La cultura clásica alemana como contexto

La cultura clásica alemana como contexto

Texto y contexto

En el primer volumen de la Vida y obra de Sigmund Freud, Ernest Jones expone y critica un intento de rastrear los antecedentes del pensamiento Freudiano. La autora en cuestión sigue un criterio reduccionista: todo Freud estaría ya en Herbart y Fechner. Así, para limitarnos a lo más importante, la noción de «represión» (Verdrängung) pertenecería al primero, y al segundo, la ley de constancia. Jones sostiene, con toda razón, que semejante método es erróneo. De cualquier pensador se pueden rastrear los antecedentes, las tesis aisladas, filosofemas o psicologemas; pero lo que importa es la síntesis lograda, la nueva articulación de lo observado dentro de formulaciones categoriales preexistentes, que ahora adquieren otra significación por su nuevo nexo con la empiria. Por nuestra parte, de antemano desistimos de cualquier comparación con Herbart o Fechner, o hasta con Schopenhauer, a quien el mismo Freud cita. Nos situamos fuera del rastreo de antecedentes en ese sentido trivial, parcial. Empero, más allá de lo que pueda entenderse por «cultura», es difícil creer que un pensador de lengua alemana, en la vuelta del siglo xix al xx, no estuviera inmerso en el pensamiento clásico alemán. Este último opera en Freud como una sustancia cultural dada, desde la cual articula lo novedoso de su creación. Si es ocioso buscar «antecedentes» en el afán de negar lo original de un pensamiento, es imposible discernir eso nuevo si no se lo recorta contra el fondo de su contexto histórico.

Queremos dejar establecido que los nexos entre texto y contexto se nos impusieron en el curso del trabajo mismo. El juego de literalidad y polisemia nos fue remitiendo a ciertos autores clásicos, que iremos mencionando en estas páginas. Creemos poder mostrar que esas tradiciones son constitutivas del discurso Freudiano, donde son articuladas y proyectadas hacia otros objetos y una dimensión diversa. No hace falta decir que esto nada tiene que ver con el problema de la «prioridad», según lo analiza Jones acerca de las pretendidas influencias de Herbart y Fechner. Por ejemplo, a nadie se le ocurriría negar la originalidad de Fichte por su inmediata descendencia kantiana. Ahora bien, en ese movimiento de rebote del texto hacia su horizonte cultural, y de regreso a él, acaso se esclarezcan muchos conceptos de Freud que de otro modo podrían mover a perplejidad. Esa compenetración parece manifestarse en todos los niveles: el de las categorías descriptivas y explicativas (conciente e inconciente, pulsiones), el de los términos epistémicos (la modalidad del conocimiento del mundo) y el de las intuiciones o supuestos fundamentales (la polaridad, el materialismo mecanicista, cuyo sentido, no trivial, procuraremos dilucidar).

Es preciso despejar primero cierta deformación de la historia del pensamiento alemán. Generalmente se evoca a Kant, luego una suerte de lucha y sucesión de sistemas filosóficos que se derriban unos a otros y, por fin, tras la muerte de Hegel y de Schelling, un vacío que empieza a ser llenado por el «materialismo», primero, y luego, a fines del siglo, por los neokantianos. Hacemos en parte caricatura, pero ese burdo esquema parece operante. Basten, para refutarlo, algunas puntualizaciones genéricas: Lessing, Goethe, Schelling, pueden situarse dentro de una misma corriente de filosofía de la naturaleza, que llega hasta HaeckeI. Los fundamentos de la gnoseología kantiana son conocidos por todos ellos. El pensamiento de Schelling y el de Hegel se desarrollan siguiendo líneas paralelas y polémicas, aun después de la ruptura entre ambos. A lo largo del siglo xix hay un sinnúmero de obras de inspiración fichteana o schellinguiana, que operan como una suerte de tejido conjuntivo de la cultura alemana, Su influencia llega hasta nuestros días, tanto en la filosofía como en la ciencia.

En cuanto a lo que se llama «materialismo», no puede ser confundido bajo una misma etiqueta. Como es sabido, Freud dio sus primeros pasos en la ciencia de la mano de Brücke. A propósito de esto, Jones cita un escrito de Du Bois-Reymond, de 1842: «Brücke y yo hemos hecho el solemne juramento de dar vigor a esta verdad: «No existen en el organismo otras fuerzas activas que las fuerzas físicas y químicas corrientes. En aquellos casos que, por el momento, no pueden ser explicados por estas fuerzas, se debe buscar de hallar la forma o vía específica de la acción de estas últimas, mediante el método físico-matemático, o bien suponer la existencia de nuevas fuerzas, iguales en dignidad a las fuerzas físico-químicas inherentes a la materia, y reductibles a la fuerza de atracción y repulsión»» (Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires: Hormé, 1, págs. 51-2).

Dos observaciones: a) La tesis de Du Bois-Reymond podría caracterizarse como «fisicista», vale decir, la reducción de todo fenómeno a la acción de fuerzas físico-químicas. Haeckel, en dura polémica con esa escuela, le imputa un materialismo estrecho y de cortas miras, que se niega a ver los nexos más vastos de la naturaleza. Pero también Haeckel puede llamarse materialista, o «monista mecanicista». Vemos ahí dos escuelas materialistas entre las que acaso osciló el pensamiento Freudiano. b) «Atracción» y «repulsión» aparecen, en la cita de Du Bois-Reymond, como un par de opuestos de dimensión casi cosmológica. En alemán se dicen Anziehung (atracción) y Abstossung (repulsión), que en los escritos de Freud se presentan de continuo, desde los primeros hasta los últimos. Hemos puesto cuidado en traducirlos coherentemente, porque las fuerzas contrapuestas que Freud supone siempre en la vida anímica se comportan como especificaciones de aquel par de opuestos. Eros atrae, la pulsión de muerte repele (véase «La negación»). Estamos frente a la mecánica de Kepler-Newton conceptualizada a través de la cosmología de Kant (el éter, la atracción y la repulsión de su metafísica de la naturaleza). Tras señalar el malentendido neokantiano y la posible variedad del «materialismo», ofrecemos en lo que sigue algunos de los mencionados rastreos.