1) Escribo esto para comenzar, para evitar escribirlo incorrecta o incompletamente cuando deba referirme a él. Espero, al menos, poder esclarecer el conjunto de esas tres formas desde aquí hasta el fin de nuestro discurso de hoy.
2) Para retomar las cosas, un poquito donde las he dejado la última vez, he podido constatar —no sin satisfacción— que algunos de mis propósitos no habían sido sin provocar alguna emoción, especialmente para los que parecía que yo había podido endosar opiniones de tal o cual psicoanalista femenino, que había creído deber avanzar esta opinión de que ciertos análisis de mujeres no dan para ser llevados hasta su término.
Por la razón, por ejemplo de que el progreso mismo del análisis podría, a dichos sujetos en análisis privarlos hasta cierto punto de lo que los sostiene, de sus relaciones propiamente sexuales: quiero decir, que la continuación o el avance del análisis podría amenazar un cierto goce conquistado y adquirido. A continuación de lo cual, se me ha preguntado si yo endosaría esta fórmula, a saber, si el analista debía en efecto detenerse en un cierto punto, por las razones que serían situadas, de alguna manera, fuera de la ley de su progreso mismo.
3) Yo respondería a eso que todo depende de lo que se considere como siendo el extremo del análisis, no su extremo interno sino más bien eso, que lo regula, si se puede decir, teóricamente. Es bien cierto que una respectiva del análisis que es aquella de un ajuste a la realidad, ese ajuste a la realidad siendo considerado como algo que está implicado en la noción misma del desarrollo del análisis; quiero decir, que estaría dado en la condición del hombre o de la mujer que una plena elucidación de esta condición, de conducirlo obligatoriamente a una adaptación en alguna manera preformada, armoniosa. Es una hipótesis, y una hipótesis que en verdad nada en la experiencia viene a justificar. Dicho de otro modo, para encender mi linterna y emplear los términos que son aquellos mismos que volverán hoy, esta vez en un sentido totalmente concreto, ya que se trata de la mujer y, en verdad está allí un punto totalmente sensible de la teoría analítica, aquel de su desarrollo, de su adaptación propia a un cierto orden, y seguramente que es del orden humano. No aparece enseguida muy seguro que convenga, para lo que es la mujer, no confundir eso que ella desea, —doy a ese término «desear» su sentido pleno—, con eso que demanda; no confundir más eso que ella demanda con eso que quiere, en el sentido que se ha dicho que eso que la mujer quiere, ¿Dios lo quiere?.
4) Estos simples recordatorios, si no de evidencia al menos de experiencia, pueden estar destinados a mostrar que la pregunta que se le plantea de saber, eso de lo que se trata de realizar en el análisis, no es algo que sea simple.
5) La última vez, si esto ha venido de algún modo lateralmente en nuestro discurso, ése del cual hablamos, es al que yo desearía llevarlos, ése sobre el cual voy a llevarlos hoy para dar de él una fórmula más generalizada, y que me servirá, a continuación, de mojón en la crítica de las identificaciones fundamentales, normativas, precisamente del hombre y de la mujer, eso a lo cual los he llevado a la última vez; sería una primera captación sobre eso que debemos considerar como siendo esa suerte de identificación que produce al Ideal del yo; el Ideal del yo en tanto que es el punto de salida, el punto pivote, el punto de culminación, (abutissement) de esta crisis del Edipo alrededor de la cual se ha iniciado la experiencia analítica, y alrededor de la cual no deja de girar, aún cuando ella toma posiciones cada vez más centrífugas. Y he insistido sobre algo que podría decirse de este modo: que toda identificación del tipo de la identificación al Ideal del yo, sería una cierta puesta en relación (rapport) del sujeto con ciertos significantes en el otro, eso que he llamado insignias; y esa relación (rappot) vendría en suma a insertarse ella misma sobre otro deseo que sobre un otro deseo, más que sobre el deseo que había confortado los dos términos del sujeto y del otro, en tanto que el es portador de esas insignias.
6) He aquí, vistos de más cerca, a qué se resumía eso, eso que, bien entendido, no satisface a todo el mundo, aunque hablando de tal o tal yo no había dado como referencia más que eso. ¿No ven ustedes, por ejemplo, algo que, por otro lado está indicando como un hecho en el primer plano por Freud del mismo modo que por todos los autores, que es en la medida que una mujer hace una identificación a su padre que en sus relaciones (rapports) con su marido ella le hace todas las quejas (grief) que ella había hecho a su madre?
He aquí algo de lo cual no se trata simplemente de fascinarse sobre este ejemplo; hay, bien entendido, otras formas bajo las cuales retomaremos la misma fórmula. Pero, he aquí algo ejemplar, que ilustra eso que vengo de decirles: es en la medida en que la identificación es hecha por asunción de ciertos signos, de significantes carácterísticos de las relaciones (rapport) de un sujeto con otro, que eso viene a recubrir e implica el ascenso al primer plano de las relaciones de deseo entre ese sujeto y un tercero .ustedes re-encuentran la S, sujeto, la A mayúscula, la minúscula. Aquí poco importa. Lo importante en que ellas sean dos.
