Obras de S. Freud: Cuentas y dichos en el sueño (parte VI)

El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño

Considérese, por ejemplo, el sueño de la monografía botánica. En el pensamiento le corresponde un alegato apasionado en favor de mi libertad de obrar como lo hago y de encaminar mi vida como a mí, y sólo a mí, me parece bien. Pero el sueño que de ahí surgió suena indiferente: Tengo escrita una monografía, ella está frente a mí, tiene láminas de colores, plantas desecadas acompañan a cada ejemplar. Es como la paz de un campo sembrado de cadáveres; ya no se oye más el fragor de la batalla. Las cosas pueden presentarse de otro modo, e introducirse en el sueño vivas exteriorizaciones de afecto; pero primero queremos detenernos en el hecho indiscutible de que muchos sueños parecen indiferentes, mientras que no es posible trasladarse a los pensamientos oníricos sin experimentar una profunda emoción. No es este el lugar indicado para el pleno esclarecimiento teórico de esa sofocación de los afectos que se produce durante el trabajo del sueño; presupondría el más prolijo abordaje de la teoría de los afectos y del mecanismo de la represión. Me permitiré consignar aquí sólo dos ideas. Me veo precisado a representarme -por otras razones- el desprendimiento del afecto como un proceso centrífugo dirigido hacia el interior del cuerpo y análogo a los procesos de inervación motriz y secretoria (2). Ahora bien, así como en el estado del dormir parece cancelado el envío de impulsos motores hacia el mundo exterior, de igual modo podría en él entorpecerse el despertar centrífugo de afectos por obra del pensamiento inconciente. Las mociones afectivas que sobrevienen en el decurso de los pensamientos oníricos serían entonces, en sí y por sí, mociones débiles, y por eso tampoco serían más fuertes las que alcanzan al sueño. De acuerdo con este razonamiento, la «sofocación de los afectos» en modo alguno sería resultado del trabajo del sueño, sino una consecuencia del estado del dormir. Puede que así sea, pero es imposible que eso sea todo. Debemos reparar en que todos los sueños más complejos se revelaron como el compromiso resultante de un conflicto entre poderes psíquicos. Por un lado, los pensamientos que formaron el deseo tuvieron que librar combate contra la objeción de una instancia censuradora, y, por otro lado, hemos visto a menudo que en el pensar inconciente cada itinerario de pensamiento era uncido con su contraparte contradictoria. Puesto que todos estos itinerarios de pensamiento son susceptibles de afecto {affektfühig}, difícilmente dejaremos de acertar, a bulto, si concebimos la sofocación del afecto como una consecuencia de la inhibición que los opuestos se provocan unos a otros y que la censura ejerce contra las aspiraciones sofocadas por ella. La inhibición del afecto sería entonces el segundo resultado de la censura onírica, así como la desfiguración onírica era el primero. Quiero insertar un ejemplo en que el tono afectivo indiferente del contenido del sueño puede ser explicado por la presencia de opuestos en el interior de los pensamientos oníricos. Tengo para contar el siguiente sueño breve, ante el cual todos los lectores sentirán asco:

