Diccionario de Psicología, letra G, Género

Desarrollo desde la perspectiva vincular

El vínculo es la estructura fundante de la subjetividad. Es una trama intersubjetiva la que tramita el pasaje del prematuro que vio la luz al sujeto con cierto grado de autonomía. Sujeto sujetado al orden del inconsciente, del parentesco y de la lengua. En ellos se incluye, complejizándolos, el hecho de que, desde la gestación, ingresamos en una bipartición planetaria que divide a los seres humanos en mujeres y varones. Una determinación tan universal como el tabú del incesto como precondición de la cultura. Soporte, límite y organizador de la subjetividad, las prescripciones de lo masculino y lo femenino producen lugares psíquicos, modalidades vinculares, no reductibles a las diferencias sexuales. Desde la perspectiva del Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares se destaca, entre otros aspectos, el origen grupal de la conformación psíquica. Antes que sujetos, somos inter-sujetos, lo que desbarata toda presunción de autonomía. La primera formulación freudiana en su división tripartita (consciente, preconsciente, inconsciente) así como el desarrollo de la segunda tópica (ello-yo-superyo) -esa grupalidad del adentro- definen un aparato pulsional que se va armando en un constante ida y vuelta entre estímulos internos y externos. El complejo de Edipo, aun pensado como un preformado o estructura potencial es impensable sin la argamasa de conflictos e intercambios que en cada contexto socio-histórico configurarán una escena particular para cada sujeto. Pero no hay un aparato psíquico al que luego una sociedad imprimirá su marca, sino que es esta sociedad, a través de sus instituciones, la que posibilitará un aparato psíquico. La intrincación entre mociones pulsionales y representaciones , articuladas fantasmáticamente, producen ese sujeto humano. El Complejo de Edipo tiene un valor estructurante como organizador y tope de la sexualidad. Según Freud, la fase fálica signada por el complejo de castración no reconoce más que un órgano genital, el masculino, y la diferencia de los sexos equivale a la oposición fálico-castrado. El niño, que asienta en el pene su completamiento fálico, debe renunciar al objeto sexual -su madre- para resguardar su integridad, por la amenaza de castración, y así sale del Edipo. La niña, desprovista del atributo privilegiado, desgracia que atribuye a su madre -ahora odiada- ingresa al Edipo ya castrada y se dirige al padre con el anhelo de una restitución bajo la forma de un hijo, que no hace desaparecer totalmente la envidia del pene. Su salida del Edipo es menos definida. En ambos, la salida de esta conflictiva es diferente, y la entrada también. Los núcleos de género ya están instalados en el tiempo pre-edípico. A partir de la igualación en el eje fálico-castrado -teorías sexuales infantiles- Freud plantea una masculinidad primaria. La niña es un varoncito, el clítoris es un sustituto abreviado del pene. Los autores que plantean una femineidad primaria (Homey, K., Klein, M., Jones, E.) la basan en un conocimiento intuitivo de la cavidad vaginal y consideran la lógica fálica como una formación defensiva y secundaria. J. Lacan centra su teoría en la noción de falo como significante del deseo. Así, el Complejo de Edipo consistirá en una dialéctica cuyos tiempos se centran en el lugar que ocupa el falo en el deseo de los tres protagonistas. Nociones que habilitan para comprender la investidura erógena que la mujer hace de su cuerpo todo. Y el centramiento narcisístico del varón en el pene -su funcionamiento y tamaño- sustento visible y arriesgable de su investidura fálica. Este autor no considera a la libido como masculina. El falo, como puro significante, iguala a los dos sexos. Esta concepción no está ligada a lo anatómico sino al deseo que estructura la identidad sexual. Lo masculino y lo femenino son posiciones respecto a la función fálica. No hay inscripción inconsciente del hombre y de la mujer, lo hay de la castración. En su vuelta a Freud, Lacan destaca que la mujer se ofrece como objeto de deseo del hombre. Y éste, en posición de sujeto, se percibe como instrumento de satisfacción de la