8) Partamos nuevamente de esta observación a la cual trato de llevarlos, que es algo de lo cual se podría decir que ella participa de la máxima de La Rochefocauld, concerniente a las cosas que no se sabría mirar de frente: el sol y la muerte. En el análisis hay cosas como esas. Es muy curioso que sea justamente al punto central del análisis al que se mira de más en más oblicuamente, y que se lo mira por la intermediación de anteojos de binoculares teóricos de más en más lejanos. El complejo de castración es de aquéllos.
9) Observen lo que pasa, y eso que ha pasado desde las primeras aprehensiones que Freud ha tenido. Había allí algo de eje, algo de esencial, en la formación del sujeto, o sea esa cosa extraña — es necesario decirlo, y que no se la había jamás promovido hasta ese momento, jamás articulado — que en la formación del sujeto, no es ese algo alrededor de una amenaza completamente precisa, particularizada, paradoja, arcaica, hasta provocadora del horror, para hablar propiamente; y un momento decisivo, sin duda patógeno, pero también normativo, gira alrededor de una amenaza que no está allí totalmente sola, que no está allí aislada; que es coherente con esa relación que se llama la relación edípica entre el sujeto, el padre, la madre; el padre haciendo aquí oficio de portador de la amenaza; la madre, objeto del punto de mira de un deseo, él mismo profundamente escondido.
10) Ustedes reencuentran allí, totalmente, el origen, eso de lo que se trata, precisamente de elucidar. Es que, en esa relación tercera, donde va a producirse la asunción de esas relaciones a ciertas insignias ya indicadas en suma en ese complejo de castración, pero de un modo enigmático, ya que de alguna manera esas insignias son ellas mismas puestas en relación con el sujeto en una relación singular (rapport), ellas están, —digamos— amenazadas, y al mismo tiempo son ellas, asimismo, las que él trata de recoger, de recibir; y eso, en una relación de deseo concerniente a un tercer término que es aquél de la madre.
11) Al comienzo es esto que encontramos, y cuando hemos dicho esto, estamos precisamente delante de un enigma, delante de algo que es articular, de ahí en adelante por los practicantes. Tenemos esa relación compleja por definición y por esencia, compleja de asir, compleja para articular, y la reencontramos en la vida de nuestro sujeto.
12) ¿Qué vamos a encontrar? Mil formas, mil reflexiones, una suerte de dispersión de imagenes, de relaciones fundamentales, para permitirnos, en eso, asir todas las incidencias, todos los reflejos psicológicos, todas las múltiples tareas psicológicas que son cargadas en la experiencia del sujeto neurótico. ¿Y ahora qué pasa allí?
Ocurre ese fenómeno que yo llamaría aquel de la motivación psicologizante, que hará que, para investigar en el individuo, en el sujeto mismo, el origen, el sentido de éste temor de la castración, arribemos a una serie de desplazamientos, de transposiciones en la articulación de éste temor de la castración que hace poco menos —voy a resumir— que escalonarse así esta marca de la castración que está desde el comienzo en relación con el objeto del padre, el temor del padre. Somos, desde el comienzo llevados a considerarlo en su incidencia, y a apercibirnos de su relación con una tendencia, con un deseo del sujeto, aquél de su integridad corporal. Y es alrededor de la noción del temor narcisístico, que aquél del temor de la castración va a ser promovido. Pues, continuando siempre en una línea que es forzosamente genética, es decir, que remonta a los orígenes, a partir del momento cuando buscamos en el individuo mismo la génesis de eso que a continuación se desenvuelve, encontramos promovido, puesto en primer plano —porque se tiene siempre material sobre la clínica para asir las encarnaciones, si se puede decir, de un cierto efecto—, encontramos el temor del órgano femenino de un modo, por otro lado, ambigüo, ora lo que sea que deviene la fuente de la amenaza contra el órgano incriminado; ora al contrario, que él sea modelo de la desaparición de éste órgano.
