Melanie Klein: ENVIDIA Y GRATITUD (1957) Tercera parte

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IV-

El comienzo temprano de la culpa parece ser una de las consecuencias de la envidia excesiva. Si esta culpa prematura es experimentada por el yo cuando aún no es capaz de soportarla, es entonces vivida como persecución, y el objeto que la despierta se convierte en un perseguidor. Por consiguiente el bebé no puede elaborar la ansiedad depresiva ni la persecutoria porque se confunden una con otra. Unos meses más tarde, al surgir la posición depresiva, el yo más integrado y fuerte tiene mayor capacidad de soportar el dolor de la culpa y desarrollar las defensas correspondientes, sobre todo la tendencia a reparar. El hecho de que en el período más temprano (es decir, durante la posición esquizo-paranoide) la culpa prematura incremente la persecución y la desintegración, trae como consecuencia el fracaso en la elaboración de la posición depresiva. Este fracaso puede ser observado tanto en los pequeños pacientes como en los adultos: tan pronto como es sentida la culpa, el analista se hace persecutorio y es acusado en muchos aspectos. En tales casos hallamos que siendo niños no pudieron experimentar culpa sin que simultáneamente ésta llevase a la ansiedad persecutoria con sus defensas correspondientes. Estas defensas aparecen luego como proyección sobre el analista y negación omnipotente. Según mi hipótesis, una de las fuentes más profundas de la culpa está siempre ligada a la envidia del pecho nutricio y al sentimiento de haber arruinado su bondad como consecuencia de los ataques generados por la envidia. Si en la temprana infancia el objeto primario ha sido establecido con relativa estabilidad, la culpa despertada por tales sentimientos puede ser enfrentada con mayor éxito, pues entonces la envidia es transitoria y menos propensa a poner en peligro la relación con el objeto bueno. La envidia excesiva interfiere en una adecuada gratificación oral, actuando así como un estímulo hacia la intensificación de deseos y tendencias genitales. Esto implica que el bebé se dirige demasiado pronto hacia la gratificación genital. Como consecuencia se genitaliza la relación oral y se colorean en exceso de resentimiento y ansiedades orales las tendencias genitales. He sostenido a menudo que las sensaciones y deseos genitales operan posiblemente desde el nacimiento. Por ejemplo, es bien sabido que los niños tienen erecciones en un período muy precoz. Pero al hablar de la emergencia prematura de estas sensaciones quiero significar que las tendencias genitales interfieren en las orales en un momento en el cual normalmente predominan los deseos orales. Aquí habremos de considerar de nuevo los efectos de la confusión temprana que se expresa como un esfumamiento de los limites entre los impulsos y las fantasías orales, anales y genitales. Es normal una superposición entre estas variadas fuentes tanto de libido como de agresividad. Pero cuando la superposición llega a una incapacidad de experimentar de modo suficiente y en su debido período de desarrollo la predominancia de cualquiera de estas tendencias, entonces la vida sexual posterior y la sublimación son desfavorablemente afectadas. La genitalidad basada en una huida de la oralidad es insegura, porque a ella se trasladan las sospechas y desengaños adheridos a la satisfacción oral menoscabada. La interferencia en la primacía oral por parte de las tendencias genitales socava la gratificación en la esfera genital y es frecuentemente la causa de la masturbación obsesiva y la promiscuidad. Esto se debe a que la falta de la satisfacción primitiva introduce elementos compulsivos en los deseos genitales y, según lo he observado en algunos pacientes, puede llevar a que las sensaciones sexuales se introduzcan en todas las actividades, procesos mentales e intereses. En algunos bebés la huida hacia la genitalidad es también una defensa contra el odio y la tendencia a dañar al primer objeto hacia el cual tuvieron sentimientos ambivalentes. Descubrí que el comienzo prematuro de la genitalidad puede estar ligado con el temprano surgimiento de la culpa y es característico de los paranoides y esquizoides. Cuando el bebé alcanza