La teoría de la libido (contin)

Resumen.
Ha llegado el momento de ensayar una síntesis. Partimos de las aberraciones de la pulsión
sexual con referencia a su objeto y a su meta; nos preguntamos si ellas surgían a consecuencia
de una disposición innata o se adquirían por las influencias de la vida. Obtuvimos la respuesta a
partir de la intelección de las circunstancias que rodean a la pulsión sexual en el caso de los
psiconeuróticos -un grupo numeroso de seres humanos, no distante del de los sanos-. Fue la
indagación psicoanalítica la que nos procuró esa intelección. Hallamos, pues, que en esas
personas las inclinaciones a todas las perversiones eran pesquisables como unos poderes
inconcientes que se traslucían como formadores de síntoma. Pudimos afirmar que la neurosis
es, en cierto modo, un negativo de la perversión. Reconocimos entonces que las inclinaciones
perversas están muy difundidas; y dado ese hecho, se nos impuso este punto de vista: la
disposición a las perversiones es la disposición originaria y universal de la pulsión sexual de los
seres humanos, y a partir de ella, a consecuencia de alteraciones orgánicas e inhibiciones
psíquicas, se desarrolla en el curso de la maduración la conducta sexual normal. Alentamos
entonces la esperanza de descubrir en la niñez esa disposición originaria; entre los poderes que
circunscriben la orientación de la pulsión sexual, destacamos la vergüenza, el asco, la
compasión y las construcciones sociales de la moral y la autoridad. Así, en todo cuanto
constituye una aberración fijada respecto de la vida sexual normal, no pudimos menos que
discernir una cuota de inhibición del desarrollo y de infantilismo. Debimos situar en primer plano
la significatividad de las variaciones de la disposición originaria, pero suponer entre ellas y las
influencias de la vida una relación de cooperación y no de rivalidad. Por otra parte, puesto que la
disposición originaria no puede menos que ser compleja, nos pareció que la pulsión sexual
misma era algo compuesto por muchos factores; y que en las perversiones, estos se
disgregaban, por así decir, en sus componentes. De tal modo, las, perversiones se
evidenciaron por una parte como inhibiciones, y por la otra como disociaciones, del desarrollo
normal. Ambas concepciones se reunieron en una hipótesis: la pulsión sexual del adulto
engendra una aspiración con una única meta sexual mediante la composición de múltiples
mociones de la vida infantil en una unidad.
Y a esto sumamos todavía el esclarecimiento de la preponderancia de las inclinaciones
perversas en el caso de los psiconeuróticos: la discernimos como el llenado colateral de unos
canales secundarios a raíz de un corrimiento del cauce principal, provocado por la «represión»;
hecho esto, pasamos a considerar la vida sexual en la infancia. Nos pareció
lamentable que se negara la existencia de la pulsión sexual en la infancia, y que no pocas veces
exteriorizaciones de esa índole observadas en el niño se describieran como excepciones a la
regla. Más bien consideramos que este trae consigo al mundo gérmenes de actividad sexual, y
ya en el acto de ingerir alimento goza también una satisfacción sexual que después busca
crearse, una y otra vez, en la bien conocida actividad del «chupeteo». Pero la práctica sexual
del niño no se desarrolla al mismo paso que sus otras funciones, sino que, tras un breve
período de florecimiento entre los dos y los cinco años, ingresa en el período llamado de
latencia. En este, la producción de excitación sexual en modo alguno :se suspende, sino que
perdura y ofrece un acopio de energía que en su mayor parte se emplea para otros fines,
distintos de los sexuales, a saber: por un lado, para aportar los componentes sexuales de
ciertos sentimientos sociales, y por el otro (mediante la represión y la formación reactiva), para
edificar las ulteriores barreras sexuales. Así, a expensas de la mayoría de las mociones
sexuales perversas, y con ayuda de la educación, se edificarían en la infancia los poderes
destinados a mantener la pulsión sexual dentro de ciertas vías. Otra parte de las mociones
sexuales infantiles escapa a estos empleos y puede exteriorizarse como práctica sexual. Según
sostuvimos, puede averiguarse entonces que la excitación sexual del niño fluye de variadas
fuentes. Sobre todo, produciría satisfacción la apropiada excitación sensible de las llamadas
zonas erógenas; al parecer, pueden actuar en calidad de tales todo lugar de la piel y cualquier
órgano de los sentidos (y probablemente cualquier órgano); no obstante, existen ciertas
zonas erógenas privilegiadas cuya excitación estaría asegurada desde el comienzo por ciertos
dispositivos orgánicos. Además, se genera una excitación sexual, por así decir como producto
secundario, a raíz de una gran serie de procesos que tienen lugar en el organismo, tan pronto
alcanzan cierta intensidad; y en particular, lo propio ocurre a raíz de todo movimiento intenso del
ánimo, así sea de naturaleza penosa. Las excitaciones provenientes de todas estas fuentes no
se conjugan todavía, sino que persiguen por separado su meta, que no es otra que la ganancia
de un cierto placer. De ello inferimos, por consiguiente, que en la niñez la pulsión sexual no está
centrada y al principio’ carece de objeto, vale decir, es autoerótica.