IV

Una colina, y sobre esta algo como un escusado al aire libre; un banco muy largo, a cuyo extremo hay un gran agujero de escusado. Todo el borde de atrás está cubierto por montoncitos de mierda de todos los tamaños y grados de frescura. Tras el banco, un matorral. Yo orino sobre el banco: un largo chorro de orina lo limpia todo, los pegotes de mierda se desprenden con facilidad y caen dentro de la abertura. Como si al final todavía quedara algo. ¿Por qué motivo no experimenté asco alguno durante este sueño? Como lo muestra el análisis, ello se debe a que en la emergencia de este sueño cooperaron pensamientos gratísimos que producían enorme satisfacción. En el análisis se me ocurren enseguida los establos de Augias, que Hércules limpió. Y ese Hércules soy yo. La colina y el matorral pertenecen a Aussee, donde ahora están mis hijos. Yo he descubierto la etiología infantil de las neurosis, y así he preservado de la enfermedad a mis propios hijos. El banco es la fiel reproducción (exceptuado, claro está, el agujero de escusado) de un mueble que me obsequió una agradecida paciente. Me recuerda cuánto me respetan mis pacientes. Y aun el museo de excrementos humanos es susceptible de una interpretación deleitosa. Por más asco que deba sentir frente a él, en el sueño es una reminiscencia de las bellas comarcas de Italia, en cuyas pequeñas ciudades, como es sabido, los W.C. no están dispuestos de otro modo. El chorro de orina que todo lo limpia es una inequívoca alusión a la grandeza. Así extinguió Gulliver el gran incendio en el país de los liliputienses; es verdad que ello le atrajo la animadversión de la pequeñísima reina. Pero también Gargantúa, el superhombre de Rabelais, se venga de igual modo de los parisienses: encaramándose sobre Notre-Dame y dirigiendo el chorro de su orina sobre la ciudad. Justamente ayer, antes de dormirme, estuve hojeando las ilustraciones de Garnier a las obras de Rabelais. Y curiosamente, hay de nuevo aquí una prueba de que soy yo el superhombre. La plataforma de Notre-Dame era mi lugar preferido en París; todas las siestas que tenía libres solía trepar a las torres de la iglesia, entre los monstruos y vestigios que allí hay. Que toda la mierda desaparezca tan rápido con el chorro alude al dicho «Aiffavit et dissipati sunt», que una vez pensé poner como epígrafe a un capítulo sobre la terapia de la histeria (2). Y ahora el ocasionamiento eficaz de] sueño. Había sido una tórrida siesta de verano; por la tarde había dictado mi conferencia sobre el vínculo entre la histeria y las perversiones, y todo lo que atiné a decir me dejó una profunda desazón, se me antojó falto de valor. Yo estaba fatigado, sin un atisbo de contento por mi difícil trabajo; dejé la exhumación de toda esta sordidez del linaje humano y en mi añoranza me remonté a mis hijos y después a las bellezas de Italia. Con este talante me dirigí desde la sala de conferencias hasta un café, para tomar allí, al aire libre, una colación modesta, pues se me habían ido las ganas de comer. Pero uno de mis oyentes se vino conmigo; me pidió permiso para sentarse a mi lado mientras yo bebía mi café y me atragantaba con mi media luna, y empezó a lisonjearme. Me encarecía lo que había aprendido de mí, y que ahora lo veía todo con otros ojos; yo había limpiado los establos de Augias de los errores y prejuicios en la doctrina de las neurosis; en suma, era yo un muy grande hombre. Mi talante soportaba mal su cántico de alabanzas; tuve que luchar con el asco, me fui más temprano a casa para sacármelo de encima, y antes de dormir hojeé a Rabelais y leí un cuento de C. F. Meyer, «Die Leiden cines Knaben». De este material surgió el sueño. El cuento de Meyer trajo el recuerdo de escenas de la niñez (3). El talante de asco y de fastidio que había tenido durante el día se enseñoreó del sueño a punto tal que se habilitó para aportar casi todo el material del contenido. Pero a la noche se despertó el talante opuesto, de fuerte y hasta desmedida afirmación de mí mismo, y eliminó al primero. El contenido del