Obras de S. Freud: Ejemplos. Cuentas y dichos en el sueño (Parte IV)

El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño

II

Un caso parecido: Uno de mis pacientes tiene un sueño que se le antoja interesante, pues se dice enseguida de despertar: «Debo contárselo al doctor». Analizado el sueño, resultaron las más nítidas alusiones a una relación que había iniciado durante el tratamiento y de la que se había propuesto no contarme nada. (1)

III

Un tercer ejemplo, de mi propia experiencia: Voy con P. por una comarca donde hay casas y jardines, hacia el hospital. Tengo la idea de haber visto en sueños ya muchas veces esa comarca. No me oriento muy bien; él me enseña un camino que, doblando una esquina, lleva a un recreo (salón, no JARDIN); allí pregunto por la señora Doni y me dicen que mora en el traspatio, en una habitación pequeña, con tres hijos. Voy allí y ya antes de llegar encuentro a una persona desdibujada con mis dos hijitas, que llevo conmigo después de estar un rato con ellas. Hay una suerte de reproche contra mi mujer por haberlas abandonado ahí. Cuando despierto me siento inundado por una gran satisfacción, y la encuentro motivada en que ahora, merced al análisis, sabré el significado del yo ya he soñado con ello (2). Pero el análisis no me enseña nada sobre esto; sólo me muestra que la satisfacción pertenece al contenido latente del sueño, y no a un juicio sobre este último. Es la satisfacción por el hecho de haber tenido hijos en mi matrimonio. P. es una persona con quien durante un buen trecho anduvimos el mismo camino por la vida; después él me sacó mucha ventaja en lo social y en lo material, pero en su matrimonio no ha tenido hijos. No es menester un análisis completo para probar esto; bastará con mencionar las dos ocasiones del sueño. El día anterior leí en un periódico el aviso necrológico de una señora Dona A. . . y (de donde yo formé Doni), que murió de un parto; mi mujer me dijo que la difunta había sido atendida por la misma partera que la asistió a ella en el caso de nuestros dos últimos hijos. El nombre «Dona» me llamó la atención porque poco antes lo había encontrado por primera vez en una novela inglesa. La otra ocasión del sueño deriva de la fecha en que se produjo; era la noche anterior al cumpleaños de mi hijo mayor, dotado, según parece, para la poesía.

IV

Esa misma satisfacción me quedó después que desperté de un sueño absurdo, aquel en que mi padre desempeñó luego de su muerte un papel político entre los magiares, y estuvo motivada por la persistencia de la sensación que acompañó a la última frase del sueño «Me acuerdo de que en su lecho de muerte se lo veía tan parecido a Garibaldi, y me regocija que este augurio se haya hecho verdadero … ». (Sigue algo que he olvidado.) Ahora bien, el análisis me permitió hallar lo omitido en esa laguna del sueño. Era la mención de mi segundo hijo varón, a quien le he dado el nombre de pila de una gran personalidad histórica [Cromwell] que me había atraído mucho en mi juventud, en particular desde mi estadía en Inglaterra. Durante la espera me formé el designio de darle precisamente ese nombre en caso de que naciese un varón, y con él saludé, altamente satisfecho, al recién nacido. Es fácil observar que la sofocada manía de grandeza del padre se trasfiere, en sus pensamientos, al hijo; y aun se creería que este es uno de los caminos por los cuales se cumple esa sofocación que la vida ha hecho necesaria. El pequeño se ganó el derecho de ser recogido en la trama del sueño porque sufrió el accidente -disculpable por igual en niños y moribundos- de ensuciarse las ropas. Compárese la alusión «juez que preside» {«Stuhlrichter»} y el deseo del sueño: «Yacer después de la muerte limpio y grande ante los hijos».

