Obras de S. Freud: Cuentas y dichos en el sueño (parte V)

El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño

El análisis permite alcanzar otra resolución. El intento de explicación, que tanto me sorprende si es que debo atribuirlo al trabajo onírico, no es original; está copiado de la neurosis de uno de mis pacientes. Ya en otro lugar conté acerca de un hombre muy culto y que en su vida daba muestras de poseer un tierno corazón; poco después que murieron sus padres empezó a acusarse de inclinaciones homicidas, y padeció a causa de las medidas precautorias que se vio obligado a adoptar para asegurarse contra ellas. Era un caso de graves ideas obsesivas con plena conservación de la inteligencia. Primero se le fueron las ganas de andar por la calle, debido a su necesidad obsesiva de ver por dónde desaparecían todos aquellos con quienes se topaba; y si alguno se sustraía repentinamente de su mirada inquisidora, le quedaba la penosa sensación, y la posibilidad pensada, de que tal vez él lo hubiera liquidado. Tras ello había, entre otras cosas, una fantasía de fratricidio, pues «todos los hombres son hermanos». Por la imp osibilidad de llevar a cabo su tarea, dejó de dar paseos y vivió encerrado entre sus cuatro paredes. Pero a su cuarto llegaban de continuo, por los periódicos, noticias de homicidios que habían ocurrido ahí afuera, y su conciencia moral quiso insinuarle, bajo la forma de la duda, que él era el asesino buscado. La certidumbre de que durante semanas no había salido de su casa lo protegió un tiempo contra esas acusaciones, hasta que un día se le pasó por la cabeza la posibilidad de que él pudo abandonar su casa en estado de inconciencia y así perpetrar el asesinato sin sospecharlo siquiera. Desde entonces clausuró las puertas de su casa, entregó la llave a la vieja gobernanta y le prohibió terminantemente que la dejase en sus manos por más que él se la pidiese. De ahí proviene entonces el intento de explic ación, a saber, que yo en estado de inconciencia he trasbordado; se la tomó ya terminada del material de los pensamientos oníricos, y así ingresó en el sueño; evidentemente, está destinada a permitir que yo me identifique en este último con la persona de aquel paciente. El recuerdo de él se evocó en mí por una asociación fácil. Unas semanas antes había hecho con -ese hombre mi anterior viaje nocturno. Estaba curado, y me acompañaba a provincias, a casa de unos parientes suyos que me llamaban; teníamos un compartimiento para nosotros, dejamos las ventanillas abiertas toda la noche y, mientras estuve despierto, mantuvimos una exquisita plática. Yo sabía que impulsos hostiles hacia su padre, nacidos en su infancia en un contexto sexual, fueron la raíz de su enfermedad. Por tanto, si me identifiqué con él quise confesarme algo análogo. La segunda escena del sueño se resuelve realmente en una atrevida fantasía, a saber, que mis dos maduros compañeros de viaje se habían conducido tan desconsideradamente conmigo porque yo les estorbé, con mi entrada, el nocturno intercambio de ternezas que tenían en mientes. Pero esta fantasía retrocede hasta una temprana escena infantil en que el niño, probablemente movido por una curiosidad sexual, irrumpe en el dormitorio de los padres y es expulsado de ahí por la palabra autoritativa del padre. Juzgo superfluo acumular más ejemplos. No harían sino corroborar lo que nos enseñaron los ya considerados, a saber, que toda vez que en el sueño aparece un acto de juicio no es sino la repetición de un modelo procedente de los pensamientos oníricos. Y las más de las veces es una repetición traída de los cabellos, injertada en un contexto impropio; pero también, en ocasiones, como en nuestros últimos ejemplos, está usada con tanta habilidad que al principio puede recibirse la impresión de que hay en el sueño una actividad autónoma de pensamiento. Desde este punto podríamos volver nuestro interés a aquella actividad psíquica qué no parece por cierto cooperar regularmente en la formación del sueño, pero que, donde lo hace, se empeña en combinar en una trabazón plena de sentido y exenta de contradicciones los elementos, dispares por su origen, que concurren al sueño. Pero antes