Muy bueno el trabajo de Conrad Stein sobre la identificación primaria; lo que voy a decir hoy le mostrará que su trabajo estaba bien orientado.
Intentaremos avanzar. Tenía la intención de leer Safo para encontrar allí cosas que pudieran esclarecerlos. Esto nos llevará al corazón de la función de la identificación; como se trata siempre de marcar la posición del analista, he pensado que no sería malo retomar las cosas.
Freud ha escrito Hemmung, Symptom und Angst en 1926. Es el tercer tiempo de reorganización de su pensamiento; los dos primeros estaban constituidos por la etapa de la Traumdeutung y de la Segunda Tópica.
Evoca el problema del sentido de la angustia; das Ich zieht die (vorbewusste) Besetzung von der Triebrepräsentanz an und verwendet sie für die Unlust (Angst) ver bindung = El moi retira el investimiento (preconsciente) del Triebrepräsentanz (este representante es zu verdrängen = a rechazar), y lo torna en el fin de la ligazón de displacer.
Ustedes sospechan que la fórmula estructurante del fantasma debe tener algo que ver con la orientación en la que estamos.
$ (a
El fantasma, lo he evocado de todas las maneras: en el soporte del deseo, hay dos elementos cuyas funciones respectivas y la relación funcional no pueden ser verbalizadas por ningún atributo que sea exhaustivo; es por eso que he acumulado esos dos elementos:
$ tiene relación con el fading del sujeto,
a tiene relación con el objeto del deseo.
Esta simbolización muestra que el deseo no presenta una relación subjetiva simple con el objeto. El sujeto se piensa en una relación de conocimiento con el objeto. Se ha edificado sobre eso una teoría del conocimiento. Una teoría del deseo vuelve a cuestionar la teoría del conocimiento y el «pienso, luego soy». (» Je pense donc je saris «) cartesiano.
Intentemos aplicar esta fórmula —no les daré enseguida la última palabra. ¿Qué quiere decir la pequeña frase de Freud referente al desinvestimiento de la Triebre präsentanz para que se produzca la angustia? Esto quiere decir que el investimiento del a es llevado nuevamente sobre el $.
El $ no es aprehensible así, no puede ser concebido más que como un lugar, ya que no es ni siquiera ese punto de reflexividad del sujeto que se aprehendería como deseante —no se aprehende como deseante. Sin embargo, el lugar del deseante está de todos modos reservado en el fantasma, tan reservado que incluso esta ocupado:
por lo que se produce de homológico en el nivel inferior del gráfico, por
i (a) —(la imagen del otro especular)—
No necesariamente ocupada, pero generalmente lo está.
Lo que explica la función de la imagen real del florero en la ilusión del florero invertido. Este florero que se produce para hacer semblant, es esto de lo que se trata, imagen narcisística que colma en el fantasma la ilusión de coaptarse al deseo, la ilusión de tener su objeto.
Si este $ es ese lugar que de tanto en tanto puede estar vacío, a saber, que nada viene allí a producirse de satisfactorio, en lo que concierne al surgimiento de la imagen narcisística, podemos concebir que es tal vez a esto a lo que responde la producción de la señal de angustia.
El artículo de Freud sobre este tema, da todos los elementos para resolverlo.
La señal de angustia se produce sin duda en el nivel del moi. Pero tal vez podemos decir un poco más respecto a este «en el nivel del moi». Podríamos descomponer esta cuestión, articularla de una manera más precisa y franquear las puntas en que para Freud la cuestión llega al impasse.
Hago ahora un salto.
Freud nos dice —en el momento en que habla de la transformación— que no debe hacer falta mucha energía para producir esta señal, hay allí algo que es del orden del Verzicht, de la Versagung, por el hecho que en la Verdrängung del Triebrepräsentanz está la sustracción del sujeto que confirma la justeza de nuestra notación de S barrada, $. Es lo que les designo como el lugar en el que se sostiene verdaderamente el analista. Esto no quiere decir que se sostenga siempre allí para el sujeto, pero lo espera. Es el lugar de S barrada, $, en el fantasma. Dije que haría un salto: no doy las pruebas enseguida, les indico adonde los llevo.