V

Ahora me pongo a buscar expresiones de juicios que se encierran en el sueño mismo, que no prosiguen en la vigilia ni se sitúan en ella; me sentiré muy aliviado si para esto puedo servirme de sueños que ya fueron comunicados con otro propósito. El sueño en que Goethe ataca al señor M. contiene en apariencia toda una serie de actos de juicio. «Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo, que me parecen inverosímiles». ¿No se tratará de una moción crítica contra el disparate de que Goethe pueda haber atacado literariamente a un joven de mi conocimiento? «Se me antoja verosímil que tuviera dieciocho años». También esto suena como el resultado de un cálculo, aunque idiota. Y «no sé con certeza el año en que escribimos» sería un ejemplo de inseguridad o de duda en el sueño. Ahora bien, por el análisis de este sueño yo sé que esos actos de juicio, que semejan cumplirse por primera vez en el sueño, admiten en su literalidad otro modo de entenderlos, en virtud del cual se vuelven indispensables para la interpretación, despejando al mismo tiempo todo absurdo. Con la frase «Yo procuro aclararme un poco las relaciones de tiempo», me pongo en el lugar de mi amigo [Fliess], quien en la realidad procura aclarar las relaciones de tiempo de la vida. Así, la frase pierde el significado de un juicio que se revolvería contra el disparate de las frases anteriores. Y la intercalación «que me parecen inverosímiles» forma unidad con la frase posterior «Se me antoja verosímil». Poco más o menos con esas palabras repliqué a la dama que me contó la historia clínica de su hermano: «Me parece inverosímil que el grito «¡Naturaleza, naturaleza!` tuviera algo que ver con Goethe: considero muy probable que poseyera el significado sexual que usted conoce». Es cierto que aquí se formuló un juicio, pero ello no ocurrió en el sueño sino en la realidad, y con ocasión de algo que es recordado Y usado por los pensamientos oníricos. El contenido del sueño se apropia de este juicio como de cualquier otro fragmento de los pensamientos oníricos. El número 18, con el cual el juicio del sueño se enlaza disparatadamente, testimonia también una huella del contexto del que fue arrancado el juicio real. Por último, «no sé con certeza el año en que escribimos» no está destinado sino a establecer mi identificación con el paralítico, en cuyo examen médico había sido ese realmente uno de los puntos de apoyo. Con vistas a resolver los aparentes actos judicativos del sueño podemos recordar la regla que ya dimos para la ejecución del trabajo interpretativo a saber: cabe desechar como apariencia inesencial la trabazón que el sueño establece entre sus componentes y someter cada elemento, por sí, a la reconducción. El sueño es un conglomerado que debe ser descompuesto de nuevo a los fines de su investigación. Pero, por otra parte, debe observarse que en los sueños se exterioriza una fuerza psíquica que produce esa trabazón aparente, vale decir, somete al material adquirido por el trabajo onírico a una elaboración secundaria. Aquí estamos frente a exteriorizaciones de ese poder que después apreciaremos como el cuarto de los factores que participan en la formación del sueño.