nos sentimos obligados a ocuparnos de las exteriorizaciones de afecto que emergen en el sueño, y a compararlas con los afectos que el análisis descubre en los pensamientos oníricos. Los afectos en el sueño. Una aguda observación de Stricker nos hizo notar que las exteriorizaciones de afecto del sueño no admiten el despreciativo encogimiento de hombros con que, despiertos, solemos alejar de nosotros el contenido de él: «Si yo en el sueño siento miedo de unos ladrones, los ladrones son por cierto imaginarios, pero el miedo es real», y lo mismo ocurre cuando me regocijo en sueños. De acuerdo con el testimonio de nuestra sensación, el afecto vivenciado en el sueño en modo alguno es inferior al de igual intensidad vivenciado en la vigilia; y es por su contenido afectivo que el sueño sustenta, más enérgicamente que por su contenido de representación, el reclamo de que se lo cuente entre las vivencias reales de nuestra alma. Si en la vigilia no lo clasificamos así es porque no atinamos a apreciar psíquicamente un afecto si no es en su enlace con un contenido de representación. Cuando afecto y representación no se compadecen por su índole y por su intensidad, nuestro juicio despierto se extravía. Ha maravillado siempre que ciertos contenidos de representación no provoquen en los sueños los afectos que en el pensamiento de vigilia esperaríamos como los obligados. Strümpell manifestó [1877] que en ellos las representaciones están destituidas de sus valores psíquícos. Pero tampoco falta el caso contrario, a saber, que una intensa exteriorización de afecto sobrevenga a raíz de un contenido que no parece ofrecer ocasión alguna al desprendimiento de afecto. Estoy en sueños en una situación temerosa. peligrosa o repugnante, pero no siento nada de miedo ni de repulsión; en cambio, otras veces me espantan cosas inofensivas o me provocan júbilo cosas pueriles. Este enigma se nos esfuma quizá más repentina y completamente que cualquier otro de los del sueño si nos trasladamos de su contenido manifiesto a su contenido latente. La aclaración del enigma ya no habrá de ocuparnos, pues él desaparecerá. El análisis nos enseña que los contenidos de representación han experimentado desplazamientos y sustituciones, mientras que los afectos se mantuvieron incólumes. No puede maravillar entonces que el contenido de representación alterado por la desfiguración onírica ya no se compadezca con el afecto, que se conservó intacto; pero todo asombro cesa cuando el análisis ha situado el contenido correcto en su lugar primero (1). En un complejo psíquico sometido a la censura de la resistencia los afectos son la parte más resistente a la acción de esta última (2), y por eso la única que puede darnos indicios para una reconstrucción correcta. Es lo que se revela en las psiconeurosis con mayor nitidez todavía que en el caso del sueño. En ellas el afecto siempre da en lo justo, al menos en cuanto a su cualidad; su intensidad, desde luego, es susceptible de incrementarse por desplazamientos de la atención neurótica. Cuando el histérico se asombra de que una pequeñez le haya provocado tanto miedo, y lo mismo hace el que padece de ideas obsesivas por la nadería que engendró en él reproches tan penosos, ambos se equivocan, pues toman el contenido de representación -la pequeñez o la nadería por lo esencial, y es en vano que quieran defenderse haciendo de ese contenido el punto de partida de su trabajo de pensamiento. Entonces, el psicoanálisis les muestra el camino correcto; al contrario de ellos, reconoce justificado al afecto y pesquisa la representación que le corresponde, reprimida mediante una sustitución. La premisa es que el desprendimiento de afecto y el contenido de representación no formen esa unidad orgánica inescindible que estamos habituados a atribuirles, sino que ambas piezas puedan estar corridas una respecto de la otra, de manera que después el análisis tenga la posibilidad de separarlas. La interpretación de los sueños muestra que este es efectivamente el caso. Traigo primero un ejemplo en que el análisis esclarece la aparente ausencia del afecto frente a un contenido de representación que obligadamente debía provocar su desprendimiento.

