Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres (CAPÍTULO II)

2.3 LA VIOLENCIA COMO CONSTRUCCIÓN SOCIOCULTURAL
La violencia es el miedo a los ideales de los demás
Mahatma Gandhi
Aunque el fenómeno de la violencia es colocado en la presente investigación como problemática central dentro de las relaciones de noviazgo de jóvenes bachilleres, que se encuentran en condición de enamoramiento; es importante destacar que no es la intención proponer que este fenómeno se presente en todas las relaciones amorosas de los jóvenes. Pensamos, en cambio, que puede llegar a ser una condición de los vínculos afectivos que se hace presente bajo determinadas condiciones. Más aún, planteamos que el enamoramiento puede considerarse como una condición viable para que esté fenómeno aparezca y se normalice y/o justifique en algunas ocasiones.
La claridad de la propuesta se sostendrá entonces a partir de los resultados del análisis del trabajo de campo realizado. En este capítulo, haremos un recorrido teórico en donde clarificaremos el concepto de violencia, los tipos y características que la conforman y nuestro abordaje de la noción. Para ello, una buena vía de ingreso es apelar a la definición de violencia en su sentido etimológico.
La raíz etimológica del término “violencia” remite al concepto de fuerza. Este sustantivo deriva en verbos tales como violentar, violar o forzar. A partir de esta primera aproximación semántica, se puede decir que la violencia siempre implica el uso de la fuerza para producir un daño. En un sentido amplio, puede hablarse de violencia política, económica, social y hasta meteorológica, y en todos los casos el uso de la fuerza remite al concepto del poder. (Ramírez, J. C. et. Al. 2010: 274).
Por su parte, la Organización Mundial de la Salud formula el concepto de violencia como:
El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o afectivo contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidades, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo privaciones (Informe Mundial sobre Violencia y Salud; 2002: 36)
Es importante mencionar que la violencia en nuestro país es una problemática que aqueja no sólo a los jóvenes, sino a la población en general. La violencia se presenta en diferentes formas y precisar la definición es de suma importancia. A partir de las definiciones anteriores, para esclarecer, podemos identificar a la violencia con las agresiones físicas, psicológicas, sexuales, económicas, simbólicas y sociales, en cuanto elementos relevantes dentro de los comportamientos de la violencia.
Los resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), realizada por el Instituto Nacional de las Mujeres en el 2006, definió los tres tipos de violencia que se presentan con mayor frecuencia en las relaciones de noviazgo entre jóvenes. Según los hallazgos encontrados en la ENDIREH (2006), se distingue:
– Violencia física: se refiere a todo acto de agresión intencional en que se utilice alguna parte del cuerpo de la mujer, algún objeto, arma o sustancia para sujetar, inmovilizar o causar daño a la integridad física de la mujer agredida. Lo que se traduce en un daño, o intento de daño, permanente o temporal, de parte del agresor sobre el cuerpo de ella. Su espectro varía desde un pellizco hasta la muerte.
– Violencia sexual: toda forma de conducta consistente en actos u omisiones, ocasionales o reiterados, y cuyas formas de expresión incluyen inducir a la realización de prácticas sexuales no deseadas o que generen dolor, práctica de la celotipia para el control, manipulación o dominio de la mujer -y que generen un daño-. Su expresión más evidente es la violación.
– Violencia emocional o psicológica: formas de agresión reiterada que no inciden directamente en el cuerpo de las mujeres, pero sí en su psique (comparaciones ofensivas, humillaciones, encierros, prohibiciones, coacciones, condicionamientos, insultos, reclamos sobre los quehaceres del hogar, falta de respeto en las cosas ajenas, amenazas). Su identificación es la más difícil de percibir ante el uso de metáforas y la “ausencia de evidencias”
En el trabajo de la ENVIM, adicionalmente, se vincula a la violencia económica que se percibe como aquella que se ve caracterizada mediante el control del dinero, o bien, el uso de pertenencias. Esto se efectúa en contra de la voluntad del sujeto (2003). Desde este recorrido, podemos observar que se traza una constelación de significados de lo que comprende la violencia. El espectro es amplio, a fin de remitirnos a los propósitos de este trabajo, consideramos conveniente realizar una selección de rasgos y componentes para construir un concepto de violencia que permita leer aquellas prácticas y sentidos que se relacionan con la violencia, construyendo una noción funcional y operativa. En esta construcción, incluimos un conjunto de acciones que caracterizan a cada tipo de violencia, según la Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (2003): violencia física (empujones, golpes, heridas de arma de fuego o punzo cortante), violencia emocional (intimidación, humillaciones verbales, amenaza de violencia física), violencia sexual (forzar física o emocionalmente a la mujer a la relación sexual) y violencia económica (ejercicio del control a través del dinero).