la posición depresiva y se hace más capaz de encarar su realidad psíquica, siente también que la maldad del objeto se debe en gran parte a su propia agresividad y a la proyección consiguiente. Tal como podemos observar en la situación transferencial, ese percatamiento da lugar, cuando la posición depresiva está en su apogeo, a un gran dolor espiritual y culpa. Pero también crea sentimientos de alivio y esperanza, que a su vez hacen menos difícil la reunión de los dos aspectos del objeto y del individuo, facilitando la elaboración de la posición depresiva. Esta esperanza está basada en el creciente conocimiento inconsciente de que el objeto interno y externo no es tan malo como había sido sentido en sus aspectos disociados. Mediante la mitigación del odio por el amor, el objeto mejora en la mente del niño. Ya no siente con tanta fuerza haberlo destruido en el pasado y disminuye el peligro de que lo sea en el futuro. Al no estar dañado, también es sentido como menos vulnerable en el presente y en el futuro. El objeto interno adquiere una actitud restrictiva y preservadora de sí mismo y su mayor fuerza es un importante aspecto de su función como superyó. Al describir la superación de la posición depresiva, ligada a la mayor confianza en el objeto bueno, mi intención no es dar a entender que tales resultados no pueden ser anulados temporariamente. La tensión de naturaleza interna o externa propende a despertar la depresión y la desconfianza hacia sí mismo y hacia el objeto. Sin embargo, la capacidad de salir de tales estados depresivos y de recuperar el sentimiento de la propia seguridad interna es, según mi punto de vista, el criterio de una personalidad bien desarrollada. En cambio, el modo frecuente de enfrentar la depresión mediante el endurecimiento de los propios sentimientos y al mismo tiempo negándola, es una regresión a las defensas maníacas empleadas durante la posición depresiva infantil. Existe una vinculación directa entre la envidia experimentada hacia el pecho de la madre y el desarrollo de los celos. Estos están basados en la sospecha y rivalidad con el padre, que es acusado de haberle quitado a la madre y a su pecho. Esta rivalidad caracteriza los primeros estadíos del complejo de Edipo directo o invertido, el que normalmente surge al mismo tiempo que la posición depresiva, en el segundo cuarto del primer año de vida. El desarrollo del complejo de Edipo está fuertemente influido por las vicisitudes de la primera y exclusiva relación con la madre. Cuando esta relación se ve perturbada demasiado temprano, la rivalidad con el padre también comienza en forma prematura. Las fantasías acerca del pene dentro de la madre, o dentro de su pecho, convierten al padre en un intruso hostil. Esta fantasía es particularmente fuerte cuando el bebé no ha tenido el goce pleno y la felicidad que puede proporcionarle la temprana relación con la madre y el primer objeto bueno no ha sido incorporado con cierta seguridad. Tal fracaso depende en parte de la fuerza de la envidia. Cuando en trabajos anteriores describí la posición depresiva, señalé que en ese período el niño integra progresivamente sus sentimientos de amor y odio, sintetiza los aspectos buenos y malos de la madre, y pasa por estados de duelo ligados con sentimientos de culpa. Asimismo, comienza a comprender mejor el mundo externo, que no puede retener a su madre como una posesión exclusiva. Que el bebé pueda o no hallar ayuda contra esa pena en su relación hacia el segundo objeto -el padre u otras personas de su ambiente- depende en cierta medida de las emociones que experimenta hacia su objeto único perdido. Si esa relación estuvo bien fundada, el miedo de perder a la madre es menos fuerte y más grande la capacidad de compartirla. Puede también, entonces, experimentar más amor por sus rivales. Todo esto implica que ha sido capaz de elaborar la posición depresiva satisfactoriamente, hecho que a su vez depende de que la envidia hacia el objeto primario no haya sido excesiva. Los celos, como sabemos, son inherentes a la situación edípica y están acompañados por el odio y los deseos de muerte. Sin embargo, normalmente el logro de nuevos objetos que pueden ser amados -el padre y los hermanos- y otras