Sobre el psicoanálisis y las psicoterapias

Los poderes de la palabra

Las psicoterapias hacen uso del poder de la transferencia por medio de la sugestión o cualquier otra desviación. Imponen un sentido al malestar que hacen tomar como el buen sentido. Es un discurso que indica lo que hay que decir y lo que hay que hacer. Por el psicoanálisis se sabe que la escucha opera, sólo que el psicoanalista y el terapeuta no hacen el mismo uso del poder de la palabra.
El psicoanálisis y las psicoterapias reconocen la existencia de una realidad psíquica, punto de encuentro de la causa de los trastornos que afectan al psiquismo. La gran pregunta, que hace a la diferencia, es cómo operar sobre la realidad psíquica para producir un cambio.
Toda psicoterapia funda su actuar en la incidencia de la palabra del Otro. Es decir, hay un Otro que dice lo que hay que hacer; el sujeto que sufre obedece a este Otro y espera su aprobación. Este es el principio para todas las psicoterapias y, en este sentido, son terapias de la imagen de sí, que buscan restituir al yo las funciones de adaptación y dominio bajo la supervisión del que se presenta como modelo. Así, este doctor del remodelamiento no es más que una suerte de amo disfrazado. Con este método, la identificación con el amo está asegurada. Aquel que se presenta como teniendo perfecto dominio sobre sí mismo y sobre los deseos, tiende a ocupar el lugar del Ideal; el hecho mismo de la palabra que se le dirige y de la palabra que se devuelve constituye su poder para actuar sobre el otro. La transferencia misma implica la concesión de un poder al médico, analista, psicoterapeuta o cualquiera fuese la especialidad de aquel a quien se habla sobre lo que se padece. El asunto en cuestión es, dado ese poder, ¿Cómo habrá de usarse? Un psicoanalista sabe que si tiene algún poder sobre el paciente, éste no será para ser usado sino para favorecer el desciframiento de lo inconsciente, para permitir que una cura posible advenga, nunca para imponerla desde el modelo o el ideal. Por eso se abstiene del poder de la sugestión que la palabra misma le otorga.
Después de Freud los psicoanalistas han definido al psicoanálisis como una terapia por identificación. Jacques Lacan cuestiona tempranamente esta práctica y rechaza esta postura. Rechazar ser el amo se sostiene en la ética del psicoanálisis y del deseo del psicoanalista.
Hay que decirlo claramente, el psicoanálisis ubica el movimiento del psiquismo en el inconsciente. El analista, atento al discurso, toma en cuenta las formaciones del inconsciente, los lapsus, los equívocos, los sueños, esas manifestaciones extraordinarias del inconsciente que hay que saber atrapar. Las psicoterapias, en cambio, toman en cuenta el discurso consciente, las representaciones que el paciente hace de sí mismo y del mundo que, sin duda causan sufrimiento, pero no son la vía para producir un cambio.
Tomemos el caso de un paciente que se presenta como depresivo, que se identifica como tal. El terapeuta buscará cambiar la manera como el paciente percibe el mundo transmitiéndole los valores que él juzga necesarios para funcionar en el mundo de hoy. Es decir, el terapeuta se ofrece a sí mismo como un modelo de identificación y no toma en consideración la causa del malestar y, vía la sugestión, superpone una manera nueva de ser en el mundo.
Si el terapeuta postula “yo sé lo que tienes, sé lo que te falta, sé lo que necesitas”, entonces cierra la puerta al análisis. Si se rechaza esta postura, se abre la dimensión propiamente analítica del discurso. El analista se posiciona desde un lugar de no saber y por eso el sujeto debe hablar. No prejuzga lo que le hace falta al paciente. Es la vía por la que el sujeto debe transitar para encontrar el deseo que lo causa de manera singular, más allá de la identificación. Hay que saber que ninguna identificación satisface a la pulsión y la clínica pone en evidencia la insistencia del síntoma y los fracasos por dominarlo. No se trata para el analista de adaptar al sujeto a una realidad que no es más que su manera de acomodarse en la vida, ni de restituir en el paciente un modo de disfrutar y regular la vida porque nadie guarda los secretos de La Felicidad; pretenderlo sería una farsa. El analista no es tampoco el representante del principio de realidad; está allí para que la realidad psíquica –que es la que cuenta cuando se trata de la subjetividad- se presente y se represente.
Hace falta que el analista esté habitado por un deseo más fuerte que el deseo de ser el amo. El analista no tiene una respuesta previa y no puede estar tomado por prejuicios, ser agente de algún discurso establecido, ni estar al servicio de otra finalidad diferente a la operación analítica.