Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres (CAPÍTULO II)

2.6 SER COMO SOY: UNA CONSTRUCCIÓN DE FACTORES APRENDIDOS
Yo digo que las mujeres deberían de trabajar medio turno por la tarde,
así ellas se harían cargo de los labores de la casa y los hijos en la mañana…
deberían de dedicarse más al hogar […]andar con vestido ya que se ven más femeninas,
creo que no deberían de dedicarse a ningún trabajo como carpintera,
chofer ni nada de eso, en cambio sí a enfermeras y esas cosas”
Ángel, 18 años. Entrevistado
Las características que diferencian a los hombres y las mujeres, y que aparecen en muchos ámbitos de la vida, resultan ser trascendentales en la relación amorosa. Algunos estudios consideran que las mujeres tienden a interiorizar en mayor medida las cuestiones relacionadas al amor y los sentimientos. Es decir, existe una tendencia emocional considerablemente mayor en las mujeres; a diferencia de los hombres, que tienden hacia la racionalización de los procesos vivenciales (Hernández M. 1998).
No obstante, pese a las inclinaciones y propensiones que se dan entre la naturaleza femenina y masculina, podemos reconocer que las ideas y significados que se han atribuido a la feminidad y a la masculinidad son, también, construcciones históricas y socioculturales que se han ido naturalizando en el contexto social. Estas representaciones sobre la naturaleza femenina y masculina, sus inclinaciones, los roles esperados y las prácticas atribuidas en función de las características consideradas como ‘dadas’, es lo que se ha denominado imaginarios sociales.
El imaginario social (Castoriadis, C. 2002) resulta una noción de enorme relevancia para este trabajo en cuanto contribuye a la comprensión de aquellas normas, valores, lenguaje, estereotipos de los sujetos como de las formas particulares en que los atribuye y construye una sociedad particular. Para Castoriadis (1975) el imaginario constituye una categoría clave en la interpretación de la comunicación en la sociedad moderna en tanto producción de creencias e imágenes colectivas. Los imaginarios colectivos están determinados por la historia y la cultura. Sin embargo, si consideramos que estamos en pleno comienzo del siglo XXI, vemos cómo se ha vuelto común hablar del género como término clave para entender, explicar y demostrar que la diferenciación biológica y anatómica no determina naturalmente las maneras de ser y actuar -según los términos que se consideran propios de lo femenino o de lo masculino en nuestra sociedad-. Esto significa que si bien la forma del cuerpo humano no ha cambiado sustancialmente a través de los tiempos, las formas de comportarse según el género sí se han modificado; principalmente, porque las ideas sobre lo masculino y lo femenino, como las ideas de género, se construyen social y culturalmente:
Lo deseable, lo imaginable y lo pensable de la sociedad actual encuentra definición en la comunicación pública. Por lo cual, ésta se convierte en el espacio de construcción de identidades colectivas a la manera de “verse, imaginarse y pensarse como”. Esta perspectiva permite entender las cuestiones de cultura como desde la reflexión de la identidad a la reflexión sobre la diversidad (Cabrera, D. 2005: 1)
En nuestras sociedades, los imaginarios sociales se construyen a través de la edificación de ideas, de valores que se comparten socialmente, de creencias, de discursos gubernamentales, de una religión que se vuelve guía de conductas humanas. La normalización e internalización de las conductas que deben practicarse como parte de la cultura femenina o masculina son estructuras de comprensión de la realidad que se adquieren a través de las llamadas disposiciones (Bourdieu, P. 1991). Como ya hemos referido, dichas disposiciones se expresan a partir de las formas en que cada individuo percibe situaciones específicas, las vive y las experimenta. Estos factores y/o disposiciones de vida son llamados habitus.
El conjunto de factores, como la cultura, las creencias, las nociones que se ven reflejadas en el habitus de ser hombre o de ser mujer en ciertos contextos genera perspectivas de cómo entender las relaciones de noviazgo violentas. Así, atendiendo a los imaginarios construidos y desde los habitus particulares, hemos podido comprender, como veremos en una instancia analítica, cómo las mujeres, en mayor medida son agredidas; y pese a ello, destacan una superioridad a la de los hombres. Esto facilita y es generador de prácticas constantes de conductas que violenten a la pareja.
