El sucesor
El hecho es que hay situaciones de la vida que desafían nuestra capacidad para simbolizar porque ponen en peligro la experiencia de la continuidad temporal y espacial. Continuidad temporal y espacial que tiene que ver con lo que algunos autores llamaron mecanismo del sucesor (5), (6). La vida se va desarrollando como un engranaje en cadena, compuesto por eslabones que son las versiones de uno mismo que van cambiando y sucediéndose unas a las otras, como en una serie. Así, uno es bebé, luego niño/a, púber, adulto, anciano, etc. Y como en las bicicletas con muchos cambios, la cadena da varias vueltas y puede saltar de engranajes, de modo que, además de adolescente, uno puede tener su primera relación sexual, o graduarse y ejercer una profesión, casarse, tener hijos, nietos, etc. Siempre un elemento nuevo se agrega en el extremo de la serie, ocupando el puesto del elemento anterior. Y cuando lo ocupa, inmediatamente se abre un nuevo espacio para que otro sucesor aparezca en el horizonte y esté a punto de ocupar el lugar para que la cadena siga funcionando y no se desbarate.
La situación actual es de tal incertidumbre que parecería no haber sucesor. Pero el sucesor no es esa identidad consistente y homogénea a las demás que, según el caso, podría ser cualquiera de las que mencioné. Por el contrario, el sucesor es algo que en cada cambio hace que la cadena no se corte ni se salga de los engranajes y que la serie continúe. Es, más o menos, como cuando vemos una serie de Netflix y, entre capítulo y capítulo o entre una temporada y otra, aparece una barra que se va llenando y que nos avisa que el siguiente capítulo se va cargando y pronto comenzará.
El hecho es que ahora nadie sabe lo que va a pasar, si va a estar vivo o muerto, cómo va a ser el mundo, si va a conservar el trabajo, si se terminó la serie o por qué temporada vamos. Los gobiernos se esfuerzan por dividir en fases y picos la evolución de la pandemia, pero a ciencia cierta nadie sabe lo que le espera. El docente, por ejemplo, tiene que enseñar de otra manera, y reprogramar toda su materia. Todo parece tener que empezar de nuevo, y desde casa. El que se manejaba “en negro” sin ninguna inscripción tributaria debe blanquear sus ingresos y queda inscripto donde antes no lo estaba. Al que se manejaba en blanco le cambia la categoría, o se queda afuera porque no puede pagar. La gente no va al médico porque teme contagiarse. Todo viene transcurriendo como en la canción de Maria Elena Walsh “El reino del revés”: en Italia, los ricos del norte se mudaban hacia el sur buscando salvarse; en España, se querían venir a Latinoamérica; los africanos que emigraban desesperados y se ahogaban frente a las costas europeas fueron testigos estupefactos de los tendales de muertos en Europa; los memes mexicanos le pedían a Trump que se apure con el muro, y con el mundo patas para arriba, el sucesor perdió su norte y se cortó la cadena.
El mecanismo del sucesor, que debería generar una nueva versión de uno mismo, posible de ser pensada y expresada con palabras, no llega, está cancelado porque lo que viene es un vacío que deja al sujeto en una situación de enigma o perplejidad porque ya no es un elemento homogéneo a lo anterior. La frase que más se escucha en todos los niveles es: “nunca me imaginé que podía pasar esto”. “Nunca pensé que iba a tener que vivir esta situación, ni en el peor de los sueños”. Como si faltara el acto de nacimiento de la organización simbólica de una nueva realidad, que pertenece a una serie particular (6).
Entonces, en vez del sucesor aparece la angustia, y si no, el cuerpo, que viene a ocupar ese lugar vacante. Los síntomas somáticos aparecen brindando certeza de identidad: no sé lo que soy pero sé que estoy… contagiado. Y Así, personas sanas comienzan a tener tos, dolor de garganta, cefaleas, febrículas, o pierden el olfato para los negocios y el gusto de vivir. A más de uno se le pasa por la cabeza: “bueno, me contagio, genero anticuerpos, y ya está!”, como una especie de liberación (8).