Ahora bien, en este planteo se ilumina la cuestión de género como una condición particular dentro de las relaciones de noviazgo entre jóvenes. Si bien ponemos en relevancia el enamoramiento como aspecto a tener en cuenta, el problema no deja de presentar otros centros de sentido. Desde este lugar de problematización del fenómeno, la Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres (2003) nos sirve ya que presenta una serie de rasgos desde donde nombrar y leer lo violento en las prácticas efectivas de las relaciones de pareja.
Desde nuestra perspectiva, la violencia es puesta en relación al noviazgo y articulada directamente con la violencia social (Malik, S. Et al. 1997). Así también, es importante señalar que los episodios de violencia que se presentan durante la infancia se ven reflejados en el transcurso de la adolescencia, y por supuesto, en las relaciones afectivas que se desencadenas durante esta etapa del desarrollo. Por ello, consideramos que las relaciones de noviazgo en las que algún integrante de la pareja haya sufrido violencia durante su infancia, mantienen una alto riesgo de convertirse en relaciones violentas en la adolescencia (Henderson & Jackson, M. 2004).
Al entender al noviazgo como una relación social en la cual explícitamente se acuerda entre dos personas acompañarse durante actividades recreativas y sociales, y asimismo, se sostiene que es un vínculo válido para expresar sentimientos amorosos y emociones tanto a través de la palabra, como de los contactos corporales (Rodríguez, G. & De Keijzer, B. 2002); la violencia durante el noviazgo es una problemática reconocida con vastas implicaciones en la vida social. Por lo tanto, afecta la vida de hombres y mujeres que la padecen o la ejercen y puede desarrollarse con mayor grado de implicancia en etapas vitales posteriores. Algunos estudios realizados en países angloparlantes, nombran a la violencia en las relaciones de noviazgo como dating violence, y lo interesante es que apelan a la violencia no sólo como el acto de controlar, dominar o someter a una persona a nivel físico, psíquico o sexual; sino que también, previo y posterior al acto, ponen al intento como aspecto a tener en cuenta. Veamos:
La violencia en las relaciones de noviazgo (…) ha sido definida como cualquier intento por controlar o dominar a una persona física, sexual o psicológicamente, generando algún tipo de daño sobre ella (Wolfe, et al. 1996). Este tipo de violencia se presenta cuando ocurren actos que lastiman a la otra persona, en el contexto de una relación en la que existe atracción y en la que los dos miembros de la pareja “salen” (Rey-Anacona, C. 2009: 27)
Tradicionalmente, la violencia de pareja ha sido examinada a la luz de los papeles de género, resaltándose como factor principal la dominación social y cultural del hombre sobre la mujer. Ésta parece siempre desempeñar un papel decisivo en la probabilidad de ser víctima de violencia por parte de su pareja (Véase: Bonino, L. 1999; Corsi, J. 1995; Stordeur, R. & StiIIe R.; Vázquez García, C. 2008). Por otro lado, estudiando las relaciones de género, Jessor R. (1991) señala que las agresiones en contra de las mujeres tienen sus raíces en las conductas de riesgo que los hombres practican y que luego desahogan en las mujeres. En relación a ello, desde la perspectiva de la conducta, específica que:
Las conductas de riesgo se pueden definir como comportamientos que interfieren o dañan la salud física y psicosocial. De acuerdo con la teoría del comportamiento, son riesgosos o problemáticos, los adolescentes que participan en un tipo de comportamiento (como el tabaquismo o el abuso del alcohol) son más propensos a intervenir en otros comportamientos problemáticos o que los ponen en riesgo (como el consumo de drogas o ser víctimas o perpetradores de violencia de diversos tipos) (Jessor, R. 1991: 597)
Vemos, entonces, que la población más vulnerable son, sin duda, los jóvenes que interactúan en contextos complejos e inestables, inmersos en conductas y/o situaciones de riesgo, y que puedan desembocar en episodios de violencia. Se convierte, pues, en un proceso mayormente significativo si, a la vulnerabilidad existente en los jóvenes, se suma una condición de enamoramiento. Como hemos visto y desarrollado, dicha condición los coloca en situación de doble vulnerabilidad, ya que se agrava y aumenta la probabilidad de atentar contra su salud física y emocional, y por ende, la de otros.