Demos ahora los pasos que permitirán comprender lo que acabo de decir.
Una cosa está dada: la señal de la angustia se produce en algún lugar que puede ocupar i(a), el moi imagen del otro, fundamentalmente función del desconocimiento, en tanto que, si la ocasión se presenta, esta imagen puede allí ser disuelta.
Yo no digo que sea la falta (défaut) de la imagen la que hace surgir la angustia.
La relación especular original, del sujeto con la imagen especular se instala en la reacción de agresividad. En mi (…falta en el original) sobre el estadío del espejo, hace tiempo indiqué que no dejaba de tener relación con la angustia. El camino que corta transversalmente la reacción de la agresividad consiste en orientarse en la relación temporal.
No hay referencia de la imagen especular al otro como tal; cuando ésta se encarna, hay relación temporal, tengo (…falta en el original) de verme semejante a él; a falta de esto, ¿dónde voy a estar?
Si ustedes se remiten a mis textos, verán que soy más que prudente, y por alguna razón.
La función de precipitación en lógica, la he tratado en el sofisma, en el problema de los tres discos. Esta función en la cual el hombre se presta en su semejanza al hombre, no es la angustia. Para que la angustia se constituya, tiene que haber relación en el nivel del deseo. Es por eso que hay los llevo de la mano para atrapar este problema de la angustia.
He aquí entonces dónde estaría el analista:en la relación del $ con el deseo, con un objeto del deseo que sea zu verdrängen, para rechazar.
Planteemos la cuestión. Si abordamos así el problema: ¿qué esperaría el sujeto de un compañero ordinario que osaría ocupar este mismo lagar en condiciones ordinarias?
Si este objeto es peligroso —ya que se trata de eso—, el sujeto esperaría lo siguiente: que le de la señal «peligro», lo que (cf. Freud) en el caso de un peligro real hace huir al sujeto.
Lo que introduzco en este nivel es lo que deploro que Freud no haya introducido; el nos dice que el peligro interno es comparable a un peligro externo, y que el sujeto lo evita de la misma manera.
Piensen en lo que sucede en los animales sociales, los de manada: cada uno conoce el rol de la señal ante el enemigo de la manada; el más astuto debe descubrirlo; la gacela, el antílope levanta la nariz; brama y todos huyen.
La noción de señal en un complejo social, reacción a un peligro, he aquí donde, en el nivel biológico, ya que existen sociedades observables, esta señal de angustia, el sujeto la puede recibir en efecto del alter ego, del otro que constituye su moi.
Hay algo aquí que quisiera puntualizar. Hace mucho me han escuchado señalar los peligros del altruismo. Desconfíen de las trampas del Mitleid (piedad), de lo que nos retiene de hacerle mal al otro, a la pobre chica, por lo cual uno se casa con ella y después, por mucho tiempo, están los dos bien jodidos (emmerdés).
Solamente que si se trata de peligros ante los cuales simplemente es humanitario cuidarse, esto no quiere decir que ese sea el último resorte.
No soy el abogado del diablo, que recordaría esto a un sano egoísmo que lo desviaría de esta veta bien simpática que lo incitaría a no ser malo.
Es que de hecho, este altruísmo, para el sujeto que se desconoce, créanme, no es más que la cubierta de otra cosa. Trabajen el Mitleid de un obsesivo, y si el primer tiempo consiste en darse cuenta, con lo que les indico, con la tradición moralista, ustedes saben que aquello a lo que no quiere hacerle nana es a su propia imagen: ¿por qué, en último término? Porque si no estuviera preservado en la intangibilidad de esta imagen, lo que surgiría es la angustia (porque la pobre chica es mucho más fuerte que en su imaginación); es ante la pobre chica que tiene pánico, ante el otro a como objeto de su deseo. Esto para ilustrar algo muy importante: si la angustia se produce tópicamente en el lugar definido por i(a), es decir, como Freud lo articula, en el lugar del moi, no hay señal de angustia sino en la medida en que se refiere a un objeto de deseo, objeto que perturba al yo ideal i(a), que se origina en la imagen especular.