14) Más lejos vamos a encontrar en el origen del temor de castración, por un retroceso simple más grande, —donde ustedes van a verlo, en último término me parece totalmente shockeante y singular en su alcance—, es que eso que va a ser temor, temor ante castración, en último término, es el término al cual hemos llegado progresivamente — y no les haré hoy la lista de los autores que encontramos, pero por lo último ustedes saben que está Melanie Klein. Eso que está en el origen del temor a la castración, es el falo mismo que está escondido al fondo del órgano materno, que para el niño es percibido desde los mismos orígenes como el falo paterno, como teniendo su fuente en el interior del cuerpo materno. Es él el que es temido por el niño, por el sujeto. Y crean ya suficientemente shockeante verse aparecer de alguna suerte en espejo, en frente a ese órgano amenazado, a ese órgano amenazante, de un modo, —yo diría—, de más en más mítico, a medida que es más alejado (reculé) Pero allí, para que el último paso sea franqueado, es necesario, en suma, que el órgano paterno en el interior del sexo materno, sea considerado como amenazante; es porque el sujeto mismo, de eso ha hecho — en las fuentes de eso que se llama sus tendencias agresivas primordiales, sus tendencias sádicas primordiales —; de ello ha hecho el arma ideal. y todo vuelve en último término, a una suerte de puro reflejo del órgano fálico, estando considerado como soporte de una tendencia primitiva, que es aquella de la pura y simple agresión, el complejo de castración aislándose en suma, reduciéndose al aislamiento de una pulsión agresiva primordial parcial, parece al mismo tiempo, y desde entonces desconectada. Y en efecto es notable todo el esfuerzo de los autores, eso en lo que ellos se han tomado el más grande trabajo a partir de ese momento para reintegrar, lo que concierne al complejo de castración en su contexto de complejo, es decir de aquello de donde ha comenzado, ha partido, que profundamente motiva su carácter central en la economía subjetiva de la cual se trataría en el origen de la exploración de las neurosis y, bien entendido, se sabe a qué esfuerzo los autores serían conducidos para restituir, al menos, para resituar en su lugar, que aparece en fin de cuentas, en suma, cuando miramos las cosas como siendo un puro y simple y vano giro de sí mismo de un sistema, de un conjunto de conceptos: pues en fin de cuentas, si examinamos atentamente la economía de eso que Melanie Kein articula como lo que pasa a nivel de este Edipo precoz —ése que es aún algo, que en una suerte de contradicción en sus términos—; es un modo de decir el Edipo antes que ninguno de los personajes del Edipo haya aparecido. Encontramos simplemente articulados en los significantes interpretativos de los cuales éste se sirve para darle un nombre a esas pulsaciones que ella encuentra, o que cree encontrar en el último término en el niño: es que ella implica en sus propios significantes, exactamente toda la dialéctica de la cual se trata en el origen, o sea la pregunta de la cual se trata y que es necesario retomar al comienzo y en su esencia, que es la siguiente:
15) Si la castración tiene ese carácter esencial, si nosotros la tomamos en la medida en que ella está promovida por la experiencia y la teoría analítica y por Freud, así desde su comienzo, sabemos ahora ver lo que ella quiere decir.
16) Antes de ser temor, antes de ser vida, antes de ser psicologizable: ¿Qué es lo que ella quiere decir?.
17) La castración, no es una castración real. Esta castración está ligada —nos ha dicho— a un deseo. Ella está también ligada a la evolución, al progreso, a la maduración del deseo en el sujeto humano. Si ella es castración es muy cierto, por otra parte, que el lazo a ese órgano —tan difícil por otro lado en la noción de complejo de castración, de centrar bien, pues a menudo se ha hecho remarcar qué es lo que eso quiere decir—, eso no es una castración dirigiéndose a los órganos genitales de su conjunto —por eso es, por otro lado que la mujer ella no toma el aspecto de una amenaza contra los órganos genitales femeninos en tanto tales, sino que en tanto otra cosa, justamente, en tanto que falo—. Igualmente en el hombre se ha podido legítimamente plantear la cuestión de saber si sería necesario, en esta noción de complejo de castración, aislar el pene como tal, o si allí incluir el pene y los testículos. En verdad, bien entendido, es precisamente lo que designa que eso de lo cual se trata es otra cosa que esto o aquello, es algo que tiene una cierta relación (rapport) con los órganos, pero una cierta relación (rapport) cuyo carácter justamente significante ya desde los orígenes no deja duda, y es ese carácter significante el que domina.
18) Digamos que al menos un mínimo debe ser retenido en eso que es en su esencia el complejo de castración, la relación (rapport) de un deseo por un lado, con por otro lado, eso que yo llamaría en esta ocasión una marca (marque) .
19) Para que el deseo, —nos dicen la experiencia freudiana y la teoría analítica— atraviese felizmente cierta fase y llegue a la madurez, es necesario que algo tan problemático para situar como el falo, sea marcado de ese algo que hace que él no está mantenido, conservado, sino en la medida en que ha atravesado la amenaza de castración propiamente dicha; y eso de ser mantenido como el mínimo esencial más allá del cual partimos en las sinonimias, en los deslizamientos, en las equivalencias, partimos también, en el mismo golpe, en las oscuridades.
20) Literalmente ya no sabemos lo que decimos sino retenemos esas carácterísticas como esenciales: ¿y no sería mejor de entrada y ante todo dirigirse hacia la relación de esos dos polos, se dice del deseo a la marca, antes de intentar ir a buscarlo en las diversas maneras en que para el sujeto se encarna en la razón de una ligazón que ha partido desde el momento en que abandonamos ese punto de partida, va a devenir de más en más problemática y rápidamente de más en más eludida.
21) Insisto sobre ese carácter, ese carácter de marca que tiene por otro lado en todas las otras manifestaciones analíticas, interpretativas, significativas, y ciertamente en todo eso que él encarna ceremonialmente, ritualmente, sociológicamente; ese carácter de ser el signo de todo aquello que soporta esta relación castratoria de la cual hemos comenzado a percibir la emergencia antropológica con la intermediación del análisis.
22) No olvidemos hasta allí los signos, las encarnaciones religiosas, por ejemplo donde reconocemos ese complejo de castración, la circuncisión por ejemplo, para llamarla por su nombre; o aún tal o tal forma de inscripción, de marca, en los ritos de la pubertad, de tatuaje, de todo eso que produce las marcas impresas sobre el sujeto, en una ligazón con una cierta fase que, de un modo no ambigüo se presenta como una fase de acceso a un cierto nivel, a un cierto piso del deseo. Todo eso se presenta siempre como marca e impresión.
