Psicopatología y Semiología Psiquiátrica: EL YO (PSICOLOGÍA DEL YO)

EL YO
3.a. PSICOLOGÍA DEL YO
A. El Yo y su funcionalidad
Los textos de psicopatología en el capítulo correspondiente a la patología del Yo se circunscriben a los trastornos que tienen relación con la conciencia del Yo. Henry Ey y Castilla del Pino son la excepción. Ellos mencionan alteraciones del Yo, que van más allá de la psicopatología de la conciencia del Yo, algunas de las cuales nosotros adjudicamos a alteraciones de su estructura y organización. Sin embargo, en sus descripciones más que mostrar estos fenómenos, los interpretan desde la perspectiva psicoanalítica.
Es bastante comprensible este hecho, porque mencionar al Yo en psicopatología es mencionar una estructura y organización dinámica, variable que el psicoanálisis ha integrado satisfactoriamente.
En general, los aspectos psicológicos y psicopatológicos que hemos considerado en los capítulos anteriores tienen relación con hechos psíquicos que aparecen en un momento determinado y que para captarlos no es imprescindible entender cómo se han llegado a constituir a través del tiempo. Al tratar del yo sucede algo diferente.
Así, para hacer psicopatología de la sensopercepción, basta con describir aquello que observamos en un momento dado de la relación sujeto-ambiente. Lo mismo pasa con la psicomotricidad, el pensamiento, la afectividad, etc. Sin embargo, cuando hablamos del Yo, hablamos de una estructura y organización emergentes, que definen su esencia a través del tiempo, en un dinamismo que va determinando su constitución.
Cuando se describe el método fenomenológico se pone énfasis en aquel aspecto que lo define y que es la observación del fenómeno tal como se nos da en ese momento frente a nosotros. Este es en esencia el método fenomenológico descriptivo y, asumido como tal, nos lleva a marginar aquellos aspectos del fenómeno en cuestión que tienen que ver con su pasado. Como el hablar de psicología o psicopatología del Yo es hablar de una estructura y organización dinámica a través del tiempo, es comprensible que los psicopatólogos fieles al método fenomenológico descriptivo se hayan centrado sólo en aquellos aspectos del Yo que aparecen frente al observador en el momento mismo de su exploración diagnóstica, como son aquellas alteraciones del Yo que tienen que ver con su conciencia, sus límites, su existencia. Esto se tradujo en indiferencia frente a aquellos aspectos del Yo que si bien se manifiestan de una u otra manera frente al observador en el aquí y ahora, es inevitable para su mejor captación y comprensión volver la mirada al pasado, a las experiencias e interacciones que dinámicamente lo han ido configurando.
Tocamos aquí un punto que nos parece crucial, ya que asistimos hoy día a una psiquiatría cada vez más integradora, y, sin embargo, en el trabajo semiológico y psicopatológico básico, en especial de la funcionalidad yoica, no logramos ver la relación entre el enfoque fenomenológico y el psicoanalítico.
Se identifica a la escuela fenomenológica clínica con sus aspectos metodológicos que describimos más arriba y con la concepción jaspersiana de procesos y desarrollos. Estos conceptos se aplican a los fenómenos psicopatológicos, bajo términos como primario-secundario y comprensible-incomprensible. Jaspers describió los trastornos psicopatológicos del Yo que se presentan en el aquí en el ahora, y que corresponden a lo procesal, primario e incomprensible, pero no insistió en la psicopatología del Yo que involucra aquellas dimensiones comprensibles y que se acercarían a su concepto de desarrollo. Esto ha llevado, en la práctica, a excluir del método fenomenológico los aspectos psicodinámicos y a adjudicárselos al psicoanálisis y, en general, a las escuelas interpretativas, las que se interesan sobre todo por el pasado, por la historia y dinamismos que han llevado al sujeto a la situación de ese momento.
La visión de proceso y desarrollo, conceptos extraídos por Jaspers del filósofo inglés Dilthey, en miras a hacer una interpretación de la historia universal mediante la cual pudiera también entenderse la historia del sujeto, no es consustancial al método fenomenológico. Lo señalamos porque dicha concepción ha contribuido a la omisión por parte de los psicopatólogos de los aspectos psicodinámicos, ya que al enfermar sería un proceso, un quiebre que el observador sería incapaz de enlazar con el pasado. El paso de la psicología a la psicopatología no sería un continuo en el que se transitaría de una a otra dependiendo del grado de compromiso cuantitativo, sino un discontinuo, en que el tránsito requiere de un salto, ya que un fenómeno de uno u otro orden sería cualitativamente distinto.
Nosotros creemos que también puede hacerse fenomenología descriptiva. incorporando las variables psicodinámicas, en una fenomenología descriptiva dimensional, la que nos permitiría ver la conexión existente entre lo normal y lo patológico, aceptando la continuidad de este transcurrir.
Este método fenomenológico descriptivo dimensional integra ambos momentos, presente y pasado, sin necesariamente interpretarlos, tan sólo descubriéndolos, e incorpora el carácter de continuidad entre los fenómenos psicológicos y psicopatológicos del Yo en todo su espectro, desde lo más sano a lo más enfermo.
Nos hemos referido con más detalle al método fenomenológico descriptivo dimensional en la introducción.
Ahora intentaremos aplicarlo a la psicopatología del yo, que como hemos dicho, si bien reconocida por los fenomenólogos, ha sido más ampliamente desarrollado por la psicología dinámica, en que el yo es el órgano de la personalidad encargado de mantener al sujeto adaptado a la realidad.