En Mujer, violencia y medios de comunicación (1996), Sangrador da cuenta de que el discurso sobre el amor ha sido hasta poco tiempo “cosa de hombres”, imponiéndose la perspectiva masculina del fenómeno amoroso. Tan sólo con el reciente acceso de la mujer a la labor creativa (literaria, cinematografía, etc.) ha empezado a emerger la perspectiva femenina sobre el amor, aunque también muchas veces se presente una versión parcial del tema. Es notorio cómo en los datos recogidos por esta investigación, en los sujetos persiste la necesidad de vincular a la mujer con el mundo de la afectividad, los sentimientos, las emociones, aunque algunos datos indiquen que la mujer tienen mayor capacidad de experimentar emociones intensas que los varones. Esto se vincula a que ellas reciben más apoyo socioemocional y comparten más su mundo afectivo, una dicotomía clave en la configuración de la mujer. Sumado a eso, los estereotipos de rol sexual, junto con esas normas y reglas sociales de sentir en cada situación, hace que la mujer deba adaptarse a una situación de subalternidad o de afección respecto al rol masculino.
Por ello, los estereotipos referidos al rol sexual, aunados a prescripciones y normas sociales que condicionan el comportamiento definiendo lo que es adecuado sentir en cada situación, suelen exigir la represión o control de otras emociones, generalmente negativas, como la rabia o la agresividad. La adecuación de la mujer a ese conjunto de normas (masculinas, por lo general) sobre lo que debe ser su expresión emocional es, además, exigida como un requisito esencial cara al mercado laboral y cultural (Sangrador, J. L. 1996).
De acuerdo a diversas investigaciones (Castro, R. & Cacique, I. 2006), gran porcentaje de mujeres -que han sido violentadas por su pareja durante una relación de noviazgo,- prefieren callar los actos relacionados con las agresiones físicas, psicológicas, sexuales o de algún otro tipo, por diversos factores (miedo, normalización, creencia, ideología, amor etc.). Es entonces cuando la violencia simbólica se eleva dentro de la relación, las mujeres prefieren evitar levantar la voz por no molestar a la pareja y, por lo tanto, la violencia se torna cada vez más agresiva y explícita.
El género ha sido una limitante para las mujeres en todos los ámbitos, las nociones de lo femenino y lo masculino, delimitan su trabajo, las palabras, el comportamiento, las conductas, pensamientos y opiniones de hombres y mujeres, mayoritariamente colocando al varón por encima de la mujer, sólo por el hecho de ser hombre. Para describir esto, en este trabajo hemos incorporado algunas nociones explicativas de la Teoría de las representaciones sociales (Moscovici, S. 1991):
Las representaciones sociales son imágenes mentales que adquieren significado en el contexto social donde se desenvuelven las personas e implican procesos psicológicos y sociales. Se construyen a partir de las vivencias cotidianas (información, experiencias, conocimientos) que se intercambian en diferentes contextos mediante las relaciones personales y que se transmiten a través de la tradición, la educación y el proceso comunicativo. Es decir, las representaciones no son estáticas, se reconfiguran y re-significan por la influencia de las relaciones y las comunicaciones entre las personas; grupos y medios de comunicación en el contexto social y cultural (1991:471)
Las formas de actuar e interactuar se aprenden desde el inicio de la vida y se ponen en práctica durante el transcurso de ésta. Es así donde los sujetos se van apropiando de conductas que se tornan cotidianas y se consideran adecuadas para tal o cual género. Con el transcurrir del tiempo, los sujetos van configurando sus habitus y representaciones dependiendo del contexto y las experiencias de vida. La teoría de las representaciones sociales de Moscovici describe que los sujetos nos desarrollamos en un contexto social e histórico y es justo ahí donde se construye la ideología, sobre los modelos que se tienen de alguna cuestión en particular. En nuestro caso, nos interesan ver los modelos de lo que es ser hombre, ser mujer, y como se construye una relación de pareja entre ambos.
En función a la tríada rol, género y abuso de poder, Ramírez Rodríguez (2005) elabora una triangulación y desde allí presenta algunas proposiciones que proporcionan elementos de interés para detectar y reconstruir aquellas representaciones que los sujetos plantean. Por un lado, se encuentran los símbolos culturales. En tanto como construcciones que evocan representaciones diversas, su identificación implica una búsqueda y reconocimiento de representaciones de orden simbólico. A saber, una misma acción puede representarse de múltiples formas según diferentes sujetos. Por otro lado, se encuentran los elementos normativos. Éstos resultan interpretaciones de los significados de los símbolos. Es decir, plantean una resignificación, un intento de limitar y contener las propias posibilidades de significar. Podemos ver estos elementos presentes tanto en doctrinas religiosas, educativas, científicas y políticas. La fuerza de ellos radica en su pretensión de consolidar unívocamente el significado de categorías, como por ejemplo, la de lo masculino y lo femenino. Si bien tienen posibilidades de significación múltiple; su potencial metafórico evidencia un curso restringido. La limitación es resultante de los condicionamientos y alcances que plantean los marcos normativos colectiva y socialmente construidos y legitimados. El propio discurso y las prácticas se ordenan puesto que existen mecanismos que vigilan y sancionan las prácticas sociales. El sujeto mismo se vuelve la normalidad socialmente legítima. No obstante, la normalización de las prácticas sociales consideradas como masculinas o femeninas, pueden ser cuestionadas (Ramírez Rodríguez, J. C. 2005). El cuestionamiento resulta la posibilidad de los sujetos a resistir ciertas tendencias hegemónicas y volverse generadores de cambios en sus propias prácticas.
