Psicología evolutiva psicoanalítica: La psicología genética del psicoanálisis
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Los trabajos de la psicología evolutiva de las últimas décadas sobre el desarrollo de las capacidades simbólicas a partir del nacimiento han venido a mostrar una idea de neonato muy diferente a la que había antes. Especialmente los trabajos del interaccionismo simbólico por un lado y por otro los referidos al desarrollo de la intersubjetividad a través del concepto de Teoría de la Mente (Rivière y Núñez, 1996). En todos esos estudios, lo que se muestra es un neonato que desde el primer momento es un ser social, preparado genéticamente para entrar en contacto con sus congéneres, marcado por la relación interpersonal con los otros desde el comienzo, a través de la cual va a estructurar su propio psiquismo y su manera de estar en relación con los otros el resto de la vida. En todos estos trabajos se resalta la importancia de la interacción normal, o exitosa, y hacen incapié en la participación activa de la madre para dar significados, completar las acciones del hijo, estar pendiente de lo que pasa por la mente del bebé, adaptarse a él e introducirse en sus ritmos.
En principio estos desarrollos vienen a apoyar planteamientos generales con los que el psicoanálisis siempre ha trabajado. La confluencia entre psicología genética y psicoanálisis consiste en la importancia de la relación con las personas significativas para el desarrollo simbólico o cognitivo, la especial motivación para la relación humana en el niño desde el principio de la vida, la importancia de la función materna y el papel del propio mundo simbólico del progenitor en la génesis del psiquismo del niño, con su atribución de significados que provienen de sus propias representaciones y expectativas.
Por otra parte, las investigaciones sobre la memoria procedimental muestran que ésta se desarrolla desde el principio del nacimiento, con lo cual aunque no haya recuerdo episódico de las primeras experiencias hasta pasados los primeros años, se corrobora el planteamiento psicoanalítico de que las primeras experiencias interpersonales marcan la personalidad y el modo específico de interacción posterior. Las memorias no declarativas están implicadas en fenómenos como la transmisión de estados emocionales entre madres y bebés mucho antes de existir lenguaje o desarrollo simbólico, lo que a su vez condiciona el propio proceso de desarrollo (Stern y otros, 1998; Lyonn- Ruth, 2000)
La teoría de Freud partía de una concepción del infante humano centrada en sí mismo, así como de la fuerza pulsional como bagaje innato. Freud, al igual que Piaget, tenía un modelo de psiquismo infantil «de dentro a fuera» y el bebé pasaba por una etapa de narcisismo y autoerotismo antes de dirigir su libido hacia el otro. Pero el psicoanálisis posterior fue haciendo cada vez más aportaciones que implicaban un cambio de enfoque. Ya en 1944, Fairbairn (citado por Bleichmar y Leiberman, 1989) planteó que el infante no busca al otro para satisfacer una necesidad fisiológica, sino que hay una necesidad directa, previa, del otro, y es en esa relación donde se modulan las pulsiones. A partir de ahí, la literatura psicoanalítica ha sido rica en aportaciones sobre funciones específicas que el otro significativo tiene en el desarrollo del psiquismo incipiente del bebé.
Sin embargo, aquí termina la zona de confluencia. Las teorías genéticas del psicoanálisis son el área más especulativa y menos compartida por los propios psicoanalistas. Poner en relación ambas aproximaciones -psicología evolutiva y psicoanálisis- ha hecho necesaria una revisión de muchos supuestos clásicos de este último (Díaz-Benjumea, 2001).
Efectivamente, la psicología evolutiva psicoanalítica es la que peor resiste el paso del tiempo. Como señaló Stern (1985), se basó en un enfoque patomórfico, frente al enfoque normativo característico de la psicología evolutiva. Los psicoanalistas se enfrentaban a un cuadro clínico e intentaban explicarlo retrocediendo en el tiempo y elaborando una hipótesis sobre una fase normal a partir de dicho cuadro. Por el contrario, un enfoque normativo no comienza el estudio a partir de la patología sino de la normalidad. El enfoque psicoanalítico es además adultomórfico, frente al prospectivo de la psicología evolutiva, en tanto se estudia directamente al niño para inferir su subjetividad y no se hace a través del adulto.
Estos cambios de enfoque cambian la visión del desarrollo, apartando al psicoanálisis de un cierto inmovilismo, a la vez que rescata todas sus intuiciones y aportaciones. Es lo que de hecho hace Stern (1985, 1995) en sus investigaciones directas con niños y padres, en las que combina el método experimental con el psicoanalítico. Por una parte observa directamente la interacción entre padres e hijos y analiza grabaciones en las que pueden estudiarse las reacciones en fracciones de segundos; por otra parte, por su calidad de psicoanalista, se diferencia de otros investigadores evolutivos en que se sitúa dentro del mundo interior del sujeto, en este caso el bebé y sus padres, intentando comprender qué pueden estar sintiendo en cada momento de esa interacción.
Por otro lado hay que tener en cuenta que, si bien en la practica muchos autores siguen manejando términos clásicos, en muchos casos no se les da ya a estos términos el significado original que tenían en el marco teórico en que fueron creados, quedando ya tan sólo un significado metafórico sin ninguna implicación con las suposiciones sobre el
desarrollo que el autor que los creó tuvo en mente. Por ejemplo, se puede utilizar en la jerga psicoanalítica la expresión «personalidad oral» para referirse a una personalidad dependiente sin que esto implique en el que usa esta expresión comparta la visión evolutiva en la que ésta se creo -la fijación a una etapa del desarrollo de la libido, etc.
De modo que lo más importante a hacer en el psicoanálisis no sólo es la revisión de las teorías clásicas, sino el acuerdo entre los autores en ir diferenciando en los historiales clínicos y en las publicaciones teóricas el significado de sus propios términos, y aclarando lo que son interpretaciones basadas en datos observables o por otro lado reconstrucciones genéticas. Y esto porque éstas implican una serie de supuestos que hoy día no son de aceptación generalizada dentro de esta misma disciplina. Quizá uno de los problemas mayores que tiene el psicoanálisis para integrarse en la psicología como una rama más del conocimiento es hacer esa reestructuración interna, que supone un esfuerzo de rigurosidad terminológica. Los psicoanalistas no están acostumbrados a dirigirse al mundo de fuera, sus publicaciones han estado por tanto viciadas por la presuposición de creencias compartidas.
En este sentido, es valiosa la propuesta de Spence (1982) de naturalizar los historiales clínicos, refiriéndose al hecho de que para hacer nuestro trabajo asequible al mundo es necesario incluir explicaciones pormenorizadas de qué nos ha hecho interpretar cada situación de la manera que lo hicimos.