Desarrollo del Psicoanálisis y la obra Freudiana

La Libertad
En oposicion a Freud y a muchos de sus seguidores, que afirman que el hombre no es libre en ninguno de sus actos, porque detrás de cada uno de ellos un mundo desconocido de mecanismos que lo determinan, la visión cristiana supone la existencia de una libertad interior o de querer, que puede ser definida como el poder que tiene el hombre de hacer o no hacer esto o aquello; no hay determinación alguna ni siquiera desde dentro.
Esta libertad psicalógica o de elección no se da sin otro tipo de libertad: la que nos lleva a dominar nuestros instintos y pasiones (recordemos que la libertad es, a la vez, don y tarea).

Cultura y sociedad
La cultura es un conjunto de invenciones materiales y de los comportamientos, mediante los cuales una sociedad determinada resuelve los problemas comunes a todos los hombres y los suyos peculiares, de una forma que hace la vida mas eficiente, satisfactoria y a la vez inteligible, al par que asegura la continuidad y buen funcionamiento de las diversas comunidades.
La cultura incluye las instituciones sociales y religiosas, los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, las costumbres, y cualquier otra capacidad adquirido por el hombre como miembro de la sociedad.
La cultura humana para Freud presenta dos aspectos: 1) el del saber y el del poder conquistado por el hombre para dominar la naturaleza; 2) el de las organizaciones necesarias para regular las relaciones entre los hombres. Estos dos aspectos están íntimamente ligados entre sí.
El papel de las instituciones ha de ser, no sólo estar atentas a la distribución de bienes naturales, sino también defender a la cultura de los impulsos hostiles de los hombres. Debemos tener en cuenta que los hombres “…integran tendencias destructoras – antisociales y anticulturales – que en gran número son bastantes poderosas para determinar su conducta en la sociedad”. ( Freud, Sigmund: El porvenir de una ilusión. Ed. Biblioteca Nueva, Obras Completas, tomo III, Pág. 2962).
Luego, Freud pasa de lo material a lo anímico y se pregunta “…si es posible disminuir y en qué medida los sacrificios impuestos a los hombres en relación a la renuncia a la satisfacción de sus instintos…”. ( Freud, Sigmund: El porvenir de una ilusión. Ed. Biblioteca Nueva, Obras Completas, tomo III, Pág. 2963).
Toda la obra freudiana plantea la cultura en términos de renuncia a la satisfacción de los instintos: “ Vivir en sociedad siempre implicará un mínimo de represiones”. ( Fullat, O.: Filosofía de la educación. Ed. CEAC, Barcelona 1983, Pág. 279).
La función capital de la cultura es defendernos de la magnitud, crueldad e inexorabilidad de la naturaleza y reposa en una imposición coercitiva del trabajo y la renuncia a los instintos provocando la hostilidad de aquellos sobre los que cae dicha exigencia. En consecuencia, los medios necesarios para defender la cultura son los medios de coerción y los conducentes a reconciliar al hombre con la sociedad; estos últimos están relacionados con el patrimonio espiritual.
En lo referente a los procesos anímicos, dice Freud que a lo largo de nuestra evolución, por la acción de una instancia psíquica, el Superyo se transforma en coerción interna. “Este proceso hace del niño un ser moral y social”. (Freud, Sigmund: El Porvenir de una ilusión. Ed. Biblioteca Nueva, Obras Completas, tomo III, Pág. 2965).
El factor cultural psicológico más valioso será el Superyo, su robustecimiento, del cual ha de depender el dejar de ser adversario de la civilización.

