Los escritos técnicos de Freud contin.10

Los escritos técnicos de Freud contin.10

Estamos aquí en la relación del espejo.
Llamamos a esto el plano de la proyección: ¿cómo señalar el correlato de la proyección?
Habría que encontrar un término diferente al de introyocción. Tal como lo utilizamos en
análisis el término introyección no es lo contrario de proyección. Habrán observado que
prácticamente sólo se lo emplea cuando se trata de introyección simbólica. Siempre se
acompaña de una denominación simbólica. La introyección es siempre introyección de la
palabra del otro, lo que introduce una dimensión muy diferente a la de la proyección.
Mediante esta distinción podrán separar lo que pertenece a la función del ego, que es del
orden del registro dual; y lo que pertenece a la función del superyó. Su distinción no es
gratuita en la teoría psicoanalítica, y no por nada se admite que el superyó, el superyó
auténtico, es una introyección secundaria respecto a la función del ego ideal.
Estas son observaciones al margen. Vuelvo al caso descrito por Melanie Klein.
El niño está allí. Dispone de cierta cantidad de registros significativos. Melanie
Klein-podemos seguirla en este punto-hace hincapié en la gran estrechez de uno de ellos:
el registro imaginario. Normalmente las posibilidades de juego, de transposición imaginaria
son las que permiten que se realice la valorización progresiva de los objetos en el plano
comúnmente denominado afectivo, mediante una multiplicación de los engranajes, un
despliegue en abanico de todas las ecuaciones imaginarias que permiten al ser humano
ser el único, entre los animales, que posee un número casi infinito de objetos a su
disposición; objetos marcados con un valor de Gestalt en su Umwelt, objetos delimitados
en sus formas. Melanie Klein subraya la pobreza del mundo imaginario y, al mismo tiempo,
la imposibilidad de este niño de establecer una relación efectiva con los objetos en tanto
estructuras. Correlación que es importante aprehender.
Si resumimos ahora todo lo que describe Melanie Klein acerca de la actitud de este niño, el
punto significativo es simplemente éste: no dirige ningún llamado.
El llamado, les recomiendo retengan esta noción. Ustedes pensarán: Por supuesto, el Dr.
Lacan ya va a empezar otra vez con el lenguaje. Pero este niño ya tiene un sistema de
lenguaje suficiente. La prueba está en que juega con él. Incluso lo utiliza para dirigir un
juego de oposición contra los intentos de intrusión de los adultos. Por ejemplo, se
comporta en una forma que en el texto es denominada negativista. Cuando su madre le
propone una palabra que él es capaz de reproducir correctamente, la reproduce de modo
ininteligible, deformado, o inservible. Volvemos a encontrar aquí la distinción necesaria
entre negativismo y denegación, como nos ha recordado Hyppolite, demostrando así no
sólo su gran cultura, sino también que ha visto enfermos. Dick utiliza el lenguaje en forma
propiamente negativista.
En consecuencia, al introducir el llamado no introduzco indirectamente el lenguaje. Más
aún, diría que no sólo no es el lenguaje, sino que ni siquiera es un nivel superior al
lenguaje. Si se habla de niveles, estaría más bien por debajo del lenguaje.
No tienen más que observar un animal doméstico para ver cómo un ser desprovisto de
lenguaje es totalmente capaz de dirigir llamados; llamado para atraer la atención de
ustedes hacia algo que, en cierto sentido, le falta. Al llamado humano le está reservado un
desarrollo ulterior, más rico, precisamente porque se produce en un ser que ya adquirió el
nivel del lenguaje.
Esquematicemos.
Un tal Karl Bühler formuló una teoría del lenguaje, que no es la única ni la más completa,
pero en la que hay algo que no deja de presentar cierto interés: distingue tres etapas en el
lenguaje. Desgraciadamente las ubica mediante registros que no las tornan demasiado
comprensibles.
En primer lugar, el nivel del enunciado como tal, que está a un nivel casi de dato natural.