23) Y ustedes me dirán: bien, aquí estamos. La marca: no es difícil encontrarla. Ya en la experiencia, cuando se tiene una majada, cada pastor tiene su marquita como modo de distinguir ovejas, de aquellas de los otros, y no es una observación tan tonta. Hay una cierta relación, no se trataría más que de eso. Es que, en todo caso ahí encontraríamos ya que la marca se presenta siempre en una cierta trascendencia por relación a la constitución de la majada.
24) ¿Es que ella debe sernos suficiente? En verdad, en cierto modo, por ejemplo, la circuncisión, se presenta como constituyendo una cierta tropa, la tropa de los elegidos de los hijos de Dios.
25) ¿Es que no hacemos allí más que encontrar eso? Seguramente no. Eso que la experiencia analítica y eso que Freud desde el comienzo nos aportan, es que hay una relación estrecha, íntima entre el deseo y la marca. Es que la marca no está simplemente allí como signo de reconocimiento para el pastor, el cual valdría la pena saber donde está él en la ocasión; sino que cuando se trata del hombre, eso quiere decir que el ser viviente marcado tiene aquí un deseo que no es sino una relación íntima con esta marca.
26) No se trata de avanzar demasiado rápido, ni de decir qué es esta marca que modifica al deseo. Hay tal vez desde el origen en este deseo una hiancia que permite a esta marca tomar su incidencia especial. Pero lo que hay de cierto es que hay la relación más estrecha entre eso que carácteriza el deseo en el hombre, y la incidencia, el rol y la función de la marca. Reencontramos esta confrontación del significante y el deseo, que es aquello alrededor de lo cual debemos llevar toda nuestra interrogación aquí.
27) Yo no quisiera extenderme demasiado, pero aquí al menos, un pequeño paréntesis: No olvidemos que la cuestión aquí desemboca evidentemente sobre la función del significante en el hombre, y no es aquí de esto escucharán hablar por primera vez. Si Freud ha escrito Tótem y Tabú, si ha sido para él una necesidad y una satisfacción esencial articular ese «Tótem y Tabú», vayan ustedes al texto de Jones para ver ahí bien la importancia que eso tenía para él, para Freud y que no era simplemente una importancia de psicoanálisis aplicado de encontrar engrandecido a las dimensiones del cielo el animalito humano al cual trataba de tener acceso en su consultorio. Eso no es el perro celeste por relación al perro terrestre como en Spinoza; es un mito para él absolutamente esencial, es un mito totalmente esencial que para él no es un mito. «Tótem y Tabú», eso, ¿Qué quiere decir?.
28) Es: somos necesariamente llevados, si queremos comprender ese algo que es la interrogancia particular Freud, a nivel de ésta experiencia del Edipo en su enfermedad. Es: somos llevados necesariamente a ese tema de la muerte del padre.
29) Bien entendido. Ustedes saben que Freud allí nos interroga. ¿Qué es lo que esto puede significar sino que, para concebir en suma una pareja que es el pasaje de la naturaleza a la humanidad, es menester que se pase por la muerte del padre.
30) Según su método, que es un método de observador de naturalista, él agrupa, abunda alrededor de esta suerte de puntos de concurrencia, de entrecuzamientos alrededor del cual llega —todos los documentos, todo eso es eso que le aporta de información etnológica, y bien entendido, ¿Qué queremos aumentar «foisoner» al primer plano? La contribución particular de su experiencia, es el punto de donde su experiencia reencuentra el material etnológico. Poco importa que sea más o menos en desuso. Ahora eso no tiene ninguna importancia. El hecho de que sea la función de la fobia con el tema del tótem que está allí el punto donde él se reencuentra, donde se satisface, donde ve conjugarce los signos de los cuales persigue la traza; todo nos muestra bien que eso es absolutamente indisernible de un progreso que pone en primer plano esta función del significante.
31) La fobia es un síntoma donde vive el primer plano y de un modo aislado y promovida como tal, el significante. He pasado el último año en explicarles, en mostrarles a que punto el significante de una fobia es algo que tiene mil significaciónes para el sujeto. Es un punto clave, en el significante que falta para las significaciónes pueden sostenerse, al menos por un tiempo, un poco tranquilas. Sin eso el sujeto está literalmente sumergido.
32) Igualmente el tótem eso también: el significante para todo uso, el significante clave, el significante gracias al cual todo se ordena y, principalmente el sujeto pues en ese significante el sujeto encuentra lo que él es, y eso es el nombre de ese tótem que para él se ordena también lo que está prohibido.
