PSICOLOGÍA MÉDICA: Estrés del entorno hospitalario y familiar, relación medico-paciente, tarea de enfermería

LA FAMILIA DEL PACIENTE QUIRÚRGICO

La cirugía constituye una situación de estrés psicológico también
para la familia de cualquier paciente.
La internación hospitalaria
implica separaciones y el abandono del hogar por parte del enfermo, por
cuyo futuro temen los restantes miembros del grupo familiar. Se agregan
también muchas dificultades prácticas: mayores gastos económicos,
problemas en el manejo del hogar o la atención de los niños si se opera
uno de los padres, la alteración del ritmo de vida familiar por la
necesidad de acompañar y cuidar al paciente durante su recuperación,
etcétera.
Caplan (1993), menciona que la familia es fuente de ayuda concreta y de
servicios prácticos en tiempos de necesidad, y una internación
quirúrgica sin duda lo es. Por ello, el apoyo del grupo familiar en su
interacción con el enfermo puede favorecer mucho su recuperación. Es
necesario otorgar a la familia el grado de participación que le
corresponde en el proceso quirúrgico, pero a la vez corregir los modos
de interacción personal y de adaptación al estrés que suelen provocar
complicaciones.
En el periodo preoperatorio, la cirugía promueve ansiedades y temores en
toda familia, y cada uno de sus integrantes los controla según sus
posibilidades. Aparecen muchos temores irracionales vinculados al
recuerdo de historias familiares (enfermedades, complicaciones o muertes
que amenazan con repetirse). Esos recuerdos y temores son compartidos
por todos, aunque no sean explicitados.
Cuando hay una adaptación familiar normal frente al estrés
preoperatorio, la ansiedad del paciente es conocida y compartida por el
grupo; constituye todo un tema y ocupa un “lugar” en la familia. También
cada integrante puede reconocer y tolerar su propia preocupación, sin
recurrir a conductas defensivas rígidas.
Muchas familias, por el contrario, suelen plegarse a la modalidad
patológica de adaptación del paciente y, por ejemplo, todo el grupo
participa de la negación maníaca de la realidad. No es raro que en estas
familias haya, no obstante, algún miembro que “denuncia” las ansiedades
y temores del enfermo –o de todos– y se transforma en el portavoz que
revela los principales conflictos generados por la cirugía. La
observación de estas reacciones familiares en el preoperatorio permite
detectar qué ansiedades y conflictos puede tolerar el paciente por sí
solo, y para cuáles necesita ayuda (brindada por el familiar que se hace
cargo de contenerlos).
En aquellos enfermos que presentan una adaptación preoperatoria muy
patológica (ansiedad confusional, reacciones paranoides agudas,
antecedentes psicóticos o depresivos graves), es imprescindible conocer
bastante a la familia y evaluar su capacidad para acompañar al enfermo
en las dificultades del posoperatorio, siendo esto también valido para
cirugía en niños o en gerontes.
En condiciones favorables, la familia contribuye al control emocional de
cada paciente en su recuperación tras la cirugía, pues le ayuda a
tolerar la frustración, contrarrestar la desesperanza y adaptarse al
duelo y las inevitables privaciones psicofísicas de todo posoperatorio.
También facilita la superación de los fenómenos regresivos: así como en
esos momentos los enfermos requieren más ayuda y atención de médicos y
enfermeras,
necesitan un mayor suministro afectivo de familiares y
amigos.
En situaciones de estrés, las personas ve amenazadas su identidad, a la
que sienten como más vaga y confusa.
En el contexto quirúrgico esto es
evidente, y los pacientes están más susceptibles a la influencia de
todos los mensajes sobre si mismos, mensajes de los que hacen depender
notoriamente su autoimagen y autoestima. Cuando ante las dificultades
posoperatorias se sienten débiles e impotentes, el apoyo y el estímulo
de la familia les proporcionan la confianza para mantenerse firmes, y
eso reasegura también su identidad.
La dinámica de la interacción entre el enfermo quirúrgico y su familia
durante la internación depende del tipo de vínculos preexistentes, y en
este sentido un factor limitante de los efectos beneficiosos de la
acción del grupo familiar lo constituye la falta de comunicación o su
distorsión, al igual que una estructura familiar aglutinada o con roles
fijos e inflexibles.
Las familias más normales tienen con respecto al cuidado del paciente un
funcionamiento naturalmente autorregulado, y su presencia es
gratificante. Atienden al operado de una manera flexible, a veces lo
acompaña un integrante del grupo, a veces otro, y saben captar las
necesidades del enfermo (cuándo dejarlo solo, cuándo estar en silencio,
cómo tranquilizarlo cuando sufre).
En cambio, las familias más aglutinadas suelen ejercer una acentuada
sobreprotección, con roles fijos (siempre la misma persona cuida de
forma exagerada y asfixiante al paciente, a quien jamás lo deja solo).
Tampoco permiten un adecuado manejo de la atención médica y de
enfermería: controlan permanentemente la tarea de las enfermeras en
busca de errores, o verifican el goteo del suero o los horarios de
administración de los medicamentos. En muchas ocasiones, detrás de estas
actitudes existe fuerte ambivalencia, y junto al amor y los aparentes
cuidados solícitos hay reproches, agresión o sentimientos de culpa; no
es raro que, de pronto, ello derive en conflictos y peleas, y por etapas
el enfermo sea abandonado en mayor o menor grado por su familia.
Otras dificultades durante la internación pueden deberse a los cambios
de roles en las familias; por ejemplo, la enfermedad y la cirugía suelen
forzar a una persona muy independiente aceptar un rol de dependencia
indeseada y mal tolerada, y eso puede complicar o agravar relaciones
familiares básicamente conflictivas en lo que respecta al tema de la
dependencia y la autoridad.
Con menor frecuencia, en algunas familias se presentan otras respuestas
patológicas al estrés quirúrgico durante la internación de uno de sus
miembros: algunos familiares pueden presentar reacciones desmedidas como
depresión, trastornos psicosomáticos e incluso producción de
accidentes.
Pueden desencadenarse otros problemas familiares durante una
internación quirúrgica, algo más risueños pero seguramente no
excepcionales en la práctica médica: luego de la operación, a un
paciente separado comienza a visitarlo su primera esposa; ésta se
encuentra con la segunda y pelean. O algunos de los hijos de un enfermo
anciano tratan de que en pleno posoperatorio firme un importante
documento a pesar de la tenaz oposición de otros hijos.
Finalmente, acerca de las visitas de amigos, familiares más lejanos y
conocidos es conveniente recordar que la mayoría de los enfermos toleran
mal un ritmo muy intensivo de visitas, porque les provoca cansancio,
irritabilidad, insomnio y menor tolerancia al dolor. Además, como en el
posoperatorio se produce esa suerte de retiro del interés del paciente
por los estímulos ambientales, en general prefiere mantener un cierto
grado de aislamiento con pocas visitas, y se concentra en el estado de
su cuerpo y en las tareas de recuperación. Por supuesto que esto no es
así para los enfermos en quienes predominan las defensas maníacas; ellos
prefieren numerosas y permanentes visitas, mirar televisión, trabajar y
todo aquello que los ayude a alejarse –aunque sólo temporariamente – de
la realidad displacentera.