Hemos ordenado la exposición de la psicopatología, en tres partes: la Psicopatología de los elementos del vivenciar, la Psicopatología de las cualidades del vivenciar o Psicopatología del Yo y la Psicopatología de los instrumentos del vivenciar. Hemos hecho sinónimos, psicopatología de las cualidades del vivenciar a psicopatología del Yo, porque es el Yo el que cualifica la vivencia.
Los elementos del vivenciar, sensaciones, percepciones, representaciones, afectividad, actividad psicomotriz y pensamiento adquieren su cualidad en esta instancia que llamamos Yo.
El Yo, en cuanto a su acepción fenomenológica, apunta a la experiencia de uno mismo. Como señala Francisco Fernández, «es verdad que hay una conciencia del Yo y una conciencia de los objetos. Pero es asimismo cierto que la conciencia del Yo está presente más o menos relativamente en todos los estados de la conciencia. El Yo es una cualidad común a todas las experiencias psiquiátricas normales. Precisamente por ello el sujeto tiene conciencia de que las experiencias y las vivencias son un producto psíquico suyo. Hay una experiencia central del Yo en la experiencia y la vivencia del Yo…». Pero además de esta presencia central del Yo que me permite tomar conciencia de que lo vivido es producto mío, hay una presencia del Yo, periférica e impregnante en las experiencias y las vivencias objetivas, o sea, en la relación del sujeto con el mundo de manera funcional.
Este segundo aspecto, si bien mencionado por los fenomenólogos, ha sido más elaborado por la psicología dinámica, que considera al Yo como el «órgano» de la personalidad encargado de mantener al sujeto adaptado a la realidad.
En la perspectiva psicoanalítica el yo ocupa un lugar fundamental, esbozado desde los primeros escritos de Freud, y ampliamente confirmado por los desarrollos posteriores de Hartmann. Sintéticamente, basándonos en la tesis de LarraínMendez-Pruzzo «Conceptualizaciones psicoanalíticas de las funciones yoicas», describiremos las cuatro concepciones del yo en la historia del psicoanálisis. La primera corresponde a la fase inicial de los conceptos freudianos, donde concibe al yo «como una organización de neuronas, en el lenguaje fisiológico, o representaciones en términos psicológicos, el cual tiene una catexis o carga energética permanente más que cambiante» (Larraín 1986). En la segunda concepción, Freud pondrá el énfasis en las pulsiones e instintualizará el yo. «La censura intrapsíquica, aquello que impedía que el material inconsciente se hiciera consciente, se suponía que estaba a cargo de los «instintos autopreservativos del yo» o «pulsiones de autoconservación». Cuando Freud reemplaza la concepción topográfica, Inconsciente-Preconsciente-Consciente, por la estructural, yo- ello- super-yo, la hipótesis sobre los instintos del yo es reemplazada por el constructor yoico. El yo es concebido como una entidad estructural, una organización coherente de funciones y procesos mentales que está fundamentalmente organizada alrededor del sistema perceptual consciente, pero que también incluye estructuras responsables de la resistencia y la defensa inconsciente. El yo concebido como una organización coherente, con una función sintética propia, logra cierto grado de independencia de los impulsos, lo cual permite una relativa objetividad con respecto a la realidad. La relación del yo con esta última destaca claramente el papel fundamental de la realidad en esta fase de la teoría: la función principal del yo es conciliar las exigencias del ello, superyó y la realidad (Larraín 1986).
Sin embargo como señalan en síntesis los autores citados, fue solo en 1939, con la publicación de Heinz Hartmann de un ensayo titulado «Psicología del yo y el problema de la adaptación» que comenzó hasta la actualidad un desarrollo sistemático de la psicología del yo. En esta cuarta concepción psicoanalítica del yo, se le concedió una importancia central a la adaptación, llegando esta a considerarse actualmente como otro de los postulados metapsicológicos dentro de la teoría psicoanalítica. (H. Kaplan, A. Freedman y B. Sadock, 1981).
Este nuevo enfoque privilegia la importancia de la realidad en un sentido amplio y profundo, como una dimensión significativa del pensamiento psicoanalítico, ya que una óptima adaptación se logra desde una adecuada consideración de la realidad externa.
Bajo el término de Self, los psicoanalistas también han conceptualizado el yo en cuanto conciencia de sí mismo. El yo es la única realidad de la cual se tiene experiencia, ya sea como sujeto, expresado en castellano por «yo», o como objeto, expresado en castellano por «mi mismo». Esta experiencia del yo como objeto alude a una actividad reflexiva frente a la experiencia interna, que se desarrolla en la medida en que el yo adquiere representación de sí mismo. (Larraín-MéndezPruzzo, 1986).
Integrando los aportes fenomenológicos y psicoanalíticos al concepto del yo, pudiéramos decir que el yo es el que comanda la vida psíquica y es el Yo la instancia psíquica fundamental que personaliza las vivencias y hace propios los actos psíquicos. Es una estructura y organización compleja, esencialmente dinámica, que integra el vivenciar y mediante el cual éste adquiere pleno sentido. Como señalábamos anteriormente, si deseamos describir esta compleja estructura dinámica, debemos entender el proceso que lleva a su configuración. El Yo es una estructura que se constituye, a través de un desarrollo dinámico, de elementos cuya característica fundamental es su oposición dialéctica. Su estructura y organización van tomando forma a través de la integración de elementos que interactúan dialécticamente. Cuando mencionamos las variables fundamentales que constituyen el Yo, podemos apreciar que éstas son dimensiones que señalan los extremos de un continuo, extremos que son antitéticos y que en su interacción dialéctica definen la estructura y organización del Yo. De aquí que este proceso sea esencialmente dinámico. Como señala Saurí: «La importancia de la contradicción es capital: no sólo es la raíz de todo movimiento -y, por lo tanto, de la vida, sino que en virtud de ella una cosa es capaz de moverse y tener impulso. En una palabra, es una fuerza dinámica que lanza al hombre hacia una síntesis final de tal manera que lo «pone» constantemente en el devenir y lo hace actuar». «La posibilidad abierta por la dialéctica es justamente esta: al considerar que la historicidad, esto es, el tiempo significativo, es la trama de las cosas, la totalidad encuentra su ubicación conceptual adecuada y deja de ser considerada como una suma».