I

Ella ve en un desierto tres leones, de los cuales uno ríe; pero no les tiene miedo. Después debe de haber huido de ellos, pues quiere trepar a un árbol, pero se encuentra con que su prima, la profesora de francés, ya está encima, etc. El análisis aporta el siguiente material: La ocasión indiferente del sueño es una frase de sus deberes de inglés: «La melena es el adorno del león». Su padre llevaba una barba así, que le enmarcaba el rostro como una melena. Su profesora de lengua inglesa se llama Miss Lyons (lions = leones) . Un conocido le obsequió las baladas de Loewe (león}. He ahí los tres leones; ¿por qué habría de tenerles miedo? Ella leyó un cuento donde un negro que azuzaba a los otros a rebelarse fue perseguido con perros feroces y se trepó a un árbol para ponerse a salvo. Después siguen, traídos con el más travieso talante, jirones de recuerdos como este: La instrucción para cazar leones que da la Fliegende Blätter: «Tome un desierto, páselo por el tamiz; le quedarán los leones». Además, la anécdota desopilante, pero no muy decorosa, del empleado al que le preguntaron por qué no ponía más empeño en granjearse el favor de su jefe; y respondió que desde luego había intentado arrastrarse hasta ahí, pero su superior ya estaba encima. Todo el material se vuelve comprensible sabiendo que esta dama había recibido el día del sueño la visita del jefe de su marido. Se mostró muy cortés con ella, le besó la mano, y ella no le tuvo miedo alguno, a pesar de que era un «bicho importante» y en la ciudad cabecera del distrito hacía el papel de un «león de la sociedad». Este león es entonces comparable al de Sueño de una noche de verano, que se desenmascara como Snug, el carpintero, y así son todos los leones de los sueños ante los cuales no tenemos miedo. II Como segundo ejemplo ofrezco el sueño de aquella joven que vio yacente en el ataúd al hijito de su hermana, pero, agrego ahora, sin sentir el menor dolor ni duelo. El análisis nos hace saber el porqué. El sueño no era sino el disfraz de su deseo de volver a ver al hombre amado; y el afecto debió armonizar con el deseo, no con su disfraz. Por tanto, no había ocasión para el duelo. En algunos sueños el afecto sigue manteniendo al menos cierta conexión con el contenido de representación que sustituyó al que le correspondía. En otros, la disolución del complejo ha avanzado más. El afecto aparece por completo desatado de la representación a que pertenece y se encuentra inserto en algún otro lugar del sueño, allí donde calza dentro del nuevo ordenamiento de los elementos de este. Ello es entonces parecido a lo que aprendimos respecto de los actos judicativos del sueño. Si dentro de los pensamientos oníricos hay una conclusión importante, también el sueño la contiene; pero la conclusión del sueño puede estar desplazada a un material enteramente diverso. No es raro que ese desplazamiento se produzca siguiendo el principio de la oposición. Ilustraré la última posibilidad con el siguiente ejemplo de sueño, que he sometido al más -exhaustivo análisis. III Un castillo a orillas del mar, después no está directamente a orillas del mar, sino de un estrecho canal que lleva al mar. Un señor P. es el gobernador. Estoy de pie junto a él en un gran salón de tres ventanas, frente al cual se elevan unos saledizos como las almenas de una fortaleza. Creo que me destinaron a la guarnición como oficial voluntario de marina. Tememos que se presenten de pronto buques de <guerra enemigos, pues estamos en guerra. El señor P. tiene el propósito de irse.- me imparte instrucciones sobre lo que ha de hacerse si llega el caso temido. Su mujer enferma se encuentra con sus hijos en el castillo amenazado. Cuando empiece el bombardeo, la gran sala deberá evacuarse. El respira con dificultad y hace ademán de alejarse; yo lo retengo y le pregunto por el modo en que habremos de enviarle noticias en caso de necesidad. Sobre eso dice todavía algo, pero al instante cae por tierra muerto. Es que yo debo de haberlo fatigado inútilmente con las preguntas. Después de su muerte, que además no me hizo ninguna impresión, me acuden pensamientos: si la viuda permanecerá en el castillo, si yo debo comunicar la muerte al comando superior y si, como soy el que le sigue en el mando, debo asumir la jefatura del castillo. Ahora estoy a la ventana y observo los navíos que pasan; son buques mercantes que navegan a escape por el agua oscura, algunos con varias chimeneas, otros con la c ubierta abombada (que es en un todo semejante a las construcciones de la estación de ferrocarril del sueño-prólogo -no contado aquí-). Después mi hermano