El tiempo
Como decíamos al comienzo, hay situaciones que ponen en peligro la experiencia de la continuidad temporal y espacial. Muchos analistas están de acuerdo en que la cuarentena ha generado en muchas personas la pérdida de la noción del tiempo:
El desarrollo de la idea del tiempo depende de la discontinuidad del sistema perceptor (4), lo que significa que lo que percibimos no está siempre presente. Y gracias a la memoria, no hace falta percibir al otro todo el tiempo para conservarlo en la mente. Llevado esto a la experiencia cotidiana se traduce en que, si vemos durante todos los días del año a alguien y estamos con esa persona todo el día, nos cuesta comprobar que envejece o que cambia. Por el contrario, cuando no vemos a alguien por mucho tiempo, el reencuentro impacta porque nos hace constatar de golpe todo el tiempo que pasó, tanto para la otra persona como para nosotros mismos. Esa es una de las razones del efecto traumático que producen las celebraciones de «20 años de egresados» de los colegios secundarios, o «30 años de graduado universitario», etc. La discontinuidad del sistema perceptor se relaciona con la “pérdida de contacto” entre percepción y memoria: nos acordamos de nuestros compañeros de estudio, porque tenemos memoria de ellos, pero como pasa mucho tiempo sin verlos no los percibimos. Cuando años después llega el reencuentro, nos damos cuenta «en un instante» que ha trascurrido mucho tiempo.
Con la cuarentena parecería que el tiempo no pasa, porque todos los días son iguales y los que viven con nosotros están siempre presentes. Para muchos, el trabajo fuera de casa es un ordenador temporal, lo mismo que ciertas actividades: el gimnasio, la clase de inglés, pilates, ir a la facultad o al colegio, o lo que sea. En la cuarentena no salimos el fin de semana, no vamos a cenar afuera los viernes o sábados a la noche, y todas las mañanas, tardes y noches padecemos el repetido ritual de lavarnos las manos ante cada cosa que tocamos. Además, la postergación de la cuarentena en una quincena tras otra nos ha hecho descreer de que el paso del tiempo nos acerca al final o por lo menos anuncia un cambio. Y en lo que respecta al final de la vida, aparece como un monstruo al acecho que en cualquier momento nos va a atacar y no como un horizonte lejano que invita a recorrer tranquilos lo que falta.