VI

Busco otros ejemplos de trabajo judicativo en los sueños ya comunicados. En el sueño absurdo de la carta de la municipalidad pregunto: ««¿Y poco después te casaste?». Hago la cuenta de que soy nacido en 1856, y me parece como si este año siguiera inmediatamente al otro». Esto se reviste por entero con la forma de un razonamiento. Mi padre se casó en 1851, poco después del ataque; yo soy el mayor, y nací en 1856; por tanto, ello es correcto. Nosotros sabemos que esta conclusión está falseada por el cumplimiento del deseo, y que la frase que preside los pensamientos oníricos reza: «Cuatro o cinco años, eso para mí es un instante, ni merece que se lo tome en cuenta». Pero desde los pensamientos oníricos cada fragmento de ese razonamiento ha de determinarse diversamente en su contenido y en su forma: Es el paciente cuya perseverancia irrita a mi colega el que piensa casarse enseguida que termine la cura. El modo como trato con mi padre en el sueño recuerda a un interrogatorio o a un examen, y, por esa vía, a un profesor universitario que en el momento de la inscripción tenía por costumbre recoger las señas personales completas: «¿Fecha de nacimiento?». «1856». «¿Patre?». A eso se respondía agregando al nombre de pila del padre la desinencia latina, y los estudiantes suponíamos que ese consejero áulico {Hofrat} extraía del nombre del padre conclusiones que el nombre de pila del inscrito en ningún caso le habría permitido obtener. Así, el sacar conclusiones contenido en el sueño no era sino la repetición de ese otro sacar conclusiones que emerge como parte del material de los pensamientos oníricos. Gracias a ello nos enteramos de algo nuevo. Cuando en el contenido onírico ocurre una conclusíón, ella con seguridad proviene de los pensamientos oníricos; pero, en estos, puede contenerse como fragmento del material recordado o puede enlazar entre sí, como unión lógica, una serie de pensamientos oníricos. En todos los casos, la conclusión del sueño figura una conclusión proveniente de los pensamientos oníricos (3). En este punto podremos proseguir él análisis de este sueño. El interrogatorio del profesor trae el recuerdo del registro (que en mis tiempos se redactaba en latín) de los estudiantes de la universidad. Trae, además, el de mi carrera universitaria. Los cinc o años previstos para los estudios de medicina fueron también demasiado pocos para mí. Seguí trabajando impertérrito unos años más, y en el círculo de mis conocidos se me juzgó malogrado; dudaban de que yo hubiera de «conseguirlo». Entonces me decidí con rapidez a rendir mis exámenes, y lo conseguí: a pesar de la dilación. Un nuevo refuerzo de los pensamientos oníricos, que yo opongo con arrogancia a mis críticos: «Y si no me quieren creer porque me he tomado tiempo, yo igual lo conseguiré, llegaré a la conclusión. Ya en muchas oportunidades sucedió así». El mismo sueño contiene en su fragmento inicial algunas frases a las que no puede impugnarse con fundamento su carácter de argumentación. Y esta por cierto no es absurda, sino que podría hacerse igualmente en el pensamiento de vigilia. La carta de la municipalidad me resulta en el sueño cómica, pues en primer lugar en 1851 yo todavía no había nacido, y en segundo lugar mi padre, a quien el asunto podría referirse, ya está muerto. Ambas cosas no sólo son en sí correctas, sino que coinciden por entero con los argumentos reales a que yo habría recurrido en caso de recibir una carta semejante. Por el análisis anterior sabemos que este sueño nació del suelo de pensamientos oníricos profundamente enconados y cargados de ironía; y si además se nos permite suponer que los motivos para la censura eran muy fuertes, comprenderemos que el trabajo del sueño tuvo todas las razones para crear, siguiendo el modelo contenido en los pensamientos oníricos, una refutación intachable de una exigencia disparatada. Pero el análisis nos muestra que aquí el trabajo del sueño no se entregó a una recreación libre, sino que debió usar para ello un material tomado de los pensamientos oníricos. Es como si en una ecuación algebraica apareciesen, además de los números, signos de suma y resta, de potenciación y radicación, y alguien, copiándola sin comprenderla, volcara en su copia tanto los signos de las operaciones cuanto los números, pero mezclándolos sin concierto. Aquellos dos argumentos [los del contenido del sueño] admiten que se los reconduzca al siguiente material. Me resulta penoso pensar que muchas de las premisas que yo pongo en la base de mi resolución psicológica de las psiconeurosis han de provocar, cuando se las conozca por primera vez, incredulidad y burla. Así, debo aseverar que ya impresiones del segundo año de vida, y a veces del primero, dejan una huella permanente en la vida mental del que después enferma y -aunque muchas veces deformadas y exageradas por el recuerdo- pueden constituir el fundamento primero y básico de un síntoma histérico. Ciertos pacientes a quienes enfrento con esto en el momento adecuado suelen parodiar el esclarecimiento que así acaban de adquirir diciendo que están dispuestos a rastrear recuerdos del tiempo en que aún no habían nacido. Y temo con fundamento que parecida acogida ha de tener el descubrimiento del insospechado papel que desempeña el padre respecto de las más tempranas mociones sexuales en el caso de ciertas enfermas mujeres. Y, no obstante, según mí bien fundada convicción, ambas cosas son verdaderas. En refuerzo de lo dicho quiero aducir ejemplos en que un niño pierde a su padre a edad muy temprana, y después ciertos sucesos de otro modo inexplicables demuestran que conservó, inconcientes, recuerdos de la persona desaparecida tan pronto para él. Sé que mis dos aseveraciones descansan en conclusiones cuya validez se objetará. Es, por tanto, un logro del cumplimiento de deseo el que precisamente el material de estas conclusiones, cuyo rechazo me temo, sea usado por el trabajo del sueño para producir conclusiones irrefutables.