Esto es esencial para comprender la señal de angustia: la función de esta señal no se agota en su Warnung, en su advertencia de tratar de salvarse; es que al cumplir una función, esta señal mantiene la relación con el objeto del deseo. Esta es la clave y el resorte de lo que Freud, en este artículo y en otros lugares, de manera repetida, incisiva, acentúa al distinguir la situación de angustia de la de peligro, Gefahr, y de aquélla de la Hilflosigkeit, el desamparo, la falta de recursos.
En la Hilflosigkeit, el sujeto está pura y simplemente trastornado, desbordado por la situación eruptiva a la que no puede hacer frente de ninguna manera. Entre esto y la huida no hay más que una solución que, por no ser heroica, es la que el mismo Napoleón consideraba la única solución valiente si se trataba del amor; entre esto y la huida, Freud nos subraya que está la Erwartung, la espera; que hagamos de ello la razón para escapar es otra cosa, pero no está allí su carácter esencial; este carácter esencial es la Erwartung, modo radical bajo el cual es mantenida la relación con el deseo cuando, por diversas razones de defensa elemental (todo lo que pueden poner en el mecanismo de anulación del objeto), ya no que da más que esta relación; cuando el objeto se escamotea, pero no la Erwartung, es decir la dirección hacia su lugar, lugar en el que el objeto falta (fait défaut ) y se convierte en un unbestimmtes Objekt. En este caso, la angustia sigue sosteniendo, aún siendo insostenible, esta relación con el deseo.
Hay otras formas de sostener esta relación con el deseo, que conciernen a la insostenibilidad del objeto. La histérica, el obsesivo, puede carácterizarse por el deseo insatisfecho instituido en su imposibilidad, y sostenido como tal.
Pero vean la forma más radical de neurosis que es la fobia, alrededor de la cual gira todo el discurso de Freud en «Inhibición, Síntoma y Angustia».
La fobia está hecha para sostener la relación con el deseo bajo la forma de la angustia.
Del mismo modo que la definición acabada de la histeria es
a (A
——
– f
Es decir la metáfora en el punto del otro en que el sujeto se vive como castrado, confrontado al A (Dora, es por intermedio del Sr. K. que desea; no es a él a quien ella ama, es a través de él que ella se dirige hacia aquélla a quien ama, la Sra. K.).
La fobia es el mantenimiento de la relación con el deseo en la angustia, con algo más preciso (no es la relación de angustia por sí sola): es que el lugar del objeto en relación a la angustia es sostenido (véase Juanito) por , el falo simbólico, como aquél que es en las cartas el Joker. Indudablemente se trata del falo, pero este falo puede tomar el lugar de todos los significantes.
del padre carente (carent) como padre real (el padre de Juanito)
del padre presente (Freud). como padre simbólico invasor.
Si todo esto juega, es porque en la fobia existe la posibilidad de sostener la función faltante(manquante), deficiente, que es aquélla delante de lo cual el sujeto iría a sucumbir, si no surgiera en este lugar la angustia.
Si la función de señal de la angustia nos advierte algo muy importante en clínica psicoanalítica, es que la angustia a la cual vuestros sujetos están librados no es para nada, como se les enseña, una angustia cuya única fuente fuera un término sólo para él; lo propio del neurótico es ser un vaso comunicante (A. Breton).
La angustia con la que tiene que ver vuestro neurótico, la angustia como energía, es una angustia que acostumbra ir a buscar a paladas, a derecha e izquierda, en tales o cuales de los A (Otros) con los cuales él tiene que ver; es tan utilizable como la que es de su cosecha. Ténganlo en cuenta en la economía de un análisis, de lo contrario se romperán la cabeza para saber de dónde viene este informe de la angustia en el momento en que menos se lo esperan; existe la angustia de los vecinos, y con eso se les ha dado advertencias que no les advierten gran cosa. Porque la cuestión consiste en saber lo que esta advertencía implica, a saber, que vuestra angustia, la de ustedes, no debe entrar en juego; que el análisis debe ser aséptico con respecto a vuestra angustia; ¿qué puede querer decir esto en el plano sincrónico, esto que no permite el campo de la diacronía, a saber, que vuestra angustia ya la han gestado en gran medida en un análisis anterior, lo que es demasiado fácil y no resuelve nada?