Ya en la infancia empieza a hacerse notable la zona erógena de los genitales, sea porque,
como cualquier otra zona erógena, engendra satisfacción ante una adecuada estimulación
sensible, o porque, de una manera que no comprendemos del todo, la satisfacción obtenida
desde otras fuentes produce al mismo tiempo una excitación sexual que repercute
particularmente en la zona genital. Tenemos que lamentar que todavía no pueda alcanzarse un
esclarecimiento suficiente de los nexos entre satisfacción y excitación sexuales, así como entre
la actividad de la zona genital y la de las restantes fuentes de la sexualidad.
El estudio de las perturbaciones neuróticas nos ha hecho notar que en la vida sexual
infantil pueden discernirse, desde el comienzo mismo, esbozos de una organización de los
componentes pulsionales sexuales. En una primera fase, muy temprana, el erotismo oral se
sitúa en el primer plano; una segunda de estas organizaciones «pregenitales» se caracteriza
por el predominio del sadismo y del erotismo anal; sólo en una tercera fase (que en el niño se
desarrolla únicamente hasta el primado del falo) la vida sexual pasa a ser
comandada por la participación de las zonas genitales propiamente dichas.
Una de las más sorprendentes averiguaciones fue la que nos llevó a comprobar que este
temprano florecimiento de la vida sexual infantil (de los dos hasta los cinco años) hace madurar
también una elección de objeto, con todas las ricas operaciones anímicas que ello conlleva; y
de tal modo que la fase que se le asocia y le corresponde, a pesar de la falta de una síntesis de
los componentes pulsionales singulares y de la imprecisión de la meta sexual, ha de apreciarse
como importante precursora de la organización sexual definitiva.
El hecho de la acometida en dos tiempos del desarrollo sexual en el ser humano, vale decir, su
interrupción por el período de latencia, nos pareció digno de particular atención. En ese hecho
parece estar contenida una de las condiciones de la aptitud del hombre para el desarrollo de
una cultura superior, pero también de su proclividad a la neurosis. En el linaje animal del hombre
no podemos rastrear nada análogo. La génesis de esta propiedad humana habría que buscarla
en la historia primordial de la especie.
No pudimos precisar la medida a partir de la cual las prácticas sexuales de la infancia dejan de
ser normales y se vuelven perjudiciales para el desarrollo ulterior. El carácter de las
exteriorizaciones sexuales se reveló como predominantemente masturbatorio. Además, la
experiencia nos permitió comprobar que influencias externas como la seducción pueden
provocar intrusiones prematuras en el período de latencia hasta llegar a cancelarlo, y que en
tales casos la pulsión sexual del niño se acredita de hecho como perversa polimorfa;
averiguamos también que cualquier actividad :sexual prematura de esa índole perjudica la
posibilidad de educar al niño.
