Cultura, violencia y enamoramiento: perspectivas del noviazgo desde los jóvenes bachilleres (CAPÍTULO II)

Entre los teóricos de la sociología que han reflexionado acerca del amor, como del proceso de enamoramiento, advertimos una propuesta interesada en analizar el cambio en los patrones de configuración y vivencia de las relaciones de pareja; aspecto medular de los intereses de esta investigación. Desde esta línea, el enamoramiento, como una etapa del amor romántico, no es la fase que rige la experiencia afectiva de los sujetos, ya que las transformaciones estructurales de las sociedades postindustriales han invadido también el terreno de la intimidad. En este sentido, Zygmunt Bauman (2007) sostiene que las relaciones son vínculos. Éstos, en el proceso de enamoramiento, adquieren una estructura en red, de la que es posible conectarse y desconectarse fácilmente. Por tanto, la experiencia del enamoramiento, y el reconocimiento de la intimidad, tendrían como principal característica una especie de “desaprendizaje del amor”. El desaprendizaje viene a raíz de que, en nuestras sociedades, los vínculos afectivos conllevan una necesaria apertura al cambio, capacidad para adaptarse a las circunstancias externas también cambiantes: des/re aprender las formas de socialización amorosas.
Bauman (2007) sostiene que la fragilidad – o la condición líquida- es la característica central de las relaciones entre individuos predispuestos a la levedad. Quien se enamora pensando en una posible vida en pareja ha de reconocer -más pronto que tarde- que este estado no es más que una “conexión” efímera, más que una relación perdurable. Tal conexión está caracterizada por el amenazante compromiso que, como hemos señalado antes, los saberes expertos han patologizado bajo la fórmula psicológica de la dependencia.
Otra mirada sobre este proceso es la que sostiene Anthony Giddens (2008). El autor propone el concepto de “amor confluente”. Aunque no se refiere precisamente al “enamoramiento”, Giddens describe este tipo de vivencia amorosa apoyado en lo que denomina la relación pura. Ésta tiene su fundamento en el conocimiento del otro, un conocimiento que ya no es exclusivamente producto de la intuición y atracción, como se propone en el amor romántico, sino búsqueda activa de la esencia profunda del compañero. En este sentido, ponemos en diálogo los aportes de Alberoni, quien realiza la misma distinción aludiendo a que el enamoramiento corresponde a un estado o movimiento naciente, mientras que el amor, está a nivel de lo cotidiano o la institución12 (Alberoni, F. 1984). Según Alberoni, durante la infancia se llega a presentar el deseo, la felicidad-infelicidad e incluso la pasión, pero en esta etapa del desarrollo no puede considerarse la experiencia completa del estado naciente. Sí, durante la juventud, ya que es en esta etapa del desarrollo donde se consolida y madura la sexualidad biológica por lo que se desprende, entonces, el deseo de amar y ser amado, más allá del amor que puede obtenerse a través de la familia y los amigos. En función de esta reflexión, sostenemos, a partir de lo expuesto por Alberoni, que el enamoramiento es un proceso que tiene un principio y un fin, ya que:
El gran enamoramiento es muerte y renacimiento. Muerte, en cuanto es marca de distanciamiento de una pertenencia superada. Y renacimiento porque es una creación de una comunidad que nos regenera. El amor es la experiencia subjetiva del proceso de generar una entidad que nos trasciende y que, a la vez, nos genera.” (Alberoni, F. 1997:173)
La idea central del enamoramiento consistirá entonces en construir ‘algo’ que existe a partir de dos estructuras separadas-. Así pues, cuando estamos enamorados, el sujeto de amor se ha de presentar como el objeto de deseo pleno. Por lo que, durante el estado de enamoramiento, el enamorado siempre buscará su objeto de amor. El enamoramiento es un proceso social e intersubjetivo ya que siempre será constituido por dos personas. Lo que nos resulta particularmente interesante es que, a diferencia de la perspectiva psicoanalítica, no tendrá que ver con la experiencia de quien ama, ni con las cualidades de la persona amada, sino con el tipo de relación que entable cada individuo con su sujeto de amor. Según Alberoni, cuando se está enamorado siempre se desarrolla la posibilidad de cambio, es decir, estamos dispuesto a cambiar por el otro, ya que el sujeto de amor ha de convertirse en alguien diferente a todos los demás, pasa de ser un sujeto común y corriente, para posicionarse como un dotado de valor absoluto (Alberoni, F. 1994).
Nos preguntamos si no es acaso esta susceptibilidad y tendencia al cambio –por, para y desde el otro- un indicio o bien una condición generativa entre tantas, de lo que puede darse como normalización y predisposición, en entornos cultural y socialmente afectados, a relaciones violentas entre jóvenes. Esta última reflexión se habilita aún más, cuando es sabido que el enamoramiento es más frecuente en los jóvenes ya que una de las características de estar enamorado tendrá que ver con la insatisfacción de lo que se tiene y de lo que se es. Por ello, los jóvenes, al estar en condición de vulnerabilidad, son inmensamente más inseguros. El enamorarse se convierte en una manera de apropiarse de algo.