Lo que hay que saber es en qué estatuto deben estar ustedes con respecto a vuestro deseo para que no surja en ustedes la señal, la energía de angustia. Si surge, irá a volcarse en la economía de vuestro sujeto, y esto, a medida que está más avanzado en el análisis, ya que es a nivel de ese A que ustedes son para él, que buscará la vía de sus deseo.
Tal es el estatuto del analista en la sincronía concerniente a la angustia.
Para rizar este rizo que hace intervenir la función del Otro como posibilidad de surgimiento, como señal, ustedes ven que la referencia a la manada, en tanto esta señal se ejerce en el interior de una comunicación imaginaria, es necesaria, ya que si la angustia es una señal, puede venir a través del otro; sin embargo no se agota en el enemigo de la manada, pues lo que distingue al sujeto humano del sujeto animal, es que, para cada sujeto, el enemigo de la manada es él.
Encontramos aquí lo que Freud articula al hablar del peligro interno. Encontramos también lo que siempre encontramos en el hambre, este peligro interno al sujeto es el mismo en el nivel de lo colectivo, este peligro interno al sujeto es el mismo en el nivel de la manada, en tanto el deseo viene a emerger para colmar la falta de certeza de garantía, a lo que el sujeto está confrontado en relación a lo que le importa, en tanto que no es solamente un animal de manada —tal vez lo sea, pero esta relación está gravemente perturbada al estar englobada en los niveles individual y colectivo en la relación al significante.
El animal que escapa es la manada, desde que ha recibido el signo del guardián de la manada.
El hombre es el sujeto de la falta en ser (manque à être) surgido de una cierta relación al discurso, y esta falta en ser no puede colmarla más que por esta acción que tan fácilmente, quizás radicalmente siempre, toma el carácter de huida anticipada.
Pero justamente, fundamentalmente, esta acción no ordena para nada a la manada; esto no juega en el plano de la coherencia ni de la defensa colectiva; su manada no se acomoda para nada a su acción. Y no solamente la manada, la realidad tampoco: siendo la Realidad (no lo Real) la suma de las certezas acumuladas por la adición de una serie de acciones anteriores, siendo la nueva siempre malvenida: a saber, este levantamiento de angustia cada vez que se trata de un deseo del sujeto.
Si el análisis no ha servido para hacer comprender:
– que el deseo no es la necesidad.
– que el deseo lleva en sí una carácterística de peligro, donde el carácter amenazante para el individuo se aclara por lo que comporta de amenazante para la manada, pregunto: ¿para qué ha servido el análisis?
Plantearemos una pregunta insidiosa:
¿Qué debe ser la Versagung del analista?
No consiste la fecunda Versagung del analista en negarle al sujeto su propia angustia, la del analista, en dejar desnudo el lugar donde por naturaleza está como Otro, llamado a dar la señal de la angustia?
Veremos allí perfilarse ese algo que les indiqué la última vez, al decirles que el puro lugar del analista, en tanto lo podríamos definir en el fantasma, sería el lugar del puro deseante (erastés): es ese algún lugar donde se produce siempre la función del deseante, a saber, venir al lugar del erómenon, ya que es para eso que les hice recorrer el desmenuzamiento del Banquete y de la teoría del amor.
Que algún sujeto pueda ocupar el lugar del puro deseante, abstraerse, escamotearse él mismo en la relación con el otro, de cualquier suposición de ser deseable, esto que les estoy diciendo lo materializan las respuestas de Sócrates.