Valores
Los valores se nos presentan con una marca de origen: son “necesarios”. Son imprescindibles para que se realice la aspiración profunda de nuestra condición humana. Son necesarios y no son una sobre estructura. Sino tan originales como la necesidad y el deseo.
¿Dónde están los valores?. Tenemos que admitir que los valores no se inventan, porque, precisamente, rechazan toda forma de arbitrariedad.
Los valores “se descubren”. Se nos impone a la lucha profunda de nuestro ser. Se nos aparecen. Porque de alguna manera están ahí, en la realidad. En la trama de la realidad.
Son la clave de la vida humana.
Sólo nos queda aceptarlos o rechazarlos.
Existencializarlos en nuestra vida personal. Pero nunca inventarlos o crearlos.
Y esto es así porque se nos presentan como “necesarios”. Sin ellos se desvirtúa la vida humana. A mediano o largo plazo pierde su sentido. Porque cuando nada vale tanto como para atraernos y motivar nuestra entrega, quedamos atrapados en el presente.
Entre los bienes espirituales de una civilización están sus ideales (valores) que determinan en ella cuales son los rendimientos más elevados que deben esperarse. La satisfacción que los ideales dan a los hombres es de naturaleza narcisista y tienen que ver con el orgullo del rendimiento obtenido.
En consecuencia, en esta visión no tiene cabida el cultivo de la voluntad, de la inteligencia, de la libertad y de la responsabilidad como valores. En cambio, en la tercera escuela vienesa de psiquiatría (análisis existencial) cuya máximo representante es Viktor Frankl, libertad y responsabilidad son valores fundamentales sobre los cuales se edifica la persona y sin esta concepción la vida en sí misma es un valor, Freud nos dice al respecto: “Para el individuo la vida es difícil de soportar”. ( Freud, Sigmund: El porvenir de una ilusión. Ed. Biblioteca Nueva, Obras Completas, tomo III, Pág. 2968).

La acción comunicativa y los valores
Los valores no se identifican sin más con los fines de las diversas acciones o técnicas educativas. Si, por fin, se entiende la meta hacia la que se ordena una determinada metodología de acción utilitaria, habría que hablar más bien de objetivos, más o menos abarcadores y jerarquizados en su importancia. Pero el valor, presente en la acción y en el objetivo que esta persigue, va más allá de ambos, en cuanto que abre la acción a un ideal que no se agota en la meta particular establecida.
Su finalismo es tal en la medida en que supera la simple relación entre medios y fines. Está como embarcado en otra dimensión: la de lograr una comunicación intersubjetiva más plena y mejor lograda. La imposibilidad de agotarse en un objetivo depende de la misma imposibilidad de objetivar la relación intersubjetiva.
Y allí surge un acuerdo fundamental, aunque no total, con la distinción de J. Habermas entre acciones comunicativas y “acción respecto a fines” (o sea, acción instrumental).
Esta última, llevada a su extremo, sentido literal y aplicada a la educación, engendra un tipo de eficiencia que no sólo instrumentaliza contenidos y cultura, sometiéndolos a la ideología o al éxito político, sino que se transfunde, a la sociedad que se educa, el sello del poder, el dominio, el control, de la técnica transformada en razón de ser de las cosas.
Si la educación ha de ser acción comunicativa no significa esto que la alternativa haya de ser el rechazo de toda mediación y de toda técnica de acción instrumental.
El núcleo del problema reside en orientar estos fines o metas a la comunicación intersubjetiva, que incluye tanto la capacidad de inserción social del sujeto como las vivencias mas personales de solidaridad y amor. Es tender a que la mecánica de lo técnico desemboque en un mundo humano, en un intercambio más vivo entre sociedad, cultura y personas concretas.
Es abstracto y utópico pensar en una separación total entre ambos aspectos de la acción y el lenguaje. Todos los seres humanos utilizan y viven ambos aspectos en su mundo concreto. No es conveniente que todo sea igualmente comunicativo, pues, para la eficiencia de algunas tareas y en algunos niveles de valores (por ejemplo, lo económico), es preciso que prime la racionalización de la acción instrumental. Pero una civilización, y por consiguiente, una educación que sumerja la capacidad comunicativa en el aparato tecnológico, en lugar de servirse de él, sacrifica el rasgo más personal y humano de la vida y debe, por consiguiente, reducir la rica gama de lo afectivo al mero consumo hedonista del bienestar.
Orientar la educación a los valores es, por lo tanto, buscar que la persona logre su madurez en la vida social, en la capacidad de convivir y de aportar trabajo y crecimiento a sus semejantes, al abrirse al ámbito moral y trascendente de la vida.