Me encuentro a nivel del enunciado cuando le digo a alguien la cosa más sencilla, por
ejemplo un Imperativo. Hay que situar en este nivel del enunciado todo lo concerniente a la
naturaleza del sujeto. Un oficial, un profesor, no daran sus órdenes con el mismo lenguaje
que un obrero o un contramaestre. Todo lo que aprendemos a nivel del enunciado, en su
estilo y hasta en sus entonaciones, se refiere a la naturaleza del sujeto.
En un imperativo cualquiera hay otro plano: el del llamado. Se trata del tono con el que se
dice este imperativo. El mismo texto puede tener valores completamente diferentes según
el tono empleado. El simple enunciado Deténgase puede tener según las circunstancias
valores de llamado completamente diferentes.
El tercer valor es el de la comunicación: aquello de lo que se trata, y su referencia al
conjunto de la situación.
Con Dick estamos a nivel del llamado. El llamado cobra su valor en el Interior del sistema
ya adquirido del lenguaje. Ahora bien, ocurre que este niño no pronuncia ningún llamado.
El sistema por el que el sujeto llega a situarse en el lenguaje está interrumpido a nivel de la
palabra. El lenguaje y la palabra no son lo mismo: este niño hasta cierto punto es dueño
del lenguaje, pero no habla. Es un sujeto que está allí y que, literalmente, no responde.
La palabra no le ha llegado. El lenguaje no se ha enlazado a su sistema imaginario, cuyo
registro es extremadamente pobre: valorización de los trenes, de las manijas de las
puertas, del lugar negro. Sus facultades, no de comunicación, sino de expresión están
limitadas a esto. Para él lo real y lo imaginario son equivalentes.
Melanie Klein debe entonces renunciar aquí a toda técnica. Tiene un material mínimo. Ni
siquiera dispone de juegos: este niño no juega. Cuando toma a veces el trenecito, no
juega, lo hace como si atravesase la atmósfera, como si fuese invisible, o más bien como
si, en cierto modo, todo le fuese invisible.
Melanie Klein no interpreta nada aquí, y tiene clara conciencia de ello. Parte-dice-de las
ideas que tiene, que son conocidas, acerca de lo que sucede en este estadio. Voy
directamente y le digo: Dick tren pequeñito, tren grande papátren.
Entonces, el niño se pone a jugar con su trenecito y le dice la palabra station o sea
estación. Momento crucial en el que se esboza la unión del lenguaje con el imaginario del
sujeto.
Melanie Klein le devuelve lo siguiente: La estación es mamá, Dick entrar en mamá. A partir
de ese momento todo se desencadena. Ella sólo hará este tipo de cosas, ninguna otra.
Rápidamente el niño progresa. Es un hecho.
¿Qué ha hecho Melanie Klein? Tan sólo aportar la verbalización. Ha simbolizado una
relación efectiva: la de un ser, nombrado, con otro ser. Ha enchapado la simbolización del
mito edípico, para llamarlo por su nombre. A partir de entonces, y después de una primera
ceremonia, que consistirá en refugiarse en el espacio negro para volver a tomar contacto
con el continente, la novedad surge para el niño.
El niño verbaliza un primer llamado: un llamado hablado. Solicita a su niñera, con quien
había entrado y a quien había dejado partir como si nada. Por primera vez, produce una
reacción de llamado que no es simplemente un llamado afectivo, mimado por todo el ser,
sino un llamado verbalizado que supone, entonces, una respuesta. Se trata de una
primera comunicación, en el sentido propio, técnico, del término.
Luego las cosas se desenvuelven hasta el punto en que Melanie Klein hace intervenir los
otros elementos de la situación, ahora organizada; incluso el padre desempeña su papel.
Fuera de las sesionesdice Melanie Klein-las relaciones del niño se desarrollan en el plano
del Edipo. El niño simboliza la realidad que lo rodea a partir de ese núcleo, de esa
pequeña célula palpitante de simbolismo que le ha dado Melanie Klein.