Pese a las lagunas que presentan nuestras intelecciones de la vida sexual infantil, nos vimos
llevado; después a ensayar el estudio de las trasformaciones que le sobrevienen con la
emergencia de la pubertad. Destacamos dos como las decisivas: la subordinación de todas las
otras fuentes originarías de la excitación sexual bajo el primado de las zonas genitales, y el
proceso del hallazgo de objeto. Ambas ya están prefiguradas en la vida infantil. La primera se
consuma por el mecanismo de aprovechamiento del placer previo: los otros actos sexuales
autónomos, que van unidos a un placer y a una excitación, pasan a ser actos preparatorios para
la nueva meta sexual, el vaciamiento de los productos genésicos; y el logro de esta meta, bajo
un placer enorme, pone fin a la excitación sexual. A raíz de esto habíamos considerado la
diferenciación de la sexualidad masculina y femenina, y hallamos que esta última requiere de
una nueva represión que suprime un sector de virilidad infantil y prepara a la mujer para el
cambio de la zona genital rectora. Finalmente, hallamos que la elección de objeto es guiada por
los indicios infantiles, renovados en la pubertad, de inclinación sexual del niño hacia sus padres
y los encargados de cuidarlo, y, desviada de estas personas por la barrera del incesto erigida
entretanto, se orienta hacía otras semejantes a ellas. Agreguemos, por último, que en el curso
del período de transición constituido por la pubertad los procesos de desarrollo somáticos y los
psíquicos marchan durante un tiempo sin entrar en contacto entre sí, hasta que irrumpe una
intensa moción anímica de amor que, inervando los genitales, produce la unidad de la función
de amor que la normalidad requiere.
Factores que perturban el desarrollo.
Como ya lo elucidamos en diversos ejemplos, todo paso en esta larga vía de desarrollo puede
convertirse en un lugar de fijación, y todo punto de articulación de esta complicada síntesis, en
la ocasión de un proceso disociador de la pulsión sexual. Nos resta todavía
brindar un panorama de los diversos factores, internos y externos, que perturban el desarrollo, e
indicar los lugares del mecanismo afectados por la perturbación que aquellos provocan.
Tengamos en cuenta que los factores que se incluyen en una misma serie pueden ser de valor
dispar, y estemos preparados para tropezar con algunas dificultades en la apreciación de cada
uno de ellos por separado.
Constitución y herencia.
En primer lugar, cabe mencionar aquí la diferenciainnata de la constitución sexual. Es probable
que sobre ella recaiga el peso principal, pero, según se comprende, es discernible sólo a partir
de sus exteriorizaciones posteriores, y ni siquiera entonces l o es con gran certeza. La
imaginamos como el predominio de esta o estotra de las múltiples fuentes de la excitación
sexual, y suponemos que esa diferencia entre las disposiciones tiene que expresarse de alguna
manera en el resultado final, aunque este se mantenga dentro de las fronteras de lo normal. Por
cierto, son concebibles también variantes de la disposición originaria que necesariamente, y sin
ayuda ulterior, lleven a conformar una vida sexual anormal. Puede llamárselas «degenerativas»,
y considerárselas expresión de una tara heredada. En relación con esto puedo informar sobre
un hecho notable. En más de la mitad de los casos de histeria, de neurosis obsesiva, etc., que
tuve bajo tratamiento psicoterapéutico, me fue posible demostrar que el padre había padecido
una sífilis antes de casarse, ya consistiese en una tabes o una parálisis progresiva, o pudiese
establecerse de algún otro modo por vía de la anamnesis. Consigno expresamente que los
niños después neuróticos no presentaban ningún signo corporal de lúes hereditario, de suerte
que justamente su constitución sexual anormal debía considerarse la secuela última de su
herencia luética. Lejos estoy de suponer que la descendencia de padres sifilíticos sea la
condición etiológica regular o infaltable de la constitución neuropática; empero, no creo que la
coincidencia por mí observada sea fruto del azar o irrelevante.
Las condiciones hereditarias de los perversos positivos son menos conocidas, porque ellos
suelen eludir la averiguación. No obstante, hay fundamento para suponer válido en las
perversiones algo similar a lo que ocurre en las neurosis. En efecto, no es raro hallar en una
misma familia perversión y psiconeurosis distribuidas así entre los sexos: los miembros
masculinos, O uno de ellos, son perversos positivos, pero los miembros femeninos, de acuerdo
con la proclividad de su sexo a la represión, son perversos negativos, histéricos.