mujer. Imaginariamente, el hombre » … tiene que dar lo que no tiene (el falo), a un ser que no lo es (el falo) «. Tanto el hombre como la mujer podrán normalizar su posición natural, a condición de reconocer que no son el falo, atravesando la castración simbólica. En desarrollos posteriores, Lacan propone la idea de un «plus de goce» como privativo de la mujer, cuya posición en relación a la Ley le abriría un campo de actividad sexual y erógena más allá del orden fálico. Diversos autores describen el trayecto teórico del psicoanálisis en relación al posicionamiento sexuado de mujeres y varones como una epistemología de «lo mismo», una igualación a partir de una insignia. A la lógica binaria (falo o no falo), Laplanche, J. agrega a la diferencia el concepto de diversidad, que puede producirse entre dos términos, pero también entre «n» términos, Dice: «Si tomamos los colores, tenemos, verde, rojo, azul, etcétera. Por el contrario si utilizamos tina clasificación binaria, que existe desde Platón, diríamos hay verde y no verde: la lógica de la diferencia es a la vez la lógica castratoria». Autores como Fernández, A. desde la perspectiva de la correlación entre estudios de la mujer y psicoanálisis plantea que ‘Va sexualidad femenina es pensada en los textos freudianos desde el apriori de lo mismo. Un ordenamiento que pierde la positividad de la diferencia», lo que no exime a la mujer del régimen de la falta, sino que la inscribe en una economía deseante propia. En relación al Complejo de Edipo, la salida es diferente para niñas y niños, pero el ingreso también. El tiempo preedípico, además de permitirnos conocer el recorrido libidinal anterior, será determinante para el establecimiento de lo que Laplanche llama femineidad-masculinidad pre-castratoria. En el período preedípico predomina en ambos sexos, el lazo con la madre. Se lo define como un tiempo dual, en que la madre representa al gran Otro, figura excluyente de identificación primaria y/o especular. Dice E. Bleichmar «Femineidad primaria que goza de las licencias de lo imaginario, del fantasma, ya que en la intimidad de los cuidados, del placer, del amor, en que la madre reina, el niño puede edificar la idea de una femineidad a la cual nada le falta «(madre fálica). En «Psicología de las masas y análisis del yo» Freud define a la identificación como el más antiguo enlace afectivo, «identificación previa e inmediata que se sitúa antes de toda catexis de objeto». Ambas citas delinean la identificación como operación constitutiva de una relación de «ser» que por nuestro sistema de crianza siempre es una relación íntima, fusional, con una mujer constituida en ideal primario. Que en el mejor de los casos establecerá pautas diferenciales en la crianza de niños y niñas. Será la que brinde significantes esenciales. Si el ingreso al Edipo es diferente es porque hay núcleos ya constituidos, previos a la resolución genital. Y que constituyen el núcleo de la 1dentidad de género», diferenciable de la posterior elección de objeto sexual. El «sistema sexo-género», dará cuenta de complejas articulaciones entre el sentimiento de «ser» y «sentirse» varón o mujer y la orientación erótica hétero u homosexual. Así es que para describir el perfil psicosexual de una persona se requieren tres especificaciones: sexo anatómico, género y tipo de sexualidad en relación al objeto. Freud llamó «Sobre la sexualidad femenina» y «La femineidad » a dos trabajos para referirse a la mujer. Los títulos esbozan que los conceptos no son superponibles. El concepto de género nos habilita básicamente para comprender la dimensión simbólica de la femineidad/masculinidad fuera de todo resabio naturalista. Y para entender hasta que punto la naturalización de las diferencias propició la subestimación de la mujer en relación al hombre, como los sistemas de poder trocaron diferencias en desigualdades. El movimiento feminista, en su crítica al modelo patriarcal de dominación masculina, ha resaltado la distribución desigualitaria de las expectativas y roles de género. Desde el uso de «el hombre» para referirse al ser humano en general, hasta las prácticas discriminatorias, sociales, científicas, jurídicas, económicas, que