Miedo a la libertad (Erich Fromm), Segunda parte

I- LA EMERGENCIA DEL INDIVIDUO Y LA AMBIGÜEDAD DE LA LIBERTAD

La libertad caracteriza la existencia humana. Su significado varía de acuerdo con el grado de autoconciencia del hombre y su concepción de sí mismo como ser separado e independiente, como entidad separada  y distinta de la naturaleza y de los hombres que lo rodean. Sin embargo, esta autoconciencia siguió siendo muy oscura durante largos periodos de la Historia; el individuo permanecía estrechamente ligado al mundo social y natural del que había emergido. El proceso por el cual el individuo se desprende de sus lazos originales (proceso de individuación) parece haber alcanzado su mayor intensidad durante los siglos comprendidos entre la Reforma y nuestros tiempos.
En la vida del individuo encontramos el mismo proceso. Un niño, al nacer, se transforma en un ente biológico separado de la madre. Sin embargo, desde el punto de vista funcional, permanece unido a la madre durante un periodo considerable.

Hay vínculos que existen antes de que el proceso de individuación haya conducido a la emergencia completa del individuo; son los llamados VINCULOS PRIMARIOS. Son orgánicos en el sentido de que forman parte del desarrollo humano normal, si bien implican una falta de individualidad, también otorgan al individuo seguridad y orientación (son los vínculos que unen al niño con su madre, al miembro de una comunidad primitiva con su clan, etc).
Una vez alcanzada la etapa de completa individuación y cuando el individuo se halla libre de sus vínculos primarios, una nueva tarea se le presenta: orientarse y arraigarse en el mundo y encontrar la seguridad siguiendo caminos distintos de los que caracterizaban su existencia preindividualista.

(Toda sociedad se caracteriza por determinado nivel de individuación, mas allá del cual el individuo no puede ir.)

El otro aspecto del proceso de individuación consiste en el aumento de la soledad, surgiendo el impulso de abandonar la propia personalidad, de superar el sentimiento de soledad e impotencia, sumergiéndose en el mundo exterior. Los intentos de reversión toman necesariamente un carácter de sometimiento, en el cual no se elimina nunca la contradicción básica entre la autoridad y el que a ella se somete.
Sin embargo, la sumisión no es el único método para evitar la soledad y la angustia: el ideal, que no desembocaría en conflictos, seria la relación espontánea hacia los hombres y la naturaleza, relación que une al individuo con el mundo sin privarlo de su individualidad.

La individuación es un proceso que implica el crecimiento de la fuerza y de la integración de la personalidad individual, pero es al mismo tiempo un proceso en el cual se pierde la originaria identidad con los otros. La creciente separación puede desembocar en un aislamiento que posea el carácter de completa desolación y origine angustia e inseguridad intensas, o bien puede dar lugar a una nueva especie de intimidad y de solidaridad con los otros.
Mientras el proceso de individuación se desarrolla automáticamente, el crecimiento del yo es dificultado por un cierto numero de causas individuales y sociales. La falta de sincronización entre estos dos desarrollos origina un sentimiento insoportable de aislamiento e impotencia, y esto a su vez conduce a ciertos mecanismos psíquicos de evasión.

La adaptación del hombre a la naturaleza se funda sobre todo en el proceso educativo y no en la determinación instintiva; el instinto es una categoría que va disminuyendo, si no desapareciendo, en las formas zoológicas superiores, especialmente en la humana.
La existencia humana empieza cuando el grado de fijación instintiva de la conducta es inferior a cierto limite, cuando la adaptación a la naturaleza deja de tener carácter coercitivo, cuando la manera de obrar ya no es fijada por mecanismos hereditarios. En otras palabras, la naturaleza humana y la libertad son inseparables desde un principio. La noción de libertad se emplea aquí no en el sentido positivo de «libertad para», sino en el sentido negativo de «libertad de», es decir, liberación de la determinación instintiva del obrar.

Una imagen particularmente significativa de la relación fundamental entre el hombre y la libertad la ofrece el mito bíblico de la expulsión del hombre del Paraíso. El mito identifica el comienzo de la historia humana con un acto de elección, pero acentúa singularmente el carácter pecaminoso de ese primer acto libre y el sufrimiento que este origina. Hombre y mujer viven en el Jardín en  completa armonía entre sí y con al naturaleza. Hay paz y no existe la necesidad de trabajar; tampoco la de elegir entre alternativas, no hay libertad ni tampoco pensamiento. El no cumplir la prohibición de no comer el fruto prohibido es un pecado para la Iglesia, que representa la autoridad, pero desde el punto de vista del hombre se trata del comienzo de la libertad humana. Obrar contra las ordenes de Dios significa liberarse de la coerción, emerger de la existencia inconsciente de la vida prehumana para elevarse al nivel humano. El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón. Se rompe la armonía entre el hombre y la naturaleza, dando el primer paso hacia su humanización al transformarse en individuo. Pero la libertad recién conquistada aparece como una maldición; se ha liberado de los lazos del Paraíso, pero no es libre para gobernarse a sí mismo, para realizar su individualidad. «Liberarse de » no es idéntico a la libertad positiva, a «liberarse para», ya que la emergencia del hombre de la naturaleza se realiza mediante un proceso que se extiende por largo tiempo, y en gran parte permanece todavía atado al mundo del cual ha emergido.

El proceso de crecimiento de la libertad humana posee el mismo carácter dialéctico que hemos advertido en el proceso de crecimiento individual. Por un lado se trata de proceso de crecimiento de su fuerza e integración, de su dominio sobre la naturaleza, del poder de su razón y de su solidaridad con otros seres humanos. Pero, por otro lado, esta individuación creciente significa un aumento paulatino de su inseguridad y aislamiento, y por ende una duda creciente del propio papel en el universo, del significado de la propia vida, y junto con todo esto un sentimiento creciente de la propia impotencia e insignificancia como individuo.

Si las condiciones económicas, sociales y políticas, de las que depende todo el proceso de individuación humana, no ofrecen una base para la realización de la individualidad en tanto que al propio tiempo se priva a los individuos de aquellos vínculos que les otorgaban seguridad, la falta de sincronización que de ello resulta transforma la libertad en una carga insoportable. Ella se identifica entonces con la duda y con un tipo de vida que carece de significado y dirección. Surgen así poderosas tendencias que llevan hacia el abandono de este género de libertad para buscar refugio en la sumisión o en alguna especie de relación con el hombre y el mundo que prometa aliviar la incertidumbre, aun cuando prive al individuo de su libertad. La consecuencia de esta desproporción entre la libertad de todos los vínculos y la carencia de posibilidades para la realización positiva de la libertad y de la individualidad, ha conducido en Europa a la huida de la libertad y a la adquisición, en su lugar, de nuevas cadenas o, por lo menos, a una actitud de completa indiferencia.

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