Es una buena prueba de la copertenencia que hemos descubierto entre ambas perturbaciones.
Procesamiento ulterior.
Por otro lado, no puede sustentarse el punto de vista de que la conformación de la vida sexual
quedaría determinada unívocamente por el planteo inicial de los diversos componentes en la
constitución sexual. Más bien el proceso de condicionamiento sigue, y las posibilidades
ulteriores dependen del destino que experimenten los tributarios de la sexualidad que dimanan
de cada una de las fuentes. Es evidente que este procesamiento ulterior decide en definitiva; en
efecto, una constitución idéntica en términos descriptivos puede ser llevada por aquella a tres
diversos desenlaces finales:
[1.] Cuando todas las disposiciones se mantienen en su proporción relativa, considerada
anormal, y se refuerzan con la maduración, el resultado final no puede ser otro que una vida
sexual perversa. Todavía no se ha abordado un análisís en regla de estas disposiciones
constitucionales anormales; no obstante, ya conocemos casos fácilmente explicables mediante
hipótesis de esa clase. Por ejemplo, acerca de toda una serie de perversiones por fijación, los
autores opinan que tendrían como premisa necesaria una debilidad innata de la pulsión sexual.
Expresada en esa forma, tal concepción me parece insostenible; pero cobra pleno sentido si se
alude a una debilidad constitucional de un factor de la pulsión sexual, la zona genital, zona que
más tarde cobra la función de sintetizar las diversas prácticas sexuales para la meta de la
reproducción. Entonces esa síntesis, requerida en la pubertad, no puede menos que fracasar, y
los más fuertes entre los otros componentes de la sexualidad impondrán su práctica como
perversión.
Represión.
[2.] Otro es el desenlace cuando en el curso del desarrollo algunos componentes, que en la
disposición eran hiperintensos, sufren el proceso de la represión. En cuanto a esta, tenemos
que establecer que no equivale a una supresión {Aufhebung}. Las excitaciones
correspondientes se siguen produciendo como antes, pero un estorbo psíquico les impide
alcanzar su meta y las empuja por otros caminos, hasta que consiguen expresarse como
síntomas. El resultado puede aproximarse a la vida sexual normal -casi siempre restringida en
tales casos-, pero complementada con una patología psiconeurótica. Son justamente los casos
que conocemos bien por la exploración psicoanalítica. de neuróticos. La vida sexual de estas
personas se ha iniciado como la de los perversos; todo un sector de su infancia está colmado
de una actividad sexual perversa, que en ocasiones continúa hasta más allá de la madurez.
Más tarde, por causas internas, se produce -casi siempre antes de la pubertad, pero en algunos
casos después- un vuelco represivo, y en adelante, sin que las viejas mociones se extingan, la
neurosis remplaza a la perversión. Recuérdese el proverbio: «Ramera de joven, de vieja
mojigata», sólo que aquí la juventud ha resultado muy breve. Este relevo de la perversión por la
neurosis en la vida de una misma persona debe coordinarse, lo mismo que la ya mencionada
distribución de perversión y neurosis entre diversos miembros de una misma familia, con la
intelección según la cual la neurosis es el negativo de la perversión.
Sublimación.
[3.] El tercer desenlace de una disposición constitucional anormal es posibilitado por el proceso
de la «Sublimación». En ella, a las excitaciones hiperintensas que vienen de las diversas
fuentes de la sexualidad se les procura drenaje y empleo en otros campos, de suerte que el
resultado de la disposición en sí peligrosa es un incremento no desdeñable de la capacidad de
rendimiento psíquico. Aquí ha de discernirse una de las fuentes de la actividad artística; y según
que esa sublimación haya sido completa o incompleta, el análisis del carácter de personas
altamente dotadas, en particular las de disposición artística, revelará la mezcla en distintas
proporciones de capacidad de rendimiento, perversión y neurosis. Una subvariedad de la
sublimación es tal vez la sofocación por formación reactiva, que, según hemos descubierto,
empieza ya en el período de latencia del niño, y en los casos favorables continúa toda la vida. Lo
que llamamos el «carácter» de un hombre está construido en buena parte con el material de las
excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas
por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones perversas,
reconocidas como inaplicables. Así, en la disposición sexual universalmente
perversa de la infancia puede verse la fuente de una serie de nuestras virtudes, en la medida en
que, por vía de la formación reactiva, da el impulso para crearlas.