Hemos definido cuatro dimensiones constitutivas del yo en este proceso dinámico, las cuales describiremos más adelante haciendo referencia a este doble aspecto ya mencionado, el fenomenológico cualificado del vivenciar por un lado. y el carácter comandado, controlador y regulador de la vida psíquica del sujeto en su relación con el entorno, por otro. A través de esto último el-yo proyecta el sujeto al futuro, integra su pasado y maneja el presente. El manejo de la temporalidad, su sentido y vivencias propias, son funciones esenáa1es del yo.
La dilucidación de estos elementos opuestos dialécticamente, que interactúan entre sí y constituyen en su interacción una estructura propia que denominamos Yo, ha sido hecha desde antaño en la psicología, a través de todos los investigadores que concebían la mente como una estructura y organización dinámica.
El investigador más representativo bajo esta perspectiva es S. Freud, quien señaló tres dimensiones que determinarían el carácter del sujeto y gobernarían su vida psíquica. Estas son: sujeto-objeto, placer-dolor y actividad-pasividad. Sin embargo, estas tres dimensiones ya habían sido descritas por otros teóricos anteriores y contemporáneos de Freud en Francia, Alemania, Rusia, otros países Europeos y USA. Las dimensiones activo-pasivo, sujeto-objeto y dolor-placer habían sido identificadas ya sea parcial o totalmente por Heymons y Wiersman (1906), Mc Dougall (1908), Neumann (1910), Kollarits (1912), Kahn (1928), Fiske Maddi (1961) y otros.
También la dimensión sujeto-objeto está presente en la dicotomía introversión-extroversión de Jung, la dimensión activo-pasivo, en la polaridad usada por Adlery y ya señalada por Aristóteles. Eynseck define las dimensiones extroversión-introversión y neuroticismo-estabilidad.
El éxito de Freud, como señalamos en la introducción, no radica en haber señalado tales dimensiones básicas, sino en haber creado un modelo interpretativo que epistemológicamente sigue el método dialéctico, método a nuestro juicio indispensable para cualquier hipótesis que pretenda comprender y manejar una estructura dinámica.
Millon en su texto «Trastornos de la Personalidad» hace un estudio sobre esta aproximación dimensional de la personalidad que se ha desarrollado hasta nuestros días, concluyendo que son tres las dimensiones que deben aceptarse como determinantes de la estructura del carácter. Estas son: activo-pasivo, dependiente-independiente y acercamiento-evitación.
Creemos que Millon cae en la misma insuficiencia de otros investigadores psicodinámicos, que sin quererlo hacen una escisión entre la psicopatología del «neurótico» y la psicopatología del «psicótico».
Las tres dimensiones de Millon dan cuenta de los trastornos psicopatológicos del Yo, siempre correlacionados con los trastornos del carácter y la personalidad, cuando el principio de realidad no sufre mayor compromiso. Cuando mantiene una cierta cohesión, pero no es útil para describir la psicopatología del Yo en los cuadros graves, psicóticos y limítrofes, desestructuradores y disolventes de la organización yoica.
En otras palabras, las dimensiones dependiente-independiente, acercamiento-evitación y activo-pasivo, aportadas por Millon, nos ayudan a precisar la psicopatología del Yo que se muestra en los trastornos de personalidad y que siguiendo la clasificación del DSM III serían denominados como: Histriónico, Dependiente, Narcisista, Antisocial, Compulsivo, Pasivo-Agresivo, Evitador y Esquizoide. Pero no nos dan cuenta de lo que acontece con el Yo del Fronterizo: Bordeline, Paranoico y Esquizotípico, y menos aún con el del psicótico franco, sea esquizofrénico, paranoide o psicótico reactivo, depresivo, orgánico y otros.
Esta ausencia de continuidad puede entenderse por los factores que mencionábamos hace poco; los fenomenólogos han sido indiferentes a la fenomenología descriptiva de los procesos dinámicos y se han limitado entonces a la psicopatología más grave del Yo, la más gruesa, la que se percibe sin necesidad de considerar el pasado, sino observando el fenómeno que aparece aquí y ahora en toda su manifestación. Es decir, la psicopatología del Yo psicótico. Y por otro lado, las corrientes psicodinámicas fuertemente influenciadas por Freud han marginado al Yo psicótico, un Yo demasiado desorganizado como para ser objeto de una psicoterapia reestructuradora, meta última del psicoanalista. Sin embargo, en relación a esto cabe mencionar los importantes aportes de M. Klein, que han contribuido a reducir tal discontinuidad. Más preocupada por las etapas pregenitales que Freud, a quien le interesa fundamentalmente la resolución edípica, Melanie Klein se propone describir el proceso de individualización del Yo en un periodo crucial de su constitución, que ella denomina esquizoparanoide. Y aunque desde una perspectiva distinta, más interpretativa, se acerca mucho a la psicopatología grave del Yo, aquella que se perfila cuando el Yo psicotiza, cuando éste empieza a confundir la realidad con la irrealidad.
Creemos que para ver la psicopatología del Yo como un continuo que abarque los trastornos más graves y «psicóticos» pasando por aquellos más leves o «neuróticos», hasta llegar a su psicología normal, debemos agregar a las tres dimensiones precisadas por Millon una cuarta, la dimensión realidad-irrealidad.