Es indudable según Alberoni (1973) que el enamoramiento es una producción cultural, que aparte de todo está institucionalizada, ya que tanto en el noviazgo como en la separación, el modelo de amante y evidentemente el matrimonio son salidas institucionales de esta condición. Esto se traduce en que el enamoramiento es una construcción cultural y, aunque el enamorado no lo vea de tal forma, la cultura lo condiciona y otorga perspectivas de sentido para abordar e interpretar el amor. Por ejemplo, respecto a los condicionamientos y posibilidades de interpretación cultural del enamoramiento, en antiguos tiempos, se hablaba de ‘estar enamorado’ para no hablar del sexo como tal (Alberoni, F. 1973), debido al tabú de la cultura y la sociedad de la época.
Ahora bien, que el enamoramiento pueda ser abordado desde un enfoque social, la perspectiva no niega que también sea un proceso individual. Es decir, estar enamorado no requiere de reciprocidad, ya que podemos estar enamorados de quien jamás nos corresponderá y eso no quiere decir que se deje de estarlo. Cuando nos enamoramos lo hacemos desde el interior, sin importar lo que el sujeto de amor sienta hacia nosotros. Cuando el estado naciente aparece, nace sin reciprocidad, cada individuo es capaz de enamorarse de otro, sin necesidad de ser correspondido.
Alberoni (1997) hace referencia a veinte características esenciales para reconocer el enamoramiento. Éstas, indica el sociólogo, deben estar presentes en el estado naciente, con la intención de reconocerlo y catalogarlo como tal. Resaltamos su importancia para una adecuada comprensión del enamoramiento, no obstante, no dejamos de preguntarnos sobre las refuncionalizaciones y cambios que puedan sufrir estas características en las relaciones efectivamente construidas por nuestros sujetos de estudio:
I. La experiencia de liberación: se refiere a la sensación de libertad que siente el sujeto enamorado. Es aquí cuando sentimos que somos lo que siempre hemos querido ser.
II. La iluminación: se reconoce al amor como dependiente de todo, es decir, se piensa que esté, vale la pena vivirlo y sentirlo. Es visto como un don.
III. El único: con el enamoramiento, el sujeto de amor, se convierte en único, irrepetible e incorporable, no existe nadie mejor que éste.
IV. Realidad-Contingencia: se presupone que con el sujeto de amor, cualquier realidad imperfecta o mala, desaparecerá. Lo único importante será entonces el amor y la felicidad que sentimos en la realidad que se presenta.
V. La experiencia del ser: Cualquier cosa parece hermosa ante los ojos de un enamorado, todo goza de virtud, de divinidad, de luz.
VI. La libertad-destino: Se tiene la libertad de querer al máximo, ya que se está en la brecha correcta que marca nuestro destino. Se es esclavo pero también se es dueño del sentir, del amor; somos libres y estamos en el lugar correcto.
VII. El amor cósmico: el enamorado no sólo quiere al sujeto de amor sino a todo y a todos los que están a su alrededor. Es capaz de perdonar y comenzar, de renunciar y luchar, de hacer sacrificios y aceptarlos.
VIII. El renacimiento: se deja de ser el que fue para renacer, para convertirse en un nuevo hombre/mujer, en nuevo ser humano.
IX. Autenticidad y Pureza: la honestidad aparece al convertirse en hombres y mujeres nuevos que requieren de autenticidad y pureza.
X. Lo esencial es la persona amada: no importa nada más que lo básico, dejan de ser indispensables las extravagancias, para sólo poner atención en lo que hace feliz al otro. Los enamorados se conforman con poco.
XI. El comunismo amoroso: los enamorados son felices de estar juntos, no desean ser iguales sino complementarse, basta uno que sea feliz para que el otro goce de dicha. Sólo se pide lo necesario y es suficiente con lo que el otro puede dar.
XII. La historización: el pasado se convierte en la razón del presente -haberse encontrado-.
XIII. El amor como gracia: si el amor es correspondido es visto como un milagro, no existe algo mejor que el otro sea libre de amar y haya elegido amarme a mí.
XIV. La igualdad: ninguno es más que el otro, ambos son iguales, no existen jerarquías.
XV. El tiempo: el sujeto de amor da inicio a la nueva vida. Es el principio y el fin de ella.
XVI. Transfiguración: se ve al sujeto de amor tal y como es y aun así se sigue amando.
XVII. Perfeccionamiento: se desea ser perfecto para el ser amado, así mismo existe un impulso en ambos lados para alcanzar la perfección juntos.