sueño debió conformarse de tal modo que posibilitase la expresión tanto del delirio de insignificancia cuanto de la excesiva autoestima. De esta formación de compromiso resultó para el sueño un contenido ambiguo, pero también, por inhibición recíproca de los opuestos, un tono afectivo indiferente. De acuerdo con la teoría del cumplimiento de deseo, este sueño no se habría posibilitado de no sumarse al itinerario de pensamiento del asco su opuesto, el del delirio de grandeza, sofocado por cierto, pero teñido de placer. En efecto, lo penoso no está destinado a figurarse en el sueño; es que lo penoso de nuestros pensamientos diurnos sólo puede ingresar en aquel cuando al mismo tiempo presta su disfraz a un cumplimiento de deseo. El trabajo del sueño, además de acoger los afectos de los pensamientos oníricos o de reducirlos a cero, puede todavía hacer otra cosa con ellos. Puede trastornarlos hacia lo contrario. Ya tomamos conocimiento de la regla según la cual, para la interpretación, todo elemento del sueño puede figurar a su contrario tanto como a sí mismo. Nunca se sabe de antemano sí debe suponerse lo uno o lo otro; sólo el contexto decide sobre ello. Es evidente que una vislumbre de ese estado de cosas se impuso a la conciencia popular: muchas veces los libros de sueños proceden en su interpretación siguiendo el principio del contraste. Esa mudanza en lo contrario es posibilitada por el íntimo encadenamiento asociativo que en nuestro pensamiento liga la representación de una cos a (Ding} a la de su opuesto. Como cualquier otro desplazamiento, sirve este a los fines de la censura, pero es también frecuente que sea obra del cumplimiento de deseo, que no consiste sino en la sustitución de una cosa desagradable por su contraria. Lo mismo que las representaciones-cosa {Dingvorstellungen}, también los afectos pertenecientes a los pensamientos oníricos pueden aparecer en el sueño trastornados hacia lo contrario, y es probable que este trastorno del afecto sea llevado a cabo las más de las veces por la censura del sueño. Tanto la sofocación del afecto cuanto el trastorno del afecto sirven asimismo en la vida social, que nos ha proporcionado una analogía familiar para la censura del sueño, particularmente con miras a la disimulación. Si yo tengo trato verbal con una persona frente a la cual debo mostrarme respetuoso, cuando en verdad me gustaría decirle frases hostiles, es casi más importante que le oculte las exteriorizaciones de mi afecto, y no que suavice la formulación verbal de mis pensamientos. Si le hablo con palabras no descorteses, pero las acompaño con una mirada o un ademán de odio o de desprecio, el efecto que produzco en esa persona no difiere mucho del que le provocaría arrojándole al rostro sin ambages mi desprecio. Entonces, la censura me manda sobre todo que sofoque mis afectos, y si soy un maestro de la disimulación fingiré el afecto contrario: sonreiré cuando montaría en cólera y me pondré tierno cuando querría aniquilar. Ya conocemos un notable ejemplo de ese trastorno del afecto (4) que se produce en el sueño al servicio de la censura. En el sueño «de la barba de mi tío» sentía yo gran ternura por mi amigo R., en tanto que -y por lo mismo que -los pensamientos oníricos lo motejaban de idiota. Este ejemplo de trastorno de los afectos nos ofreció el primer indicio de la existencia de una censura del sueño. Tampoco aquí es necesario suponer que el trabajo del sueño crea enteramente de la nada ese afecto contrarío; por lo común lo encuentra ya preparado en el material de los pensamientos oníricos, y no hace sino acrecentarlo con la fuerza psíquica de los motivos de la defensa hasta que pueda prevalecer en la formación del sueño. En el sueño sobre mi tío, que acabo de mencionar, el afecto contrario de ternura brotó probablemente de fuentes infantiles (como lo sugiere la continuación del sueño), pues el vínculo entre tío y sobrino ha pasado a ser en mí, dada la particular naturaleza de mis vivencias infantiles más tempranas, la fuente de toda amistad y de todo odio.