33) Pero ¿Qué es eso que, si se puede decir, nos vela, nos esconde, en el último término? Es que esta muerte del padre mismo, para que sea alrededor de él que pueda hacerse la conversión, la revolución gracias a la cual los jóvenes machos de la horda van a ver ordenarse algo que va a ser la ley primitiva, es decir, la prohibición del incesto, eso nos esconde simplemente ese lazo estrecho que hay entre la muerte y la aparición del significante. Pues no olviden al menos esto: Es que en su marcha ordinaria cada uno sabe que la vida no se detiene verdaderamente en los cadáveres que ella hace. Los peces grandes se comen a los pequeños, o aún habiéndolos matado no los comen, no los comen. Pero es cierto que el movimiento de la vida —yo diría— nivela eso que ella tiene delante de sí para abollar y que está allí todo el problema de saber en que una muerte es memorizada, aún así ésta memorización es algo que permanece, de alguna manera, implícita, es decir si como todo nos lo deja aparecer, es de su naturaleza para esta memorización (memorisation) que sea olvidada por el individuo que se trata de muerte del padre o muerte del Moisés. Es esencialmente de su naturaleza olvidar eso que permanece absolutamente necesario como la clave como el punto pivote alrededor del cual debe girar nuestro espíritu. Es porque un cierto lazo ha sido hecho significante que esta muerte existe, dicho de otro modo, y hablando propiamente, en lo real, en el ensanchamiento (foisonnement) de la vida. No hay existencia de la muerte: hay muerte; he aquí todo; y cuando están muertos, nadie en la vida le presta allí atención. puesto allí atención.
34) En otros términos, ¿Qué es lo que hace, —y la pasión de Freud cuando escribe Tótem y tabú y el efecto fulgurante de la producción— un libro que aparece y que es muy generalmente rechazado y vomitado? es decir, que cada uno se pone a decir: ¿Qué es lo que nos relata ahí con eso? ¿De dónde viene? ¿Con qué derecho nos cuenta esto? Nosotros, etnógrafos, no hemos visto jamás eso. Lo que no impide que sea uno de los acontecimientos capitales de nuestro siglo y que alrededor de eso efectivamente todas las inspiraciones del trabajo crítico, etnológico, literario, antropológico; a partir de esto está profundamente transformado.
35) Qué es lo que esto quiere decir, sino que es que Freud allí conjuga dos cosas: conjuga el deseo con el significante: los conjuga como se dice que se conjuga un verbo. Hace tratar la categoría de esta conjugación en el seno de un pensamiento que hasta él, en lo concerniente al hombre, había permanecido como pensamiento que llamaría academizante, significado por eso una cierta filiación fisiológica antigua que, desde el Platonismo, hasta la secta de los estoicos y de los epicúreos, y pasados a través del cristianismo, tienden profundamente a olvidar, a eludir esa relación orgánica del deseo con el significante; a situarlos, a excluirlos del significante, a reducirlos, a explicarlo, a motivarlo en una cierta económica de placer; para eludir eso que hay en él de absolutamente problemático e irreducible y, hablando propiamente, perverso, para eludir eso que es el carácter esencial, vivo, de las manifestaciones de los deseos humanos en el primer plano en el cual deberíamos colocar ese carácter no solamente inadaptado, inadaptable, sino fundamentalmente pervertido, marcado.
36) En la situación de ese lazo del deseo y la marca, entre el deseo y la insignificancia, entre el deseo y el significante, es que estamos aquí en tren de esforzarnos.
37) He aquí las pequeñas fórmulas que les he escrito.
38) Quiero simplemente hoy introducirlas decirles eso que ellas quieren decir porque nos podríamos ir más lejos. Pero estas fórmulas son para mi gusto, aquella que alrededor de las cuales ustedes podrían no solamente tratar de articular algo de los problemas que acabo de proponerles, sino articular aún todos los vagabundeos, aún las mismas divagaciones del pensamiento analítico concernientes a eso que permanece siempre como siendo nuestro problema fundamental. A fin de cuenta nos olvidamos de ese problema que es el deseo.
39) Conocemos de entrada por decir lo que quieren decir las letras que están allí. La d minúscula, es el deseo. La $ (S mayúscula tachada) es el sujeto; la a minúscula es la otra pequeño, es el otro en tanto que es nuestro semejante, y el otro en tanto que su imagen nos retiene, nos cautiva, nos soporta, alrededor de los cuales constituyen ese primer orden de identificaciones que les he definido como la identificación narcisista que es esa m minúscula, el «moi».
40) Esta primera línea los coloca en una cierta relación (rapport) de la cual las flechas les indican que no pueden ser transcurridas hasta el final, partiendo de cada extremidad; que se detienen, partiendo de cada extremo en el punto preciso donde la flecha directriz, ella misma encuentra otro signo opuesto; pero pone en cierta relación la identificación yoica o narcística, por otra parte, la función del deseo.
41) Voy a retomar el comentario.
42) La segunda línea concierne a eso sobre la cual he articulado todo mi discurso del comienzo de éste año, y en la medida que he ensayado hacerlo ver en el chiste (Trait d’ esprit) una cierta relación fundamental del deseo, no con el significante como tal, sino como la palabra; es, ha saber, la demanda. La D mayúscula aquí escrita quiere decir la demanda. La A mayúscula que le sigue es otra mayúscula, es el otro en tanto que es el lugar, el asiento, el testigo al cual el sujeto se refiere en su relación como un pequeño a cualquiera, como siendo el lugar de la palabra. No hay necesidad aquí de recordar cuanto, desde hace mucho tiempo y volviendo allí sin cesar, he articulado la necesidad de ese Otro como el lugar de la palabra articulada como tal. Aquí se reencuentra la d minúscula. Aquí va a encontrarse un signo: por primera vez. Es una s minúscula. La s minúscula tiene aquí la misma significancia que tiene habitualmente en nuestra fórmula, es decir, la del significado. La s minúscula de A mayúscula quiere decir eso del otro este significado, y significado con la ayuda del significante; eso es que el Otro para mí sujeto toma valor de significado, es decir hablando propiamente, eso que hemos llamado todo el tiempo las insignias. Es en relación con esa insignia del Otro que se le produce la identificación que tiene por fruto y resultado la constitución, en el sujeto, de la I mayúscula, que es el Ideal del yo.