Es lo que ella más tarde llama: haber abierto las puertas de su inconsciente.
¿Acaso Melanie Klein ha hecho algo que evidencie la más mínima aprehensión de no sé
qué proceso que sería, en el sujeto, su inconsciente? Por hábito, lo admite de entrada.
Vuelvan a leer toda la observación y encontrarán allí una manifestación sensacional de la
fórmula que siempre repito: el inconsciente es el discurso del otro.
Este es un caso donde esta fórmula es absolutamente evidente. No hay en el sujeto
ningún tipo de inconsciente. Es el discurso de Melanie Klein el que injerta brutalmente, en
la inercia yoica inicial del niño, las primeras simbolizaciones de la situación edípica.
Melanie Klein siempre procede así con sus sujetos, más o menos implícitamente, más o
menos arbitrariamente.
En el caso dramático de este sujeto que no ha accedido a la realidad humana porque no
hace ningún llamado, ¿cuáles son los efectos de las simbolizaciones introducidas por la
terapeuta? Ellas determinan una posición inicial a partir de la cual el sujeto puede hacer
jugar lo imaginario y lo real, y conquistar así su desarrollo. El niño se precipita en una serie
de equivalencias, en un sistema donde los objetos se sustituyen unos a otros. Recorre
toda una serie de ecuaciones que le hacen pasar de ese intervalo entre los dos batientes
de la puerta, adonde iba a refugiarse como si fuera el negro absoluto del continente total, a
objetos que lo sustituyen; la palangana de agua por ejemplo. Despliega y articula así todo
su mundo. Pasará luego de la palangana al radiador eléctrico, a objetos más y más
elaborados. Accede a contenidos cada vez más ricos, y también a la posibilidad de definir
el contenido y el no-contenido.
¿Por qué hablar en este caso de desarrollo del ego? Esto es confundir como siempre ego
y sujeto.
El desarrollo sólo se produce en la medida en que el sujeto se integra al sistema simbólico,
se ejercita en él, se afirma a través del ejercicio de una palabra verdadera. Notarán que ni
siquiera es necesario que esta palabra sea la suya. En la pareja momentáneamente
formada por la terapeuta y el sujeto, aún cuando su forma sea mínimamente afectiva,
puede producirse una palabra verdadera. Sin duda no cualquier palabra: en esto radica la
virtud de la situación simbólica del Edipo.
Verdaderamente ésta es la llave, llave en verdad pequeña. Ya les señalé que muy
probablemente existía un manojo de llaves. Tal vez un día de estos dé una conferencia
acerca de lo que nos enseña, en este sentido, el mito de los primitivos: no diré de los más
primitivos, pues no son menos, y conocen acerca de esto mucho más que nosotros.
Cuando estudiamos una mitología, por ejemplo la que quizá va a ser publicada sobre una
población sudanesa, vemos que el complejo de Edipo no es para ellos más que una
tontería. Es apenas un detalito de un inmenso mito. El mito permite confrontar una serie de
relaciones entre los sujetos de tal riqueza y complejidad que, en comparación, el Edipo
parece una versión hasta tal punto abreviada que, finalmente, puede llegar a resultar
inservible.
Pero qué importa. Hasta ahora, nosotros, analistas, nos hemos conformado con él.
Ciertamente, intentamos elaborarlo un poco, pero más bien tímidamente. Nos sentimos
siempre horriblemente embarullados pues distinguimos mal entre imaginario, simbólico y
real.
Quiero ahora señalarles lo siguiente. Cuando Melanie Klein le transmite el esquema del
Edipo, la relación imaginaria que vive el sujeto, aunque extremadamente pobre, es ya
suficientemente compleja como para que pueda afirmarse que el niño tiene su mundo
propio. Pero, para nosotros, este real primitivo es literalmente inefable. Mientras no nos
diga algo acerca de él, no tenemos ningún medio para penetrarlo, salvo mediante
extrapolaciones simbólicas que constituyen la ambigüedad de todos los sistemas como el
de M. Klein; ella nos dice, por ejemplo, que en el interior del imperio materno, el sujeto está
allí con todos sus hermanos, incluyendo también el pene del padre, etc. ¿En serio ?