VII

En un sueño del que hasta ahora sólo me he ocupado tangencialmente se expresa con nitidez, al comienzo, el asombro por el tema emergente: El viejo Brücke ha de haberme encargado alguna tarea; COSA BASTANTE RARA, se refería a un preparado de la parte inferior de mi propio cuerpo, piernas y Pelvis, que yo veo frente a mí en la sala de disección, pero sin sentir su falta en mi cuerpo y también sin sombra de temor. Louise N. está ahí y hace el trabajo conmigo. La pelvis ha sido eviscerada, y se ve ora su lado superior, ora su lado inferior, ambos mezclados. Pueden verse espesas protuberancias de color carne (frente a las cuales pienso, todavía en el sueño, en hemorroides). También debió limpiársele cuidadosamente algo que había encima y que parecía papel de estaño arrugado (4). Después estaba de nuevo en posesión de mis piernas e iba de paseo por la ciudad, pero (porque estaba cansado) tomé un coche. El coche me llevó, para mi asombro, a través de los portales de una casa que se abrieron y lo dejaron pasar por un corredor que, desfondado al final, conducía otra vez al aire libre (5). Finalmente deambulaba yo con un guía alpino, que llevaba mis cosas, por cambiantes paisajes. Un trecho me cargó también a mi, por consideración a mis cansadas piernas. El suelo era cenagoso; marchábamos por el borde; había gente sentada en el suelo, entre ella una muchacha; eran como indios o como gitanos. Antes había yo avanzado por ese suelo resbaladizo, asombrándome siempre de que pudiera hacerlo tan bien después del preparado. Por fin llegamos a una pequeña cabaña de madera que remataba en una ventana abierta. Allí el guía me depositó, y puso sobre el alféizar dos tablones de madera ya dispuestos de manera de echar un puente sobre el abismo que debía salvarse desde la ventana. Entonces sentí real angustia por mis piernas. Pero en lugar del esperado pasaje vi a dos hombres adultos que yacían sobre bancos de madera adosados a l as paredes de la cabaña, y como a dos niños que dormían junto a ellos. Como si no fuesen los tablones, sino los niños, los destinados a posibilitar el pasaje. Desperté despavorido. A quien alguna vez se haya formado una impresión exacta de la vastedad de la condensación onírica le será fácil imaginar qué gran cantidad de páginas exigiría el análisis detallado de este sueño. Pero, para alivio de nuestra ilación, sólo lo tomo aquí como ejemplo del asombro experimentado en sueños, que en este caso se da a conocer por la intercalación «cosa bastante rara». Paso a considerar la ocasión del sueño. Fue la visita de esa dama Louise N. que también en el sueño asiste al trabajo. «Préstame algo para leer». Le ofrezco She { Ella}, de Rider Haggard. «Un libro raro, pero lleno de un sentido oculto -así empiezo a exponerle-; el eterno femenino, lo imperecedero de nuestros afectos». Entonces ella me interrumpió: «A eso ya lo conozco. ¿No tienes nada tuyo?». «No, mis obras imperecederas todavía no fueron escritas». «Y -entonces, ¿cuándo aparecen tus sedicentes «últimos esclarecimientos» que, como has prometido, serán legibles también por nosotros?», me pregunta, algo mordaz. Ahora reparo en que es otro el que habla por su boca, y callo. Pienso en el triunfo que me cuesta dar a publicidad aunque sólo sea el trabajo sobre el sueño, en el que tanto de mi intimidad debí revelar. «Lo mejor que alcanzas a saber no puedes decirlo a los muchachos». El preparado con mi propio cuerpo, que en el sueño me encargan, es por tanto el autoanálisis (6) ligado con la comunicación de los sueños. El viejo Brücke aparece aquí a justo título; ya en esos primeros años de trabajo científico ocurrió que yo dejé estar un descubrimiento hasta que una orden enérgica de él me forzó a publicarlo. Pero los otros pensamientos que se devanan desde el coloquio con Louise N. muerden demasiado en lo hondo para que puedan hacerse concientes;. experimentan un desvío por el material que se evocó colateralmente en mí merced a la mención de She, de Rider Haggard. Sobre este libro, y sobre otro del mismo autor, Heart of the World {Corazón del mundo}, recae el juicio «bastante raro», y numerosos elementos del sueño están tomados de ambas novelas fantásticas. El suelo cenagoso por el cual uno es cargado, el abismo que debe salvarse mediante los tablones allí tendidos, provienen de She; los indios, la muchacha y la cabaña de madera, de Heart ol the World. En las dos novelas una mujer es la guía, y en ambas se trata de expediciones peligrosas; en She, de un atrevido viaje a lo no descubierto, a lo jamás hollado. Las cansadas piernas han sido, según caigo en la cuenta a raíz del sueño, una sensación real de aquellos días. Probablemente respondía a ellas mi fatigado talante y la pregunta dubitativa: «¿Por cuánto tiempo más habrán de sostenerme mis piernas?». En She, la aventura termina así: la guía, en lugar de conquistar la inmortalidad para sí y para los otros, halla la muerte en el misterioso fuego central. Es innegable que una angustia de esa índole ha estado activa en los pensamientos oníricos. La cabaña de madera es con seguridad el sarcófago, la tumba. Pero en la figuración de este, el menos deseado de todos los pensamientos, el trabajo del sueño consumó su obra maestra mediante un cumplimiento de deseo. En efecto, ya una vez había estado en una tumba, pero fue en Orvicto, en una tumba etrusca exhumada, una cámara estrecha con dos bancos de piedra adosados a las paredes, sobre los cuales yacían los esqueletos de dos adultos. Y el interior de la cabaña de madera muestra en el sueño ese mismo aspecto, sólo que la piedra fue sustituida por madera, El sueño parece decir: «Si es que ya has de descender a la tumba, que sea a una tumba etrusca», y con esta voltereta muda la más triste de las expectativas en una expectativa deseada (7). Por desgracia él puede, como pronto sabremos, trastornar hacia lo contrario (8) solamente la representación que acompaña al afecto, pero no siempre al afecto mismo. Por eso me despierto despavorido después que se conquistó una figuración la idea de que quizá los niños alcanzarán lo que al padre le fue denegado, una nueva alusión a la rara novela en que la identidad de una persona es conservada a través de un sucederse de generaciones que abarca dos milenios.