43) Nada más que por la constitución de esta fórmula, ustedes tienen presentificado que no hay acceso de los signos a la identificación del ideal del yo más en cuando el término del Otro es tomado en cuenta. Encontremos aquí una vez más, la de minúscula.
44) Las tercera línea, dicho de otro modo, delta es aquella que concierne al problema que trata de articular hoy delante de ustedes. Lo que ella trata de articular en una cadena marcada como las procedentes. Aquí, el delta. Es precisamente sobre eso que nos interrogamos; es decir, ese resorte mismo por el cual el sujeto humano es fuente de una relación con el significante, aquel en el que su esencia del sujeto, de sujeto total, de sujeto de su carácter completamente abierto, problemática, enigmática; es eso lo que expresa esta fórmula. Ustedes verán aquí el sujeto una vez más volver a su relación, con el hecho de que su deseo pasa por la demanda, que habla, y que eso tiene cierto efecto. Es simplemente eso lo que está simbolizado aquí; aquí ustedes tienen la S mayúscula que es habitualmente la letra por la cual signamos el significante. Esta fórmula explica que la S mayúscula es algo que voy a intentar decirles, es precisamente eso que el falo, Fi mayúscula, realiza; dicho de otro modo eso que el falo es ese significante que introduce a la A mayúscula algo nuevo, y que nos introduce más que en A mayúscula y al nivel de la A mayúscula; y que es gracias a lo cual esta fórmula va a tomar esclarecimiento, de los efectos del significante en ese punto preciso de la indecencia del Otro, es decir, eso que ésta fórmula nos va a permitir aclarar de lo que sucede por la existencia de las relaciones que son articuladas de esta manera.
45) Retomemos ahora eso de lo que se trata.
46) La relación del hombre con el deseo no es una relación pura y simple de deseo, (rapport) no es en sí una relación con objeto. Si es relación con el objeto fuera de la entrada instituida, no habría problema para el análisis. Los hombres, como se presumen que van la mayoría de los animales irían directamente al objeto; no abría esa relación segunda, se puede decir del hombre al hecho de que es un animal deseante y de la cual todo lo que pasa a nivel de que nosotros llamaremos perverso, consiste esto: que el goza de su deseo. Si todas las evoluciones de los orígenes del deseo gira alrededor de eso hecho vivido que se llamaría la relación, digamos masoquista, es aquella que nos haría en el orden genético, surgir primero, sin embargo se va allí por la suerte de regresión si puedo decir, —aquello que se ofrece como la más ejemplar, la que pivote, y es la relación llamada sádica o la relación escoptofílica.
47) Pero es totalmente claro que por una reducción y un manejo de una descomposición artificial segunda de lo que es dado en la experiencia, la aislamos bajo una forma de pulsaciones que se sustituyen unas a tras y que se equivalen: la relación escoptofílica, es tanto que conjuga exhibición y voyeurismo, es siempre ambigüa. El sujeto se ve ser visto o ve al sujeto como visto, pero no lo ve pura y simplemente. Es en el goce, en la experiencia de erradiación o de fosforescencia que se desprende del hecho de que el sujeto se encuentra en una posición de no se sabe de que ansia primitiva, de alguna manera extraída de su relación de implicación con el objeto, y de allí él se toma fundamentalmente asimismo como el paciente en esa relación; de donde el hecho de que encontramos en el fondo de esta exploración analítica del deseo, al masoquismo: es que el sujeto se encuentra como «sufriente», si se puede decir; su existencia de ser viviente como el sufrimiento, como siendo sujeto del deseo.
48) ¿Dónde estaba el problema?.