Reforzando lo anteriormente dicho, en su obra El amor y Occidente (2010), Denis de Rougemont desarrolla los aspectos centrales y las características del amor cortés. Éste se desarrolla en Italia entre los siglos XII y XIII. El valor de rescatar la obra de Rougemont. Es que al distinguir al amor cortés, nos permite aducir y ver cómo éste se convierte, posteriormente en el eje del imaginario amoroso en occidente. Por ejemplo, la matriz del amor cortés opera como una construcción que privilegia el sufrimiento, la separación y los obstáculos como elementos potenciadores del amor, que sólo se consuma con la muerte. Es decir, el amor cortés da cuenta de una matriz perceptiva de las relaciones entre sujetos que pone relevancia en el orden de la vulnerabilidad y la exposición de la propia sensibilidad del yo ante el otro. El amor romántico será heredero de esta concepción, resaltando, aún más, el sufrimiento y la muerte. Teniendo esto en cuenta, no podemos dejar de lado la importante dimensión simbólica e imaginaria que tiene el amor en occidente, vinculada al dolor, e incluso, a la muerte. Al entrecruzar estos sentidos, la violencia simbólica, desarrollada por Pierre Bourdieu (1991), nos aporta mucho a la hora de clarificar esta idea.
Profundizando, la violencia simbólica tiene relación con los sistemas culturales mismos que desempeñan el papel de matrices simbólicas dentro de las prácticas sociales. Estas nociones forman parte importante de la teoría del poder del autor. Para Bourdieu (2000) existe un fenómeno llamado dominación masculina, que aunque pueda parecer que se plantea sólo una violencia ejercida desde los hombres hacia las mujeres, en realidad tiene que ver con el proceso de dominación que afecta a quien se ve involucrado independientemente del género.
La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural. (Bourdieu, P. 1999: 224-225)
Con base en el proceso analítico y reflexivo de este trabajo, podemos mencionar que la violencia simbólica está estrechamente relacionada con el poder, ya que se da a partir de formas específica de relación (poder) imponiendo (o naturalizando comportamientos) como significados legítimos y disimulando continuamente la fuerza que la impone. El concepto de violencia simbólica permite comprender que lo que se impone son significados, o en otras palabras, relaciones de sentido de sí mismo con el otro, de la vida, la pareja, el amor y el dolor, entre otros. Al mismo tiempo, los sentidos son históricamente constituidos paradójicamente, habilitan la arbitrariedad de lo legible y entendible, muchas veces ello fuerza la desigualdad.
Con todos los datos estadísticos y los referentes revisados sobre la violencia en el noviazgo pareciera instalarse una idea acerca de lo que es la violencia, pero sólo de esa violencia que se manifiesta, aquella que es visible, llámese la violencia física y/o psicológica. Nos detenemos a preguntar ¿cómo se manifiesta y se vuelve material aquella violencia latente, que no se puede percibir, la violencia simbólica en la cual se encuentran inmersos los jóvenes en sus relaciones de noviazgo?
Con estas últimas reflexiones, podemos dar cuenta de que identificamos a la violencia desde perspectivas diferentes, y según el contexto cultural que les dé sentido. No obstante, existe un común denominador que sostiene todo lo pensable y decible. Por lo que en este aspecto, esta investigación apuesta, porque dichas referencias siguen siendo parte de la construcción cultural de una sociedad.
Podemos conceptualizar la problemática planteada, en clave de la teoría bourdiana (1991). Comprendemos así que a través del propio habitus los sujetos asumen todas estas etiquetas, espacios, sentidos sobre el rol de la mujer, el hombre, la pareja. Todo ello es parte de una realidad que les pertenece y que asumen como normal. Más aún, la red de relaciones sociales y de sentidos que los atraviesa y que se materializa en prácticas y discursos, es reproducida de generación en generación. Sería éste el proceso de reproducción mediante el cual la violencia se instala como matriz perceptiva de los sujetos, es decir, como un componente que forma parte de su proceso de socialización.
Cabría afirmar por tanto que los jóvenes en condición de noviazgo se inscriben bajo ciertos parámetros o discursos que no son adquiridos y reproducidos únicamente mediante la voluntad de quien los ejecuta. Estos pre-existen y se configuran bajo mecanismos de violencias, prácticas y sentidos interiorizados, a partir de las cuales los sujetos naturalizan y dan por sentado un status quo, de sus relaciones, funciones y prácticas. De esta manera, normalizan y reproducen mecanismos de dominación y poder. Dichos mecanismos son productos derivados de las instituciones (familia, escuela, religión) de las ideologías y de las lenguas. Los sentidos y las prácticas al ser asumidos, reacentuados, adaptados al espacio cotidiano y delimitados de los sujetos condicionan ciertas formas de vida y de relacionarse con los otros. En este contexto cobra mayor fuerza el preguntarnos por los sentidos y prácticas que colaboran con la normalización de lo violento en sus relaciones de noviazgo y enamoramiento.