está a mi lado, y los dos miramos por la ventana hacia el canal. A la vista de un navío nos aterrorizamos y gritamos: «¡Ahí viene el navío de guerra!». Pero, al parecer, sólo era que regresaban los mismos barcos que ya conozco. Ahora viene un pequeño navío, cómicamente seccionado, de manera que se termina a la altura de su manga; sobre cubierta se ven cosas extrañas, como copas o cajas. Gritamos como por una misma voz: «¡Es el navío del desayuno!». El rápido movimiento de los navíos, el azul profundo del agua, el humo marrón de las chimeneas, todo se conjuga para dar una impresión sombría, de cosa tensa. Los lugares de este sueño provienen de sitios que visité en diversos viajes al Adriático (Miramare, Duino, Venecia, Aquileia). Una breve pero dichosa salida para Pascuas a Aquileia, que hicimos con mi hermano pocas semanas antes del sueño, era todavía para mí un fresco recuerdo (3). También viene al caso aquí la guerra naval entre Estados Unidos y España y la preocupación que ella engendró en mí por la suerte de mis familiares que viven en Estados Unidos. En dos pasajes de este sueño salen a relucir los afectos. En uno está ausente un afecto que esperaríamos: se destaca expresamente que la muerte del gobernador no me hizo ninguna impresión; en el otro, tan pronto creo ver el buque de guerra me aterrorizo y, dormido, tengo todas las sensaciones del terror. La colocación {Unterbringung} de los afectos está tan lograda en este bien construido sueño que se Ha evitado toda contradicción llamativa. No hay razón alguna para que yo me aterrorice con la muerte del gobernador, y es atinado que me aterrorice a la vista del navío de guerra, puesto que soy comandante del castillo. Ahora bien, el análisis demuestra que el señor P. es sólo un sustituto de mi propio yo (en el sueño yo soy su sustituto). Yo soy el gobernador que muere repentinamente. Los pensamientos oníricos se ocupan del futuro de los míos después de mi muerte prematura. Ningún otro pensamiento penoso se encuentra entre los pensamientos oníricos. El terror que en el sueño va unido a la vista del navío de guerra debo soltarlo de ahí y llevarlo a aquel otro pensamiento. A la inversa, el análisis muestra que la región de los pensamientos oníricos de donde se tomó el navío de guerra rebosa de las más apacibles reminiscencias. Fue un año antes, en Venecia; era un día mágicamente hermoso, estábamos a la ventana de nuestra habitación sobre la Riva degli Schiavoni y contemplábamos la azul laguna, donde ese día había más movimiento que de costumbre. Se esperaban unos buques ingleses que iban a recibirse con fiestas, y de pronto gritó mi mujer, alegre como un niño: «¡Ahí viene el navío de guerra inglés!». En el sueño me aterrorizan esas mismas palabras; de nuevo vemos que los dichos del sueño provienen de dichos de la vida de vigilia. Y tampoco el elemento «inglés», incluido en esa exclamación, se perdió para el trabajo onírico; es lo que mostraré pronto. Entonces, entre los pensamientos oníricos y el contenido del sueño trastorno aquí el júbilo en terror; Y solo me hace falta indicar que con esta mudanza expreso también un fragmento del contenido latente del sueño. Pero el ejemplo prueba que al trabajo onírico le es permitido desatar la ocasión del afecto de sus conexiones en el interior de los pensamientos onírico e insertarla dentro del contenido del sueño en cualquier otra parte. Aprovecho la oportunidad que se me ofrece para someter a un análisis más atento ese «navío del desayuno» cuya aparición en el sueño remata de manera tan disparatada una situación que se había construido racionalmente. Cuando reparo mejor en este objeto onírico, se me hace patente con posterioridad que era negro y, por su seccionamiento en el sentido de la manga, presentaba en ese extremo notable parecido con un objeto que despertó nuestro interés en los museos de pueblos etruscos. Era una bandeja rectangular de cerámica negra, provista de dos asas, sobre la cual habían como tazas de té o de café, todo no muy distinto de uno de nuestros modernos servicios para el desayuno. Habiéndolo preguntado, nos enteramos de que era la toilette de una dama etrusca, con las polveras y los potes de cosmético; y dijimos, por bromear, que no estaría mal llevarnos una cosa así para la dueña de casa. El objeto onírico significa, pues, toilette negra, luto, y alude directamente a una muerte. Por su otro extremo, tal objeto recuerda a las barcas funerarias (4) sobre las cuales, en tiempos primitivos, se depositaban los cadáveres para darles el mar por sepultura. A esto responde el hecho de que en el sueño los buques regresen:

«A salvo en su barco, el vicio navega tranquilamente hacia el puerto». (5)

Es el regreso después del naufragio {«Schiffbruch»; literalmente, «ruptura del navío»}, y por cierto el navío del desayuno es como si se hubiera roto {abgebrochen} por la mitad. Pero, ¿de dónde viene el nombre «navío del desayuno»? Es aquí donde tiene aplicación el elemento «inglés» que nos sobraba de los navíos de guerra. Desayuno {en inglés} es breakfast, lo que rompe el ayuno. El romper corresponde de nuevo al naufragio, y el ayuno se relaciona con la toilette negra. Ahora bien, en este navío del desayuno, sólo el nombre es creación del sueño. La cosa existió, y me recuerda uno de los momentos más alegres de nuestro último viaje. Desconfiando de las provisiones de Aquíleia, las llevamos con nosotros desde Gorizia y compramos en Aquileia una botella del exquisito vino de Istria; y mientras el vaporcito del correo navegaba lentamente por el Canale delle Mee, atravesando la desierta laguna en dirección a Grado, nosotros, los únicos pasajeros, con el humor más alegre tomamos sobre cubierta el desayuno, que nos supo como muy pocos antes. Ese fue entonces el «navío del desayuno», y precisamente tras esta reminiscencia del goce más jubiloso de la vida esconde el sueño los pensamientos más conturbados sobre un futuro desconocido y ominoso. El desasimiento de los afectos de las masas de representación que los hicieron desprenderse es lo más llamativo que les sucede durante la formación del sueño, pero no es el único cambio ni el esencial que sufren en el camino que lleva de los pensamientos oníricos hasta el sueño manifiesto. Si se comparan los afectos de los pensamientos oníricos con los del sueño, algo se hace claro enseguida: Toda vez que en el sueño se encuentra un afecto, este se encuentra también en los pensamientos oníricos, pero lo inverso no es cierto. El sueño es, en general, más pobre en afectos que el material psíquico de cuya elaboración surgió. Si tengo reconstruidos los pensamientos oníricos, observo que en ellos por regla general pugnan por imponerse las mociones más intensas del alma. la mayoría de las veces en lucha con otras que quieren contrarrestarlas. Y si después echo una mirada al sueño, no es raro que lo encuentre descolorido. falto de ese tono afectivo más intenso. Mediante el trabajo onírico, no meramente el contenido, sino con mucha frecuencia también el tono afectivo de mis pensamientos, es llevado al nivel de lo indiferente. Yo podría decir que por el trabajo del sueño se produce una sofocación de los afectos.

Continúa en ¨El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño, (Parte IV)¨

Notas:

1- [Nota agregada en 1919:] Si no me equivoco, el primer sueño de que tuve noticia en mi nieto, de 20 meses, demuestra que el trabajo del sueño logra mudar su material en un cumplimiento de deseo, mientras que el afecto correspondiente se impone, inmutable, también en el dormir. La noche anterior al día en que su padre debía partir para el frente, el niño exclamó, entre fuertes sollozos: «¡Papá, papá… Nene!». Esto no puede significar sino que papá y nene permanecerían juntos, mientras que el llanto admite la inminente despedida. En esa época, el niño era enteramente capaz de expresar el concepto de la separación. «Fort» {«se fue»} (sustituido por un largo «ooo», curiosamente acentuado) había sido su primera palabra, y varios meses antes de este primer sueño había jugado a «fuera» con todos sus juguetes; esto se remontaba a la autodisciplina que había logrado imponerse a temprana edad para permitir que su madre se ausentase y estuviera «fuera». [Cf. Más allá del principio de placer (Freud, 1920g), AE, 18, págs. 14-6.]

2- {«Resistent», en el sentido físico de la resistencia de un sólido; la palabra correspondiente a la resistencia psíquica, empleada inmediatamente antes en esta oración, es «Widerstand».}

3- Este viaje fue descrito ampliamente por Freud en una carta a Fliess del 14 de abril de 1898 (Freud, 1950a, Carta 88). Aquileia, ubicada unos pocos kilómetros tierra adentro, está conectada por un pequeño canal con el lago, en una de cuyas islas está situada Grado. Estos lugares, en el extremo septentrional del Adriático, formaban parte de Austria antes de 1918.]

4- «Nachen», palabra {alemana} que deriva, según me dice un amigo filólogo, de la raíz «υεχνζ» «cadáver»}.

5- [Parte de una alegoría de la vida y la muerte perteneciente a Schiller, Nachträge zu den Xenien, «Erwartung und Erfüllung».]

6- [El desprendimiento de afecto es descrito como «centrífugo» (aunque dirigido hacia el interior del cuerpo) por referencia al aparato psíquico. La teoría del desprendimiento de afecto implícita en este pasaje se explica con cierta extensión en el «Proyecto de psicología» (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 365-6.