49) Aquí, es el lado que no permanecerá para siempre más que como carácter irreductible, el lado totalmente falso del deseo humano en la relación como ninguna reducción y adaptación; y ninguna experiencia analítica, irá en contra. El sujeto no satisface simplemente un deseo; el goza de desear, y es una dimensión esencial de su goce; y omitir en esta suerte de datos primitivos al cual debo decir que la investigación llamada existencialismo ha aportado algunas luces, he remitido a un cierto esclarecimiento de lo que les articulé allí como puedo —y pensando simplemente que ustedes se refieren a menudo a nuestra experiencia de cada día para que aquella tenga un sentido—, que está desarrollado a todo lo largo de la página, diversamente magistrales por Sartre en «El ser y la nada». Eso no tiene siempre un absoluto rigor, filosóficamente hablando, pero es seguramente de un talento literario innegable. Lo sorprendente, es que cosas de este orden no hayan podido ser articuladas, ni desarrolladas con tal estalido, más que desde, justamente que el análisis ha dado de alguna manera derecho de ciudadahía a la dimensión del deseo…
50) El Sr. Jones en (dans-dont) «La utilidad y las funciones del análisis» habrá estado en función directamente proporcional con lo que él no comprendía, para muy rápidamente tratar de articular el complejo de castración, dándole un equivalente. Para decirlo todo, el significante fálico ha sido para él, a todo lo largo de su existencia de escritor y de analista, el objeto de eso que podría llamarse en él una verdadera fobia, pues verdaderamente lo mejor que ha escrito, que culmina en su artículo sobre la frase fálica, consiste precisamente en tratar de articular: ¿porqué ese sagrado falo que uno encuentra allí, bajo nuestros pasos, en todo instante; por qué un privilegio para este objeto por otro lado inconsistente, siendo que hay cosas mucho más interesantes? La vagina por ejemplo. En efecto, tiene razón este hombre. Es totalmente claro que este objeto no tiene más interés que el falo, y todos lo sabemos. Solamente lo que lo sorprende, es que en uno u otro no tienen la misma función. El está estrictamente condenado a no comprender nada allí, en la medida miasma donde desde la partida, desde que él trataba de articular eso que era ese complejo de castración en Freud, él ha experimentado la necesidad de darle un equivalente.
51) Ya se ve un comienzo de la primera jugada que surge allí en el lugar de retener eso que había de coriaceo, de irreductible, en el complejo de castración, es decir el significante falo. No estaba allí sin una cierta orientación. No tenía tal vez más que un error, pensar que esta frase por la cual él temía su artículo sobre la «fase fálica», a saber, que Dios lo crea hombre y mujer, es allí que concluye, mostrando bien los orígenes bíblicos de su convicción; ya que dios los ha creado hombre y mujer, es entonces que están bien hechos para ir juntos; es necesario que sea igualmente para eso que eso empalme, o que eso diga por que. Pues justamente estamos en el análisis para apercibirnos de que cuando se demanda, cuando se pide que eso diga por qué, se entra en toda suerte de complicaciones, y es por eso que desde el comienzo él ha sustituido el término «complejo de castración», por ese término «afanisis» que ha buscado en el dicciónario griego, es necesario decir que no se presenta como una palabra de lo más empleada entre los autores, y que quiere decir desaparición. Desaparición de qué? Desaparición del deseo. Es eso a lo que el sujeto temería en el complejo de castración, en el decir del Sr. Jones; y entonces de su pasito alegre de personaje Chakeaspereano; no parecería del todo dudoso (se douter) que sería ya un enorme problema que un ser viviente pueda sospechar (se douter), intimidarse como de un peligro, no de la desaparición de la falta, de la servidumbre de su objeto, sino de su deseo, pues no hay otro medio de hacer de la afanisis un equivalente del complejo de castración más que el de definirlo como él lo define, es decir, la desaparición del deseo.
52) ¿No hay entonces allí algo que sea absolutamente infundado? Pero sea lo que sea algo de segundo o de tercer grado, por relación a lo que podemos llamar una relación concebible en términos de necesidad; eso que parece no ser dudoso y eso de lo cual no tiene el menor aspecto de ser puesto en duda.
53) Dicho así y admitiendo en eso ya que estén resueltas todas las complicaciones que sugiere la simple exposición de los problemas en esos términos, resta el problema de saber como en esa relación del sujeto al otro, en tanto que es en el otro, en la mirada del Otro —no es por nada que pongo en el corazón la posición escoptofílica, y es porque efectivamente ella está en el corazón de esta posición; sino también en la actitud del otro. Quiero decir que no hay posición sádica que, de una cierta manera, no se acompañe, para se calificable hablando propiamente de sádica, de una cierta identificación masoquista.
54) Entonces el problema es de saber eso que, en esa relación de su ser mismo extraído donde está el sujeto humano, que lo pone en esta posición, totalmente particular, frente a frente al Otro; donde eso que él toma, donde eso de lo cual él goza, es otra cosa que la relación al objeto, sino de una relación a su deseo («rapport») Se trata al fin de cuentas de saber lo que el falo como tal viene a hacer allí dentro. Es allí que está el problema, y antes de buscar engendrarlo, imaginarlo con una reconstrucción genética fundada sobre referencias que son ésas que llamaría referencias fundamentales del oscurantismo moderno, a saber, las fórmulas como aquellas que son en mi opinión excesivamente más imbéciles que todo lo que ustedes pueden encontrar en sus libritos que les enseñan bajo el término de instrucción religiosa, o de catecismo, a saber por ejemplo: la antogénesis reproduce la filogénesis. Cuando nuestros bisnietos sepan que en nuestro tiempo era suficiente para explicar un montón de cosas; ellos se dirán (falta una palabra) que el hombre es una cosa divertida, y no se apercibirán por otro lado de lo que ellos tendrán en ese lugar en ese momento.
55) Se trata entonces de saber lo que el falo viene a hacer aquí.
56) Propongamos por hoy esto: que la existencia de esa tercera línea, es decir que el falo en efecto juega un cierto rol, un rol de significante. ¿Qué es lo que eso quiere decir?.