transforman a la mitad de la humanidad en «el segundo sexo» (De Beauvoir, S.). Este aprendizaje social da lugar al llamado «yo del logro» -destreza, poder, realización- como inherente a varones. Y el «yo en relación» -afectos, vínculos, sentimentalidad- propio de mujeres. La «ética de la ley» frente a la «ética del cuidado». Según Stembach S. «El psicoanálisis de las configuraciones vinculares se ubica en el nudo de convergencia entre la conflictiva intrapsíquica, el plano de lo vincular y el atravesamiento sociocultural. Esta aproximación nos permite pensar al Sistema sexo-género como un capítulo importante en la articulación de los distintos planos. Correlacionar, por ejemplo, espacio intrasubjetivo con la plataforma que implica el núcleo de la Identidad de género. Los espacios intersubjetivo y transubjetivo con los conceptos de Asignación y Rol de género también pueden aportar visibilidad a las complejas confluencias entre estructura e historia. Los elementos del sistema sexo-género se caracterizan por su grado de relacionalidad. Hablamos de «expectativas de género»: se esperan conductas «propias» de mujeres o varones. Rol de género: lugar que se define en relación a su opuesto y que marca características y desempeños inherentes a cada uno. Así, se dice «los hombres no lloran» ó «las mujeres son intuitivas». La «identidad de género » se constituye por precipitación del deseo de otros. En cualquier caso, la vincularidad como condición, distribuyendo lugares y fijando polaridades. Problemáticas conexas

Las rígidas prescriptivas genéricas ocasionan que varones y mujeres vean recortadas sus vidas en lo corporal, la identidad, en el trabajo, en la sexualidad, en la educación, en la expresión, etcétera. Así, la política sexista, además de cercenar potencialidades, genera situaciones paradojales: si bien las formulaciones en salud mental prescriben el uso pleno de las capacidades funcionales, una mujer debiera acotar sus experiencias sexuales para no ser calificada como promiscua. O un hombre debe arriesgar su vida, para sostener el ideal heroico. La determinación genérica se opone a la salud. El narcisismo y el género a la sexualidad. La autonomía a los ideales. El concepto de género necesariamente implica una reformulación y complejización del trabajo clínico en dispositivos un¡ y multipersonales. Si las determinaciones de género contribuyen al síntoma, o aún no teniendo ese status de egodistonía, cuando colaboran en la formación de pautas rígidas, caracteriales merecen ganar un lugar en la etiología. Y formar parte de lo que entendemos por material clínico. Además del conocimiento de la vasta bibliografía al respecto, para todo psicoanalista se torna imprescindible reflexionar sobre los supuestos, prejuicios e ideologías en relación a su propia posición como ser genérico. Ser mujer o varón es el resultado de construcciones familiares, históricas, contingentes a cada cultura. La naturalización de estas posiciones genéricas favorece los escotomas en la decodificación del material clínico o su lectura ideológica a modo de certezas que no merecen ser analizadas. Y particularmente en el campo del psicoanálisis vincular en sus distintas variantes, ámbitos propiciantes de las formas en que las representaciones sociales (como el género) generan formas de subjetividad e intercambios de distinto grado de complejidad. Las vicisitudes de la resolución sexual, las identificaciones pre y postedípicas y los intentos para diferenciarse de ellas ocurren en culturas con representaciones determinadas para delinear atribuciones de lo femenino y lo masculino. Esta sexuación de las habilidades y la división binaria de atributos produce subjetividades al precio de la alienación de sí mismo de aspectos denegados o delegados en la otra/el otro. Estas formas de vivir, también producen formas de padecer. Todo un capítulo en desarrollo es el de la psicopatología diferencia] en relación al género y la revisión de las categorías diagnósticas y pronosticas habitualmente manejadas en salud mental. Y esto particularmente en un tiempo en que las caracterizaciones de lo femenino y lo masculino están expuestas a profunda revisión y modificación.