Lo vivenciado accidentalmente.
Comparadas con los desenfrenos sexuales, las oleadas represivas y las sublimaciones
(procesos estos dos últimos cuyas condiciones internas ignoramos por completo), todas las
otras influencias parecen mucho menos importantes. Quien incluya a las represiones y
sublimaciones en la disposición constitucional y las considere manifestaciones vitales de esta,
tendrá sin duda derecho de afirmar que la conformación definitiva de la vida sexual es sobre
todo resultado de la constitución innata. Pero nadie con alguna penetración pondrá en duda que
en esa cooperación de factores hay lugar también para las influencias modificadoras de lo
vivenciado accidentalmente en la infancia y después. No es fácil apreciar en su recíproca
proporción la eficacia de los factores constitucionales y accidentales. En la teoría se tiende
siempre a sobrestimar los primeros; la práctica terapéutica destaca la importancia de los
segundos. En ningún caso debería olvidarse que existe entre ambos una relación de
cooperación y no de exclusión. El factor constitucional tiene que aguardar a que ciertas
vivencias lo pongan en vigor; el accidental necesita apuntalarse en la constitución para volverse
eficaz. En la mayoría de los casos es posible imaginar una «serie complementaria(287)», según
se la llama en la cual las intensidades decrecientes de un factor son compensadas por las
crecientes del otro; pero no hay fundamento alguno para negar la existencia de casos extremos
en los cabos de la serie.
Lo que más concuerda con la investigación psicoanalítica es atribuir una posición preferente
entre los factores accidentales a las vivencias de la primera infancia. La serie etiológica única
se descompone, pues, en dos, que cabe llamar la predisposicional y la definitiva. En la primera,
constitución y vivencias infantiles accidentales cooperan como lo hacen, en la segunda, la
predisposición y las vivencias traumáticas posteriores. Todos los factores deteriorantes del
desarrollo sexual exteriorizan su efecto del siguiente modo: provocan una regresión, un regreso
a una fase anterior del desarrollo.
Ahora proseguiremos nuestra tarea, que es la de pasar revista a los factores cuya influencia
sobre el desarrollo sexual hemos llegado a conocer, ya constituyan poderes eficaces o meras
exteriorizaciones de estos.
Precocidad.
Un factor de esta clase es la espontánea precocidad sexual, comprobable con certeza al
menos en la etiología de las neurosis, aunque, como los otros factores, no es por sí solo causa
suficiente. Se exterioriza en la interrupción, el acortamiento o la eliminación del período infantil
de latencia, y se convierte en causa de perturbaciones en la medida en que ocasiona
exteriorizaciones sexuales que, a raíz del carácter incompleto de las inhibiciones sexuales, por
una parte, y de la falta de desarrollo del sistema genital, por la otra, sólo pueden presentarse
como perversiones. Ahora bien, estas inclinaciones a la perversión pueden conservarse como
tales, o convertirse en fuerzas pulsionales de síntomas neuróticos después de una represión;
en todos los casos, la precocidad sexual dificulta el deseable gobierno posterior de la pulsión
sexual por parte de las instancias anímicas superiores, y acrecienta el carácter compulsivo que
de suyo reclaman las subrogaciones psíquicas de la pulsión. La precocidad sexual suele
marchar paralela a un desarrollo intelectual precoz; así, la encontramos en la historia infantil de
los individuos más prominentes y productivos; en tales casos no parece tener iguales efectos
patógenos que cuando se presenta aislada.
Factores temporales.