Cada una de estas cuatro dimensiones que se van perfilando a lo largo del desarrollo del sujeto, adquieren una fisonomía más definida después de la adolescencia.
Hemos señalado estas cuatro dimensiones que consideramos dan cuenta de la funcionalidad yoica de manera más o menos global. Sin embargo las planteamos con un carácter de proposición, pudiendo reemplazarse alguna o considerarse otras según se demuestre su necesidad. Con este mismo carácter proposicional y sólo con el fin de ordenar la metódica de aproximación a estas dimensiones, hemos considerado 3 áreas preferenciales de exploración. El área del vínculo en la que se explora la dimensión realidad-irrealidad, el área de las interacciones en la que se explora la dimensión dependencia-independencia, y el área de las relaciones en la que se explora la dimensión adhesividad-evitación. Con vínculo queremos denotar la importancia de las relaciones objetales tempranas en la génesis del principio de realidad, y la excelente vía de exploración de este principio que ofrece la forma de vincularse el paciente con los demás, con el terapeuta y en general con sus objetos. El área de las interacciones alude al manejo, por parte del sujeto, de lo que tradicionalmente se ha llamado su «propia identidad», que se refleja y se construye en su actitud dependiente, independiente o ambivalente en su relación con los demás. Por área de las relaciones entendemos aquellas instancias en la que el sujeto muestra una tendencia a acercarse al otro, deseando el contacto estrecho por sentirlo atractivo y confortable, o eludiéndolo por sentirlo incómodo y/o indiferente.
Si tratamos de reducir a elementos más simples el proceso dinámico por el que atraviesan estas dimensiones hasta configurarse como tales, diríamos que en la interacción del sujeto con los objetos y consigo mismo, se van internalizando las polaridades en forma integrada o escindida. En otras palabras, el origen de la patología radicará en la dificultad para integrar ambas polaridades, lo cual llevará al sujeto a vivirlas como antinómicas, lo que conduce a adscribirse sólo a un extremo de la dimensión, o conjugar ambos, sin integración posible. Si vive uno de ellos, relega al otro hasta hacerlo desaparecer de su vivenciar, lo cual no significa anular su poder dinámico.
Pretendemos sólo poner en evidencia y describir, cómo para el observador el desarrollo normal de estas dimensiones del Yo se vivencia como una integración de polaridades. Construir hipótesis acerca de cuál es el mecanismo que hace posible la integración de tales polaridades, no corresponde a los objetivos de este trabajo, pero que reconocemos es fundamental para la acción psicoterapéutica, como explicaremos en el último capítulo.
Reiterando algunos conceptos podemos decir que desde el método fenomenológico descriptivo dimensional el proceso de maduración consiste en la integración de las polaridades de cada dimensión y que la anormalidad o patología se observa cuando el proceso ha quedado detenido o trabado y el dualismo de la dimensión se mantiene como tal sin haber podido transformarse en una dimensión cualitativamente distinta gracias al proceso de integración resolutiva. La normalidad o funcionalidad del Yo se expresa en su capacidad integradora de los extremos polares de sus dimensiones básicas y consecuentemente, su psicopatología incide en la escisión de uno o varios de tales extremos dimensionales antagónicos, en tal forma que la patología psíquica ligada al Yo, acerca su limitación funcional a los estadios más primarios dé su desarrollo. Y mientras más grave sea su limitación funcional, más puros serán los polos dimensionales, en cuanto a expresión conductual patológica.
Como señalábamos en la Introducción, esta aproximación a la psicopatología del yo que pretendemos mostrar a través del método que hemos denominado fenomenológico descriptivo dimensional, no debe ser leída sino con el sentido de una reflexión que pretende llenar un vacío en el primer paso de la formación del psiquiatra. No tiene un carácter concluyente. Su mérito, más que en los contenidos mismos, pudiera radicar en la denuncia de un déficit y en el intento de esbozar una respuesta. En el último capítulo «Aportes del diagnóstico Fenomenológico Categorial y Dimensional para la práctica terapéutica», intentaremos precisar más su utilidad en el trabajo con nuestros pacientes.

B. Dimensiones del yo
1. Dimensión realidad-irrealidad
El Yo está expuesto a vivencias de realidad e irrealidad. Percibe un mundo externo desde el cual elabora un juicio de realidad, pero también convive con su mundo interno de fantasías, imaginaciones y ensueños. El Yo maduro y sano delimita con precisión y claridad las fronteras que separan la realidad externa del mundo de la fantasía y de la imaginación. La percepción que tiene de sí mismo y de los demás corresponde a lo que son los demás y a lo que es el sí mismo y no a deseos, imaginaciones y fantasías internas que anulen, desplacen o confundan tal realidad.
Esta estricta delimitación, sin embargo, no impide que el Yo pueda convivir con ambas áreas, aceptando la integración dialéctica de estos opuestos, o sea, pudiendo sentir sin ambivalencia cuánto de real hay en lo irreal y cuánto de irreal hay en lo real. Es evidente que la interacción entre los polos de esta dimensión tiene lugar a través del desarrollo del sujeto, por lo tanto esta dimensión va a tener características propias y diferentes en cada una de las etapas del desarrollo. En un sentido genérico podríamos decir que esta delimitación del mundo real-irreal es muy distinta en el lactante, en el niño, en el adolescente y va adquiriendo un perfil mucho más definido en la adultez.