Los elementos aquí descritos permiten configurar y reconocer ciertas características que tienen base en los procesos de socialización. Nos permiten tejer significados que actúan predominantemente en la concepción y reproducción de una cultura violenta y, por lo tanto, en los vínculos que los jóvenes plantean de sí mismos en la cotidianidad. Así, la dominación, el poder, los roles, los imaginarios, las representaciones sociales, serán siempre factores indispensables para el reconocimiento de la construcción de la violencia. Consideramos que los sujetos generan convicciones, opiniones que aceptan como verdaderas, sustentándose en prácticas y asumiendo roles que han sido aprendidos gracias a un bagaje cultural intergeneracional. Al reconocer que tales creencias son reapropiadas, pueden ser reconstruidas y ser parte material de representaciones sociales más globales. En relación con la violencia, tales creencias juegan un papel central. Los juegos de poder y las jerarquías que se presentan en el núcleo familiar, son instaurados desde el hogar (inculturados), para posteriormente ponerse en práctica en una relación de noviazgo y ello se vuelve materialmente visible en el discurso y las relaciones de pareja entre los jóvenes.

Notas:

6 El presente recorrido se retoma de lo analizado por Jesús Martín Barbero en su ponencia “La cultura como identidad y la identidad como cultura”. Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.
7 Está explicación se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, (2002).
8 La dopamina se encarga de la reacción de los mecanismos de refuerzo del cerebro, así como de la capacidad desear algo, al mismo tiempo que de la repetición de comportamientos que proporcionan al sujeto en cuestión, placer.
9 Neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas.
10 Muñoz de la Peña Castrillo, Francisco. 2002. La química del amor. El rincón de la Ciencia.
11 Alberoni plantea en su teoría tres estados nacientes. La amistad, el enamoramiento y el amor. Para efectos de la presente investigación sólo se retomará el enamoramiento, el cual se considera un factor clave para la potencialización de la cultura violenta en el noviazgo entre jóvenes bachilleres. Resulta una exigencia, antes de profundizar, dejar claro que en este trabajo no hablamos de amor, sino de enamoramiento. Si bien ambos conceptos comúnmente son confundidos, tienen definiciones diferentes por lo que se refieren a condiciones distintas.
12 Alberoni (1973) elabora dos propuestas. La primera conocida como estados nacientes y la segunda, como estado institucional y de la vida cotidiana. Según el autor, ambos estados corresponden al campo de lo social y pueden ser identificados en cualquier formación social de dos -o de masas-. Por lo tanto, los estados nacientes se vinculan con la formación social de dos, dada por la pareja y la institución y de la vida cotidiana corresponde a la formación social de masas, dada por una gran cantidad de sujetos.
13 Estas características si bien fueron una propuesta de Francesco Alberoni en 1997, para el presente trabajo de investigación fueron retomadas del trabajo realizado por Olga Loiza Valdés en su tesis doctoral: “Construcción del sentido de vida en jóvenes universitarias” presentada en 2005.
14 Algunos cambios que han sido abordados por las Ciencias Sociales son la apertura sexual, la sexualidad temprana, la mediatización de la corporalidad, la crianza de los hijos fuera del matrimonio, la equidad de género creciente entre los miembros de la pareja, entre otros.
15 De manera general puede ser entendida como aquella violencia contra las mujeres. La cultura se instaura como prácticas y discursos que se encaminan hacia diversas manifestaciones de las asimétricas relaciones de poder que históricamente se han dado como desiguales entre hombres y mujeres. Dichas relaciones han conducido a la dominación de la mujer por el hombre, a la discriminación y a la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo.
16 “La cultura patriarcal ha establecido los roles esperados desde una perspectiva jerarquizada según el sexo. Esto dio origen a una repartición no equitativa del poder, el cual posibilita el acceso a la libertad, la cultura, la educación, la riqueza y la participación social activa” (Corsi, J. 2003:186)
17 Podemos definir la dominación también desde la teoría de Bourdieu. El autor plantea que la dominación tiene una relación directa con los elementos centrales de dicha teoría: habitus y campo. En donde podemos identificar al habitus como: la internalización de una estructura social (internalización de la externalidad) y al campo como: la relación existente entre estructuras sociales: la clase social, los géneros, etc. (Ramírez 2007, en Bourdieu 1987a, 1987b, 1991; Bourdieu y Wacquant, 1995).

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