Los términos epistémicos

El alma como cosa en sí

Pasemos ahora al núcleo de la concepción epistémica Freudiana en lo que se refiere al devenir del alma, expuesto en «Lo inconciente»: «El supuesto psicoanalítico de la actividad anímica inconciente nos aparece, por un lado, como una continuación del animismo primitivo, que dondequiera nos espejaba homólogos de nuestra conciencia, y por otro lado como la continuación de la enmienda que Kant introdujo en nuestra manera de concebir la percepción exterior. Así como Kant nos alertó para que no juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incognoscible, descuidando el condicionamiento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso psíquico inconciente, que es el objeto de la conciencia, por la percepción que esta hace de él { … }. No obstante, { … } el objeto interior es menos incognoscible que el mundo exterior» (GW, 10, pág. 270).
Desde ahí, anudaremos dos series de consideraciones. El primer miembro de la frase expone el supuesto de una actividad anímica (seelisch) inconciente, Hemos traducido Seele y seelisch por «alma» y «anímico», respectivamente. Así, «aparato anímico». El texto definitorio está al comienzo del trabajo «Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)». Dice Freud (GW, 5, pág. 290) que «psique» es vocablo griego que al alemán se traduce por Seele (y al castellano, desde luego, por «alma»; por ejemplo, el tratado de Aristóteles Sobre el alma). En la Standard Edition se traduce mind y mental, pero en nuestra lengua sería erróneo emplear «mente» y «mental». Piénsese en que eso anímico inconciente está agitado por pasiones, hay ahí como unos titanes mal domeñados que no dejan de amenazar el orden del mundo; y lo mental se refiere más a lo intelectivo, a lo que tiene forma y organización. Vemos, pues, que la asimilación que establece Freud entre «psique» y «alma» es taxativa. Y en el trabajo citado al comienzo de esta sección se dice que el supuesto de lo anímico inconciente es una continuación del animismo primitivo, entendido, evidentemente, en el sentido del evolucionismo antropológico de Tylor. Recordemos el principio metodológico de la psicomitología. Para el animismo mítico, las cosas inanimadas tienen en verdad alma, lo cual no sería -entonces- sino una oscura percepción, proyectada al exterior, que el alma tiene de sí misma. Hay en la creencia mítica un núcleo verdadero (un razonamiento por analogía, basado en una proyección). La psicología Freudiana tiene por objeto al «alma», noción que antes perteneció al mito, la religión y la metafísica, y ahora se incluye dentro de una ciencia que expande de continuo sus fronteras en el campo del saber: intencionalidad presente en los textos de Freud, y nuevo argumento en favor de nuestra opción terminológica (a pesar de ciertos usos de «mente» en acepción más lata; «alma» es más fiel también desde el punto de vista -no desdeñable- de la historia del pensamiento).

Por otra parte, consideremos el entronque del pensamiento Freudiano con la tradición de la filosofía de la naturaleza. Limitémonos a mencionar el título de un trabajo de Schelling, de 1798: Del alma del mundo (Von der Weltseele). Y la continuación de la filosofía de la naturaleza en Haeckel, cuya Antropogenia, según veremos en el último capítulo, ocupa un lugar virtual en el texto de Freud. Para Haeckel, la célula primordial (protista), así como las células unidas entre sí en un ser vivo pluricelular, poseen alma. Pero el alma de la célula no supone un finalismo, una teleología en el sentido de la prueba físicoteleológica (véase Kant, Crítica de la razón pura). El alma se explica desde sus causas eficientes. Dicho de otro modo, es «inconciente». Es que «conciente» supone fines, una explicación por la causa final; el genuino teatro del finalismo es la conciencia. «Alma», en Haeckel, es término descriptivo de la especificidad de ciertos procesos materiales. También esto nos sugiere que la «adecuación» a fines que hallamos en los textos de Freud no se refiere a un finalismo trascendente, sino a uno inmanente en el sentido de la «adecuación» o «adaptación» al medio en el logro de ciertas «metas» (Ziel), vale decir, atañe al segundo miembro del par haeckeliano «herencia» y «adaptación».