Deben tenerse en cuenta, asimismo, otros factores que, junto con la precocidad, pueden
reunirse bajo el rótulo de «temporales». La secuencia en que son activadas las diversas
mociones pulsionales, y el lapso durante el cual pueden exteriorizarse hasta sufrir la influencia
de otra moción pulsional que acaba de emerger o de una represión típica, parecen
filogenéticamente establecidos. Pero tanto en esa secuencia temporal cuanto en los lapsos
respectivos parece haber variaciones que, de manera ineluctable, ejercen una influencia
determinante sobre el resultado final. No es indistinto que una corriente determinada emerja
antes o después que su corriente contraria, pues el efecto de una represión no puede
deshacerse: un desfaje temporal en la composición de los elementos produce, por regla
general, una alteración del resultado. Por otra parte, mociones pulsionales que emergen con
particular intensidad tienen a menudo un trascurso asombrosamente breve (p. ej., el vínculo
heterosexual de los que después serán homosexuales manifiestos). El hecho de que en la
infancia ciertas aspiraciones se instalen con la mayor violencia no justifica el temor de que
habrán de gobernar duraderamente el carácter del adulto; es igualmente lícito esperar que
desaparecerán para dejar sitio a sus contrarias. («Los tiranos reinan poco tiempo».)
Ni siquiera podemos indicar la proveniencia de esas complicaciones temporales de los
procesos de desarrollo. Aquí el panorama se nos abre sobre una falange de problemas
biológicos (y quizá también históricos) más profundos, con los que no podemos librar batalla,
pues ni siquiera nos hemos aproximado lo suficiente a ellos.
Adhesividad.
La significatividad de todas las exteriorizaciones sexuales prematuras es acrecentada por un
factor psíquico de origen desconocido, al que por ahora tenemos que admitir como una mera
provisionalidad psicológica. Me refiero a la elevada adhesividad {Haftbarkeit} o fijabilidad
{Fixierbarkeit} que tiene que suponerse por fuerza en los que después se vuelven neuróticos,
así como en los perversos, para completar la constelación de los hechos, pues, en otras
personas, idénticas exteriorizaciones sexuales prematuras no se imprimen tan duraderamente
que provoquen su repetición compulsiva y prescriban para toda la vida los caminos de la pulsión
sexual. Quizás esa adhesividad se aclare en parte si atendemos a otro factor psíquico que no
podemos dejar de computar en la causación de las neurosis, a saber: el mayor peso que tienen
en la vida anímica las huellas mnémicas en comparación con las impresiones recientes. Es
evidente que este factor depende de la formación intelectual y crece a medida que aumenta la
cultura personal. Por oposición a esto, el salvaje ha sido caracterizado como el «hijo
desdichado del instante». En virtud del vínculo de oposición existente entre la
cultura y el libre desarrollo de la sexualidad, cuyas consecuencias pueden rastrearse muy en lo
hondo de la conformación de nuestra vida, la importancia que posee para la vida posterior el
modo en que se ha desarrollado la sexualidad del niño es muy escasa en los estadios inferiores
de cultura y de sociedad, y muy elevada en los superiores.
Fijación.
Ahora bien, el terreno propicio creado por los factores psíquicos que acabamos de mencionar
es aprovechado por las incitaciones accidentalmente vivenciadas de la sexualidad infantil. Estas
(seducción por otros niños o por adultos, sobre todo) aportan el material que, con ayuda de
aquellos factores, puede ser fijado como una perturbación permanente. Buena parte de las
desviaciones respecto de la vida sexual normal que después se observan han sido establecidas
desde un comienzo, así en neuróticos como en perversos, por las impresiones del período
infantil, supuestamente exento de sexualidad. En la causación cooperan la solicitación
{Entgegenkommen} de la constitución, la precocidad, la propiedad de la adhesividad elevada, y
la incitación contingente de la pulsión sexual por una influencia extraña.
No obstante, estas indagaciones acerca de las perturbaciones de la vida sexual han dado un
fruto insatisfactorio; ello se debe a que no sabemos lo suficiente acerca de los procesos
biológicos en que consiste la esencia de la sexualidad como para formar, a partir de nuestras
intelecciones aisladas, una teoría que baste para comprender tanto lo normal cuanto lo
patológico.