VIII

En la trama de otro sueño se encuentra también una expresión de asombro por lo vivenciado en él, pero anudada a un intento de explicación tan llamativo, tan rebuscado y casi brillante, que ya por eso solo me vería obligado a someter todo el sueño al análisis, aunque no poseyera además otros dos polos para nuestro interés. La noche del 18 al 19 de julio viajo por la línea ferroviaria del Sur, y oigo, dormido, que anuncian: «Hollthurn (9), diez minutos». Enseguida pienso en las holoturias -un museo de historia natural-, y que es este un lugar donde hombres valerosos han combatido sin éxito contra las fuerzas superiores de su señor feudal. ¡Ah, la Contrarreforma en Austria! Como si fuera un lugar de Estiria o del Tirol. Ahora veo de manera desdibujada un pequeño museo donde se conservan los restos o reliquias de esos hombres. Querría apearme, pero lo aplazo. Sobre el andén hay mujeres que venden fruta, están acuclilladas sobre el piso 17 ofrecen las cestas tan tentadoras. He vacilado, en la duda de que no tuviéramos ya tiempo, y todavía ahora seguimos aquí. De pronto estoy en otro compartimiento en que los cueros y los asientos son tan estrechos que se choca con la espalda directamente en el respaldo (10). Eso me provoca asombro, PERO PUEDE SER QUE DORMIDO YO HAYA TRASBORDADO. Hay mucha gente, y entre ella una pareja de hermanos; son ingleses; veo con nitidez una serie de libros sobre un estante adosado a la pared. Veo «Wealth ol Nations», «Matier and Motion» (de Maxwell), libro grueso y forrado en tela marrón. El hombre pregunta a su hermana por un libro de Schiller, si ella lo ha olvidado. Los libros son por momentos como míos, por momentos como de ellos dos. Quisiera mezclarme en la conversación para corroborar o para ir en respaldo de lo que dicen. . . Me despierto con todo el cuerpo sudado; es que todas las ventanas están cerradas. El tren se detiene en Maribor (11). Mientras lo ponía por escrito, se me ocurrió un fragmento del sueño que el recuerdo quiso omitir. Digo a la pareja de hermanos, a propósito de cierta obra: «lt is from … » {«Es de… »}, pero me corrijo: «It is by. . . » {«Es por… »). El hombre observa a su hermana: «El lo ha.dicho correctamente». El sueño empieza con el nombre de la estación, que debe de haberme despertado apenas. Sustituyo ese nombre, que era Maribor, por Hollthurn. Que yo oí Maribor al primer anuncio, o quizás a uno posterior, lo prueba la mención de Schiller en el sueño, puesto que él nació en Marburgo, aunque no en el de Estiria (12). Ahora bien, por más que esa vez viajaba yo en primera clase, lo hacía en condiciones muy incómodas. El tren iba atestado, y en el compartimiento me encontré con un caballero y una dama que parecían muy distinguidos y no tuvieron la urbanidad o no creyeron que valiese la pena tomarse el trabajo de disimular de algún modo su fastidio frente al intruso. Mi cortés saludo no obtuvo respuesta; aunque el caballero y la dama estaban sentados juntos (en sentido contrario a la marcha del tren), ella se apresuró a ocupar con un paraguas, ante mis propias narices, el lugar que tenía enfrente junto a la ventanilla; al punto se cerró la puerta y ellos cruzaron dichos amenazadores acerca de la apertura de las ventanillas. Probablemente notaron enseguida que yo estaba ansioso de aire fresco. Era una noche tórrida, y, en ese compartimiento cerrado por todas partes, la atmósfera pronto se hizo asfixiante. Según mi experiencia de viajero, una conducta tan abusiva y desconsiderada es característica de personas que no han pagado su boleto o han pagado sólo la mitad. Cuando vino el guarda y yo le enseñé mi boleto, adquirido a alto precio, tronó la dama con dureza y a modo como de amenaza: «Mi marido tiene pase». Era ella una matrona frondosa, de rasgos desagradables, y cuya edad ya frisaba el tiempo en que se marchita la lozanía femenina; el hombre no dijo esta boca es mía, y se quedó ahí sentado sin venirle conato alguno. Yo intenté dormir. En el sueño me tomé una terrible venganza de mis nada amables compañeros de viaje; ni sospechará el lector los insultos y escarnios que se ocultan en los desgarrados jirones de la primera mitad del sueño. Después que esta necesidad quedó satisfecha, se hizo valer el segundo deseo, el de cambiar de compartimiento. Es tan frecuente que el sueño cambie de escena, y sin que esa alteración le repugne en nada, que habría sido totalmente natural que yo sustituyese a mis compañeros de viaje por otros más agradables tomados de mí recuerdo. Pero aquí interviene alguna cosa que pone objeción al cambio de escena y hace necesario que se lo explique {en el sueño}. ¿Cómo fui a dar de repente a otro compartimiento? No podía acordarme de que hubiera trasbordado. Entonces quedaba una sola explicación: Debí de haber abandonado dormido el vagón, raro suceso, del cual empero la experiencia de los neuropatólogos ofrece ejemplos. Sabemos de personas que emprenden viajes por ferrocarril en un estado crepuscular sin que signo alguno delate esa anormalidad; al fin, en alguna de las estaciones del viaje recobran por completo el sentido, y entonces les asombran las lagunas de su recuerdo. Por tanto, todavía en el sueño declaro que mi caso es de «automatisme ambulatoire».