compensaciones que el yo en desarrollo obtiene del mundo externo, mitigan hasta cierto punto los celos y los motivos de queja. Si los mecanismos paranoides y esquizoides son fuertes, los celos -y finalmente la envidia- quedan sin ser mitigados. El desarrollo del complejo de Edipo es influido esencialmente por todos estos factores. Entre los caracteres distintivos de la época más temprana del complejo de Edipo se hallan las fantasías acerca del pecho materno y de la madre conteniendo el pene del padre, o el padre conteniendo a la madre. Esta es la base de la figura de los padres combinados. En trabajos anteriores describí la importancia de esta fantasía. La influencia de la figura parental combinada en la capacidad del niño para diferenciar a ambos padres y establecer relaciones buenas con cada uno de ellos, es afectada por la fuerza de la envidia y la intensidad de sus celos edípicos. Esto se debe a que la sospecha de que los padres siempre están obteniendo gratificación sexual, refuerza la fantasía -derivada de varias fuentes- de que ellos están siempre combinados. Si estas ansiedades son muy activas y por lo tanto indebidamente prolongadas, su consecuencia puede ser la alteración permanente de la relación con ambos. En los individuos muy enfermos, esta incapacidad de desenredar la relación hacia una u otra de las figuras parentales -debido a que se hallan inextricablemente ligadas en la mente del paciente- desempeña un rol importante en los estados de grave confusión. Si la envidia no es excesiva, los celos en la situación edípica se convierten en un medio para elaborarla. Cuando se experimentan celos, los sentimientos hostiles son dirigidos no tanto contra el objeto primario como contra los rivales -padres o hermanos-, lo cual favorece la distribución. Al mismo tiempo, cuando estas relaciones se desarrollan, dan lugar a sentimientos de amor, convirtiéndose así en una nueva fuente de gratificación. Además, la transición de los deseos orales hacia los genitales reduce la importancia de la madre como dadora de satisfacción oral. (Como sabemos, el objeto de la envidia es en gran medida oral.) En el varón, una buena parte del odio es desviada hacia el padre, envidiado a causa de la posesión de la madre. Estos son los típicos celos edípicos. En la niña, los deseos genitales hacia el padre la capacitan para encontrar otro objeto amado. De este modo los celos reemplazan hasta cierto punto la envidia, convirtiéndose la madre en la rival más importante. La niña desea tomar el lugar de su madre, poseer y cuidar los bebés que el padre amado ha dado a aquélla. La identificación con la madre en este rol hace posible que las sublimaciones tengan una mayor amplitud. Es esencial, asimismo, considerar que la elaboración de la envidia mediante los celos constituye al mismo tiempo una defensa importante contra ella. Los celos son mucho más aceptables y causan bastante menos culpa que la envidia primaria, la cual destruye al primitivo objeto bueno. En la situación analítica podemos observar con frecuencia la estrecha conexión entre los celos y la envidia. Por ejemplo, uno de mis pacientes se hallaba muy celoso de un hombre con el cual me creía en estrecho contacto personal. Como consecuencia se produjo un sentimiento que consistía en creer que, de cualquier modo, en la vida privada yo era probablemente una persona aburrida y sin interés. La interpretación dada en este caso por el mismo paciente de que esto era una defensa, lo llevó al reconocimiento de la desvalorización del analista como resultado del resurgimiento de la envidia. La ambición es otro factor sumamente eficaz para poner en movimiento a la envidia. Dicha ambición se relaciona en primer término con la rivalidad y competencia en la situación edípica. Pero si es excesiva, muestra claramente que se ha originado en la envidia del objeto primario. El fracaso en colmar la propia ambición es a menudo despertado por el conflicto entre el impulso de reparar el objeto dañado por la envidia destructiva y una renovada reaparición de la envidia. El hallazgo hecho por Freud sobre la envidia del pene en las mujeres y su relación con los impulsos agresivos, fue una contribución básica en la comprensión de la envidia. Cuando