Porque si hay algo que es significado por el episodio con Alcibíades, es esto; por un lado, Sócrates afirma no conocer nada que no sean las cosas del amor, que todo lo que se nos dice de él es que es un deseante al que nada detiene; y, cuando se trata de mostrarse en la posición del deseado, a saber, en la agresión pública, descontrolada, ebria, de Alcibíades, ya no queda nadie. Esto ilustra aquello de que les hablo, esto tiene un sentido encarnado en algún lado, porque no solamente a mí Sócrates se me aparece como un enigma humano, un caso como nunca se ha visto; ¿cómo estaba fabricado este tipo (type) y por qué armó lío por todos lados, con sólo contar pequeñas historias de todos los días?
Este lugar del deseante hace eco con el lugar del orante en la plegaria. Porque también en la plegaria, el orante se ve orando.
Príamo, el orante tipo, reclama a Aquiles el cuerpo del último de sus hijos, de los cuales no conoce la cantidad; tenía cincuenta; a este Héctor, él le tiene apego. ¿Que le dice a Aquiles? No habla mucho de Héctor, por varias razones; porque no es fácil hablar de ello en el estado en que se encuentra en ese momento y, cada vez que se trata del Héctor viviente, Aquiles se pone furioso y, a pesar de que su madre Tétis le haya dicho que lo entregue, por un pelo no lo entregó.
El sólo hecho de que Príamo esté en función de orante no le hace hacer mucha psicología, va a presentificar al orante en su presencia misma. Príamo hace llevar su plegaria y desdobla ese personaje orante que él es, de otro que se inscribe en su plegaria, a saber Peleo, ausente, el padre de Aquiles.
.Es necesario que esta plegaria pase por algo que no es ni siquiera la invocación del padre de Aquiles; le traza la figura de un padre que tiene un hijo que no es el último venido, Aquiles aquí presente. Es lo que aporta en toda plegaria el lugar del orante en el interior mismo de la Demanda de aquél que ora.
El deseante, no es lo mismo: en tanto que tal, no puede decir nada de sí mismo sin abolirse como deseante. Porque es lo que define el lugar puro del sujeto en tanto que deseante: de toda tentativa de articularse no sale nada más que síncopa del lenguaje, impotencia de decir, porque desde que dice, no es nada más que mendigo, pasa al registro de la Demanda, y es otra cosa.
En esta respuesta al otro que constituye el análisis, esto constituye el lugar del analista.
Para terminar con una fórmula en impasse, que rice los elementos de los cuales he dibujado el recorrido:
Si la angustia es esta relación de sostén del deseo allí donde el objeto falta (manque), encontramos esta cosa de la que tenemos experiencia y es que, para revertir la fórmula, el deseo es un remedio a la angustia, y el neurótico sabe de eso mucho más que ustedes.
El apoyo encontrado en el deseo, por más incómodo que sea con toda su trama de culpabilidad, de todas maneras es algo más cómodo que la posición de angustia. De manera que para alguien experimentado —el analista— es conveniente tener siempre a su alcance un pequeño deseo bien dotado, para no estar expuesto a poner un poco en el análisis un (…falta en el original) de angustia, que no sería oportuno ni bienvenido.
¿Los estoy conduciendo hacia esto? Seguro que no, es una manera sencilla de marcar las paredes del pasillo con la mano.
La cuestión no es lo conveniente del deseo; es una cierta relación con el deseo que no sea sostenida a largo plazo.
Esto nos lleva a volver sobre la distinción de la relación del sujeto con el Yo Ideal y con el Ideal del Yo.
Esto es esencialmente para orientarnos en la tópica variada del deseo; la función del einziger Zug, de aquélla que diferencia fundamentalmente al Ideal del Yo, de manera tal que solamente desde allí pueda definirse la función narcisística, es lo que explicaré en nuestro próximo encuentro, bajo la introducción de la fórmula de Píndaro:
— Sueño de la sombra — el hombre — (IX)
Esta relación entre el sueño y la sombra, entre lo simbólico y lo imaginario, es esto alrededor de lo cual haré girar nuestra propuesta decisiva.