Continúa en ¨El trabajo del sueño (continuación): Cuentas y dichos en el sueño¨

Notas:

1- Nota agregada en 1909 El recordatorio o designio «Debo contárselo al doctor», en sueños sobrevenidos durante el tratamiento psicoanalítico, corresponde regularmente a una gran resistencia a confesar el sueño, y no es raro que enseguida se lo olvide.

2- Sobre este tema se ha entablado una larga discusión en las últimas entregas de la Revue pbilosophique [1896-98] bajo el título «La paramnesia en los sueños»

3- Estos resultados corrigen en algunos puntos mis anteriores indicaciones sobre la figuración de las relaciones lógicas. En aquel primer pasaje se describe el comportamiento general del trabajo del sueño, pero no se toman en cuenta sus operaciones más finas y cuidadosas.

4- «Stanniol», una alusión al libro de Stannius sobre el sistema nervioso de los peces. (Cf. loc. cit.)

5- El lugar del corredor de mi casa donde se guardaban los cochecitos de los niños de sus moradores; pero, por lo demás, sobredeterminado de manera múltiple.

6- [El autoanálisis de Freud durante los años previos a la publicación de este libro es uno de los temas de su correspondencia con Fliess (Freud, 1950a). Véase la parte III de la «Introducción» de Kris a dicha correspondencia.]

7- Este detalle se utiliza como ejemplo en El porvenir de una ilusión (Freud, 1927c), AE, 21, pág. 17.

8- {Verkehrung ins Gegenteil; vale decir, lo que era temor se convierte en deseo (inversión), y pasa a ser agente lo que antes era paciente (yo bajo a la tumba, no me bajan a ella).}

9- [No es el nombre de ningún lugar real.]

10- Esta descripción tampoco es comprensible para mí, pero sigo la regla fundamental de reproducir el sueño con las palabras que se me ocurren al ponerlo por escrito. Esta versión literal es también una pieza de la figuración onírica.

11- {Marburg, que en alemán designa tanto la ciudad alemana Marburgo como la actual ciudad yugoslava Maribor, en la región de Estiria}

12- Nota agregada en 1909. Schiller no nació en ningún Marburgo, sino en Marbach, como lo sabe cualquier alumno de escuela secundaria en Alemania, y lo sabía yo también. Es otro de aquellos errores que se deslizan como sustitutos de una falsificación deliberada en otro punto, y cuyo esclarecimiento he intentado en mi Psicopatología de la vida cotidiana (1901b.) JAE, 6, págs. 212-3]