No importa, porque podemos captar en todo caso cómo este mundo se pone en
movimiento, cómo imaginario y real comienzan a estructurarse, cómo se desarrollan las
cargas sucesivas que delimitan la variedad de los objetos humanos, es decir nombrables.
Todo este proceso encuentra su punto de partida en este primer fresco constituido por una
palabra significativa, que formula una estructura fundamental que, en la ley de la palabra,
humaniza al hombre.
¿Cómo decirlo aún de otro modo? Pregúntense ustedes qué representa el llamado en el
campo de la palabra. Pues bien, es la posibilidad de la negativa. Digo la posibilidad. El
llamado no implica la negativa, no implica ninguna dicotomía, ninguna bipartición. Pero
pueden comprobar que es en el instante en que se produce el llamado cuando se
establecen en el sujeto las relaciones de dependencia. Recibirá a partir de entonces a su
niñera con los brazos abiertos, y se esconderá adrede detrás de la puerta; manifestará
súbitamente ante Melanie Klein la necesidad de contar con un compañero en ese rincón
reducido que fue a ocupar por un momento. Luego vendrá la dependencia.
En esta observación pueden ver entonces jugar en el niño, independientemente, la serie
de relaciones pre-verbales y post-verbales. Perciben que el mundo exterior-lo que
llamamos el mundo real, no es más que un mundo humanizado, simbolizado, constituido
por la trascendencia introducida por el símbolo en la realidad primitiva-sólo puede
constituirse cuando se han producido, en el lugar adecuado, una serie de encuentros.
Estas posiciones pertenecen al mismo orden que las que, en mi esquema, hacen que
determinada estructuración de la situación dependa de determinada posición del ojo.
Volveré a utilizar este esquema. Hoy sólo quise introducir un ramillete, pero se puede
introducir el otro.
A partir del caso de Dick, y utilizando las categorías de lo real, lo simbólico y lo imaginario,
demostré cómo es posible que un sujeto que dispone de todos los elementos del lenguaje,
que tiene la posibilidad de realizar desplazamientos imaginarios que le permitirían
estructurar su mundo, no estuviese en lo real. ¿Por qué no lo está? Unicamente porque las
cosas no han aparecido en cierto orden. La figura en su conjunto está dislocada. Imposible
darle a ese conjunto el más mínimo desarrollo.
¿Se trata acaso de desarrollo del ego? Vuelvan al texto de Melanie Klein. Ella dice que el
ego se ha desarrollado demasiado precozmente, de modo tal que el niño mantiene una
relación demasiado real con la realidad porque lo imaginario no puede introducirse; luego,
en la segunda parte de su frase, dice que es el ego quien detiene el desarrollo. Esto quiere
decir, sencillamente, que no puede utilizarse, en forma valedera, el ego como aparato en
la estructuración del mundo exterior. Por una sencilla razón: dada la mala posición del ojo,
el ego pura y simplemente no aparece.
Supongamos que el florero sea virtual. El florero no aparece y el sujeto permanece en una
realidad reducida, con un bagaje imaginario también reducido.
Deben comprender cuál es el resorte de esta observación: la virtud de la palabra, en tanto
el acto de la palabra es un funcionamiento coordinado con un sistema simbólico ya
establecido, típico y significativo. .
Esto merecería que ustedes formulasen preguntas, que volvieran a leer el texto, que
manejasen también este pequeño esquema para ver por su propia cuenta de qué modo
les puede ser útil.
Lo que ofrecí hoy es una elaboración teórica que se mantiene próxima a los problemas
planteados por la señorita Gélinier la última vez. Anuncio el título de la próxima sesión que
tendrá lugar dentro de quince días: La transferencia en los distintos niveles donde es
preciso estudiarla.