la envidia del pene y los deseos de castración son fuertes, el objeto envidiado, el pene, ha de ser destruido y el hombre que lo posee ha de ser privado de él. En Análisis terminable e interminable (1937) Freud enfatizó la dificultad que surge en el análisis de mujeres por el hecho mismo de que nunca pueden adquirir el pene que desean. Afirmó que las pacientes tienen «una convicción íntima de que el tratamiento analítico no les servirá de nada y de que no experimentarán mejoría alguna con él». No podemos sino estar de acuerdo con esto al descubrir que el motivo más poderoso que las impulsó al tratamiento analítico era la esperanza de conseguir en alguna forma el tan anhelado órgano sexual. Cierto número de factores contribuyen a la envidia del pene, tema que ya he descrito anteriormente en relación con otros aspectos. Deseo considerar ahora la envidia del pene en la mujer, especialmente en lo que se refiere a su origen oral. Como sabemos, bajo el dominio de los deseos orales el pene es fuertemente equiparado con el pecho (Abraham), y según mi experiencia, en la mujer la envidia del pene se origina en la envidia del pecho materno. Descubrí que si la envidia del pene es analizada sobre esta base, podremos ver que su origen reside en la relación más temprana con la madre, en la fundamental envidia del pecho, y en los sentimientos destructivos unidos a ella. Freud nos ha demostrado hasta. qué punto la actitud de la niña hacia su madre es vital para sus relaciones posteriores con los hombres. Cuando la envidia del pecho materno ha sido intensamente transferida al pene del padre, el resultado puede ser un reforzamiento de su actitud homosexual. Otro resultado es un giro brusco y repentino hacia el pene alejándose del pecho, debido a las excesivas ansiedades y conflictos despertados por la relación oral. Es éste esencialmente un mecanismo de escape que, por lo tanto, no conduce a la formación de relaciones estables con el segundo objeto. Si los motivos principales de tal huida son la envidia y el odio experimentados hacia la madre, estas emociones son pronto transferidas al padre, por lo que no puede establecerse una actitud amante y duradera hacia él. Al mismo tiempo, la relación envidiosa con la madre se expresa en una excesiva rivalidad edípica. Esta rivalidad se debe mucho menos al amor por el padre que a la envidia de la posesión materna de éste y su pene. La envidia experimentada hacia el pecho es entonces totalmente traspasada a la situación edípica. El padre (o su pene) se ha convertido en una pertenencia de la madre y es por estos motivos que la niña quiere robárselo. Por eso, en la vida ulterior, todo éxito en su relación con los hombres se convierte en una victoria sobre otra mujer. Esto se aplica aun donde no existe una rival evidente, ya que entonces la rivalidad es dirigida contra la madre del hombre, como puede verse en las frecuentes perturbaciones de la relación entre nuera y suegra. Si el hombre es valorado principalmente porque su conquista es un triunfo sobre otra mujer, el interés puede perderse tan pronto como ha sido logrado el éxito. La actitud hacia la mujer rival implica: «Tú (que representas a la madre) tenias ese pecho maravilloso que no pude obtener cuando me lo rehusaste; todavía quiero robártelo, por eso te quito ese pene que tanto aprecias». La necesidad de repetir este triunfo sobre un rival odiado, contribuye con frecuencia a la búsqueda de un hombre y luego de otro y otro más. Cuando el odio y la envidia hacia la madre no son tan fuertes, la decepción y los motivos de queja pueden llevar, con todo, al alejamiento de ella. La idealización del segundo objeto, el pene paterno y el padre, puede entonces tener éxito. Esta idealización se deriva en especial de la búsqueda de un objeto bueno, búsqueda que en un primer tiempo no ha tenido éxito y que por lo tanto puede fracasar de nuevo. Esto no vuelve necesariamente a suceder si en la situación de celos domina el amor por el padre, porque entonces la mujer puede combinar cierto odio contra la madre con amor por el padre y más tarde por otros hombres. En este caso las relaciones amistosas hacia las mujeres son posibles mientras no representen demasiado a un sustituto materno. La