Un notable ejemplo de ese trastorno del afecto nos lo da un sueño del que nos informa Ferenczi (1916):

«Un señor mayor fue despertado a la noche por su mujer, angustiada porque él reía con voz tan alta y tan desenfrenadamente. El hombre contó después que había tenido el siguiente sueño: Yo estaba acostado en mi cama, entró un señor conocido y yo quise encender la luz, pero no pude; lo intenté una y otra vez… pero en vano. En eso se levantó de la cama mi mujer para ayudarme, y tampoco ella pudo conseguir nada; pero como ella se sintió molesta frente al señor a causa de su «négligé», terminó por desistir y por meterse de nuevo en la cama; todo esto era tan cómico que me dio una risa terrible. Mi mujer dijo: «¿Por qué te ríes, por qué te ríes?», pero yo me reía cada vez más, hasta que desperté. Al día siguiente este señor estuvo en extremo deprimido, tenía dolores de cabeza: «Del mucho reír, que me ha descalabrado», opinó él. »Considerado analíticamente, el sueño aparece menos placentero. El «señor conocido» que entró es en los pensamientos oníricos latentes la imagen, evocada la víspera, de la muerte como el «gran desconocido» (5). El viejo señor, que sufre de arterioesclerosis, tuvo en la víspera razones para pensar en su muerte. La risa desenfrenada sustituye al llorar y gimotear frente a la idea de que debe morir. Es la luz de la vida esa que él ya no puede encender. Ese triste pensamiento quizá se haya anudado al intento de coito que hizo hace poco, pero no logró consumar, y en el cual de nada le valió tampoco la ayuda de su mujer en » négligé»; notó que eso ya se le iba decayendo. El trabajo del sueño se las arregló para trasmudar las tristes ideas de la impotencia y de la muerte a una escena cómica, y el gimoteo, a risa». Existe una clase de sueños (6) que merecen particularmente el calificativo de «hipócritas» y someten a una dura prueba la teoría del cumplimiento de deseo. Hube de reparar en ellos cuando la doctora M. Hilferdíng presentó para debatir en la Sociedad Psicoanalítica de Viena el informe de un sueño, de Rosegger, que a continuación trascribo. En su historia titulada Fremd gemacht! {¡Despedido!} (7), Rosegger relata lo siguiente: «Por lo común gozo de un dormir sano, pero he perdido el descanso de muchísimas noches; es que junto a mi discreta existencia de estudioso y de literato he arrastrado por largos años la sombra de una verdadera vida de sastre como un fantasma del que no podía liberarme. »No era que durante el día ocupase mi mente con mi pasado con tanta frecuencia y vividez. Un conquistador del cielo y del mundo como soy yo, salido de la piel de un filisteo, tiene otras cosas que hacer. Siendo aún planta tierna tampoco presté casi atención a mis sueños nocturnos. Más tarde, cuando me habitué a reflexionar sobre todas las cosas, o quizá cuando volvió a despertarse un poco en mí el filisteo, se me ocurrió preguntarme por qué cada vez que soñaba era siempre, todas las noches, aprendiz de sastre, y como tal hacía larguísimo tiempo que trabajaba en casa de mi maestro, en el taller, sin paga ninguna. Cuando así estaba sentado junto a él, y cosía y planchaba, tenía muy clara conciencia de que ese ya no era mi lugar, y de que como ciudadano tenía otras cosas en qué ocuparme; pero siempre había para mí ferias, siempre vacaciones de verano, y así era que me pasaba sentado junto a mi maestro como su auxiliar. A menudo eso me resultaba desagradable, lamentaba la pérdida de un tiempo del que habría sabido sacar mejor provecho. De tanto en tanto, cuando algo no quería salirme bien en la medida 5, el corte, debía soportar una reprimenda del maestro; pero de salarios nunca se hablaba. Hartas veces, cuando así estaba sentado en el oscuro taller, la espalda agobiada, me formé el propósito de abandonar el trabajo y despedirme. Y una vez lo hice, pero el maestro ni se percató de ello, y al poco tiempo ya estaba de nuevo sentado junto a él, cosiendo. »¡Cuán dichoso me sentía despertando después de unas Jornadas tan tediosas! Y entonces me proponía, para el caso de que ese sueño insistente me asediase de nuevo, apartarlo con energía y exclamar: «¡Es sólo una fantasmagoría, yo estoy en cama y quiero dormir … ! «. Pero a la noche siguiente estaba de nuevo sentado en el taller del sastre. »Y así fue, por años, con una siniestra regularidad. Cierta vez sucedió que nosotros, el maestro y yo, trabajábamos en lo de Alpelhofer, el campesino en cuya casa me había iniciado en el oficio, y ese día el maestro se mostró particularmente insatisfecho c on mis trabajos. «¡Quisiera saber dónde tienes la cabeza!», me dijo, arrojándome una torva mirada. Yo pensé que lo más racional era ponerme ahora de pie y señala al maestro que sólo estaba con él de favor, y marcharme enseguida. Pero no lo hice. Admití que el maestro tomara un aprendiz y me ordenara hacerle sitio en mi banco. Me encogí en un rincón y cosí. Y ese mismo día se tomó además a un aprendiz, un santurrón, era de Bohemia; diecinueve años antes había trabajado con nosotros, y en ese tiempo se cayó al arroyo viniendo de la taberna. Cuando quiso sentarse, no había lugar. Miré inquisitivamente al maestro, y él me dijo: «No tienes ninguna habilidad para la sastrería, puedes irte, quedas despedido». Y ante eso mi espanto fue tan enorme que me desperté. »Las primeras luces del alba entraban por las ventanas y ponían en claroscuro mi hogar, mi hogar familiar. Objetos de arte me rodeaban; en la primorosa biblioteca me esperaban el eterno Homero, el gigantesco Dante, el incomparable Shakespeare, el glorioso Goethe … los empíreos, los inmortales todos. En la habitación vecina resonaban las claras vocecitas de los niños que se despertaban y traveseaban con su madre. Para mí fue como si reencontrase de nuevo esa vida