57) Partamos de la segunda línea que quiere decir esto: que si hay una cierta relación del hombre al pequeño otro que está estructurado, constituido como eso que acabamos de llamar el deseo humano en el sentido en que ese deseo es ya fundamentalmente algo perverso, todas sus demandas serán marcadas por una cierta relación (rapport). Allí el sentido de eso que vemos en ese nuevo simbolito losángico que ustedes reencuentran sin cesar en ésta fórmula, y que implica simplemente que todo eso de lo que se trata aquí está comandado por algo que es simplemente esa relación cuadrangular que hemos puesto desde siempre en el fundamento de nuestra articulación del problema, y que pone S mayúscula, que dice que no hay S mayúscula concebible, ni articulable, ni posible, sin esa relación ternaria A a / a S . Esto es todo lo que eso quiere decir, exista, tenga una chance, sea algo, es necesario entonces que haya habido una cierta relación entre S (A) (SIC) en tanto que lugar de la palabra, y ese deseo tal como está estructurado, A (d, en tanto que él está estructurado en la primera línea.
58) Lo que la composición de las líneas implica es esto: que el mismo modo que la identificación narcisística, es decir eso que constituye el yo del sujeto, se hace en una relación de la cual nosotros hemos visto todas las variaciones, todas las diferencias, todos los matices de prestigio, de prestancia, de dominio, en una cierta relación con la imagen del otro, —pero está allí lo correspondiente, lo correlativo de eso que, por otro lado, del punto de revolución de este cuadro, es decir, la línea de equivalencia doble que está allí en el centro, pone en relación esta posibilidad misma de la existencia de un moi con el carácter fundamentalmente deseante y ligado a los avatares del deseo, que es lo que aquí está articulado en la primera parte de la primera línea—; igualmente, toda identificación que sea identificación a las insignias del otro, es decir del tercero en tanto que tal, ¿depende de qué?. De la demanda; de la demanda y las relaciones del Otro con el deseo, y aquí está totalmente claro y evidente, y eso que permite dar su pleno valor al término al que Freud, nombra, a eso que nosotros llamamos de un modo muy impropio —lo voy a rearticular, volveré a eso porque éste término es muy impropio—: el término frustración. Se trata de …Vesagung. Sabemos por experiencia que es la medida que algo es versagt, que se produce en el sujeto ese fenómeno de identificación secundaria, o de la identificación a las insignias del otro.
59) ¿Qué es lo que eso implica?.
60) Eso implica que para que haya algo que pueda establecerse, yo entiendo, para el sujeto, entre el gran Otro como lugar de la palabra, y ese fenómeno de su deseo que se coloca sobre el plano totalmente heterogéneo, ya que hay relación con ese pequeño otro en tanto el pequeño otro es su imagen; es necesario que algo introduzca en el gran Otro, en el gran Otro en tanto lugar de la palabra, esa misma relación con el pequeño otro que es exigible, que es necesaria, que es fenomenológicamente tangible, para explicar el deseo humano en tanto que deseo perverso. Es la necesidad de una articulación del problema que nos hemos propuesto hoy.
61) Esto puede parecerles oscuro. No voy a decirles más que una sola cosa: Es que para no poner ninguna cosa del todo debemos darnos cuenta que eso deviene de más en más oscuro, pero en adelante todo se embrolla, en el lugar que se trata de saber; es que si proponemos eso, debemos poder hacer surgir un poco orden. Nosotros proponemos que F (Fi mayúscula), el falo, es el significante por el cual es introducido en A en tanto lugar de la palabra. (la A mayúscula, el gran otro) por donde es introducida la relación al otro, a minúscula, en tanto que pequeño otro, pequeño a por donde esa relación es introducida; no es todo, en tanto que el significante allí está por algo.
62) Veamos. Esto tiene el aspecto de morderse la cola, pero es necesario que eso se muerda la cola. Es claro que el significante, lo encontramos precisamente para todos los pasos. Lo hemos encontrado de entrada en el origen. No habría allí origen, no de la cultura sino de lo que es por otro lado la misma cosa, si distinguimos cultura y sociedad; no habría entonces entrada del hombre en la cultura si esa relación con el significante no estuviera en el origen.
63) Lo que queremos decir aquí es que, del mismo modo que hemos definido el significante paterno como el significante que, en el lugar del gran Otro, coloca, autoriza el juego de los significantes, hay allí otro significante privilegiado que es el significante que tiene por efecto instituir en el gran Otro aquello que lo cambia de naturaleza, es decir que es por eso que aquí esta borrado, este Otro, aquel que le cambia de naturaleza, a saber, que no es puramente, simplemente, el lugar de la palabra, sino que es algo que, como sujeto, está implicado en esta dialéctica situada sobre el plano fenoménico de la reflexión en el campo del pequeño otro, que propone que el gran Otro está implicado en eso, y que ha agregado —es pura y simplemente como significante que eso se agrega allí, que esa relación existe— en la medida en que es el significante el que la inscribe.
64) Les ruego, cualquier dificultad que esto les traiga , guardarla en el espíritu, sostenerla allí por hoy. Les mostraré en lo que sigue lo que esto nos permite articular e ilustrar.