El juicio de realidad fue tratado ampliamente en el capítulo referente al pensamiento. La razón de ubicarlo ahí, radica en que el juicio de realidad de un sujeto nos es comunicado fundamentalmente a través de sus ideas. A través de ellas nos acercamos a evaluar su juicio de realidad o en otras palabras su pensamiento. Pero en la elaboración de este juicio no participaba sólo el pensamiento como un elemento del vivenciar puro y aislado. También lo hace la afectividad, la percepción y por supuesto el Yo (además de los instrumentos: conciencia, memoria, atención, orientación e inteligencia).
Pudiéramos decir que así como el estado afectivo en un momento dado determina en cierto grado la percepción, el pensamiento y por ende, el juicio de realidad, así también la estructura y organización del yo van a orientar la percepción y el juicio de realidad. Es la diferencia entre la idea deliroide de un depresivo y la idea delirante primaria de un paranoico o de una esquizofrenia incipiente. En la primera es el ánimo pesimista y desesperanzado el que alimenta el delirio, en la segunda es una mantenida y permanente estructura que se empecina en mirar el mundo amenazante (en el caso del paranoico) o en sentir cómo esta estructura se disuelve, no tiene límites y/o no existe (en el esquizofrénico incipiente). La angustia del esquizofrénico incipiente, su trastorno del juicio y de la percepción no son más que la consecuencia del proceso de disolución yoica al que asiste el paciente. La función yoica que se constituye dinámicamente y se expresa a través de la dimensión realidad-irrealidad la denominamos principio de realidad, para diferenciarla del juicio de realidad como trastorno del pensamiento.
Consideramos que el trastorno del juicio de realidad, es un trastorno de la ideación, o sea, del pensamiento, de los elementos del vivenciar. Implica necesariamente un grave compromiso del principio de realidad del yo, pero su alteración puede no provenir necesariamente de un trastorno del yo. Ejemplos son la idea deliroide que proviene de un trastorno afectivo o la idea deliriosa a consecuencia de un compromiso de conciencia. También un compromiso grave del principio de realidad puede llevar a un trastorno del pensamiento y, por ende, del juicio de realidad. Esto es lo que sucede en la esquizofrenia. El principio de realidad está tan gravemente alterado que compromete el pensamiento surgiendo así las ideas delirantes. En las personalidades fronterizas el compromiso severo del principio de realidad los lleva a presentar breves episodios de trastornos de juicio de realidad.
Lo que queremos enfatizar es que el juicio de realidad se ubica en la categoría de los elementos del vivenciar y se hace sintomático cuando se ve afectado el pensamiento desde cualquier vía. El principio de realidad, en cambio, es una función yoica que se ve afectada cuando se compromete su estructura u organización. Compromiso que es un continuo que va desde grados muy leves en el normal, pasando por grados medianos en los trastornos de personalidad propiamente tales, hasta el compromiso severo en los fronterizos, llegando a ser grave en los psicóticos.
Con el fin de delimitar más pedagógicamente la alteración de la función de realidad usando términos diferenciadores, el compromiso leve del principio de realidad propio del neurótico lo designamos trastorno de la apreciación de realidad, el compromiso severo del principio de realidad propio del fronterizo, trastorno del sentido de realidad y el compromiso grave del principio de realidad propio del psicótico, trastorno del juicio de realidad. Más adelante precisaremos estos términos.
El principio de realidad del yo se puede describir desde la dimensión realidad-irrealidad del Yo, la cual puede ser analizada tanto en su relación con el mundo externo, como en su relación consigo mismo y en ambas áreas podemos ver la capacidad del yo de delimitar aquello que corresponde a lo real y aquello que corresponde a lo irreal. El Yo tiende a percibir a los demás en arreglo a los deseos y temores provenientes de su mundo interno. Al igual que en las restantes dimensiones del yo, el fracaso en la integración de sus opuestos se traducirá en que el Yo es incapaz de percibir el mundo con la adecuada dosis de realismo, propio de lo que las cosas son, y al mismo tiempo poder sentir cuánto hay de irrealidad en esa realidad, sentir en parte cómo él quiere que las cosas sean, o sea, permitirse en cierto modo integrar su mundo interno.
Más adelante en la sección correspondiente veremos cómo se da este trastorno psicopatológico en los distintos cuadros psiquiátricos y en los trastornos de personalidad. Sin embargo, para ilustrar mejor el concepto, nos adelantaremos en parte.
Por ejemplo en el esquizofrénico el desplazamiento y anulamiento de la realidad en esta dimensión son evidentes, y fácilmente comprensibles. La falta de integración de los extremos llega a ser caricaturesca.
Cuando la irrealidad no ha invadido totalmente la realidad, la falta de integración se muestra en esa escisión de dos mundos que vive el esquizofrénico y que lo lleva a la doble orientación. Definitivamente lo uno o lo otro. Su realismo no permite asomo de su mundo interno irreal y su irrealismo niega en forma apodíctica la posibilidad de asumir la realidad externa y común. Esta disociación impregna i: todo su vivenciar. Fue lo que Bleuler describió bajo el término de ambivalencia, síntoma cardinal de toda la patología de una estructura u organización dinámica, como también lo señaló Freud para las neurosis, pero que en la esquizofrenia adquiere caracteres dramáticos.
Esta misma escisión la viven las personalidades limítrofes, aunque de manera menos grave y más transitoria. Más aun, es ésta la dimensión que, patologizada, determina el carácter de limítrofe de un determinado trastorno de personalidad, como veremos más adelante.