idílicamente dulce, esa vida que trascurría en las mieles de la paz, la riqueza de la poesía y la diafanidad del espíritu, en la que tantas veces y con tanta hondura me inundó la dicha serena de la humanidad. Y entonces me dio rabia no haberme adelantado al maestro, y haber dejado que él me echara. »Y, cosa extraña, desde aquella noche en que el maestro me «despidió» gozo de paz, ya no sueño con mis tiempos de sastre, que se hunden en el pasado remoto, esos tiempos tan alegres por la falta de exigencias y que pese a eso proyectaron una sombra tan vasta sobre mis años posteriores». En esta serie onírica del escritor que en su juventud había sido sastre resulta difícil reconocer el imperio del cumplimiento de deseo. Todo lo gozoso se contiene en la vida diurna, mientras que el sueño parece arrastrar las sombras fantasmales de una existencia desdichada, que por fin se superó. Otros sueños de índole parecida me han dado la posibilidad de echar alguna luz sobre ellos. Recién recibido de médico, trabajé mucho tiempo en un instituto de química sin poder aportar nada a las artes allí empleadas, y por eso en la vigilia nunca pienso de buena gana en ese episodio infecundo, y en verdad bochornoso, de mi aprendizaje. En cambio, sueño recurrentemente con que trabajo en el laboratorio, hago análisis, tengo diversas vivencias, etc.; estos sueños provocan el mismo desasosiego que los sueños de examen, y nunca son muy nítidos. En la interpretación de uno de ellos, reparé por fin en la palabra «análisis», que me dio la clave para entenderlo. Es que desde entonces me he hecho «analista», hago análisis que son muy alabados; en verdad, son psicoanálisis. Ahora entiendo: si en la vida diurna me enorgullezco de este tipo de análisis y querría alabarme por haber llegado tan lejos, por la noche el sueño me hace presentes esos otros análisis malaventurados de los que no tengo razón alguna para estar orgulloso; son los sueños punitorios de un advenedizo, como los de ese aprendiz de sastre que llegó a ser un festejado autor. Ahora bien, ¿cómo le es posible al sueño, en el conflicto entre el orgullo del parvenu y la autocrítica, ponerse al servicio de esta última y tomar por contenido una advertencia racional en vez de un cumplimiento de deseo no permitido? Ya dije que la respuesta a esta pregunta tropieza con dificultades. Podemos inferir que primero una fantasía de ambición desmedida formó la base del sueño; pero en vez de ella, fueron su chasco y el consecuente bochorno los que alcanzaron el contenido del sueño. Cabe recordar que existen en la vida anímica tendencias masoquistas a las que puede atribuirse una inversión así. Nada tendría yo que objetar si se quisiese separar a esta clase de sueños, como sueños punitorios, de los sueños de cumplimiento de deseo. No vería en esto una restricción de la teoría sobre el sueño que he sostenido hasta aquí, sino una mera concesión lingüística al modo de pensar que juzga extraña la coincidencia de opuestos (7). No obstante, un examen más precis o de algunos de estos sueños nos permite reconocer algo adicional. En el armazón no nítido de uno de mis sueños de laboratorio tenía yo precisamente la edad que me traslada al año más sombrío e infructuoso de mi carrera médica; carecía de posición y no sabía cómo habría de ganarme la vida, pero de pronto era el caso que yo podía escoger entre varias mujeres para casarme. Entonces, yo era de nuevo joven, y sobre todo era de nuevo joven la mujer que compartió conmigo esos años difíciles. Y con ello,. uno de los deseos que ahora, al envejecer, yo rumiaba sin cesar se revelaba como el excitador inconciente del sueño. Esa lucha entre la vanidad y la autocrítica, que hervía en otros estratos psíquicos, había determinado por cierto el contenido del sueño; pero sólo el deseo de ser joven, de raíz más profunda, la había hecho posible como sueño. Aun en la vigilia nos decimos muchas veces: «Ahora * todo está muy bien, y antaño fueron épocas duras; pero eso era hermoso, todavía eras joven» (9) Otro grupo de sueños (10), que he registrado en mí con frecuencia, reconociéndolos como sueños hipócritas, tienen por contenido la reconciliación con personas con quienes hace mucho hemos roto las relaciones de amistad. El análisis me descubrió después, por regla general, una ocasión que pudo invitarme a dejar de lado el último resto de consideración por estos ex amigos, y a tratarlos como extraños o enemigos. Pero el sueño se complace en pintar la relación opuesta. Cuando apreciamos los sueños que un literato nos cuenta, casi siempre acertaremos en suponer que excluyó de su comunicación aquellos detalles de su contenido que sintió embarazosos y juzgó inesenciales. Así, sus sueños nos plantean enigmas que con una reproducción más exacta de su contenido se solucionarían enseguida. O. Rank me hizo notar que en el cuento del sastrecillo valiente, o «Siete de un golpe», de Grimm, tenemos un sueño de advenedizo enteramente parecido. El sastre, convertido en héroe y en yerno del rey, sueña con su oficio una noche estando junto a la princesa, su esposa; ella, picada por la desconfianza, dispone para la noche siguiente que unos hombres armados escuchen lo dicho en el sueño y pongan a buen recaudo la persona del soñante. Pero el sastrecillo está sobre aviso, y ahora sabe corregir el sueño. Los complicados procesos de cancelación, sustracción y trastorno, por medio de los cuales los afectos pertenecientes a los pensamientos oníricos se truecan á la postre en los del sueño, pueden llegar a dominarse muy bien merced a una síntesis apropiada de sueños sometidos a un análisis completo. He de tratar ahora algunos ejemplos de la moción de afecto en sueños que muestren realizados algunos de los casos a que se ha hecho referencia.