XVIII. La fusión: los enamorados se convierten en uno solo, se fusiona el cuerpo, la realidad, la felicidad, el placer.
XIX. El proyecto: es estar juntos. Todo en el mundo converge para que esto suceda.
XX. El dilema ético: el enamorado busca la felicidad aun cuando sabe su felicidad puede ocasionar la infelicidad de otros. No es egoísmo, al buscar la felicidad no se olvida de la infelicidad, sólo intenta que el sufrimiento sea reducido.13
Estas veinte características se gestan en la construcción del estado naciente; dan sentido al concepto y solidifican el reconocimiento del significado de dicha condición. Sin embargo, es importante partir de una noción como presupuesto teórico y conceptualización de fenómeno, para luego poner en diálogo con aquellas construcciones y formas en que los jóvenes caracterizan la condición de estar enamorado. Por ello, a través del autor español Carlos Yela (2000) retomamos, también, las características específicas que se dan en el proceso de enamoramiento entre adolescentes:
I. Proclividad al sobredimensionamiento de las emociones y el afecto.
II. Estado de afectividad extraordinariamente intenso, al que el sujeto otorga gran relevancia y unicidad.
III. Búsqueda de intimidad y unión con el otro.
IV. Baja reflexividad.
V. Ansiedad y necesidad de reciprocidad.
VI. Baja tolerancia al rechazo y temor al abandono.
VII. Frecuencia de pensamientos intrusivos e incontrolables sobre el otro que interfieren en la actividad normal del sujeto.
VIII. Ausencia de concentración para la ejecución de tareas cotidianas.
IX. Conductas cotidianas riesgosas y atrevidas.
X. Intensa activación fisiológica (excitación, nerviosismo, sudoración de manos, aceleración cardiaca), ante la presencia real o imaginaria del otro.
XI. Hipersensibilidad y disposición a atender y cumplir deseos y necesidades del otro, manifestada en vulnerabilidad o fragilidad psicológica.
XII. Sentimientos ambivalentes ante el otro y atención selectiva hacia su persona.
XIII. Idealización del otro, esto es, una visión positivamente sesgada, sobre la que no se tiene control voluntario.

Teniendo como referente de abordaje las relaciones de noviazgo que se construyen entre jóvenes, nos ha parecido adecuado incorporar un punto de vista más cauteloso sobre lo que a primera vista parecería un inexorable proceso de destradicionalización de la vida íntima y por tanto de la fase del enamoramiento como vínculo. Reconocemos que la dimensión social de las relaciones se construye en base a significados territoriales, contextuales, y también históricos. En otras palabras, en la relación de significados dados entre la tradición, por un lado, y las reformulaciones, negociaciones y vínculos que los jóvenes construyen cotidianamente, por otro. En ese cruce podrían resolverse los elementos culturales que nos proponemos reconocer.
Poniendo en debate esta última reflexión, Neil Gross (2008), sociólogo norteamericano, nos previene sobre los riesgos de exagerar la problemática de la sobredeterminación afectiva. Él admite que es un hecho que se han producido transformaciones14 en las relaciones sentimentales a partir de la segunda mitad del siglo XX en las sociedades postindustriales. Sin embargo, estas transformaciones no tendrían aún la profundidad que se les quiere atribuir. Por una parte, existirían tradiciones reguladoras que sancionan los comportamientos de los miembros de un determinado grupo-. Éstas funcionan como tendencias que los sujetos deben observar para no verse excluidos o al menos, castigados. Por otro lado, las tradiciones de construcción de significado constituirían marcos dotadores de sentido, significados compartidos por los miembros de una determinada configuración social. En tanto que las primeras no tienen por qué ser aceptadas como legítimas y puede que se sigan –exclusivamente- para evitar las consecuencias negativas que el ignorarlas podría provocar; las segundas extraen su eficacia de su interiorización por parte de los sujetos. Es decir, las tradiciones de construcción de significado tienen el poder de configurar sujetos, de incorporarse a los individuos como parte de ellos mismos.
Si tomamos a las tradiciones de construcción de significado como marcos que dotan y amalgaman sentidos para configurar las prácticas, los discursos y por tanto los sujetos, podemos ver una relación estrecha entre esta noción y la de matrices culturales, propuesta por Martín Barbero.
Gross (2008) propone esta distinción analítica entre tradiciones reguladoras y tradiciones de construcción de significado para explicar los cambios de sentido que ha tenido la noción de intimidad en las últimas décadas, en la sociedad estadounidense. En su teoría, el matrimonio para toda la vida y estratificado internamente ha constituido una tradición reguladora que se encuentra en declive. Aun así, sus rituales de acceso, como el enamoramiento, persisten, nos preguntamos por qué. Parecería que los nuevos modelos de familia emergentes constituyen una manifestación de este fenómeno. Pese a todo, la tradición cultural del amor romántico de la que forma parte el enamoramiento se perpetúa con fuerza como marco de sentido en el que las personas contextualizan sus relaciones amorosas.
De este complejo panorama, podemos aproximarnos a unas primeras conclusiones. En principio, determinamos que la condición de enamoramiento se constituye a través de la triangulación de tres procesos, básicamente explicados, en este apartado: un proceso psico-biológico inherente; la apropiación de significados culturales y la conjunción de necesidades afectivas. Por ello, cuando se establece en un sujeto la condición de enamoramiento, no sólo nos referimos a un proceso lleno de emociones, como comúnmente se cree, sino que aludimos a un proceso estructurado donde intervienen factores diferentes que colocan al enamorado en una posición de vulnerabilidad. Esto imposibilita al sujeto de la capacidad de reconocer y señalar todo aquello que puede transgredir su integridad física, moral y emocional.