Hemos revisado la disociación de esta dimensión en relación al predominio de la irrealidad. El hiperrealismo no adquiere nunca la gravedad del irrealismo, talvez porque nosotros juzgamos desde los parámetros de la adaptabilidad a nuestra cultura. Pero mirado desde la perspectiva de la pérdida de libertad, se hace tan grave uno como el otro. Un fóbico obsesivo, orientado por la necesidad de anular tenazmente su mundo interno, asume un realismo que le impide el juego de esa lógica del mundo interno, que hace que lo posible no parezca amenazante. Si bien se adecuará a lo que la sociedad espera de él, o sea a un hiperrealismo que nos refuerza constantemente ya que conviene a sus propósitos progresistas y controladores, el grado de sufrimiento y limitación de sus capacidades afectivas y creativas en esa adecuación es tan intenso y grave como en la alternativa opuesta.
A través de dos ejemplos queremos señalar cómo la integración de un sano irrealismo nos permite vivir más tranquilos y confiados frente a situaciones que por lo grave que son, deberían mantenemos amargados. Hoy en día una perspectiva realista sería preocuparnos por sobre todo de la posibilidad de una guerra nuclear, que amenaza lo más preciado, nuestra propia vida. Deberíamos estar día y noche elucubrando al respecto, incluso postergando nuestras tareas habituales con el fin de encontrar una salida al problema. Desde una perspectiva realista, un sujeto que vive en la ciudad de Santiago con los índices de contaminación ambiental que presenta y que se preocupa de su salud física y mental, debería vivir constantemente preocupado por las graves consecuencias que ello implica.
Es la integración de la lógica del mundo interno, de la irrealidad donde las cosas pueden ser y no ser a la vez, lo que nos permite apostar que aquello no sucederá o no tiene inminencia, sin más detención ni análisis en el problema. Es una confianza irracional, irreal. El hiperrealista que ha desplazado su mundo interno, su capacidad de familiarizarse con lo irreal, se aterra y muchos eventos que son sólo remotamente posibles para el común de los mortales, adquieren un carácter de probables y aun inminentes para él. El infierno que vive el fóbico-obsesivo grave es tan desgarrador como el del esquizofrénico.
El Yo deber ser capaz de separar lo que acontece en su vida interna -imaginaciones, sentimientos, deseos, fantasías y ensueños- de aquello que acontece en el mundo externo real; lo que son las cosas, objetos y personas que lo rodean. Al mismo tiempo es capaz de delimitar este juego real-irreal en relación a sí mismo; que es aquello que él es, cuáles son sus límites, cuál es su real existencia, su continuidad, su unidad, su propia pertenencia, su salud y su corporalidad.
Expresiones de la funcionalidad yoica en relación al principio de realidad, son el manejo y control de la realidad que reflejan una adecuada percepción de ella. Este criterio que examina fundamentalmente las conductas del sujeto, tiene especial utilidad cuando queremos delimitar los trastornos de personalidad propiamente tales, de los trastornos fronterizos. En estos últimos, la conducta está gravemente comprometida, y su manejo de la realidad muy contradictorio, auto y heterodestructivo. La diferencia entre uno y otro es cuantitativa, y la línea divisoria la traza el observador a través de un juicio que es análogo al juicio que separa al normal del trastorno de personalidad propiamente tal.
A continuación describiremos la psicología de la dimensión realidad, en los dos aspectos que constituyen el yo: su relación con el entorno, y su relación consigo mismo.
a) Psicología de la dimensión realidad-irrealidad en relación al entorno
En su función comandadora de la vida psíquica, el yo se instala en la realidad manejándola.
La calidad de este manejo depende de la indemnidad de lo que hemos llamado principio de realidad, el cual no es sino la resultante de la integración de las polaridades realidad-irrealidad.
Este principio de realidad se expresa fenomenológicamente en tres niveles. Un primer nivel que denominamos apreciación de realidad, un segundo nivel que llamamos sentido de realidad, y un tercer nivel llamado juicio de realidad. Hemos desarrollado y fundamentado estos 3 niveles de aproximación yoica a la realidad, en forma más extensa en el capítulo IV a propósito de síndromes y disfunciones yoicas.

I. Apreciación de realidad en relación al entorno:
Inevitablemente la realidad es percibida desde el prisma de las necesidades, motivaciones, deseos, temores, etc., del yo del sujeto. Una adecuada apreciación de la realidad supone que ni el mundo interno motivacional desplaza la realidad, ni la realidad descarnada impide que sea investida por estas necesidades internas, de tal manera que el yo viva con una flexibilidad que le permita captar la realidad tal cual es, pero también moldearla y distorsionarla levemente, para su propia tranquilidad. Esto confluye a su estabilidad y sensación de fortaleza.
Como no le teme a la realidad por esta buena interacción, se enriquece con ella y por lo tanto tiene capacidad de cambio.

II. Sentido de realidad en relación al entorno:
El yo extrae de la realidad una información en un todo desde donde elabora el sentido de su proyección y existencia en la vida. En esta interacción con la realidad construye planes coherentes que tienen que ver con sus posibilidades, tanto en su vocación de estudio, trabajo, sus amistades, su vida afectiva de pareja y familiar, sus compromisos con la sociedad, con la trascendencia, etc. En la disfunción yoica del fronterizo esta categoría se ve seriamente comprometida.

III. Juicio de realidad en relación al entorno:
En el capítulo correspondiente a la psicología del pensamiento, describimos cómo se estructura el juicio de realidad desde la vivencia de realidad. La indemnidad de esta función, básica y primaria, permite al yo registrar el significado de lo percibido. Es a partir de estas significaciones básicas de lo percibido en su entorno, que el yo es capaz de construir sentidos de realidad y puede apreciar la realidad.
Cuando el principio de realidad se compromete a este nivel, tan fundamental, el yo está prácticamente desintegrado en su estructura y organización.
b) Psicología de la dimensión realidad-irrealidad en relación a sí mismo (SELF)
En su función personalizadora y cualificadora del vivenciar, el yo percibe una conciencia de sí mismo que los psicopatólogos clásicos como Jaspers y Schneider la han descrito con referencia a cinco características.