V

Sobre el sueño de la extraña tarea que me encargó el viejo Brücke, la de hacer un preparado con mi pelvis, en el sueño mismo yo echo de menos el horror correspondiente.

Continúa  en ¨El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño, (Parte VII)¨

Notas:

1- [El desprendimiento de afecto es descrito como «centrífugo» (aunque dirigido hacia el interior del cuerpo) por referencia al aparato psíquico. La teoría del desprendimiento de afecto implícita en este pasaje se explica con cierta extensión en el «Proyecto de psicología» (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 365-6.]

2- [Nota agregada en la edición de 1925 solamente}

3- Véase la última imagen del sueño del conde Thun

4- [Este párrafo y la siguiente cita de Ferenczi se agregaron en 1919.]

5- En alemán, «la muerte» es «der Tod», de género masculino.

6- [Este párrafo y la siguiente cita de Rosegger, junto con el examen de esta última, se agregaron en 1911. Rosegger (1843-1918) era un conocido escritor austríaco de origen muy humilde, aldeano, que alcanzó celebridad.]

7- En el segundo volumen de Waldbeimat, pág. 303.

8- La última oración se agregó en 1919.

9- Nota agregada en 1930. Después que el psicoanálisis ha descompuesto a la persona en un yo y un superyó (cf. mi obra Psicología de las masas y análisis del yo (1921c) (y El yo y el ello [Freud, 1923b]), es fácil reconocer en estos sueños punitorios unos cumplimientos de deseo del superyó. Los sueños de Rosegger se examinan también en «Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños» (Freud, 1923c), AE, 19, pág. 120.

10- [Este párrafo se agregó en 1919, y al parecer fue intercalado en este punto por error. Probablemente debería haberse colocado después de los dos párrafos siguientes, que datan de 1911, al igual que las precedentes consideraciones sobre Rosegger -con las que están a todas luces relacionados- Lo que les sigue se remonta una vez más a 1900. – Algunas observaciones adicionales sobre los sueños hipócritas se encontrarán en «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (Freud, 1920a), AE, 18, pág. 158.]