amistad con mujeres y la homosexualidad pueden entonces estar basadas en la necesidad de encontrar un objeto bueno en lugar del objeto primario evitado. El hecho de que estas personas -y esto se aplica tanto a los hombres como a las mujeres- puedan tener buenas relaciones de objeto es a menudo engañoso. La envidia subyacente hacia el objeto primario está disociada pero permanece activa y propensa a perturbar cualquier relación. En cierto número de casos hallé que la frigidez, en distintos grados, era el resultado de actitudes inestables hacia el pene, basadas principalmente en una huida del objeto primario. La capacidad de gratificación oral plena, que se halla arraigada en una relación satisfactoria con la madre, es la base para poder experimentar el orgasmo genital completo (Freud). La envidia del pecho materno es también un factor muy importante en los hombres. Si es fuerte y queda con ella menoscabada la gratificación oral, el odio y las ansiedades son transferidas a la vagina. En tanto que normalmente el desarrollo genital capacita al varón para retener a su madre como un objeto de amor, la perturbación profunda de su relación oral abre el camino a serias dificultades en la actitud genital hacia la mujer. Las consecuencias de una relación perturbada primero con el pecho y luego con la vagina son múltiples, tales como el deterioro de la potencia genital, la necesidad compulsiva de gratificación genital, la promiscuidad y la homosexualidad. Pareciera que una fuente de culpa en la homosexualidad es el sentimiento de haberse alejado de la madre con odio y haberla traicionado haciéndose aliado del padre y de su pene. Tanto durante el período edípico como en la vida posterior, este elemento de traición de la mujer amada puede traer, como repercusión, perturbaciones en la amistad con los hombres, aunque ésta no sea de naturaleza homosexual manifiesta. Por otra parte, observé que la culpa hacia la mujer amada y la ansiedad que ello implica, a menudo refuerza la huida ante ella e incrementa las tendencias homosexuales. La envidia excesiva del pecho es capaz de extenderse a todos los atributos femeninos, en particular la capacidad de tener hijos. Si el desarrollo es exitoso, el hombre obtiene una compensación por estos deseos femeninos incumplidos por medio de una buena relación con su esposa o amante y siendo el padre de los hijos que ella le brinda. Esta relación abre el camino para otras experiencias, como ser la identificación con su hijo, que de muchos modos compensa la temprana envidia y la frustración. Además, el sentimiento de haber creado al niño contrarresta la temprana envidia del hombre con respecto a la feminidad de la madre. Tanto en el hombre como en la mujer, la envidia tiene su parte en el deseo de quitarle los atributos al sexo opuesto y poseer o arruinar los del padre del mismo sexo. De aquí se desprende que en ambos sexos, por divergente que sea su desarrollo, los celos y la rivalidad paranoides en la situación edípica positiva y negativa (directa e invertida), están basados en la envidia excesiva hacia el objeto primario, es decir, la madre, o mejor aun, su pecho. El pecho «bueno» que alimenta e inicia la relación amorosa con la madre es el representante del instinto de vida (Klein, 1952c, 1952d), siendo además vivido como la primera manifestación de la facultad creadora. En esta relación fundamental el bebé no sólo recibe la gratificación que desea, sino que también se siente mantenido con vida. Porque el hambre, que es lo que despierta el miedo a la inanición -y posiblemente todo dolor físico y espiritual- es sentido como una amenaza de muerte. Sí la identificación con un objeto internalizado bueno y vivificante puede ser mantenida, ésta se convierte en un impulso hacia la creación. Aunque superfic ialmente esto puede manifestarse como la codicia del prestigio, riqueza y poder que otros han logrado, su propósito real es la creación. La capacidad de dar y preservar la vida es percibida como la mayor dote, por eso la facultad creadora se convierte en la causa más profunda de envidia. El ataque a la facultad creadora que implica la envidia es ilustrado en El paraíso perdido de Milton.

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