Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres (CAPÍTULO II)

Al determinar que la cultura y sus matrices son construidas, convencional e históricamente, y por ello en todo momento responderán a formas y modos donde, como sujetos sociales, cimentamos la identidad personal o colectiva, localizamos y contextualizamos a los sujetos sociales como históricamente condicionados. De tal modo, se nos hace factible el estudio de las relaciones con los demás miembros de una sociedad en función de las formas simbólicas que son aprendidas. Los sujetos se relacionan a partir de procesos clasificatorios o distinciones como lo “bueno” y lo “malo”, lo “deseable” y lo “indeseable”, que son aprendidas a lo largo de la vida y durante los procesos de socialización. No obstante, al participar siempre y en cada momento en realidades sociales diversas que van conformando un acervo importante de conocimientos, éstos terminan por convertirse en aprendizajes y experiencias. Y por lo tanto, se generan una serie de dispositivos y matrices que permiten que los sujetos se desenvuelvan en un cúmulo de ambientes sociales. Es por ello que las formas de ser y de actuar siempre tienen una orientación específica, un énfasis que le da dirección a los actos. Evidentemente, son formas que como sujetos, hemos aprendido con el transcurso de los años, hemos incorporado como hechos cotidianos en el universo social al que pertenecemos.
Observar el mundo de la cultura, se nos presenta como una realidad compleja. Ésta se realiza siempre en un territorio donde los elementos y los sujetos están en constante relación. Es en este entorno cambiante y dinámico donde los individuos entablan relaciones diversas, en determinadas situaciones, e incorporan prácticas cotidianas. Reforzamos, los seres humanos se sitúan en determinado lugar en el mundo gracias a los procesos de socialización. La socialización consiste en el equipamiento tanto cultural como social de los seres humanos (Berger, P. y Luckmann, T. 2003) Respaldando lo ya desarrollado, la realidad es observable a partir de la vida cotidiana, en la cual, la construcción intersubjetiva vista como un mundo compartido donde intervienen los procesos de interacción y comunicación es utilizada para relacionarse con los demás (Berger, P. y Luckmann, T. 2003). De esta manera, la sociedad es entendida como un proceso dialéctico del cual se desprenden tres etapas: la externalización, la objetivación y la internalización. Los seres humanos vivimos en sociedad pero sólo participamos de su dialéctica cuando llegamos a ser miembros de ésta. Es decir, al nacer sólo tenemos predisposiciones referentes a la sociedad, por lo que para ser miembros, se nos induce a participar de la dialéctica de la misma.
Por lo tanto, para comenzar con la participación, se partirá de la internalización. Esta última constituye la base para la comprensión de los otros miembros de la sociedad, así como la apropiación de los elementos de la realidad social. Pero esta apropiación no se da desde la autonomía de los sujetos para dar sentido y significado, sino que se asume a partir de reconocer que se vive en un mundo compartido, es decir, en donde otros ya participan. (Berger, P. y Luckmann, T. 2003). Sólo cuando los sujetos son capaces de adherir a esta internalización pueden ser miembros de una sociedad; proceso ontogenético llamado socialización. Según Berger, P. y Luckmann, sociólogos americanos, desde una perspectiva constructivista, plantean que la socialización es: “la inducción amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o un sector de él” (2003: 164). La socialización, así, se dividirá entonces en socialización primaria y secundaria. Siendo la primaria la estructura básica donde el individuo adquiere los aprendizajes necesarios para dar sentido a los significantes de la sociedad e incorporarse a ella; la socialización secundaria será vista “como la adquisición del conocimiento específico de “roles” (Berger, P. y Luckmann, T. 2003:173)
Al articular las líneas hasta aquí desarrolladas con nuestro fenómeno a investigar, podemos plantear que la cultura y sus matrices, a través de la socialización, potencian y son fuentes generativas para la construcción de significados culturales. Estos últimos se plantean e incorporan a determinados modelos y formas de interacción que suponen toda una construcción decible y por ende objetivable de lo que se considera la violencia, las prácticas violentas en sí. Al ser esquemas, formas, parámetros, expectativas, prácticas y significados edificados a través de un proceso sociocultural aprehendido, son compartidos y socialmente identificables. A partir de ello, trabajar con los sentidos construidos por los sujetos, manifiestos en sus producciones discursivas y sus prácticas sociales, se vuelven indicios clave de cómo operar para comprender la violencia y sus formas en las relaciones amorosas.