– Conciencia de pertenencia del propio yo.
– Conciencia de la unidad del yo.
– Conciencia de la identidad del yo.
– Conciencia del yo en oposición a lo externo o límites del yo.
– Conciencia del existir del yo.
Agregamos dos características importantes en el análisis psicopatológico, que consideramos corresponden a la psicología del yo: la conciencia de salud y enfermedad, y la conciencia corporal.
La percepción de esta conciencia de sí mismo en estas 7 características definidas, está al igual que la relación del yo con el entorno, condicionada por el principio de realidad. También expresado fenomenológicamente en tres niveles: apreciación, sentido y juicio de realidad.
Describamos entonces estas seis características.
– Conciencia de pertenencia del propio yo.
Nos experimentamos a nosotros mismos como autores, como actuantes por nosotros mismos de aquello que hacemos, vivimos y logramos. Al sujeto sano le resulta lógico ser él mismo el que vivencia, el que experimenta, el que percibe, siente, tiene un determinado estado de ánimo, piensa, habla, se mueve, actúa. Este sello de la acción «mía», del «yo personal», que se da a los fenómenos psíquicos, sean éstos percepciones, sensaciones, recuerdos, representaciones, pensamientos o afectos, se llama personalización de la vivencia.
– Conciencia de la unidad del yo.
Yo soy uno en el mismo momento, o sea, nos experimentamos como unidad, como correspondientes a nuestro ser «nosotros mismos» y no varios. En una misma fracción de tiempo tenemos conciencia de que somos un consistente «uno mismo». Esto, incluso, es válido cuando tenemos discrepancias internas, aspectos opuestos y contradictorios en nuestra intimidad.
– Conciencia de la identidad del yo.
Tenemos la conciencia de ser siempre idénticamente los mismos a través del tiempo. Tenemos una conciencia de nuestra continuidad. Los cambios experimentados con el medio y con los demás a través de nuestra biografía, no alteran el hecho de saber que desde que nacimos hasta ahora, somos siempre él mismo bajo una historia unitaria.
– Conciencia del yo en oposición a lo externo o límites del yo.
Así como hemos señalado que somos conscientes de nosotros mismos, también somos conscientes de aquello que nosotros no somos, estableciendo así un límite. De esta manera podemos determinar aquello que corresponde a nosotros mismos, a nuestro yo, y lo que no corresponde a tal nosotros mismos, sino que se aproxima a nosotros, pero está fuera de nuestro yo. Esto nos permite tener conciencia de que hay fenómenos que al ser externos, no tienen la capacidad de provocar modificaciones en nuestro yo, en nuestro ser. Interactuamos tranquilamente con los demás objetos, sin la necesidad de tener que poner una barrera que surgiría del temor de esta confusión entre mundo-externo, mundo-interno y que nos llevaría necesariamente a un aislamiento.
– Conciencia del existir del yo.
Nos experimentamos como existentes, «con plena consistencia» y de modo natural y lógico como seres vivientes corporal y psíquicamente presentes. Además de una vitalidad que se impone por sí misma en el conocimiento reflexivo de nuestro existir.
– Conciencia de salud y enfermedad:
La amenaza y pérdida de nuestra estabilidad, fortaleza, capacidad de resolver situaciones complejas, de la sensación de agradable bienestar que nos permite enfrentar confiados la vida, la sentimos como enfermedad. Valorizamos nuestra salud cuando la tenemos y si bien la cuidamos, no vivimos preocupados en exceso. Cuando enfermamos tenemos conciencia de la limitación presente o a futuro que nos depara, solicitamos ayuda, y nos comprometemos en el proceso terapéutico.
– Conciencia corporal:
Empleamos la palabra «cuerpo» en un sentido distinto al médico (cuerpo anatómico y fisiológico) y al neurofisiológico (esquema corporal). Cuerpo en la perspectiva psiquiátrica es la representación que tiene nuestro yo de nuestro cuerpo a través de la conciencia corporal.
Esta conciencia corporal no es una idea primaria. Es consecuencia de la relación que el sujeto ha establecido con su cuerpo a lo largo de todo su desarrollo, desde su nacimiento hasta la muerte. En esta relación el cuerpo es para el yo un instrumento de expresión privilegiado, y de ahí la importancia de esta área en la semiología de la funcionalidad yoica.
I. Apreciación de realidad en relación a sí mismo:
Una adecuada integración de la dimensión realidad-irrealidad, permite al yo apreciar su propia pertenencia, su unidad, identidad, límites, y existencia de tal manera que no siente amenazada su integridad, se siente seguro de sí, se aprecia y estima, conoce sus propios límites y la salud con que cuenta. Podríamos decir que es lo que en psicología dinámica se considera una identidad lograda.
II. Sentido de realidad en relación a sí mismo:
La concepción que el yo tiene de su pertenencia, unidad, existencia, identidad, límites y salud le permite proyectarse en el tiempo, dándole un sentido a su existencia. El manejo de la realidad para sus propósitos está condicionado por esta auto-conciencia de sentido, que va más allá de la inmediatez del aquí y ahora.
III. Juicio de realidad en relación a sí mismo:
Las vivencias de realidad de su propia existencia, límites, identidad, pertenencia, unidad y salud, son básicas, y es a partir de la percepción de estas significaciones básicas que el yo puede darle sentido a su conciencia de sí mismo, y apreciar adecuadamente su conciencia de sí mismo. Su compromiso equivale a su desintegración como estructura.

