personal, y de clasificar y situar sus funciones según su propia experiencia; he
propuesto esta clasificación porque la memoria es una facultad que, hasta un
cierto punto, obedece a la voluntad; las contribuciones subjetivas también,
pero en un grado menor, pues a veces no se puede impedir pensar o sentir
cosas que nos reprochamos profundamente y que preferiríamos no sentir en
nosotros. En cuanto a los afectos, están fuera del alcance de la voluntad;
cuando se producen, en fin, irrupciones, se es víctima de un knock-out que nos
hace morder el polvo y que nos sume en un estado momentáneamente
confuso. La característica más auténtica de este espacio interior es que en él
estamos reducidos a la pasividad; el sujeto no es ya actuante, sino que está
condenado al papel de paciente. Así es, por lo menos, para nosotros, los
occidentales, mientras que las culturas orientales, por su parte, han aspirado
a crear un orden, una disciplina en este mundo interior. Hay que considerar
también la intención que preside los esfuerzos de la psicología analítica de no dejar
que reine la pura barbarie en este espacio interior, sino de edificar en él una disciplina
llegando al conocimiento de los datos que contiene. No debemos confundir el
espacio psíquico interior y consciente con el inconsciente. Tengo conciencia
del recuerdo desagradable que me asalta, de la cólera que siento o de la
inspiración luminosa que cruza por mi mente. El inconsciente no comienza
hasta una capa más inferior, círculos centrales, esquema 4, pág. 151. Los
egipcios pintaban las estatuas de Osiris de azul para indicar que pertenecían
al mundo subterráneo. Las cosas, allí, comienzan a ser diferentes, pero
todavía no hemos hablado de ello .
PREGUNTA: ¿Hay un parentesco entre las contribuciones subjetivas de las
funciones y las perturbaciones que los complejos determinan en las
asociaciones?
RESPUESTA: Hay, efectivamente, un parentesco. En cuanto las contribuciones
subjetivas comienzan a hacerse notar de forma desagradable, en cuanto por
ejemplo uno se siente a disgusto—a causa tan sólo de algunos pensamientos
o de algunos sentimientos percibidos en el fondo de uno mismo—, esta
sensación de disgusto es ya una perturbación que revela un complejo. El
mecanismo que actúa es el mismo que el que interviene en la perturbación de
una asociación. Un ejemplo: ha muerto el tío de un amigo nuestro y tenemos
que darle el pésame; ahora bien, sabemos que el amigo en cuestión, en el
fondo, en un sentido, se siente muy feliz de la muerte de su tío, que le hace
entrar en posesión de unos buenos ahorros; esta idea que subyace en nuestra
mente va a ser responsable de nuestro lapsus, y, en lugar de darle el pésame
le felicitamos (12). La contribución subjetiva, nuestro pensamiento subyacente,
se ha abierto camino victoriosamente, lo que es debido, naturalmente, a un
complejo; por ejemplo, a una identificación inconsciente con el feliz heredero.
En un caso semejante, las contribuciones subjetivas salen claramente a la luz.
Otro ejemplo: cuando en el curso de una entrevista la conversación aborda
una cuestión crítica para nuestro interlocutor, éste guiña los ojos, lo que
quiere decir: «Echo el telón»: pasa por el escenario alguien que no quiere ser
visto. Así, pues, existe naturalmente una multitud de imponderables, que son otros
tantos indicios de nuestras reacciones secretas .
PREGUNTA: ¿Acaso las perturbaciones que aparecen en el curso de
experiencias de asociación hechas con primitivos no son condicionadas, además
de por los complejos, por las prohibiciones que emanan de los tabúes?
RESPUESTA: Yo no he hecho experiencias de asociaciones con los primitivos.
No es nada sencillo experimentar con ellos. Fotografiarlos presenta ya
dificultades, pues, para el primitivo, la imagen de un ser es su alma. Cuando
hacemos una imagen de él y nos la llevamos con nosotros, lo que hacemos es
raptarle una de sus almas y podría caer enfermo. Por eso, los primitivos no
quieren dejarse fotografiar; y además por miedo a que la imagen caiga en
manos de un hechicero, quien podría servirse de ella para sus maleficios y
sustraerle otras almas al ser fotografiado, hasta que le sobrevenga la muerte.
De modo que las tentativas experimentales no son posibles más que con
mission boys, los cuales, habiendo perdido su carácter natural, son, en general,
poco recomendables para experiencias psicológicas. En ellos se encontraría
sobre todo complejos europeos y abominables sentimientos de inferioridad
debidos a su color. Si se llegara a hacer experiencias de asociaciones con
primitivos que se hayan mantenido auténticos, se encontraría
incontestablemente reticencias que estarían en general menos condicionadas
por complejos personales que por prohibiciones colectivas emanadas de los
tabúes. Se puede observar, por ejemplo, que cuando se habla de espíritus en
presencia de los primitivos éstos tienen una reacción análoga a la de un ser
civilizado en el que se hubiera descubierto un complejo o en presencia del
cual se hubiera hecho una reflexión molesta (lo que, en el fondo, viene a ser lo
mismo). Se constata exactamente los mismos síntomas, cosa que no debe
extrañar, pues las turbaciones y los embarazos del civilizado frente a sus complejos
son simplemente los residuos de antiguos tabúes.

Continua en ¨La experiencia de las asociaciones (tercera conferencia)¨

Notas:
8- Introducción a la psicología analítica (segunda parte). (Véase para la primera parte, pág. 85.)
9- Todos los elementos psicológicos que tienen una tensión elevada son difíciles de manejar.
Si algo, por ejemplo, es muy Importante para mí, en el momento de ir a hacerlo comienzo
por vacilar; probablemente han observado ustedes que cuando me plantean cuestiones
delicadas no puedo responderles inmediatamente porque, siendo el tema importante,
«tengo un tiempo largo de reacción»; mi memoria no me proporciona inmediatamente los
materiales necesarios. Se trata de perturbaciones provocadas por complejos, que no son
forzosamente personales, al constituir la cuestión planteada un asunto importante por sí
mismo. Ahora bien, todo lo que tiene una tonalidad de sentimiento acusada es difícil de
manejar, pues está en relación con reacciones psicológicas, con los latidos del corazón, el
tono de los vasos, el estado intestinal, la respiración, la inervación de la piel, etc. Todo
elemento que tiene una tensión elevada constituye, en cierto modo, bloque con el cuerpo,
está como localizado en 61, hunde sus raíces en el, lo que le hace pesado, le confiere inercia
y le sustrae a la movilidad de los hechos puramente espirituales . En cambio, un elemento
que tiene poca tensión y poco valor emocional puede ser fácilmente desplazado, barrido,
pues está como desprovisto de raíces y privado de adherencias con la persona en cuestión .
10- En este fenómeno se basan los interrogatorios judiciales cruzados, durante los cuales se
esfuerzan por confundir a los Individuos sospechosos, olvidando éstos, como en nuestra
experiencia, los puntos en los que han mentido, la naturaleza de su fabulación. Los
lectores que estén versados en este dominio no dejarán de encontrar este parecido en la
práctica judicial y de las constataciones psicológicas poderosamente evocador .
11- «La sembradora», en francés, en el original .
12 Las palabras alemanas Kondolieren (dar el pésame) y gratulieren (felicitar) se prestan al lapsus por su semejanza fonética .

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