Ahora pasemos a la segunda parte de la cita de «Lo inconciente». Hay un proceso psíquico inconciente; he ahí, por tanto, la cosa en sí de un mundo interno, que, como tal, es objeto de la conciencia. Pero lo mismo que en el caso de la cosa en sí del mundo externo, no debe ser confundida con la percepción que la conciencia tiene de ella. Parece un esbozo de gnoseología kantiana. Freud lo mantiene consecuentemente, pues en uno de sus últimos trabajos, el Esquema del psicoanálisis, hallamos este enunciado: Das Reale wird immer «unerkennbar» bleiben, lo real permanecerá siempre incognoscible (GW, 17, pág. 127). Hay algo llamativo en esta última frase, si nos remontamos a la historia de la filosofía alemana. Freud no dice die WirklichkeiI, la realidad efectiva, operante, sino das Reale, lo real, Y por otro lado, en la cita de «Lo inconciente» vimos que el objeto interior acaso sea menos incognoscible que la cosa del mundo externo. Esta aseveración puede parecernos enigmática. Ahora bien, como ya estamos habituados a que el texto nos reenvíe, a raíz de cada término, a su contrario, la expresión «lo real» evoca en nosotros «lo ideal». No está ausente este último del discurso Freudiano. En algún pasaje de Tres ensayos de teoría sexual, a propósito de la sublimación, Freud dice que es una «idealización» (idealisierung) de la pulsión; y el «ideal» del yo es una de las categorías estructurales de la psique. Las nociones de real e ideal son nucleares en el pensamiento de Fichte y de Schelling. Acaso nos convenga considerarlas un poco, pues muy bien podría ocurrir que estuviéramos frente a un estrato significativo más profundo del texto Freudiano.

El Sistema del idealismo trascendental, de Schelling, es de 1800, y marca su primera diferenciación respecto de Fichte. Esboza una nueva síntesis de materia y espíritu; el yo no pone al no-yo, como en Fichte, sino que más bien el no-yo es la premisa del yo. Otro trabajo, Exposición de mi sistema de filosofía, de 1801, quiere aprehender todo lo que es como un proceso único, de ascenso al espíritu. Naturaleza y mundo humano forman una continuidad en el sentido de un Stufen-system, de un sistema de grados o estadios. Lo Absoluto es real-ideal. El pensamiento de Schelling podría definirse como un real-idealismo. El mundo es explicatio Dei, despliegue de Dios. Es el despliegue de los poderes ocultos, inactuados en Dios. Todo ente es de esencia idéntica, todos son idénticos cualitativamente. El sistema del real-idealismo es sistema de la identidad cualitativa de todo ente; sólo hay diferencias cuantitativas entre estos, a saber, por la diversa proporción en que participan de lo real y lo ideal.

La serie de lo real tiene, por así decir, su contrafigura en la serie ideal. Pero con esta particularidad: partiendo de una indiferencia o identidad de lo ideal y lo real en lo Absoluto, se produce un gradual desplazamiento recíproco de ambos fuera de aquella indiferenciación. El proceso del mundo lo es de diferenciación. En una aproximación más intuitiva diríamos que todo ser es objetivo y subjetivo, reviste la forma de sujetoobjeto. Pero del siguiente modo: partiendo de un extremo, que sería subjetividad pura, se avanza hasta un punto central de indiferencia, y en cada grado de avance la proporción de objetividad aumenta. Por otro lado, desde el punto de indiferencia hacia la rama contrapuesta, el grado de objetividad mezclada a la subjetividad va aumentando hasta llegar a la objetividad pura. Es lo que Schelling llama una «serie complementaria», herramienta epistémica esta abundantemente empleada por Freud (por ejemplo, en Conferencias de introducción al psicoanálisis, donde considera las series del vivenciar actual y la constitución heredada).

Si en El porvenir de una ilusión Freud explica que en favor de nuestro conocimiento del mundo opera el hecho de que nosotros y nuestra conciencia no somos sino una de sus formas de manifestación, acaso la idea de las series complementarias de lo real y lo ideal, el mundo objetivo y su espejamiento en el mundo humano de la conciencia, nos sugiera la posibilidad enunciada por Freud, a saber, que el mundo interno se conocería con mayor facilidad que el externo. Volveremos sobre esto en nuestro último capítulo, aunque desde ahora podemos columbrar que eso real incognoscible, cuando es lo real interno, pueda devenir sabido en una serie ideal que no sería sino la inflexión de lo real mismo.