2. Dimensión actividad pasividad del yo
Un Yo sano es capaz de responder a las demandas del medio ambiente, a las situaciones que requiere de él una actitud activa, alerta y vigilante. Llevar a cabo sus labores con persistencia y decisión, con el fin de alcanzar sus logros, orientando la conducta hacia ciertas metas. Todo esto implica elaborar planes, estrategias y elegir la mejor alternativa dentro de las múltiples opciones que se le presentan o que él crea.
Es capaz de manipular las situaciones, los eventos y las personas, como también superar los obstáculos que surgen en el camino. Todo esto con la finalidad de lograr los objetivos que se ha planteado. En resumen, pudiéramos decir que aunque los propósitos, las metas y los objetivos pueden ser diversos, lo que hay de común en esta actitud yoica es el intento de controlar las circunstancias y el medio ambiente, en una forma activa que podríamos denominar de gobierno. Pero también un Yo sano puede adquirir una actitud pasiva, de acuerdo a que las circunstancias provengan de sus necesidades internas o de las demandas del medio ambiente. En esta actitud pasiva, los intentos manipulativos son mínimos y se deja llevar por las circunstancias. Es lo opuesto a la actitud de gobierno y podríamos denominarla actitud de aherrojamiento. En este momento no se plantean metas ni objetivos. El dejarse llevar por la circunstancia pasa a ser una motivación. El objetivo está en el momento mismo, en el aquí y ahora, y la temporalidad queda postergada. Asistimos en ese momento a un Yo pasivo, sin deseo de gobierno, en actitud de entrega, sin esforzarse por cambiar los eventos ni las circunstancias, sino más bien aceptándolos tal cual llegan y plegándose a su ritmo.
Esta dimensión, actividad-pasividad, que el Yo sano lleva con armonía, soltura y flexibilidad, donde sus polos se alternan según el momento vivido sin perder integración, se hace patológica o anormal, en relación a los criterios que hemos visto de normalidad-anormalidad y que fundamentalmente apuntan a una pérdida de la libertad del sujeto. Es decir, el Yo adquiere una modalidad activa o pasiva con rigidez y estancamiento, que no tiene que ver ni obedece a las circunstancias sino más bien a una actitud estereotipada, repetitiva e inflexible, que frecuentemente lo lleva a conductas desadaptativas en relación a los requerimientos del medio ambiente o de su interioridad.

3. Dimensión adhesividad-evitación
Esta dimensión pudiera definirse en sus extremos como la atracción o rechazo a la relación afectiva con los demás. A un yo sano le resulta atractivo estar con otro, compartir, vivir emociones y sentimientos, ya sea agradable o desagradable. Pudiéramos decir que la fuente más frecuente e intensa de placer y dolor, de «eros» y «tanathos» se vive en relación con los demás. Un Yo que ha integrado bien esta dimensión es atraído por el vínculo, aunque éste suponga intensificación emocional.
En su desarrollo, se ha familiarizado con estas emociones y las vive con soltura. Pero al mismo tiempo se hace capaz de distanciarse al sentir que una relación le es de alto riesgo o que su sentido se pierde. No se acerca ni se distancia indiscriminadamente. Al igual que las demás dimensiones, la integración dialéctica de sus polos hace que cuando el yo vive en situación de acercamiento, por intensa y atractiva que sea, se va permitiendo sentir la saciedad, de donde irá paralelamente surgiendo el distanciamiento.
La falta de integración se traduce en un acercamiento insistente e indiscriminado. Frente a cualquier situación se imanta y además tiende a quedarse adherido ya que el acercamiento desplazaría, negaría y anularía cualquier sentimiento de evitación. Lo mismo sucede en la situación opuesta en la que el distanciamiento se impone como una conducta repetitiva y rígida frente a casi toda posibilidad de interacción, sin desear el acercamiento, quedándose tenazmente en la lejanía.
4. Dimensión, dependencia-independencia
Un Yo sano se relaciona armónicamente consigo mismo y con los demás. Encuentra en el prójimo una fuente de importante gratificación y aun cuando percibe riesgos, pese a ellos se siente bien seguro y confiado. Es capaz de apoyarse en determinadas circunstancias cuando necesita de los otros. Recurre a ellos, reconociendo sus limitaciones propias y valorizando el apoyo que puedan brindarle. Valora el criterio y la opinión de los demás.
Reconoce que también necesita la atención y el afecto de quienes lo rodean. Tiene una sutil capacidad para darse cuenta y resentirse cuando es privado de los otros, cuando los pierde o cuando los demás no están con él. En resumen es un Yo que no niega la importancia del otro en relación a su propio enriquecimiento, a su capacidad de recibir y poder abandonarse en él sintiéndose acogido, protegido y nutrido. Armonizan estos rasgos que podríamos denominar como dependientes, con la capacidad simultánea de conservar su individualidad, dándose cuenta de que él es uno y que puede arreglárselas solo, gratificándose consigo mismo, confiando en sus propios criterios, en sus propias sensaciones, en su propia percepción de la realidad. Tiene simultáneamente la sensación de poder llevar a cabo planes y estrategias, en los cuales no necesariamente desea que los demás estén ligados a él. Esta dimensión cuyos polos son la dependencia y la independencia, interactúan armónicamente en un Yo sano de tal manera que se adecua a las circunstancias, a la situación y a sus imperativos internos, asumiendo entonces una actitud donde acepta su necesidad de los otros, en un momento dado, como también en otro momento puede realzar su propia capacidad de enfrentar las situaciones manifestando así su autonomía. Ambas situaciones, complementadas e integradas, son vividas con soltura, naturalidad y bienestar.
Nuevamente los rasgos de normalidad o anormalidad están dados por la rígida y repetitiva interacción en sólo uno de los polos antinómicos de la dimensión señalada, o en ambos pero sin integración.

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