Actualidad: Reflexiones con y desde el psicoanálisis

El discreto encanto de la psiquiatría

Con respecto a lo primero, constatamos que ya existen varias voces autorizadas que anticipan consecuencias negativas de este DSM V, al punto que algunas organizaciones profesionales del ámbito de la salud mental han anunciado que no lo tomarán en cuenta o que cambiarán de grilla diagnóstica.

Entre esas voces se destaca la de Allen J. Frances (médico psiquiatra nacido en Nueva York en 1942), quien dirigió el grupo de trabajo que produjo la cuarta versión del DSM y que se ha pronunciado ahora como uno de los primeros y principales críticos de esta quinta versión. Algunas cuestiones que este profesional plantea acerca de las debilidades de esta obra son[1]:

“Pobre e inconsistente redacción: Quizás no debería causar sorpresa que un proceso defectuoso haya logrado un producto defectuoso. El problema más importante es la escritura pobre e inconsistente. (…) La pobre redacción es también signo de un mal pronóstico, sugiriendo que las secciones de texto del DSM-V para los variados trastornos podrían eventualmente ser inconsistentes, variables en calidad y a veces incoherentes.”

Decir que algo está mal escrito no es solo una cuestión convencional o un indicio de una falla estética sino que dice de lo que hace a su elaboración y grado de formalización. Por lo tanto no es una objeción menor y de hecho Frances la coloca en primer término. De todos modos, deberíamos consignar que la redacción de los DSM sigue una línea y un estilo que se ajusta a su objetivo primero: ser, como su nombre lo indica, un Manual destinado a que las estadísticas se efectúen siguiendo parámetros homogéneos. O sea, que el DSM no es (ni debería pretenderlo) un verdadero tratado de Clínica Psiquiátrica, sino un procedimiento de atribución de diagnósticos de la manera menos equívoca posible con fines estadísticos. O sea, una muestra del ideal de encontrar “una lengua bien hecha”. Por esto, que se lo termine utilizando en buena parte del mundo como la fuente principal y casi excluyente del saber psiquiátrico es algo que no debe dejar de sorprendernos e inquietarnos.

Sigamos con las objeciones planteadas por A. Frances:

“En términos de contenido, son más preocupantes las muchas sugerencias del DSM-V que podrían dramáticamente incrementar las tasas de trastornos mentales. Esto aparece de dos maneras: (a) Nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente comunes en la población general (especialmente después del marketing de una siempre alerta industria farmacéutica). (b) Umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes. El DSM-V podría crear decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes (…), exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental (…)”

Entre estos “nuevos diagnósticos problemáticos”, innovaciones que el DSM-V aporta y que motivan semejante comentario (y, remarquemos esto, no proveniente de un psicoanalista ni de un “antipsiquiatra”, sino de ¡un psiquiatra que formó parte de la elaboración de la versión anterior del DSM!), se encuentran cosas tales como: el “síndrome de riesgo de psicosis”[2]; el “trastorno mixto de ansiedad depresiva”[3]; el “trastorno cognitivo menor”[4]; el “trastorno de atracones” (binge eating disorder)[5]. Y, siguiendo con la lista de la “innovaciones”: el “trastorno disfuncional del carácter con disforia” (“una de las más peligrosas y pobremente concebidas sugerencias para el DSM-V y una mal orientada medicalización de los exabruptos del carácter”); la categoría de “adicciones conductuales”, que sería incluida en la sección de adicciones a sustancias y podría cobrar vida con un trastorno de juego patológico; el “trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad” (“contribuyendo a aumentar las tasas de TDAH, acompañado de un generalizado abuso de medicaciones estimulantes para la mejora del desempeño y la emergencia de un gran mercado secundario ilegal”); el “trastorno de espectro de autismo” (“el desorden de Asperger colapsaría en esta nueva categoría unificada”); la “medicalización del duelo normal”; y un largo etcétera.

Destaquemos que A. Frances no es un caso aislado sino sólo uno de los más notables en esta polémica. Entre ellos encontramos también a Geoffrey M. Reed[6], psicólogo clínico, director de la clasificación de los trastornos mentales y del comportamiento dela Clasificación Internacional de Enfermedades, CIE-11 (OMS). Este profesional, en una línea similar, señala que una de las grandes contras del DSM-V consiste en “etiquetar como trastornos mentales condiciones mucho más comunes, con mayor tasa base y menor umbral, que han sido consideradas previamente como variaciones del funcionamiento normal, o como aspectos de la experiencia normal.” Afirma, además, que “la OMS contempla propuestas de esta naturaleza como problemáticas, por varias razones. Primero, estas condiciones con mayor tasa base y menor umbral representan importantes objetivos para el desarrollo de fármacos y marketing (…). Segundo, cuando todos los países del mundo se enfrentan a difíciles decisiones sobre la distribución de recursos de salud, estas propuestas tienen el potencial para desviar recursos de condiciones más graves que sí tienen tratamientos efectivos. Tercero, estas aproximaciones desembocan en la distribución de fármacos con efectos secundarios potencialmente graves a personas que realmente no necesitan medicación. Cuarto, es probable que las prevalencias estimadas de los trastornos mentales aumenten drásticamente (…). Así, existe poca justificación a nivel de salud pública para tales propuestas, y es altamente improbable que éstas sean incorporadas en la CIE-11”.